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Escrito por

Josep Massot

Josep Massot nació en Palma en 1956. Tras estudiar Derecho en Barcelona, fue uno de los miembros fundadores en 1983 del diario El Día de Baleares. Desde 1987 trabajó en La Vanguardia, abandonando la información política para dedicarse al periodismo cultural, entendiendo la cultura en su sentido más amplio, no sólo la conexión de la literatura, pensamiento, cine, música y artes visuales y escénicas, sino también como herramienta crítica para interpretar la realidad del momento. Es autor de Joan Miró: El niño que hablaba con los árboles (Galaxia Gutenberg, 2018) y Joan Miró sota el franquisme, en la misma editorial (2021). También editó, con Ignacio Vidal-Folch, Jules Renard. Diario 1887-1990 (Random House Mondadori, 1998). Ha colaborado, entre otros, en las revistas Diagonal, L'Avenç y Magazine Littéraire y actualmente con el diario El País y JotDown.

Elias Canetti, Guillaume Faye y Kaney West

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La conciencia de las palabras (I)

 

 

Cada vez que oigo en una película norteamericana eso de «¿jura usted decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad?», me imagino a un filósofo respondiendo «¡que más quisiera yo!». ¿Quién sabe toda la verdad y nada más que la verdad? Cuando se suponía que todos los estadounidenses tenían que ser cristianos, se juraba haciendo el solemne gesto chamánico de posar la mano derecha sobre la Biblia, el libro de los libros. Hay quien para demostrar sinceridad o amor se lleva la mano al pecho, allí donde para unos está el corazón y para otros la cartera. En España se advierte a los testigos de un juicio de los riesgos penales de cometer perjurio, según otro libro, el código penal. «Prometo o juro por mi conciencia y honor…» entonan con la voz engolada políticos y altos magistrados para acatar el mandato de otro libro, el contrato constitucional que ellos mismos redactaron, promulgaron o reinterpretan, aunque eso no impide que, como se ha visto, muchos de ellos sean los primeros en incumplirlo y conspiren para evitar que la ley sea interpretada con pluralidad de sensibilidades sociales y algunos, de paso, colocar a afines y a familiares y castigar a los díscolos. «No tienes palabra», se solía decir cuando alguien quebrantaba un juramento. La verdad es que hoy es una frase chatarra, como los términos «conciencia» u «honor», difuminados en un nube tóxica de palabrería. «No tienes palabrería» sería un argumento que todo el mundo entendería para vetar un nombramiento. O «Lo siento, no nos sirves, tienes conciencia y sentido del honor».

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2 de noviembre de 2022
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De Sex Pistols a Carl Einstein, pasando por las Grecas, Gary Gerstle y Trump

 

Cada día oigo a alguien lamentar la decadencia y la banalización de la cultura. Pensaba en ello mientras leía un sensacional texto hasta ahora inédito en su totalidad de Carl Einstein la culminación del ensayo de Gary Gerstle sobre Estados Unidos desde el New Deal a Trump y las series Pistol (una nueva versión de la historia del punk y los Sex Pistols) y Tokyo vice (periodismo y mafias en Japón). Viendo esta última me preguntaba, sabiendo la respuesta, por qué en España, con la crisis de guiones que hay, no se llevan al cine las tramas de corrupción empresariales, policiales, mediáticas y judiciales que en otros países democráticos han dado títulos tan sublimes como The wire.

No creo que seamos menos cultos, y por tanto, más tontos que en el siglo XX. Todo lo contrario, la minoría culta es más culta y la población en general somos más idiotas, idiotas con más prisa, dicho no como insulto, sino en el sentido etimológico, el de los que sólo participan de sus asuntos privados. Tampoco distingo una sola época en la que los autores no lamentaran la banalidad de su tiempo. Me refiero a los autores que seguimos leyendo o a los artistas que seguimos admirando, pues ya nadie se acuerda de aquellos que lo hicieron por pedantería y que se sintieron obligados a escribir sus obras para confirmar su teoría de la banalidad. 

Leyendo, pues, a tantos autores diciendo durante tantos siglos que vivieron tiempos decadentes, me pregunto cuándo empezó la caída, cuándo se inició el declive, la utopía al revés. Los románticos —y los surrealistas lo son— imitaron a los curas y llegaron a ubicar el paraíso perdido en el paleolítico, cuando ni siquiera se había inventado el alfabeto y es de suponer que tampoco la rueda o el taparrabos, pero sí el hacha de sílex. Hay que tener la buena fe  de Novalis o María Zambrano para sostener que hubo un tiempo en el que el ser humano vivía en unidad armónica con la naturaleza y el cosmos. Desde que el primate que fuimos supo utilizar la cabeza para algo más que embestir a otro primate, al menos hemos sabido inventar cosas tan  útiles como el Estado de Derecho y los instrumentos musicales.    

