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Escrito por

Josep Massot

Josep Massot nació en Palma en 1956. Tras estudiar Derecho en Barcelona, fue uno de los miembros fundadores en 1983 del diario El Día de Baleares. Desde 1987 trabajó en La Vanguardia, abandonando la información política para dedicarse al periodismo cultural, entendiendo la cultura en su sentido más amplio, no sólo la conexión de la literatura, pensamiento, cine, música y artes visuales y escénicas, sino también como herramienta crítica para interpretar la realidad del momento. Es autor de Joan Miró: El niño que hablaba con los árboles (Galaxia Gutenberg, 2018) y Joan Miró sota el franquisme, en la misma editorial (2021). También editó, con Ignacio Vidal-Folch, Jules Renard. Diario 1887-1990 (Random House Mondadori, 1998). Ha colaborado, entre otros, en las revistas Diagonal, L'Avenç y Magazine Littéraire y actualmente con el diario El País y JotDown.

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El único animal que necesita justificar sus actos

El ser humano es el único animal que necesita justificar sus actos, incluso cuando los que quieren imponer la ficción de su única verdad recurren a las armas para someter a los que están dispuestos a compartir otras verdades en paz. Siempre he creído que todas las vidas importan, en cualquier lugar del mundo, pero también que somos arbitrariamente selectivos a la hora de elegir qué muertes nos afligen. La guerra de los Balcanes primero y ahora la sangrienta invasión de Ucrania nos recuerdan que la historia de los europeos no ha dejado de beber de la sangre del crimen y la guerra, del mito de la violencia fundadora de identidades y de las formas simbólicas que todas las culturas han inventado para expiar el espanto del horror y sobrevivir como especie. Y mucho me temo que para Occidente y Rusia el chivo expiatorio es el pueblo de Ucrania.

Desconfío de la pureza de los políticos ucranianos, de los ciegos estrategas de Washington incapaces de abandonar su dinámica de la Guerra Fría y de sus procónsules bizantinos de Bruselas, aunque el problema del relato que culpa a Occidente de haber provocado en Ucrania al humillado león dormido es que estaba resentido pero no dormido y que Putin aceptaría una Ucrania neutral sólo en espera del momento propicio para colocar en Kiiv un gobierno vicario. Sus pasos se oían de Libia (maldita pifia de la OTAN en territorio afín a Moscú) a la Siria del déspota Bashar-el Asad, de Armenia y Grozny a Donetsk, de las mazmorras del FSB en Rusia al títere de Minsk. Soy de los que creen que, por muchos errores que se hayan cometido, el único responsable es la camarilla de sátrapas que gobierna Rusia, un país que nunca ha sido democrático, y que la idea de una casa común europea no fue más que el espejismo del vencido en los años 90, un delirio pasajero sin futuro. Y he recordado la dialéctica del deseo de reconocimiento del otro que planteó Hegel.

La sonámbula Europa había olvidado que es periferia, una provincia en la frontera de dos imperios heridos en declive, con un tercero al alza amenazante y con mil demonios devorando su propio jardín. Demonios interiores, no externos, ni euroasiáticos ni árabes. «Nichts ist wahr, Alles ist erbaut». «Nada es verdad, todo está construido», decía Nietzsche. En un diálogo imposible le podría haber corregido Voltaire: “Croyez-moi, mon ami, l’erreur aussi a son mérite”, que también aconsejaba “Il fait cultiver notre jardin”, esa frase tan mal interpretada por aquellos intelectuales, que la esgrimen como un mandato para justificar su retiro narcisista, cuando lo que Cándido dice a Pangloss es que aun sabiendo el error que somos, porque la rectitud no existe (¿acaso no está el eje sobre el que gira la Tierra torcido?), hemos de seguir levantando diques éticos, libres, igualitarios y justos, restaurando con la acción el significado de las palabras nobles que ahora mancillan tantos tartufos palabreros aspirantes a autócratas.

La memoria de los pueblos y sus gobernantes es corta y los encargados de decir lo que no se quiere oír han sido relegados a adornar las fotos de los premios institucionales y las llorosas páginas de sus necrológicas. Su lugar lo ocupan escritores vacuos, celebridades de la nada, cantantes beyoncés, periodistas a sueldo, funcionarios de la política o los sacerdotes de las tecnociencias, una rama de la astrología moderna, experta en brujulear predicciones.

El pensador alemán Sigfried Kracauer se desesperaba en los años 30 pensando qué podían hacer los intelectuales para oponerse al auge de los autoritarismos. Su crítica se centró en cinco grupos. La pregunta es si su lista sigue vigente hoy:

1.- Los intelectuales de guardia al servicio de quien les da de comer.
2.- Aquellos que son conscientes de la gravedad de la situación, pero cuyo escepticismo les lleva a creer que no podrán salir de ella y cloroformizan su conciencia crítica.
3. - Un tercer grupo son los que se debaten entre una necesidad de creer en el futuro y una nostalgia nerviosa, aislados en un gregarismo sectario.
4.- El cuarto grupo sería el de aquellos que, vanidosos, se enorgullecen de su permanente negatividad crítica y su soledad estéril.
5.- Y, por último, el objetivo central de sus puyas: los intelectuales que promovían una revolución conservadora.

