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Escrito por

Jean-François Fogel

Jean-François Fogel Periodista y ensayista francés, trabajó para la Agencia France-Presse, el diario Libération, el semanal Le Point y el mensual Le Magazine Littéraire. Ha vivido una parte de su vida en España donde empezó una segunda carrera como asesor para empresas de prensa. Fue asesor del director del diario Le Monde, desde 1994 a 2002, y sigue trabajando en la concepción y la remodelación continua del sitio Internet creado por el vespertino. Es maestro y presidente del Consejo Rector de la Fundación Gabo. Ha publicado varios libros sobre literatura francesa y sobre América Latina, entre los que destaca  un ensayo sobre el periodismo digital, Una prensa sin Gutenberg (Punto de Lectura, 2007).

En 2010 se dedicó a renovar los seis sitios de los diarios del grupo francés SudOuest, donde continua siendo asesor de la estrategia digital. En los últimos años, se encargó de la creación de una plataforma de información digital para el grupo France Televisions, una de las tres más importantes de Francia. Asesora a varios medios en Europa y América Latina tanto en la concepción de sitios, como en la organización de la producción digital. Es director del Executive Master of Media Management, del Instituto de Estudios Políticos de Paris (Sciences Po).

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LITTELL (EL HIJO)

Ya hice un post sobre el tema pero tengo que repetirme: lo que pasa en Francia es fuera de lo común: la publicación de Les bienveillantes, de Jonathan Littell, consigue un éxito fuera de cualquier norma. El libro cuenta con 912 páginas, pesa 1,15 kilos, cuesta 25 euros y se vende como pan caliente. 170.000 ejemplares impresos en un mes. Se puede pensar que ya se vendieron más de 150.000.

Respetando el viejo principio de “Al que sube, ¡abajo!” circulan todo tipo de rumores para descalificar al autor y/o a su obra. El crítico Pierre Assouline hizo una recopilación en su blog en el sitio de Le Monde. Se denuncia un éxito que se debe más al marketing que a la calidad del libro, más al papá del autor que a su propio autor y, estupidez suprema, que niega la realidad de las matanzas cometidas por los nazis.

El libro es todo el contrario: son las memorias muy precisas, sumamente documentadas, de un profesional de aquellas matanzas. Jonathan Littell es hijo de Robert Littell, autor de novelas de espionaje, cuyos libros se venden también como pan caliente, pero no se trata de la misma panadería. Para nada. El libro del hijo es un gran libro. No se puede en un post pronunciarse de manera definitiva. Por eso, me limito a decir tres cosas:

1. Hay un dominio fenomenal de una documentación histórica muy amplia. No se siente la información pero ahí está, como los cimientos de un gran edificio.

2. Es una gran novela histórica, pero no tiene la dosis de filosofía, la visión de la condición humana que podemos encontrar en Grossman, Tolstoi o Solzhenitsyn. Un gringo afrancesado no alcanza a los grandes novelistas rusos cuando se trata de la guerra y la muerte.

3. Noté un defecto: todos los alemanes hablan de la misma manera en el libro: Himmler, Hitler, el amigo del narrador o niños indoctrinados por el nazismo. Al contrario, los personajes franceses (incluyendo los escritores Brasillach o Rebatet, son muy creíbles).

Jonathan Littell estimula los rumores al rechazar aparecer en televisión. Su ausencia en las imágenes le da un toque de misterio. Lo escuché en una entrevista por radio. Su visión de la historia de Francia es la de una guerra civil escondida que va desde el “caso Dreyfus” hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial. Ve dos bandos en la guerra: la derecha y la izquierda. Creo que se equivoca y que la guerra, que abarca desde la creación de la tercera República (1871) hasta la guerra de Argelia (1962), es una lucha asimétrica entre los adversarios de la democracia y la mayoría del país, favorable a la democracia. El narrador de Littell no se plantea el problema de la democracia. Es un servidor confiable de un sistema de poder totalitario. Sueña con el nazismo pero vuelve a Francia y sigue viviendo en Francia. Muy cómodo.