 Cultura en vena

Lo que sí existe es la banalización del concepto cultura, que yo llamaría, perdón por el neologismo, venalización de la cultura, venal de inyectar pseudocultura banal en vena y también, «vendible o expuesto a  la  venta» o «que se deja sobornar con dádivas»; es decir, aquella reducción del concepto cultura entendida exclusivamente como mera actividad económica que dicta el mercado,  da empleo o aporta capital al PIB, la cultura que desculturiza y nos tiene entretenidos sin hacernos sólo por ello ni menos tontos ni más felices. Si yo fuera editor, encargaría con urgencia un Diccionario de tópicos, actualizando el que hizo Flaubert. Y un segundo libro que comparara al egotonto neoliberal con el egotonto antineoliberal. Esto se me ocurre cuando veo a izquierdistas defender su parcela privada de saber con la ferocidad del lobo de Wall Street; cuando leo un texto en el que su autor, narcisista quejumbroso y solemne, se viste de Deleuze vestido de Foucault sólo para  comunicarnos la dificultad de ejercer un oficio en el que «pensar ni consuela ni nos hace felices», algo que ya había sido tratado con más profundidad en Yo no quiero pensar (Muñoz Rebull, Carmela y Tina, Las Grecas. Mucho más. Madrid: CBS, 1975) o cada vez que veo exposiciones o tesis académicas en los que los Procustos de hoy ajustan la práctica a la teoría, aunque tengan que cortarle manos, pies y orejas para que encaje dentro de su cápsula teórica. 

Había hablado de dos libros y una serie y ya llevo 650 palabras si mencionarlos, así que reto a la estadística, que dice que el lector digital apenas lee los primeros párrafos, y voy a ello:

Cómo los neoliberales perdieron el neo

En el reciente The Rise and Fall of the Neoliberal Order, America and the World in the Free Market Era, Gary Gerstle demuestra cómo la New Left y los demócratas Clinton y Obama apuntalaron el orden neoliberal republicano, surgido de las ruinas del New Deal, al igual que hicieron buena parte de líderes socialdemócratas europeos, hoy desaparecidos. Gerstle dice que a Biden le falta la mayoría para cambiar el orden normativo, que el neoliberalismo se ha desmoronado y que ante la amenaza interior del populismo autoritario (Trump, Orban, Le Pen, Abascal) incentivado por los países autoritarios que Occidente ha ayudado a enriquecerse y que ahora le amenazan  (Putin, Xi Jinping), la alternativa estará entre una socialdemocracia New New Deal y un conservadurismo híbrido entre los otros dos. Yo más bien creo que el neoliberalismo muta y se recombina. La izquierda social-liberal ha practicado un laissez-faire no sólo en lo económico, sino también en la universidad que organiza un saber fragmentado, el poder judicial que paraliza las reformas aprobadas por los parlamentos y en aquellos funcionarios que han privatizado el Estado y que se identifican con aquel cruzado místico de Indiana Jones, alucinados guardianes del Santo Grial. 

Sex Pistols en Londres, Makoki en Barcelona

La historia de la cultura tiene momentos de nihilismo y ruptura violenta. En la Europa de los años 20 fue Dadá y en la crisis de los años 70, el punk. Hoy vivimos uno de esos ciclos en los que fetichizamos el pasado, porque el presente angustia y el futuro asusta. No future fue el himno de los punkies. «No future for me / The fascist regime/They made you a moron/A potential H bomb», cantaba Johnny Rotten, ahora de nuevo noticiable por la serie Pistol de Dany Boyle y por haber declarado que «sería estúpido [moron], si no votara a Trump». La protesta, si sólo es queja sin alternativa, se ritualiza, se mercantiliza y envejece mal. Pistol está basada en las memorias Lonely Boy de Steve Jones, el skinkhead y  guitarra fundador del grupo, y es más convencional que la desmitificadora Sid & Nancy de Alex Cox. Boyle recupera el papel que ya dio Julien Temple (aparece en el film como un joven cineasta) a Malcom McLaren y a la diseñadora de moda Vivien Westwood, pero ahora como farsantes. Los dos eran situacionistas seguidores de Durruti y de Guy Debord, hartos de la ineficacia transformadora del hippismo. Uno de los momentos salvables del film es cuando contrapone la música adormecedora de Rick Wakeman con los riffs salvajes de Jones, que me recuerdan al gran Miguel Gallardo y su Makoki burlándose en la misma época de la soporífera Compañía Eléctrica Dharma que tocaba en Zeleste. McLaren primero quiso escandalizar a la sociedad norteamericana haciéndo vestir a los New York Dolls de rojos maoístas y después lanzar a los Sex Pistols como movilizadores  de la ira de la juventud lumpen, cebo publicitario de la industria cultural. Sex Pistols se inscriben en el mito del joven genio rebelde que muere en su propia llama y en las modas que nacen en las periferias urbanas para hacerse luego espectáculo mainstream. En mi opinión, lo mejor de los Sex Pistols fueron The Clash y el anarcopunk dadaísta de Crass, tan presentes en Barcelona.

