Jean-François Fogel
Francia vive un acontecimiento inverosímil: el éxito de un libro que habla de literatura. Aún más sorprendente: aquel libro tiene meritos literarios. El Dictionnaire égoiste de la littérature française (diccionario egoísta de la literatura francesa) de Charles Dantzig (editorial Grasset) lleva diez semanas en la lista de los libros más vendidos del semanal L’Express. Ocupa el octavo lugar. Llegó a ser segundo, a pesar de su precio, 28,5 euros, su peso, 1,070 kilos, y sus 968 páginas que abarcan más de dos millones de signos.
Es para nada un diccionario, más bien un aerolito que cayó de la mente del señor Dantzig y propone cosas sabrosas en el más amplio desorden. Dantzig es editor de la casa Grasset, lo ha leído todo y su erudición encanta a sus lectores. Habla peste sobre autores reconocidos (Montaigne es un aburrido, Malraux un “novelista poco novelista”) y rescata figuras olvidadas como Max Jacob o Jules Laforgue. Dantzig demuestra muy poco pero tiene chispa, lucidez y es alegre. Al decir lo que es ser francés rechaza la idea de un pequeño ordenamiento del contenido y añade ejemplos: “Morand es francés y Rabelais es francés, Proust es francés y Racine es francés, Pascal es francés y Duras es una pesadilla”.
Se ríe tanto y el recorrido es tan amplio que la gran tragedia del libro pasa desapercibida: todos los autores que aparecen en el diccionario son muertos y casi no falta nadie en la historia de la literatura francesa. Dantzig lo dice sin decirlo nunca. Actúa con el frío de un matarife que no se demora en dar un pésame. Su diccionario es el diccionario de lo que fue. No queda nada de lo que provocó la visita de tantos escritores latinos a París en busca del gran arte cocinado por casas editoriales en unos distritos de la orilla izquierda del Sena.
Durante siglos, la literatura francesa, tal como la pinta esa obra extraña y apasionante, caminó solita. Apenas aparecen autores extranjeros al lado de las figuras del panteón francés y casi todos son anglo-sajones: Shakespeare, Sterne, Auden, Fitzgerald, Chandler, McCullers. Se necesita mucho tiempo para encontrar un portugués, Fernando Pessoa; un italiano, Alberto Sabino; y un español, Federico García Lorca. Don Quijote aparece y desaparece en dos líneas: “no es necesario leerlo, basta con la idea”.
¿Qué paso desde el fin de la Segunda Guerra Mundial que es más o menos el momento en que se termina la historia que cuenta Dantzig? Se terminó la historia pues cambió la geografía: nuevos autores, nuevos autores al otro lado del Atlántico y Francia convertida en una Atlántida.