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26 de septiembre de 2006
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PREGÓN PARA UNA “PETITA PÁTRIA”

El texto se encuentra en el blog de Arcadi Espada. Tengo que explicar para los internautas de América Latina: Arcadi Espada es un catalán que ama tanto a su Cataluña que la quiere universal. Ama tanto a Cataluña que no escribe Catalunya sin pensar en una traición. Un rumor vincula mucho a Espada con un partido antinacionalista catalán. En su blog ofrece el excelente pregón de las fiestas de la Mercè de Barcelona. Es un texto de la escritora Elvira Lindo que provocó un escándalo, pues Elvira Lindo habla en castellano.

Su texto es un homenaje a Barcelona, algo que mejora la mirada sobre la ciudad condal. Y como Arcadi Espada siempre trae sorpresa, vale la pena leer el texto tal como lo ofrece.

Por mi parte quiero recordar a los catalanes que buscan vivir en una tribu, en lugar de pertenecer a una vieja cultura europea, abierta y rica, que mi mejor recuerdo de la Mercè fue en el año 1980. El puerto, abajo del barrio gótico, era todavía una cosa triste y sucia, un muelle post zona industrial, post almacén de madera. Me acuerdo del momento, en una noche muy negra. Los organizadores de la fiesta tenían todo apagado cuando de pronto, única luz en la oscuridad, vimos un buque tendido de tela blanca en el puerto. Parecía un barco fantasma. Pero era un escenario, indudablemente un escenario de donde salía la voz melancólica de The Platters diciendo a la ciudad Only You. Se acercó el barco y los cantantes dedicaron Twilight Time a una muchedumbre hundida en el placer de encontrarse en Barcelona, en las fiestas de la Mercè, escuchando visitantes con tanto talento.

Puede ser que me equivoque, puede ser que fuera en 1981, pero sé que la música me pareció perfecta para pensar en el poeta Joan Salvat-Pappaseit, que tanto tiempo pasó en este mismo muelle y lo contaba muy bien: Jo he guardat fusta al moll. Vosaltres no sabeu què és guardar fusta al moll… En un pregón para Barcelona caben los Platters como Salvat-Pappaseit.
(Una pregunta para seguir con el mismo tema: ¿Qué hacemos después de descubrir que los ingleses son todos vascos? ¿Movemos el Guggenheim de Bilbao a Londres?).

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25 de septiembre de 2006
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FRANCIA

Es un libro publicado por la casa editorial Perrin. Título: Le soufre et le moisi (El azufre y el moho). Subtítulo: La derecha literaria después de 1945. Sub-subtítulo: Chardonne, Morand et les Hussards (húsares). Su autor, François Dufay, es un periodista francés, es decir, una persona que tiene como oficio explicar lo que pasa en Francia. Pero se dedica a contar lo que fue la historia de los escritores franceses de derecha como si fuese la explicación de lo que pasa o no pasa en Francia.

El tema es fascinante. Estamos a principios del siglo XXI y ¿todavía nadie entiende lo que pasó? ¿Por qué no hay más literatura en Francia? Es una pregunta que un francés puede escuchar en cualquier viaje. La respuesta, o por lo menos algunas de las respuestas, cabe en un libro que hable de moho.

Resumen para las jóvenes generaciones: después de la Segunda Guerra Mundial, el poder intelectual (debates políticos, manejo de casas editoriales, grandes posiciones tanto en la universidad como en la investigacion científica) pertenecía a la izquierda. La figura de Jean-Paul Sartre, el papel de su revista Les temps modernes, eran los puntos de referencia. La derecha tuvo que callarse por completo. Los resultados de la hegemonía han sido una producción literaria de poco relieve y lo que se llama el «post-estructuralismo» en las ciencias humanas.

Ahora vivimos el momento de balance. El libro de Dufay pertenece a esa corriente. Intenta entender lo que pasó en el otro bando: ¿Cómo se podía sobrevivir en la derecha frente a una izquierda todopoderosa?