Un sensacional inédito de Carl Einstein

Los ideólogos siempre ha tenido dificultades para conciliar la libertad individual con la acción colectiva y  consensuar las definiciones de realidad. El idioma alemán distingue entre Kultur y Kulturbegriff  (concepto de cultura), y entre Realität y Wirklichkeit, (un concepto más amplio que la realidad física). Mi buen amigo Klaus H. Kiefer acaba de publicar en Alemania la edición critica de Der Fabrikation der Fiktionen, obra inacabada de Carl Einstein, el gran divulgador anticolonialista  del arte africano  y autor de la revolucionaria novela cubista Bebuquin. Militante en el Spartakus de Rosa Luxemburg,  participó en las luchas de anarquistas y troskistas contra los estalinistas en Barcelona y después combatió en el frente de Aragón con Durruti, antes de suicidarse perseguido por los nazis en 1939. 

El libro es un sensacional libelo contra lo que había defendido hasta el momento y, sin citarlos, contra Breton, Picasso, Braque y Miró. Einstein buscaba una filosofía en acción  -«actúa, sé feliz», decía Deleuze-, para combatir el liberalismo y frenar el nazismo y el estalinismo. Su diatriba, por equivocada que me parezca su fórmula de justificar el  arte sólo si está al servicio de la acción revolucionaria, es fascinante y urge ser traducida. Tiene momentos sublimes, como cuando observa que «cuanto más se intelectualizan las mujeres, más violentamente se irracionalizan los hombres». Se burla de los intelectuales que creen que «lo imaginativo subjetivo determina decisivamente la realidad compleja». Memorable es también su retrato de los nuevos ricos, anarcocapitalistas que compran la originalidad moderna de los artistas para saciar su sed de diferenciación social, hacer olvidar sus origenes humildes y, en el caso de los surrealistas, estetizar sus neurosis sexuales. Es feroz su crítica a los pintores que creen que sus objetos poseen el poder de la magia para transformar el mundo, pero, ojo, ahora que se vuelve a leer a  Lukács, también fulmina a aquellos intelectuales revolucionarios que, atascados en discutir mil teorías y utopías paralizantes, creen que «sólo su versión conceptual del mundo es la única verdad objetiva, la única realidad válida». 

 

 

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21 de julio de 2022
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La distancia más corta entre dos puntos es el arabesco

 

Fue guionista de Fellini (La dolce vita, La strada...) y de Antonioni (La notte),  trabajó con Azcona y Berlanga, su humor influyó a Eduardo Mendoza y  Vázquez Montalbán. En Italia es un autor de culto y en España sigue siendo semi desconocido. Ahora se cumplen 50 años de la  muerte  de Ennio Flaiano y aquí rescato su vertiente de aforista.

El aforismo es un destello de la palabra, un relámpago de sentido, un dardo de luz que  impacta en algún punto de nuestro cerebro para despertarnos de la modorra de la palabrería hueca y de la lógica solemne. Comparte la chispa del ingenio y la falsa ligereza poética del verso. Hay en él un placer análogo al que nos proporciona la insólita pirueta del acróbata o la finta inesperada de un jugador que rompe la rutina de un espectáculo deportivo y que premiamos conservando el instante en la memoria, aunque no nos haya dado el triunfo. 

Nietzsche vistió al aforismo con la metáfora del latigazo. Su Zaratustra danzando y dando latigazos dionisíacos me recuerdan, véte a saber por qué, a Michael Maeden en Reservoir dogs cortando la oreja a un pobre policía, mientras baila y tararea irónicamenente Stuck on the middle with you. Yo prefiero la risa sabia de Lichtemberg o de Chamfort. O la de Ennio Flaiano, del que este año se cumplen cincuenta años de su muerte.

Ennio Flaiano (1910-1972) consideraba que ser italiano era más una profesión que una nacionalidad. Era una época en la que se quería olvidar a Mussolini y no había nacido aún Salvini. Romano de adopción, tras pasar su infancia en los Abruzzo y haber combatido en Abisina, detestaba el fascismo, el fútbol, la crónica negra y la vida mundana. Ganó con 37 años el premio más prestigioso, el Strega, con su anticolonialista Tempo di uccidere. Los críticos dijeron que esperarían su segunda novela para dar su dictamen. En vano, porque la escritura de Flaiano es la del fragmento, la reflexión, el apunte diarístico, el relato breve, la crónica en la Terza del Corriere, el teatro y, sobre todo, el cine. Fue el guionista de las mejores cintas de Fellini, de La notte de Antonioni y films de Risi, Rossellini o Mario Soldati, su gran amigo. Trabajó com Berlanga en Calabuch y El Verdugo  y firmó con Azcona el guión de Una moglie americana. Es evidente que  fue un autor leído por Juan García Hortelano y Manuel Vázquez Montalbán y que Eduardo Mendoza se inspiró directamente en un Marziano a Roma para escribir Sin noticias de Gurb. Observar el mundo como si fueras un visitante de otro planeta es una buena estrategia para huir del cliché, bien conocida por los clásicos y los antropólogos.

Flaiano era el arquetipo del italiano medio de postguerra, bajito, grueso, con bigote a veces a lo Groucho, a veces con la forma de tilde francesa que le daba un aire circunflejo. Podría pasar por un funcionario, si no fuera por su verbo temible en las veladas de los cafés romanos, envuelto en el humo de sus cigarros. En las fotos del rodaje de La dolce vita aparece tímido, dejándose fotografiar a desgana por la exuberante Anita Ekberg, y en otras, confidente de bellezas más cercanas, Sophia Loren o Giluietta Massini. 

