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La sorprendente censura de un poema sobre la guerra

Por 11 de abril de 2022 Sin comentarios

Josep Massot

 

Me gusta traducir por gusto poemas de mis autores favoritos y ahora que de nuevo hay ejércitos que matan en un rincón Europa, quise traducir uno sobre la guerra. Sé que los mejores se escriben o con la rabia del momento o con serenidad, pasado el tiempo. El poema que ha dedicado Simon Armitage a Ucrania, a partir de las imágenes de televisión, es muy malo, y no me atrevo a traducir del polaco «Hotel Ukraina», que Bohdan Zadura dedicó a los refugiados de Crimea y el Donbás, así que elegí uno de una guerra anterior, «Bosnia Tune» de Brodsky. La pasividad inicial de Occidente durante la guerra de los Balcanes indignó a muchos poetas, como Milosz, que lanzó una tremenda diatriba en su poema «Sarajevo», pero elegí el de Brodsky, porque lo había escrito en inglés y tiene más implicaciones ideológicas y dificultades técnicas. Al comparar traducciones en otros idiomas, me sorprendió que la mayoría hubiera optado por una versión de la primera estrofa edulcorada por la censura.

«As you pour yourself a scotch,
crush a roach or check your watch,
as your hands adjust your tie
people die.» (Mientras te sirves un whisky/ aplastas una cucaracha o consultas tu reloj;/ mientras tus manos ajustan el nudo de tu corbata, la gente muere)

en lugar de la versión correcta: http://www.spiritofbosnia.org/volume-2-no-3-2007-july/bosnia-tune-1992/ 


«As you sip your brand of scotch,
crush a roach, or scratch your crotch,
as your hand adjusts your tie
people die»

La sustitución de «scracht your crotch (te rascas la entrepierna) por «check your watch» (consultas tu reloj) era una catástrofe no sólo por su blandura, sino porque arruinaba el equilibrio eufónico del poema entero, la repetición del egoísta «tú» y la costumbre de Brodsky de intercalar expresiones de lenguaje vulgar. Juraría que el autor estuvo tentado de buscar rimas entre «bollocks» y «clocks». El traductor sueco de Brodsky pidió al poeta que le resolviera el misterio de las dos versiones. El poeta le dijo que había enviado el manuscrito a «The New York Times», pero que el editor le advirtió que el verso malsonante no encajaba en un «diario familiar». A alguien que había sufrido presidio en la URSS y había iniciado una nueva vida en EE.UU. le debió de parecer asumible, pero en un poema la alteración de una coma, una sílaba o un acento ocasiona un cataclismo. Pude asistir a un recital de Brodsky y quedé hipnotizado por la hermosa cadencia de sus poemas rusos, aunque no entendí ni una palabra.

En «Bosnia Tune» utiliza el tetrámetro trocaico (ocho sílabas, cuatro pies, rimas pares), inspirada en un célebre poema que Auden dedicó a Yeats (https://poets.org/poem/memory-w-b-yeats), métrica que Seamus Heaney, otro irlandés, también utilizó, cerrando el círculo, como homenaje a su amigo ruso, en «Audenesque» (https://poets.org/poem/audenesque). El poema de Brodsky formaba parte de una serie dedicada a Berlín y Belfast, así que no sólo se trata de simples juegos formalistas. En 1992 se hablaba mucho de que la auténtica Europa era la civilizada por el antiguo imperio romano y que más allá de estas fronteras campaban tribus salvajes, como el norte de Irlanda y las Balcanes. Ahora Europa y Estados Unidos se han apresurado a acudir en auxilio de Ucrania, sin cabalgar en la bomba atómica como el doctor Strangerlove, aunque quedan tentaciones de repetir el debate (Historikerstreit) que enfrentó a Nolde con Habermas para querer exculpar la conciencia alemana externalizando la barbarie nazi a Asia y Eurasia: hubo Holocausto porque antes hubo gulags. La misma táctica revisionista de la ultradrecha española: hubo Guernica porque había socialistas y comunistas en el gobierno republicano. Los crímenes rusos han galvanizado una nueva identidad europea en torno a la democracia, mientras en el otro bando, los autócratas rusos y chinos, después de un siglo oyendo eso de que «Occidente está podrido», siguen repitiendo el mismo estribillo que comparten con los yihadistas «Las evocaciones de la historia aquí —decía Brodsky— son pura tontería. Siempre que se aprieta el gatillo para rectificar el error de la historia, se miente. Porque la historia no comete errores, ya que no tiene propósito. Uno siempre aprieta el gatillo por interés propio y cita la historia para evitar responsabilidades o remordimientos de conciencia. Ningún hombre posee la capacidad retrospectiva suficiente para justificar sus actos, especialmente el asesinato, en categorías extemporáneas, y mucho menos un jefe de estado. Además, el derramamiento de sangre (…) es esencialmente un proyecto a corto plazo. Puesta en marcha por los jefes de estado locales, su objetivo principal es mantenerlos en el poder durante el mayor tiempo físicamente posible».

En cuanto a mi versión de «Bosnia Tune», intenté seguir la propuesta de Octavio Paz, practicar la diversión, y sustituí «cucaracha» por «araña», pero cuando lograba el trocaico, fallaban las rimas, y al revés. Seguiré intentándolo. Cortázar decía que el poeta es un prosista vago, y tiene razón si se refiere a España. El poeta de aquí tiene en general muy mal oído y los lectores además son también vagos y no exigen mucho (basta ver la poesía que encumbran o incluso a los cantantes de Operación Triunfo). Pocos poemas en castellano, catalán o gallego (no entiendo el euskera) podrían ilustrar hoy la idea de Brodsky de que la poesía marca el grado más alto de la evolución del lenguaje del ser humano, porque devuelve a las palabras el sentido alterado por el lenguaje político, económico o burocrático. Brodsky también sostenía que la poesía tendría que recibir el mismo mimo que la industria automovilística, pues invita a un viaje que lleva más lejos que un auto, a no ser que los gobiernos no quieran que sus ciudadanos emprendan ese viaje y les birle los medios para llegar a esos destinos que, no lo duden, existen.

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Josep Massot

Josep Massot nació en Palma en 1956. Tras estudiar Derecho en Barcelona, fue uno de los miembros fundadores en 1983 del diario El Día de Baleares. Desde 1987 trabajó en La Vanguardia, abandonando la información política para dedicarse al periodismo cultural, entendiendo la cultura en su sentido más amplio, no sólo la conexión de la literatura, pensamiento, cine, música y artes visuales y escénicas, sino también como herramienta crítica para interpretar la realidad del momento. Es autor de Joan Miró: El niño que hablaba con los árboles (Galaxia Gutenberg, 2018) y Joan Miró sota el franquisme, en la misma editorial (2021). También editó, con Ignacio Vidal-Folch, Jules Renard. Diario 1887-1990 (Random House Mondadori, 1998). Ha colaborado, entre otros, en las revistas Diagonal, L'Avenç y Magazine Littéraire y actualmente con el diario El País y JotDown.

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