Su tesis confirma, apoyándose en una revisión cuidadosa de las reseñas de libros en la prensa y de las correspondencias de escritores, la creación de una red de supervivientes. En el centro, cuatro personas (los húsares): Roger Nimier, Antoine Blondin, Michel Déon, Jacques Laurent. Son cuatro autores que tienen un éxito comercial y opiniones de derecha. Odian a Sartre, a De Gaulle y a las mentiras de un pueblo que finge tener un pasado de resistencia a los nazis. Toman la decisión de sacar a la luz dos figuras mayores que se esconden, pues han sido demasiado cercanos a los alemanes durante la ocupación de Francia. Jacques Chardonen y Paul Morand asumen el papel de «padres» de una «escuela del atrevimiento». En francés se habla de «désinvolture», atrevimiento traduce muy mal. Quiere decir: irresponsabilidad política y libertad total del escritor. Se puede decir de otra manera: hablar de «literatura comprometida es un oxímoron» y la historia de la literatura en Francia lo confirma.

Una última cosa: no hay que desesperar con respecto a los libros en Francia. Hoy, la casa Gallimard publica una nueva traducción de Moby Dick de Herman Melville. Es un acontecimiento mayor, no por pertenecer a la famosa colección Bibliothéque de la pleïade sino por un cambio zoológico. La mítica bestia blanca ya no es una ballena. Recupera en el nuevo texto su identidad de cachalote. Hace ochenta anos que los franceses leían sin protestar la historia de una ballena que tiene dientes. Lo que en el trópico se llama «mamadera de gallo».

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21 de septiembre de 2006
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EL SÉPTIMO

Es una enfermedad vinculada con mi oficio: visito en Internet los sitios de autores, casas editoriales, sociedad de amigos de escritores y otra capillas electrónicas dedicadas a la literatura. Soy capaz de adivinar cuándo se trata de un trabajo artesanal hecho por un amigo que dice que sabe algo de informática (y no voy a insultar a nadie con un ejemplo) y cuándo hay una inversión de verdad por parte del editor.

Basta visitar el sitio americano del escritor japonés Haruki Murakami, construido con el implacable orden de una caja de almuerzo en el imperio del sol naciente, para entender que los gatos que van caminando en la pantalla no se consiguen sin un hondo conocimiento de la tecnología Flash. El sitio de J.K. Rowling, la autora de la exitosa historia de Harry Potter, pertenece a la misma categoría: inversión fuerte y trabajo de profesionales. Es un sitio que no se visita, todo el contrario: invade la pantalla del visitante y despliega una serie de objetos que conforman el universo de la novela.

Merece un estudio, sí, sí, insisto, merece un estudio pues nos encontramos en el mundo que más ha hecho por la lectura en los últimos años. La señora Rowling desmiente todas las afirmaciones sobre la ruptura entre las nuevas generaciones y la lectura. Los jóvenes leen libros, lo que pasa es que no quieren libros aburridos.

El sitio de Rowling/Potter tiene dos pisos. El de abajo, por donde se entra, es un tremendo desorden. Peor que la habitación de un joven adolescente. Pero en su falta de organización explica el lío de la vida en equilibrio entre el presente y el pasado: por una parte, hay un disquete de computadora (u ordenador), de estos disquetes que ya desaparecieron, muertos a causa de los CD en el darwinismo de las especies informáticas. También hay un teclado; pero, por otra parte, hay un sacapuntas, una goma y varios cuadernos.

Si miramos a lo que lleva vida, hay una mariposa, otro insecto (un bicho redondo imposible de identificar) y la pantalla de un teléfono celular. No hay que olvidar los sonidos del sitio: canto de las aves, ladrido de un perro, ruido de un carro. El ruido continuo del viento añade el toque de misterio o de terror que contribuye a recrear la atmósfera de la obra. Hay que esperar varios minutos (no lo digo de broma, no he mirado mi reloj) quizás seis o siete para que pase algo: se mueve un objeto y se escuchan otros sonidos que no voy a describir: hay que recompensar la paciencia.