La historia con Fellini empezó a torcerse cuando vio que el cineasta derivaba hacia la magia y convocaba a Pasolini para asesorarle en La Dolce vita y Le notte di Cabiria, o cuando le dolió que se apropiara de pasajes extraídos de su infancia en 8 e ½. «Además de dirigir la película —dijo en público Fellini—, quiero ser autor de la historia y colaborador en el guión. En este caso es una tontería preguntar quién es el autor de la película. Sería como preguntarle a un poeta si el autor de los versos es él o el papel y la tinta que utiliza«. «Ciao, caro Fellini. Las amistades frívolas acaban por una frivolidad», cortó relaciones tajante Flaiano. «Caro Flaiano, nunca he tenido dudas sobre la frivolidad de tu amistad, pero qué quieres hacer con ella, realmente eres así e incluso la carta que me escribiste es frívola. ¿Termina la colaboración? Lo siento. Me pareció que después de todo disfrutaste al trabajar con nosotros y no te hice quedar mal como sueles hacer con otros directores. Caro Ennio, te saludo y buena suerte para ti también, frívolamente», respondió el cineasta.

Que Flaiano escribiera aforismos iba con su carácter desganado y el desánimo existencialista de quien cree que el mundo no va mejorar por mucho que se empeñe en ello, «un cínico —decía— que tiene fe en lo que hacía». Los grandes solitarios acostumbran a ser también grandes tímidos que utilizan la ironía para esconder su ternura. Él la reservaba para su hija, Lelé, a quien quería con pasión, nacida con una enfermedad cerebral de su matrinonio con la matemática Rosetta, hermana de Nino Rota. Por qué escribir un gran libro, si puedes hacer una película; por qué una película, si puedes escribir un guión; por qué un guión, si puedes escribir una  nota. O el  incumplimiento del firme propósito de cambiar de vida, levantarse a las seis de la mañana, asearse, vestirse, dar cuenta de un buen desayuno, fumar un par de cigarrillos, plantarse decidido ante la mesa del trabajo… y despertarse a medianoche... Es efectivo porque él es el primero en reírse de sí mismo: «La estupidez de los otros me fascina, pero prefiero la mía». Un escepticismo que enlaza con el desasosiego de Renard, alguien para quien vivir se ha convertido en un ejercicio burocrático: tiene todas las respuestas y cumple lo que se espera de él en el matrimonio, en el trabajo, en su compromiso cívico, pero que al final del día, a solas, enfrentado  a su vacuidad, se acerca a la boca el cañón del revólver.

En sus aforismos a veces se limita a subvertir el tópico: «El fracaso se me ha subido a la cabeza»; sacar rédito al pesimismo ( «ánimo, lo mejor ya ha pasado») o dar esperanzas a  una relación: «tal vez, con el tiempo, conociéndonos peor…». Conoce bien el carácter italiano, para el que «la distancia más corta entre dos puntos es el arabesco» y «es el primero en acudir en socorro del vencedor». Su crítica a los intelectuales falsarios se hizo sangrante en La dolce vita, y en sus  puyas «No soy comunista porque no puedo permitírmelo», «quieren la revolución, pero prefieren hacer barricadas con los muebles de otros» o el epigrama: «En esta casa señorial con dos baños/ vivió y trabajó tenazmente Alberto Moravia, / quien, fiel a la cúspide suprema de su arte/, el Aburrimiento/  en innumerables novelas prodigó».

 Tiene microrrelatos de humor negro terribles:

«A: Sinceramente, ¿le gusta la mierda?

B: De vez en cuando, para variar.

R: Error. Ha de comerla siempre. De vez en cuando, da asco»

«Primer Acto: viola a la hermana, sodomiza al hermano. Segundo Acto: lo mismo con la madre y el padre. Tercer Acto: Descubre que es un hijo adoptivo y se pega un tiro»

Otras veces es un chiste, una observación, un apunte, un juego de palabras, una paradoja. Les traduzco unos cuantos ejemplos : 

«La situación es grave, pero no seria»

«Quien rechaza el sueño se masturba con la realidad».

«Mi gato hace lo que me gustaría hacer, con menos literatura».

«Con los pies bien puestos en las nubes»

«El psicoanálisis, querida señora, es una pseudociencia inventada por un judío para persuadir a los protestantes de que se comporten como católicos»

«¿Te has dado cuenta de que el sexo masculino en reposo siempre tiene un aire de disgusto y desaprobación?»

