Vemos dos fotografías en el último libro de Zoé Valdés, Bailar con la vida (Planeta). En la tapa, a todo color, está la fotografía grande de la joven Zoé Valdés sentada en el malecón en La Habana. La contratapa muestra un pequeño retrato en blanco y negro de Zoé Valdés, tal como se ve hoy en París donde vive. Conozco a ambas mujeres. O mejor dicho conocí a Zoé en la isla, en la época del hundimiento de una Revolución condenada a olvidarse de los países del este europeo que le suministraban sus recursos, y hoy mantengo una amistad con la Zoé parisiense que tiene la incomoda situación de cruzarse con personas que aman a Cuba sin tener el más mínimo deseo de ofrecer a los cubanos lo que tienen los franceses: derecho a opinar en público, libertad de viajar como quieren y vida privada apartada de una vigilancia estatal.
Ni hablar de Cuba en Europa. Hay dos tipos de viajeros europeos en la isla: los que suelen ver lo que muestra el régimen y/o el dinero de su bolsillo, y los que intentan de verdad entender la manera de vivir, de comer, de curarse de un “pincho” (un jefe en la yerga cubana) frente a la vida de cualquier cubano. La Zoé que vemos en la tapa pertenece a una época que no obligaba a escoger entre ambas opciones. El régimen recibía su cuota de ayudas internacionalistas y no buscaba el dinero de los turistas.
Después, claro, hubo un después y Zoé tuvo que resignarse al exilio como tantos cubanos que querían tener una vida suya en lugar de sobrevivir en los actos revolucionarios de la vitrina rota del castrismo. Por eso tenemos a la segunda fotografía de Zoé, la de una mujer. Mirada directa con huellas de heridas en los ojos, labios perfectamente pintados, aretes, y hasta una sofisticada mantilla que tapa a medio su rostro. Aquella fotografía nos hace pensar en una mujer de los años veinte retratada por el Studio Harcourt. La Zoé en color de la portada es otra persona. Niña-mujer, descalza y despeinada, su rabia contenida es perfecta para el cine italiano de los sesenta, son sus heroínas que son a la vez víctimas y manipuladoras.
La belleza, la belleza aplastante del malecón habanero es su vacío. Las olas rompen todo y solo hay el cielo abierto a ciento ochenta grados sobre un muro gris de siete kilómetros. Sentada sobre el muro, Zoé es la imagen perfecta de la rebelión en el vacío. O el casi-vacío. Si se mira con cuidado a la fotografía, se ve un pequeño libro amarillo al lado del pie izquierdo. No se puede leer el título pero lo puedo adivinar, pues tengo una copia de esta maravilla. Es Todo para una sombra, el primer libro de Zoé. Pura poesía, publicada por las ediciones Taifa, en Barcelona, en abril de 1986.
Ya son veinte años desde entonces. La niña perdida en el vacío del mar y del cielo no tenía más que este pasaporte amarillo para salir de la isla y entrar al mundo de las letras. El penúltimo poema del libro termina en dos versos que son una premonición:
“Hoy me siento de algodón y me canso
porque hoy me estoy haciendo la escritora”.
El último poema se titula Mujeres de los años veinte. Siempre me gustó y lo releo, hoy, como el pie de la segunda fotografía. La fotografía de Zoé, mujer, que publica otra novela con dominio total de su oficio hasta dedicarse a la meta-ficción. En su relato, como escritora tropieza con sus personajes y pasa de manera continua de las relaciones con el editor, que le pide una novela erótica, a la vida, que le habla de soledad, de violencia, de desaparición, destierro y cariño. ¿Qué tal la novela? No lo puedo decir. No soporto el amiguismo en las secciones de cultura y las reseñas que intercambian los escritores en los periódicos (“me gustó tu libro, vas a amar al mío”, etc.).
Zoé es una hermana encontrada en el vacío fenomenal de La Habana. Hoy, tiene su pagina Web http://www.zoevaldes.com.fr y su blog http://www.zoeatelier.skyblog.com aunque a su vida real le falta una definición: ¿cuál es la tierra de una cubana con nacionalidad española que vive en Francia y publica en la colección AE&I (Autores Españoles e Iberoamericanos)? Habría que preguntarse si la fotografía de la portada no daba la respuesta, tan violenta como el sol del Caribe: Zoé sigue siendo aquella niña sentada en el salitre del malecón que escribe poesía para encontrar una salida a su vida de aspirante a mujer de los años veinte.