Claro que los objetos sirven de enlaces para desplazarse en el sitio y sobre todo subir a las habitaciones del segundo piso. Entre varias opciones hay un diario The Daily News que cuenta, para niños y adolescentes, la vida de la autora y sobre todo de su obra. Un título único: Las últimas noticias sobre el libro 7 (el sitio viene en varios idiomas incluyendo el castellano). De manera sorprendente, la última noticia confirma el despliegue inicial. Escribe la Sra. Rowling al contar su viaje a Nueva York en el mes de agosto: “la vuelta de Nueva York resultó especialmente interesante por las nuevas medidas de seguridad establecidas por las líneas aéreas… me negué en redondo a separarme del manuscrito del libro siete (gran parte del cual está escrito a mano y no tenía copia).

No sé por qué me provoca una gran alegría descubrir que el libro que más impacto comercial tiene en nuestra época no pertenece todavía por completo al mundo digital y está tan amenazado como una hoja cerca de una llama o de la papelera que puede utilizar un ser distraído. El sitio de Rowling es un gran trabajo de profesional pero el manuscrito de su séptimo libro, que tantos lectores esperan, es una cosa que pertenece todavía al oficio de escribir. El dinero no puede con todo. Hay cosas que se hacen a mano.

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19 de septiembre de 2006
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LAS CRUZADAS

No me corresponde inventar una hermenéutica de las palabras de un Papa que da gato musulmán por liebre islamista. Escoger un texto sumamente ambiguo del siglo catorce para plantear el problema de la convivencia entre las religiones monoteístas en el siglo veintiuno procede de una visión extraña de la pedagogía. Ya periódicos y revistas se llenaron de distintas interpretaciones, siempre vinculadas con un consenso generalizado: tenemos al primer Papa de la era moderna que, por falta de matices en su expresión, se dedica de manera activa a luchar contra la paz. Hacer peor, es decir hablar de manera más peligrosa, no se puede.

A pesar de todo, hay que reconocer la coherencia del Papa. Habló de buena fe (sin broma). Dijo la semana pasada en una universidad alemana lo que siempre ha dicho en todas partes. Como lo destacó Frédéric Lenoir, sociólogo y sobre todo director del mensual Le Monde des religions: “Ese Papa tiene la obsesión de recordar a Europa sus raíces cristianas”. De esto se trata. Sin interpretar las palabras del Papa se debe denunciar el error de los comentaristas que buscan en ellas una visión de las relaciones entre cristianos y musulmanes que tiene el jefe de la iglesia católica. Hablar (mal o bien) del otro bando es hablar de su propio bando. Prueba de esto dos artículos que leí sobre las cruzadas. Ambos ayudan a entender el ámbito real del discurso pronunciado en el aula magna de la universidad de Ratisbona.

El primer artículo lo firmó Felipe Fernández Armesto en el Times de Londres. Es la reseña de un libro sobre la historia de las cruzadas cristianas. Pero no habla tanto del libro como de la visión errónea que tenemos de las cruzadas. ¿Qué dice Fernández Armesto? Tres cosas:

1. Las cruzadas no provocaron un choque entre civilizaciones; “en el mundo mediterráneo, las comunidades cristianas y musulmanas siguieron en su convivencia”.

2. “El gran conflicto de esta época no fue entre los cristianos y los musulmanes, más bien entre los sunnitas y los chiítas” – con victoria de los primeros sobre los segundos.

3. “El gran efecto de las cruzadas en el reino cristiano fue una aceleración de la piedad religiosa”.

Siempre, una cruzada produce más efectos adentro que afuera. Es lo que explica el autor del segundo artículo, Tony Judt, al denunciar en la London Review of Books la debilidad de los intelectuales liberales que apoyan sin reserva la supuesta cruzada del presidente americano George W. Bush en contra del “islamismo-fascismo” como se dice en la Casa Blanca. Bush no es el Papa pero tiene un discurso muy parecido en el fondo: dice que la violencia, la falta de razón se encuentra en el otro bando. Y el discurso tiene una eficiencia potente al leer la lista, establecida por Judt, de los intelectuales, tanto en Europa como en EE. UU. que no se atrevían a criticar al promotor de la cruzada (Thomas Friedman, Adam Michnik, Vaclav Havel, André Glucksmann, etc.).