«Sí, es un escritor brillante, pero como el fuera de serie del año pasado»

«Señora, con gusto me acostaría con usted, si no fuera un precedente»

«Sí, vivimos en una era de transición, como siempre»

Por supuesto, no todos sus textos son brillantes ni acertados, ni su sentimiento de soledad era absoluto, porque, a fin de cuentas, sabía que «los otros son, para bien o para mal, la prueba de que estamos vivos. No los subestimes»

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22 de junio de 2022
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La sorprendente censura de un poema sobre la guerra

 

Me gusta traducir por gusto poemas de mis autores favoritos y ahora que de nuevo hay ejércitos que matan en un rincón Europa, quise traducir uno sobre la guerra. Sé que los mejores se escriben o con la rabia del momento o con serenidad, pasado el tiempo. El poema que ha dedicado Simon Armitage a Ucrania, a partir de las imágenes de televisión, es muy malo, y no me atrevo a traducir del polaco "Hotel Ukraina", que Bohdan Zadura dedicó a los refugiados de Crimea y el Donbás, así que elegí uno de una guerra anterior, "Bosnia Tune" de Brodsky. La pasividad inicial de Occidente durante la guerra de los Balcanes indignó a muchos poetas, como Milosz, que lanzó una tremenda diatriba en su poema "Sarajevo", pero elegí el de Brodsky, porque lo había escrito en inglés y tiene más implicaciones ideológicas y dificultades técnicas. Al comparar traducciones en otros idiomas, me sorprendió que la mayoría hubiera optado por una versión de la primera estrofa edulcorada por la censura.

«As you pour yourself a scotch,
crush a roach or check your watch,
as your hands adjust your tie
people die.» (Mientras te sirves un whisky/ aplastas una cucaracha o consultas tu reloj;/ mientras tus manos ajustan el nudo de tu corbata, la gente muere)

en lugar de la versión correcta: http://www.spiritofbosnia.org/volume-2-no-3-2007-july/bosnia-tune-1992/ 

«As you sip your brand of scotch,
crush a roach, or scratch your crotch,
as your hand adjusts your tie
people die»

La sustitución de «scracht your crotch (te rascas la entrepierna) por «check your watch» (consultas tu reloj) era una catástrofe no sólo por su blandura, sino porque arruinaba el equilibrio eufónico del poema entero, la repetición del egoísta «tú» y la costumbre de Brodsky de intercalar expresiones de lenguaje vulgar. Juraría que el autor estuvo tentado de buscar rimas entre «bollocks» y «clocks». El traductor sueco de Brodsky pidió al poeta que le resolviera el misterio de las dos versiones. El poeta le dijo que había enviado el manuscrito a "The New York Times", pero que el editor le advirtió que el verso malsonante no encajaba en un «diario familiar». A alguien que había sufrido presidio en la URSS y había iniciado una nueva vida en EE.UU. le debió de parecer asumible, pero en un poema la alteración de una coma, una sílaba o un acento ocasiona un cataclismo. Pude asistir a un recital de Brodsky y quedé hipnotizado por la hermosa cadencia de sus poemas rusos, aunque no entendí ni una palabra.

En "Bosnia Tune" utiliza el tetrámetro trocaico (ocho sílabas, cuatro pies, rimas pares), inspirada en un célebre poema que Auden dedicó a Yeats (https://poets.org/poem/memory-w-b-yeats), métrica que Seamus Heaney, otro irlandés, también utilizó, cerrando el círculo, como homenaje a su amigo ruso, en "Audenesque" (https://poets.org/poem/audenesque). El poema de Brodsky formaba parte de una serie dedicada a Berlín y Belfast, así que no sólo se trata de simples juegos formalistas. En 1992 se hablaba mucho de que la auténtica Europa era la civilizada por el antiguo imperio romano y que más allá de estas fronteras campaban tribus salvajes, como el norte de Irlanda y las Balcanes. Ahora Europa y Estados Unidos se han apresurado a acudir en auxilio de Ucrania, sin cabalgar en la bomba atómica como el doctor Strangerlove, aunque quedan tentaciones de repetir el debate (Historikerstreit) que enfrentó a Nolde con Habermas para querer exculpar la conciencia alemana externalizando la barbarie nazi a Asia y Eurasia: hubo Holocausto porque antes hubo gulags. La misma táctica revisionista de la ultradrecha española: hubo Guernica porque había socialistas y comunistas en el gobierno republicano. Los crímenes rusos han galvanizado una nueva identidad europea en torno a la democracia, mientras en el otro bando, los autócratas rusos y chinos, después de un siglo oyendo eso de que «Occidente está podrido», siguen repitiendo el mismo estribillo que comparten con los yihadistas «Las evocaciones de la historia aquí —decía Brodsky— son pura tontería. Siempre que se aprieta el gatillo para rectificar el error de la historia, se miente. Porque la historia no comete errores, ya que no tiene propósito. Uno siempre aprieta el gatillo por interés propio y cita la historia para evitar responsabilidades o remordimientos de conciencia. Ningún hombre posee la capacidad retrospectiva suficiente para justificar sus actos, especialmente el asesinato, en categorías extemporáneas, y mucho menos un jefe de estado. Además, el derramamiento de sangre (…) es esencialmente un proyecto a corto plazo. Puesta en marcha por los jefes de estado locales, su objetivo principal es mantenerlos en el poder durante el mayor tiempo físicamente posible».

