Confieso que la idea alemana de incluir la lectura de Mi lucha de Hitler en las escuelas me ha producido un honda inquietud, a pesar de que apruebo lo que dice mi admirado y muy querido pensador Reyes Mate en su artículo de El País.
Reyes Mate es partidario de llevar a cabo ese proyecto y dice que “en la escuela alemana se ha hablado antes que en ninguna otra del Holocausto judío y de la responsabilidad colectiva”. Puede que sea cierto, pero no conviene ignorar que no son pocos los alemanes que afirman que empezaron a enterarse del Holocausto en los años sesenta del siglo pasado, más o menos al mismo tiempo que en España. Yo, por ejemplo, me enteré de ese infierno en el año 1969.
Algún tiempo después leí Mi lucha, y el infierno regresó, si bien desde otro ángulo: el de la propaganda, el populismo, el racismo sentimentaloide, y la falsificación histórica. Pero pronto advertí que tenía fragmentos muy seductores para las mentes inmaduras y los “racistas de pura raza”, como decía con ironía uno de mis profesores de historia en París: Vidal-Naquet.
Me llena de preocupación la posibilidad de que, una vez más, a Alemania le pueda salir el tiro por la culata con el proyecto de divulgar Mi lucha en las escuelas, y temo que un buen porcentaje de adolescentes se deje seducir por la maldad del libro (debido a la rebeldía propia de la adolescencia), independientemente de las razones explicativas que esgriman los profesores. Al afirmar lo que afirmo, pienso sobre todo en algo que dice Goethe en Fausto.
(Cito de memoria porque ahora no consigo encontrar el párrafo en ninguna de mis tres ediciones diferentes de la obra de Goethe, pero creo recordar que dice más o menos lo siguiente: “Es posible que el bien seduzca poco a poco, pero el mal seduce inmediatamente.”)
Y hablando de tiros que salen por la culata, ¿cuantas veces le ha ocurrido a Alemania ese prodigioso fenómeno? Según Thomas Mann más de las necesarias.
Por lo demás, soy partidario de no censurar ningún libro, por más abominable que sea. Pero de ahí a recomendarlo en las escuelas (incluso como ejemplo de negatividad absoluta) media un abismo.
Conclusión:
No digo que los alemanes no tengan razón con lo que pretenden y con su firme deseo de poner luz y taquígrafos sobre algo que más que una ideología casi parecía “una religión neopagana y crudelísima”, como definió Umberto Eco el nazismo. Simplemente digo que ese proceder me inquieta profundamente y me deja el alma llena de dudas acerca de su posible eficacia.