Una cruzada es la confirmación de una identidad común, incluyendo la paranoia, las mentiras y el voluntarismo que se esconde en el alma íntima de cualquier pueblo. Al leer al Papa, pensé enseguida en estos artículos. Felipe Fernández Armesto consiguió escribir una historia total del mundo; Tony Judt publicó una historia de Europa después de la Segunda Guerra Mundial. Son dos hombres que tienen un talento excepcional para la síntesis. Y ambos, escribiendo antes de las palabras del Papa, nos dan la clave de su interpretación: el jefe de la Iglesia Católica hablaba a los cristianos. Cuando de guerra se trata, solo se puede hablar a sus propias tropas. Aun más cuando es la guerra de Dios.

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18 de septiembre de 2006
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UN DATO

Es solo un artículo del diario El Nuevo Herald de Miami. No cuenta una historia, se limita a entregar un hecho: en lo que va del primer semestre del año 2006, las compras de Venezuela a EE. UU. ascendieron a más del 140%. El régimen de Hugo Chávez ya es el sexto socio comercial del Estado que se denuncia diariamente desde el Palacio de Miraflores. La república bolivariana se ubica por delante de países como Francia, Brasil o Rusia.

Basta ir de vez en cuando a Venezuela y mirar a la calle para saber de qué se trata. Las importaciones de coches de lujo sobrepasaron el 30% este año; parece que cada día se abre un nuevo supermercado; y los restaurantes descubren que se puede pedir precios de sinvergüenza a los nuevos ricos bolivarianos.

Caracas es una ciudad donde faltan medicamentos y que tiene o no azúcar según el flujo incierto de las importaciones, pues los campesinos no entregan la caña al considerar demasiado bajo el precio definido por el gobierno que construye el socialismo del siglo XXI. Pero Caracas es también la ciudad que provoca tanto entusiasmo en las páginas de la sección de finanzas del Financial Times: un lugar que se hunde en el efectivo que llega gracias a la subida del precio del petróleo.

Luis Ignacio Lula da Silva, presidente de Brasil, y que algo sabe del presidente de un país vecino, dijo a propósito de Chávez: “Sé que los discursos a veces molestan a la gente. Pero un discurso no es más que un discurso”. Y por el momento, Chávez denuncia a EE. UU. y compra allá más que nunca. Por supuesto, entendemos cómo, poco a poco, Chávez se vincula con Irán, para hacer empresas mixtas, o con China, para vender petróleo. En su intento de cambiar la geografía de la economía mundial, se le ve el plumero. Sus palabras buscan dividir en lugar de agrupar, y oponer en lugar de armonizar. Pero, por el momento, Hugo, el “boss” de su revolución, sigue siendo un líder venezolano típico, no “siembra petróleo” en la época de precios altos y no hace nada para detener una corrupción desenfrenada.

Claro que en los próximos días, vamos a oír palabras fuertes en la cumbre de los países no alineados de La Habana, pero habrá que recordar siempre quién habla. Cuando el presidente boliviano Evo Morales pida un estatuto histórico para el cultivo de la coca, proclame el derecho de Bolivia a disfrutar los beneficios de la venta de sus materias primas y, finalmente, pida una salida al mar, escucharemos a un hombre sincero que intenta hacer lo que dice. Cuando Hugo Chávez denuncie a la superpotencia del Norte, escucharemos a un cliente que habla mal de su suministrador de bienes de consumo.

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15 de septiembre de 2006
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LA LARGA COLA

La Revista de Libros del diario El Mercurio de Santiago de Chile publica las notas de una conferencia de Carlos Monsiváis sobre "La vida del libro en México". El autor mexicano hablaba en la Universidad de Brown (ubicada en el estado de Rhode Island). Hace ya tiempo, no lo dice el artículo, que tuvo lugar la conferencia; fue en el mes de abril, pero más vale tarde que nunca y El Mercurio no se equivoca en sacar unos apuntes de un asistente a la conferencia, pues ya circulan en blogs literarios como este.