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14 de marzo de 2022
Blogs de autor

Los Lamenombres y otras zoologías de la cultura

Es cierto que en toda minoría de intelectuales hay una mayoría de pigmeos, con perdón de las pigmeas, que hacían y hacen extraordinarias obras de arte sobre corteza de los árboles, y de los sorprendentes pigmeos polifónicos. Recuerdo a Julian Barnes contando a un grupo de periodistas que, cuando preguntaba en Londres cuántos intelectuales había en la sala, apenas unos pocos levantaban tímidamente la mano, y que cuando hacía la misma pregunta en Francia o España, podía oírse el estrépito de un bosque de brazos alzándose al unísono. Entre risas, llegamos a la conclusión de que Barnes tendría que haber planteado la pregunta a la inversa. En esa mayoría de la minoría los más numerosos son los Lamenombres, que diría Elias Canetti, aquellos que saben los nombres que hay que saber, pero que no saben que no saben. Están emparentados con los explosivos Enciclopetópicos, que pueden hablar de cualquier obra con gran autoridad echando mano de un vasto repertorio de clichés -«sí, Siri Husvedt es mejor que Paul Auster, y Lydia Davis mejor que los dos»-, o del cóctel de frases extraídas de reseñas leídas en Internet.

Los Arruganariz desprecian todo aquello que les suena a comercial, sean libros, filmes o nuevas músicas. Leen sólo novelas contemporáneas y conservan un vago recuerdo de algunas lecturas o filmes de su época de estudiantes, y aunque huyen de lo mainstream no ven contradictorio citar «a aquel coreano tan bueno» —Byung Chul-Han acertarán algunos a decir—, ese wikipedista del pensar prestado, ahora que ya no luce citar a Baumann, Badiou, Zizek o Sloterdijk. Si no pueden opinar sobre un tema, no importa, desviarán la conversación hacia aquello que se han preparado.

Los más activos son los Engatusanecios que copan tribunas de prensa, conferencias, jurados, premios, tertulias, másters y catálogos deslumbrando a los incautos iletrados que manejan la llave de la caja o deciden las programaciones. Algunos de ellos se forrarán denunciando con frases incendiarias las causas de las víctimas y los pobres. Otros conseguirán entrar en el circuito evidenciando entre el aplauso general los mecanismos obscenos del poder: los mismos mecanismos de los que ellos se servirán cuando lleguen al poder para mantenerse en el poder.

Los Gallifelpudos son aquellos que cacarean las consignas de los partidos que les promocionan y pagan. Para llegar a ser un Gallifelpudo de Oro tienes antes que haber sido una voz crítica para llamar la atención y subir la cotización de tu silencio.

Los Aristoplastas son muy abundantes en el mundo del arte. Te miran por encima del hombro sin disimular un rictus de asco, cuando cuestionas cosas como si los museos en los que habitan son amables parques temáticos diseñados para exhibir una apariencia de modernidad crítica y aquietar la conciencia de los coleccionistas, esos buenos burgueses a los que aconsejan compras y decoran sus fiestas, vistosa cuota progre entre otros habituales animales de compañía -el peluquero, una modelo, el bailaor, alguien transgénero, la profesora de yoga, una adivina, alguna arquitecta neoyorquina de visita a la ciudad…

Por supuesto hay más especímenes. Sin agotar el diccionario: El Loroacadémico (repite citas como los curas versículos de la Biblia), el Destripaobras (diserta sobre la estructura de la obra sin haber captado su espíritu), los Penetrantes (como su popio nombre indica), los Soporíferos (un bostezo) o el Yoantesquenadie, aquel que suele apostillar, solemne y ofendido «Eso ya lo dije o hice yo antes que nadie…»

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7 de febrero de 2022
DestacadosLos autores y la crítica

Joan Miró sota el franquisme (1940-1983): «La lucha de Miró por preservar su independencia y no ser manipulado es una de las principales aportaciones del libro». Josep Playà, La Vanguardia

 

 

GALAXIA GUTENBERG

Quan, acabada la Guerra Civil, el franquisme imposa el seu règim dictatorial a Espanya, Joan Miró es refugia a Mallorca, on viu la família de la seva dona, Pilar Juncosa. Des d’allà, i des del seu taller al passatge del Crèdit que encara conserva a Barcelona, Miró es concentra a continuar la seva obra i, el que és més sorprenent, a esdevenir una de les figures centrals de l’escena artística internacional de postguerra, des d’una Mallorca i una Barcelona miserables, derrotades i aïllades.