En cuanto a mi versión de "Bosnia Tune", intenté seguir la propuesta de Octavio Paz, practicar la diversión, y sustituí «cucaracha» por «araña», pero cuando lograba el trocaico, fallaban las rimas, y al revés. Seguiré intentándolo. Cortázar decía que el poeta es un prosista vago, y tiene razón si se refiere a España. El poeta de aquí tiene en general muy mal oído y los lectores además son también vagos y no exigen mucho (basta ver la poesía que encumbran o incluso a los cantantes de Operación Triunfo). Pocos poemas en castellano, catalán o gallego (no entiendo el euskera) podrían ilustrar hoy la idea de Brodsky de que la poesía marca el grado más alto de la evolución del lenguaje del ser humano, porque devuelve a las palabras el sentido alterado por el lenguaje político, económico o burocrático. Brodsky también sostenía que la poesía tendría que recibir el mismo mimo que la industria automovilística, pues invita a un viaje que lleva más lejos que un auto, a no ser que los gobiernos no quieran que sus ciudadanos emprendan ese viaje y les birle los medios para llegar a esos destinos que, no lo duden, existen.

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11 de abril de 2022
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El único animal que necesita justificar sus actos

El ser humano es el único animal que necesita justificar sus actos, incluso cuando los que quieren imponer la ficción de su única verdad recurren a las armas para someter a los que están dispuestos a compartir otras verdades en paz. Siempre he creído que todas las vidas importan, en cualquier lugar del mundo, pero también que somos arbitrariamente selectivos a la hora de elegir qué muertes nos afligen. La guerra de los Balcanes primero y ahora la sangrienta invasión de Ucrania nos recuerdan que la historia de los europeos no ha dejado de beber de la sangre del crimen y la guerra, del mito de la violencia fundadora de identidades y de las formas simbólicas que todas las culturas han inventado para expiar el espanto del horror y sobrevivir como especie. Y mucho me temo que para Occidente y Rusia el chivo expiatorio es el pueblo de Ucrania.

Desconfío de la pureza de los políticos ucranianos, de los ciegos estrategas de Washington incapaces de abandonar su dinámica de la Guerra Fría y de sus procónsules bizantinos de Bruselas, aunque el problema del relato que culpa a Occidente de haber provocado en Ucrania al humillado león dormido es que estaba resentido pero no dormido y que Putin aceptaría una Ucrania neutral sólo en espera del momento propicio para colocar en Kiiv un gobierno vicario. Sus pasos se oían de Libia (maldita pifia de la OTAN en territorio afín a Moscú) a la Siria del déspota Bashar-el Asad, de Armenia y Grozny a Donetsk, de las mazmorras del FSB en Rusia al títere de Minsk. Soy de los que creen que, por muchos errores que se hayan cometido, el único responsable es la camarilla de sátrapas que gobierna Rusia, un país que nunca ha sido democrático, y que la idea de una casa común europea no fue más que el espejismo del vencido en los años 90, un delirio pasajero sin futuro. Y he recordado la dialéctica del deseo de reconocimiento del otro que planteó Hegel.

La sonámbula Europa había olvidado que es periferia, una provincia en la frontera de dos imperios heridos en declive, con un tercero al alza amenazante y con mil demonios devorando su propio jardín. Demonios interiores, no externos, ni euroasiáticos ni árabes. «Nichts ist wahr, Alles ist erbaut». «Nada es verdad, todo está construido», decía Nietzsche. En un diálogo imposible le podría haber corregido Voltaire: “Croyez-moi, mon ami, l’erreur aussi a son mérite”, que también aconsejaba “Il fait cultiver notre jardin”, esa frase tan mal interpretada por aquellos intelectuales, que la esgrimen como un mandato para justificar su retiro narcisista, cuando lo que Cándido dice a Pangloss es que aun sabiendo el error que somos, porque la rectitud no existe (¿acaso no está el eje sobre el que gira la Tierra torcido?), hemos de seguir levantando diques éticos, libres, igualitarios y justos, restaurando con la acción el significado de las palabras nobles que ahora mancillan tantos tartufos palabreros aspirantes a autócratas.

La memoria de los pueblos y sus gobernantes es corta y los encargados de decir lo que no se quiere oír han sido relegados a adornar las fotos de los premios institucionales y las llorosas páginas de sus necrológicas. Su lugar lo ocupan escritores vacuos, celebridades de la nada, cantantes beyoncés, periodistas a sueldo, funcionarios de la política o los sacerdotes de las tecnociencias, una rama de la astrología moderna, experta en brujulear predicciones.

El pensador alemán Sigfried Kracauer se desesperaba en los años 30 pensando qué podían hacer los intelectuales para oponerse al auge de los autoritarismos. Su crítica se centró en cinco grupos. La pregunta es si su lista sigue vigente hoy:

1.- Los intelectuales de guardia al servicio de quien les da de comer.
2.- Aquellos que son conscientes de la gravedad de la situación, pero cuyo escepticismo les lleva a creer que no podrán salir de ella y cloroformizan su conciencia crítica.
3. - Un tercer grupo son los que se debaten entre una necesidad de creer en el futuro y una nostalgia nerviosa, aislados en un gregarismo sectario.
4.- El cuarto grupo sería el de aquellos que, vanidosos, se enorgullecen de su permanente negatividad crítica y su soledad estéril.
5.- Y, por último, el objetivo central de sus puyas: los intelectuales que promovían una revolución conservadora.