Hay algo que me provoca en lo que dijo Monsiváis al responder a una auto-pregunta: ¿Cómo afecta la globalización a los procesos de lectura?

Su repuesta, según El Mercurio, incluyó lo siguiente: «Se perfeccionan, o si se quiere se vuelven casi inapelables, procesos que ya se advertían desde hace décadas. El primero: el avasallamiento de las industrias culturales de Norteamérica, que en materia de lectura imponen -proponer sería un verbo de enorme modestia- dos grandes zonas del consumo: los best sellers (a tal punto identificados con los viajes, que si uno está en su casa, de cualquier modo se abrocha el cinturón de seguridad) y la literatura de autoayuda o de expresión personal».

Con todo respeto para el (merecido) premio Juan Rulfo 2006, Monsiváis se equivoca. La globalización y su herramienta electrónica, Internet, provoca todo lo contrario al auge de los best sellers en la maquinaria literaria de EE. UU. Detrás de la venta de unos libros de tremendo éxito, que tapan el paisaje literario, se produce una fragmentación amplia del consumo cultural. Globalización quiere decir: ahora, cada uno lo hace a su gusto.

Monsiváis, supongo, no lee libros de economía, cosa que hago a veces, como lo demuestra The Long tail (La cola larga) de Chris Anderson, que está en mi mesa. Anderson es el editor en jefe de la revista Wired  y aquella cola larga es un libro dedicado a «la nueva economía de la cultura y del comercio». ¿Qué dice Anderson? Que la venta en línea permite salir de la doble tiranía del lugar donde está el consumidor y de la fama de los libros más vendidos. Una gran parte del negocio de Amazon (cinco mil millones de dólares por año) viene de muy pequeñas casas editoriales que nadie conoce. «No hay que despreciar la potencia de un millón de aficionados que tienen la llave para entrar en la fábrica» escribe Anderson.

Su libro (en inglés, casa editorial Hyperion) utiliza muchos casos de venta de música, pero también de prensa y de libros. No voy a aburrir a nadie con solo dos datos que explican el fenómeno de la larga cola (que no es otra cosa que la interminable lista de los productos vendidos).

1. Cuando Nielsen BookScan hace un estudio de los circuitos comerciales sobre una muestra de 1,2 millones de libros vendidos en línea en 2004, descubre que 950.000 libros corresponden a obras que no superaron vender más de 99 ejemplares.

2. Si eliminamos los cien mil libros que más venden en Amazon, todavía queda el 25% del negocio. Es decir: la cuarta parte de los libros vendidos por Amazon no pertenecen a la lista de los cien mil libros más vendidos.

La cola existe detrás de los libros más vendidos y es muy, pero muy larga.

Por otra parte, quiero decir que me gusta enormemente la retórica de Monsiváis sobre la necesidad de abrocharse el cinturón en el viaje para eludir tanto las turbulencias como los best sellers.

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14 de septiembre de 2006
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11 DE SEPTIEMBRE: EL SÍMBOLO Y LOS HECHOS

Como cada año, Chile conmemoró el 11 de septiembre de 1973. En este día un golpe militar derrocó al presidente Salvador Allende y puso en el poder a una Junta Militar cuya figura más visible y al final única fue el general Pinochet. Los asesinatos, las desapariciones, el enriquecimiento acelerado de ciertas personas y la supervivencia de un país durante dieciocho años de gobierno militar empezaron con el muy conocido episodio del bombardeo del Palacio de La Moneda, en Santiago de Chile, por aviones de las FF. AA. de Chile. La imagen del golpe es el humo que sale del palacio presidencial. Pero la conmemoración ya clásica del 11 de septiembre no se hace siempre ese día,  ni tampoco en La Moneda, sino el día que mejor conviene, con una marcha hasta el memorial que recuerda a las víctimas del régimen militar en el cementerio central de la capital.

