Jean-François Fogel
Es solo un artículo del diario El Nuevo Herald de Miami. No cuenta una historia, se limita a entregar un hecho: en lo que va del primer semestre del año 2006, las compras de Venezuela a EE. UU. ascendieron a más del 140%. El régimen de Hugo Chávez ya es el sexto socio comercial del Estado que se denuncia diariamente desde el Palacio de Miraflores. La república bolivariana se ubica por delante de países como Francia, Brasil o Rusia.
Basta ir de vez en cuando a Venezuela y mirar a la calle para saber de qué se trata. Las importaciones de coches de lujo sobrepasaron el 30% este año; parece que cada día se abre un nuevo supermercado; y los restaurantes descubren que se puede pedir precios de sinvergüenza a los nuevos ricos bolivarianos.
Caracas es una ciudad donde faltan medicamentos y que tiene o no azúcar según el flujo incierto de las importaciones, pues los campesinos no entregan la caña al considerar demasiado bajo el precio definido por el gobierno que construye el socialismo del siglo XXI. Pero Caracas es también la ciudad que provoca tanto entusiasmo en las páginas de la sección de finanzas del Financial Times: un lugar que se hunde en el efectivo que llega gracias a la subida del precio del petróleo.
Luis Ignacio Lula da Silva, presidente de Brasil, y que algo sabe del presidente de un país vecino, dijo a propósito de Chávez: “Sé que los discursos a veces molestan a la gente. Pero un discurso no es más que un discurso”. Y por el momento, Chávez denuncia a EE. UU. y compra allá más que nunca. Por supuesto, entendemos cómo, poco a poco, Chávez se vincula con Irán, para hacer empresas mixtas, o con China, para vender petróleo. En su intento de cambiar la geografía de la economía mundial, se le ve el plumero. Sus palabras buscan dividir en lugar de agrupar, y oponer en lugar de armonizar. Pero, por el momento, Hugo, el “boss” de su revolución, sigue siendo un líder venezolano típico, no “siembra petróleo” en la época de precios altos y no hace nada para detener una corrupción desenfrenada.
Claro que en los próximos días, vamos a oír palabras fuertes en la cumbre de los países no alineados de La Habana, pero habrá que recordar siempre quién habla. Cuando el presidente boliviano Evo Morales pida un estatuto histórico para el cultivo de la coca, proclame el derecho de Bolivia a disfrutar los beneficios de la venta de sus materias primas y, finalmente, pida una salida al mar, escucharemos a un hombre sincero que intenta hacer lo que dice. Cuando Hugo Chávez denuncie a la superpotencia del Norte, escucharemos a un cliente que habla mal de su suministrador de bienes de consumo.