En aquest llibre fascinant, fruit d’una recerca escrupolosa en arxius públics i privats d’aquí i d’arreu del món, Josep Massot desvela la lluita ferotge de Miró per a mantenir el seu art en la innovació permanent i esquivar les pressions del règim franquista, i també la seva ètica de combat per donar exemple i ajudar les generacions joves, criades en la dictadura. El llibre revela com van ser els amics antifeixistes nord-americans els qui el van salvar de l’aïllament durant la Segona Guerra Mundial, i com el MoMA, l’Escola de Nova York -Pollock, Motherwell, Rothko-, i artistes com Louise Bourgeois el van encimbellar com l’artista viu més influent del món. Quan esclata la guerra freda cultural entre els Estats Units i la Unió Soviètica, Miró manté les seves conviccions d’un art que no estigui sotmès a cap estratègia econòmica ni política i defensa la llibertat de l’artista per damunt de tot.

Però a més d’una innovadora biografia de Miró, el llibre també detalla el paper de les noves avantguardes a la fi dels anys quaranta i la década dels cinquanta, revelant -entre altres aportacions- la sorprenent implicació de nazis refugiats a Espanya en la promoció de l’art abstracte.

Principales reseñas en prensa:

El País- Artistas españoles frente a Franco: el largo viaje desde el falangismo hasta la oposición La Vanguardia - El Miró que no se dejó manipular por el franquismo  La Razón- Joan Miró y los artistas que se quedaron en Cataluña apoyando a Franco ARA- L'ombra allargada del franquisme damunt els artistes Vilaweb- Retrat de Joan Miró amb Franco de fons Diario de Mallorca- «Joan Miró se refugió en Mallorca para ser invisible al franquismo» Última Hora- Josep Massot: «Es cierto que Miró era introvertido, pero no fue un ermitaño aislado del mundo» El Temps de les Arts- Joan Miró: pintor genial, antifranquista ferm i home íntegre



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24 de enero de 2022
Blogs de autor

¿Cuánto tiempo viven los poemas?

¿Cuánto tiempo vive un poema, una película, una canción o una novela, en nosotros? Las efímeras es el nombre de un hermoso e inofensivo insecto de la familia de las libélulas, el ser vivo más fugaz: muere apenas unas horas después de haber nacido. En el otro extremo, el más longevo, el único ser imnortal del planeta es un diminuto animal de agua, la venenosa medusa (turritopsis nutricula), que conoce el secreto de la metamorfosis y del eterno renacer. ¿Cuánto tiempo vive en nosotros un amor, una amistad, un amante? Amamos lo pasajero y lloramos su ausencia, nos atrae lo permanente y nos fatiga la repetición. Crecemos con los libros, músicas, teatro y películas que nos explican. Las novelas nos ofrecen, a cualquier edad, otras vidas posibles, experiencias de las que carecemos, y acudimos a las bibliotecas en busca de historias que nos indiquen qué soñaron, qué sintieron o cómo resolvieron o fracasaron hombres y mujeres de otras épocas ante los misterios a los que nos asomamos. Pienso en ello mientras rescato los poemas de Gabriel Ferrater que un día me asombraron y luego dejé de leer. Lo hago con cierto escalofrío al darme cuenta de que en mayo hubiera cumplido cien años y que ahora soy mayor que él cuando los escribió.

Regresar, ya adultos o ancianos, a los libros de juventud, es releernos, enfrentarnos a lo que un día fuimos, reconocer lo que aún permanece o medir la distancia entre lo que quisimos ser y lo que somos y lo que aún querriamos llegar a ser. Releer es mirar al libro a los ojos, a la manera de aquella cita de Platón que Seferis humanizó: «si el ojo quiere verse a sí mismo, ha de dirigir su mirada a otro ojo, pues al extraño y al enemigo lo vemos en los espejos». Conócete a ti mismo, sí, pero atendiendo la mirada del otro para que tu ego no te engañe. Por eso quizás es tan poco frecuente el hábito de releer, porque ir descartando formas de estar en el mundo es decidir olvidos y memoria. En las páginas de algunos de los libros nos veremos extranjeros de nosotros mismos, en otros será como reencontrarnos gozosamente con un viejo amigo y en otros más bajaremos la mirada ruborizados, y tal vez aquella noche no podramos conciliar el sueño, pensando qué queda de aquel otro yo que vibró con los versos alucinados de Hölderlin o se bebió la vida con el cónsul Firmin junto aquella alberca mexicana con hojas secas flotando sobre el limo y el cartel «No se puede vivir sin amor».

¿Cuánto tiempo vive en nosotros un poema, una película, una canción o una novela? Tambien los libros envejecen y mueren. Por sus propios deméritos, y entonces nos deshacemos de ellos, o porque ya cumplieron su misión, y entonces los relegamos a los últimos estantes. Hay autores de los que hicimos bandera cuando los considerábamos secretos y después, cuando se convirtieron en cita común, los arrumbamos sin nostalgia. Y hay autores que ya sabemos demasiado bien. De todos ellos, aguantan mejor los poemas que las novelas. Un truco de pervivencia es leerlos en otros idiomas para regresar con mirada nueva a su lengua original, después de la infidelidad cometida. Pero sin duda alguna, el mayor placer, ese otro tipo de goce que no nos pueden dar los libros inéditos, es la sorpresa de descubrir toda aquella belleza, toda la sabiduría que en su momento, por juventud o por distracción, no supimos apreciar. Me está pasando y es una delicia.

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24 de enero de 2022
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El Boomeran(g)
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