Este domingo, durante la marcha, unas decenas, quizás medio centenar de manifestantes con el rostro tapado, intentaron provocar disturbios en el centro de Santiago. Tiraron pintura roja sobre los muros blancos de La Moneda donde una pequeña bomba «molotov» consiguió el principio de un incendio en una ventana. Hubo unas llamas, un poquito de humo y una declaración de la presidenta Michelle Bachelet, consternada de ver las imágenes (no estaba en el lugar) de "La Moneda en llamas, como hace 33 años". La mandataria dijo que nadie tiene derecho a atentar contra La Moneda porque «los símbolos patrios como la bandera, como La Moneda, son símbolos de democracia que pertenecen a todos los ciudadanos».

Claro que la bombita de La Moneda no se compara con los hechos terribles del golpe, documentados de manera definitiva por una Comisión Nacional de verdad y reconciliación pero en este caso la presidenta chilena se preocupó de la mala memoria traída por la presencia de un símbolo del pasado: humo en un ventanal del palacio presidencial. El símbolo, para ella, no se puede apartar de los hechos.

Por su parte, el presidente venezolano y bolivariano Hugo Chávez Frías se dedicó también a la misma problemática pero dentro de un proceso que funciona al revés: buscando desnaturalizar los hechos para eliminar el símbolo. Hablando de otro 11 de septiembre, el del 2001 con el atentado contra las torres del World Trade Center en Nueva York, el mandatario declaró el martes que "La hipótesis que cobra fuerza... es que fue el mismo poder imperial norteamericano el que planificó y condujo este atentado». Al recopilar todas las teorías conspirativas sobre el atentado, Hugo Chávez fingió ignorar que la población civil de EE. UU. fue víctima y no promotora de un ataque terrorista que provocó 2.948 víctimas.

Sumando las desapariciones, hubo en realidad 2.996 víctimas del terrorismo ese día. Lo que permite a EE. UU. disponer, en la parte sur de Manhattan, de un lugar simbólico para justificar la “guerra al terrorismo” de su presidente. Al cambiar la naturaleza y el sentido de estos hechos (para los que lean el inglés, existe una demoledora refutación de las teorías conspirativas), Hugo Chávez busca, al contrario de Michelle Bachelet, eliminar la existencia de un símbolo. Son ejercicios de memoria política que recuerden la visión de Paul Valery: “la mentira y la credulidad se acoplan para engendrar la opinión”; la bombita no era bomba y el atentado era de verdad.

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13 de septiembre de 2006
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ESPAÑA-IRAK

La guerra de Irak se parece a lo que fue la guerra civil en España. Varias veces leí esta analogía extraña en la prensa norteamericana sin darme cuenta. Pero, por fin, ayer, me llegó el e-mail de un amigo invitándome a descubrir un artículo  titulado 1936 and All That (1936 y todo esto), con un subtítulo explícito: Why the Spanish Civil War is like Irak, and viceversa (Por qué la guerra civil española se parece a Irak, y viceversa). El artículo fue publicado por The Weekly Standard que es de hecho la revista oficial del pensamiento neo-conservador en Washington.

Joseph Lieberman, el senador demócrata que se subió al coche de la candidatura de John Kerry con la ilusión de ser vicepresidente de EE. UU., es la primera persona citada en el texto. Su presencia me parece lógica: fue un sostén firme del presidente Bush al principio de la guerra, y ahora paga duro por eso. Con una mezcla de frustración y de mala fe, él dice ahora lo que ciertos republicanos gritan en el congreso: no ayudar a EE. UU. en su guerra al terrorismo en Irak es olvidar lo que ocurrió a los países que se negaron a ayudar al gobierno legal en España en 1936; en lugar de combatir a Franco tuvieron que luchar en contra de Hitler.

Esta visión se apoya en cuatro argumentos principales:

1. En ambos casos, la no participación se explica por el temor de las grandes potencias de involucrarse en una guerra amplia (una equivocación resumida en la famosa frase de Churchill después del acuerdo de Munich: “aceptaron el deshonor para conseguir la paz. Tendrán el deshonor y la guerra”.