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14 de marzo de 2022
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Los Lamenombres y otras zoologías de la cultura

Es cierto que en toda minoría de intelectuales hay una mayoría de pigmeos, con perdón de las pigmeas, que hacían y hacen extraordinarias obras de arte sobre corteza de los árboles, y de los sorprendentes pigmeos polifónicos. Recuerdo a Julian Barnes contando a un grupo de periodistas que, cuando preguntaba en Londres cuántos intelectuales había en la sala, apenas unos pocos levantaban tímidamente la mano, y que cuando hacía la misma pregunta en Francia o España, podía oírse el estrépito de un bosque de brazos alzándose al unísono. Entre risas, llegamos a la conclusión de que Barnes tendría que haber planteado la pregunta a la inversa. En esa mayoría de la minoría los más numerosos son los Lamenombres, que diría Elias Canetti, aquellos que saben los nombres que hay que saber, pero que no saben que no saben. Están emparentados con los explosivos Enciclopetópicos, que pueden hablar de cualquier obra con gran autoridad echando mano de un vasto repertorio de clichés -«sí, Siri Husvedt es mejor que Paul Auster, y Lydia Davis mejor que los dos»-, o del cóctel de frases extraídas de reseñas leídas en Internet.

Los Arruganariz desprecian todo aquello que les suena a comercial, sean libros, filmes o nuevas músicas. Leen sólo novelas contemporáneas y conservan un vago recuerdo de algunas lecturas o filmes de su época de estudiantes, y aunque huyen de lo mainstream no ven contradictorio citar «a aquel coreano tan bueno» —Byung Chul-Han acertarán algunos a decir—, ese wikipedista del pensar prestado, ahora que ya no luce citar a Baumann, Badiou, Zizek o Sloterdijk. Si no pueden opinar sobre un tema, no importa, desviarán la conversación hacia aquello que se han preparado.

Los más activos son los Engatusanecios que copan tribunas de prensa, conferencias, jurados, premios, tertulias, másters y catálogos deslumbrando a los incautos iletrados que manejan la llave de la caja o deciden las programaciones. Algunos de ellos se forrarán denunciando con frases incendiarias las causas de las víctimas y los pobres. Otros conseguirán entrar en el circuito evidenciando entre el aplauso general los mecanismos obscenos del poder: los mismos mecanismos de los que ellos se servirán cuando lleguen al poder para mantenerse en el poder.

Los Gallifelpudos son aquellos que cacarean las consignas de los partidos que les promocionan y pagan. Para llegar a ser un Gallifelpudo de Oro tienes antes que haber sido una voz crítica para llamar la atención y subir la cotización de tu silencio.

Los Aristoplastas son muy abundantes en el mundo del arte. Te miran por encima del hombro sin disimular un rictus de asco, cuando cuestionas cosas como si los museos en los que habitan son amables parques temáticos diseñados para exhibir una apariencia de modernidad crítica y aquietar la conciencia de los coleccionistas, esos buenos burgueses a los que aconsejan compras y decoran sus fiestas, vistosa cuota progre entre otros habituales animales de compañía -el peluquero, una modelo, el bailaor, alguien transgénero, la profesora de yoga, una adivina, alguna arquitecta neoyorquina de visita a la ciudad…

Por supuesto hay más especímenes. Sin agotar el diccionario: El Loroacadémico (repite citas como los curas versículos de la Biblia), el Destripaobras (diserta sobre la estructura de la obra sin haber captado su espíritu), los Penetrantes (como su popio nombre indica), los Soporíferos (un bostezo) o el Yoantesquenadie, aquel que suele apostillar, solemne y ofendido «Eso ya lo dije o hice yo antes que nadie…»

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7 de febrero de 2022
DestacadosLos autores y la crítica

Joan Miró sota el franquisme (1940-1983): «La lucha de Miró por preservar su independencia y no ser manipulado es una de las principales aportaciones del libro». Josep Playà, La Vanguardia

 

 

GALAXIA GUTENBERG

Quan, acabada la Guerra Civil, el franquisme imposa el seu règim dictatorial a Espanya, Joan Miró es refugia a Mallorca, on viu la família de la seva dona, Pilar Juncosa. Des d’allà, i des del seu taller al passatge del Crèdit que encara conserva a Barcelona, Miró es concentra a continuar la seva obra i, el que és més sorprenent, a esdevenir una de les figures centrals de l’escena artística internacional de postguerra, des d’una Mallorca i una Barcelona miserables, derrotades i aïllades.

