Donis Donoghue, profesor de la New York University, sacó antes del verano un libro que no para de atormentarme: “The American classics” (Yale University Press). Otra vez (no sé cuantas veces lo he hecho, de verdad) lo tomé conmigo para un largo viaje aéreo. Es un libro que empieza sin matices: en tres páginas afirma que la literatura norteamericana cuenta con cinco libros que se pueden considerar como “clásicos”. No son cuatro o seis: cinco si no cuatro, afirma Donoghue, que se conoce sobre todo por sus trabajos sobre la literatura inglesa e irlandesa.
Claro que la pregunta es automática cuando se sale de esta manera a un recorrido literario: ¿Qué es un clásico? Donoghue contesta utilizando el famoso texto con un título epónimo de T. S. Eliot. Un clásico, decía Eliot, satisface tres condiciones: expresa una civilización madura, utiliza un idioma maduro y es producto de un creador cuya imaginación es madura. Utilizando estos tres criterios, Eliot afirmaba, en 1944, que toda la literatura europea contaba con dos clásicos: ”La eneida” de Virgilio y “La divina comedia” de Dante. “No hay clásicos en inglés” decía Eliot y Donoghue no se atreve a contestar su afirmación. Aunque...
Aunque hay libros que sobreviven a las interpretaciones que cada generación le pone por encima, capa tras capa de supuesto análisis y visión de su contenido. Sobreviven, aguantan y, explica Donoghue, son clásicos que sobresalen entre los otros libros que obligan al uso de una interpretación específica para mantener su validez. Los críticos Frank Kermode y Lionel Trilling ayudan un poco en ese razonamiento que permite rescatar a cinco obras: los clásicos de Estados Unidos según el autor. Son “Moby-Dick” de Melville; “La letra escarlata” de Hawthorne; “Walden” de Thoreau; “Hojas de hierba” de Whitman; y “Las aventuras de Huckleberry Finn” de Twain. No hay que conocer en gran detalle las costumbres de las ballenas y de los hombres que las cazaban con barcos de vela para entender la locura cósmica del capitán Ahab, y podemos decir lo mismo de los otros cuatro clásicos.
La pregunta, tan enorme que un viaje transatlántico no basta para responder, la pregunta entonces es: ¿cuáles son las obras que corresponden a los criterios de Donoghue en otros idiomas? Hay una trampa, claro: pues el blando niño mal criado de Saint-Exupéry que finge ser un príncipe vive en una obra más fácil de entender para lectores a lo largo del mundo que toda la obra de Proust. La calidad tiene su papel en la selección. Hablamos de una competencia con Virgilio. Por el momento, voy cocinando mi lista tanto en francés como en español. Y, por el número de obras, me siento más cercano a Eliot que a Donoghue. El genio no es un producto de masa.