2. Con su aristocracia, una Iglesia tan inalcanzable como su ejército y la potencia de nacionalidades centrifugadas -el País vasco o Cataluña- España era en 1936 algo como Irak hoy: un país dividido, sin identidad nacional, listo para ser el escenario de un enfrentamiento internacional.

3. Irak hoy en la guerra, tal como España en su época, es una mezcla de masacres y milicias, secuestros, asesinatos y venganzas. Hay una competencia interna (política, religiosa, ideológica) más allá de la guerra.

4. Tal como la izquierda republicana barcelonesa tenía un amigo totalitario en el estalinismo, hoy, en Irak, el movimiento chiíta tiene el apoyo de Irán, un régimen totalitario.

Claro que la comparación provoca un cierto malestar. Un novelista como Javier Cercas demostró de manera contundente que no existe un vencedor en una guerra civil. José Luis Rodríguez Zapatero dice lo mismo cada vez que toca el tema del pasado de España, pero los neo-conservadores no miran para atrás sino hacia el futuro y lo hacen de la misma manera que Hemingway preguntaba “¿Por quién doblan las campanas?”.

No me imaginaba la tragedia española reciclada para justificar una guerra en las orillas del Tigris o del Eufrates.

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12 de septiembre de 2006
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COMPRÉ UNA BALLENA BLANCA

Lo que ocurre en las librerías francesas se escribe con un adjetivo transformado en sustantivo: «Les bienveillantes» (Los benevolentes). Les bienveillantes es el título de una novela escrita en francés por un americano, Jonathan Littell. Todo es fuera de lo común en este libro: su tamaño, 912 páginas; su autor, un hijo de Robert Littel, cuyas novelas de espionaje se venden en el mundo entero; y finalmente su tema: las memorias de un empresario de telas y encajes de hilo que vive en el norte de Francia y explica cómo sesenta años antes fue oficial del ejército alemán, encargado de tareas de «eliminación».

Estoy como los otros lectores que invirtieron 25 euros en este enorme monolito de la famosa «Colección blanca» de Gallimard. Tarde o temprano lo voy a leer, pero no he empezado todavía. No es fácil invertir tanto tiempo para entender a un verdugo. El narrador se llama Max Aue. Fue miembro del Einsatzgruppen, un grupo de soldados de la Waffen-SS encargado de limpiar la tierra de judíos, comunistas y otros gitanos cuya existencia molestaba a los nazis. Su historia es la historia de la Segunda Guerra Mundial desde el punto de vista de los últimos derrotados: perdieron en el enfrentamiento militar y no consiguieron eliminar varias etnias.

La casa editorial Gallimard  sabe que entre sus productos de otoño tiene un candidato posible para el premio Goncourt. El libro de Littell ya se ha colocado en la primera posición de la lista de los libros de ficción más vendidos en Francia y fue el más comentado en la primera reunión del jurado del premio. Hay un sentimiento eterno en este entusiasmo que corresponde a la reacción de los críticos en la prensa: otra vez, volvemos a hablar de lo que pasó en la Segunda Guerra Mundial, de lo que hicieron los franceses. Ya sé lo que alimenta la carga de escándalo que viene con el libro: ignora el remordimiento. Son las memorias de un hombre que tenía la muerte como oficio. Y la muerte es un oficio como cualquier otro.

Jonathan Littell vive en Barcelona. Creció en Francia y en EE. UU. Entonces es una persona que está tanto dentro como fuera de Francia, ubicación insuperable en el momento de recordar el pasado malo de un país que le negó la nacionalidad francesa. Como autor, no duda en ofrecer (en el sitio web de su editor) una doble referencia de maestros: los que se dedicaron al lenguaje, todos franceses, (Blanchot, Bataille,  Beckett) y los que entregaron epopeyas (Tolstoi, Grossman, Melville).  Me gusta la  presencia de Melville. La novela de la «Colección blanca» es como una ballena blanca entre los libros que acabo de comprar.

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11 de septiembre de 2006
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El Boomeran(g)
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