En aquest llibre fascinant, fruit d’una recerca escrupolosa en arxius públics i privats d’aquí i d’arreu del món, Josep Massot desvela la lluita ferotge de Miró per a mantenir el seu art en la innovació permanent i esquivar les pressions del règim franquista, i també la seva ètica de combat per donar exemple i ajudar les generacions joves, criades en la dictadura. El llibre revela com van ser els amics antifeixistes nord-americans els qui el van salvar de l’aïllament durant la Segona Guerra Mundial, i com el MoMA, l’Escola de Nova York -Pollock, Motherwell, Rothko-, i artistes com Louise Bourgeois el van encimbellar com l’artista viu més influent del món. Quan esclata la guerra freda cultural entre els Estats Units i la Unió Soviètica, Miró manté les seves conviccions d’un art que no estigui sotmès a cap estratègia econòmica ni política i defensa la llibertat de l’artista per damunt de tot.

Però a més d’una innovadora biografia de Miró, el llibre també detalla el paper de les noves avantguardes a la fi dels anys quaranta i la década dels cinquanta, revelant -entre altres aportacions- la sorprenent implicació de nazis refugiats a Espanya en la promoció de l’art abstracte.

Principales reseñas en prensa:

El País- Artistas españoles frente a Franco: el largo viaje desde el falangismo hasta la oposición La Vanguardia - El Miró que no se dejó manipular por el franquismo  La Razón- Joan Miró y los artistas que se quedaron en Cataluña apoyando a Franco ARA- L'ombra allargada del franquisme damunt els artistes Vilaweb- Retrat de Joan Miró amb Franco de fons Diario de Mallorca- «Joan Miró se refugió en Mallorca para ser invisible al franquismo» Última Hora- Josep Massot: «Es cierto que Miró era introvertido, pero no fue un ermitaño aislado del mundo» El Temps de les Arts- Joan Miró: pintor genial, antifranquista ferm i home íntegre



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24 de enero de 2022
Blogs de autor

¿Cuánto tiempo viven los poemas?

¿Cuánto tiempo vive un poema, una película, una canción o una novela, en nosotros? Las efímeras es el nombre de un hermoso e inofensivo insecto de la familia de las libélulas, el ser vivo más fugaz: muere apenas unas horas después de haber nacido. En el otro extremo, el más longevo, el único ser imnortal del planeta es un diminuto animal de agua, la venenosa medusa (turritopsis nutricula), que conoce el secreto de la metamorfosis y del eterno renacer. ¿Cuánto tiempo vive en nosotros un amor, una amistad, un amante? Amamos lo pasajero y lloramos su ausencia, nos atrae lo permanente y nos fatiga la repetición. Crecemos con los libros, músicas, teatro y películas que nos explican. Las novelas nos ofrecen, a cualquier edad, otras vidas posibles, experiencias de las que carecemos, y acudimos a las bibliotecas en busca de historias que nos indiquen qué soñaron, qué sintieron o cómo resolvieron o fracasaron hombres y mujeres de otras épocas ante los misterios a los que nos asomamos. Pienso en ello mientras rescato los poemas de Gabriel Ferrater que un día me asombraron y luego dejé de leer. Lo hago con cierto escalofrío al darme cuenta de que en mayo hubiera cumplido cien años y que ahora soy mayor que él cuando los escribió.

Regresar, ya adultos o ancianos, a los libros de juventud, es releernos, enfrentarnos a lo que un día fuimos, reconocer lo que aún permanece o medir la distancia entre lo que quisimos ser y lo que somos y lo que aún querriamos llegar a ser. Releer es mirar al libro a los ojos, a la manera de aquella cita de Platón que Seferis humanizó: «si el ojo quiere verse a sí mismo, ha de dirigir su mirada a otro ojo, pues al extraño y al enemigo lo vemos en los espejos». Conócete a ti mismo, sí, pero atendiendo la mirada del otro para que tu ego no te engañe. Por eso quizás es tan poco frecuente el hábito de releer, porque ir descartando formas de estar en el mundo es decidir olvidos y memoria. En las páginas de algunos de los libros nos veremos extranjeros de nosotros mismos, en otros será como reencontrarnos gozosamente con un viejo amigo y en otros más bajaremos la mirada ruborizados, y tal vez aquella noche no podramos conciliar el sueño, pensando qué queda de aquel otro yo que vibró con los versos alucinados de Hölderlin o se bebió la vida con el cónsul Firmin junto aquella alberca mexicana con hojas secas flotando sobre el limo y el cartel «No se puede vivir sin amor».

¿Cuánto tiempo vive en nosotros un poema, una película, una canción o una novela? Tambien los libros envejecen y mueren. Por sus propios deméritos, y entonces nos deshacemos de ellos, o porque ya cumplieron su misión, y entonces los relegamos a los últimos estantes. Hay autores de los que hicimos bandera cuando los considerábamos secretos y después, cuando se convirtieron en cita común, los arrumbamos sin nostalgia. Y hay autores que ya sabemos demasiado bien. De todos ellos, aguantan mejor los poemas que las novelas. Un truco de pervivencia es leerlos en otros idiomas para regresar con mirada nueva a su lengua original, después de la infidelidad cometida. Pero sin duda alguna, el mayor placer, ese otro tipo de goce que no nos pueden dar los libros inéditos, es la sorpresa de descubrir toda aquella belleza, toda la sabiduría que en su momento, por juventud o por distracción, no supimos apreciar. Me está pasando y es una delicia.

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24 de enero de 2022
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