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Escrito por

Javier Rioyo

Javier Rioyo (Madrid, 1952) es licenciado en Ciencias de la Información. Periodista, escritor, director y guionista de cine, radio, televisión y dramáticos. Dirigió y presentó el programa semanal de libros Estravagario en TVE 2, con el que obtuvo el Premio Fomento a la Lectura 2005, concedido por la Federación del Gremio de Editores de España. También ha sido responsable de cultura y libros en el programa diario Hoy por hoy de la cadena SER. Es colaborador habitual de El País (escribe para el suplemento semanal Domingo) y de la revista Cinemanía. En televisión, Rioyo ha presentado el programa "El Faro" del canal Documanía y ha obtenido dos premios Ondas en Radio y uno en Televisión. Ha sido guionista de numerosos festivales de música para Canal+, así como de los premios Goya, y de diversos programas de radio y televisión. También coordinó los guiones para la serie Severo Ochoa. Ha dirigido y participado en cursos de Comunicación y Cultura en diversas universidades españolas. Formó parte del Comité Asesor de Alfaguara y ha sido jurado de festivales de cine y premios literarios en varias ocasiones. Es autor del libro Madrid: casas de lenocinio, holganza y malvivir (Espasa Calpe, Premio 1992 Libros sobre Madrid); y de La vida golfa (Aguilar, 2003). En 2005, con su productora Storm Comunicación, realizó la producción ejecutiva y el guión de Miracolo Spagnolo, un documental para la RAI sobre la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero al gobierno y su primer año de legislatura. También dirigió y produjo Alivio de luto, un vídeo documental en el que entrevista a Joaquín Sabina; así como Un Quijote cinematográfico. En 1994 fundó la productora Cero en conducta, con José Luis López-Linares, con la que tuvo a su cargo el guión y la dirección de Alberti para caminantes (2003); y la producción ejecutiva y el guión del largometraje Un instante en la vida ajena (2003), que obtuvo el Premio Goya al mejor documental; así como de Tánger, esa vieja dama (2002). También ha codirigido con José Luis López-Linares el cortometraje Los Orvich: Un oficio del Siglo XX (1997), y los largometrajes Extranjeros de sí mismos (2001), nominado al mejor documental en la XVI edición de los Premios Goya; A propósito de Buñuel (2000); Lorca, así que pasen cien años (1998), nominado a los premios Emmy 1998; y Asaltar los cielos (1996), nominado a los premios Goya al Mejor Montaje, y ganador del Premio Especial Cine, de los Premios Ondas 1997.

En 2011 fue nombrado director del centro del Instituto Cervantes de Nueva York en sustitución de Eduardo Lago.​ Ocupó el cargo hasta septiembre de 2013, cuando fue sustituido por Ignacio Olmos.​ En 2014 fue nombrado responsable del centro del Instituto Cervantes en Lisboa.​ En febrero de 2019 deja el cargo y pasa a dirigir el centro de Tánger de la misma institución.

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Fin de época

Estoy con el último ejemplar de la versión española de Cahiers du cinema. Es el cuarto número e ignoro cómo irán las ventas y cuáles serán las posibilidades de subsistir en el extraño mercado de revistas de cine. Cahiers fue una revista fundamental para el cine europeo, para el cine, en unas cuantas décadas. Aunque su importancia a partir de los 70  fuera menor, su espíritu, el cine que defendía, el tipo crítica y de críticos, su lucha contra el cine comercial, contra los productos de la banalización universal, eran todo un gesto que marcó el cine francés. Y que consiguió forjar una inmensa minoría de cinéfilos seguidores de una manera de entender el cine. Con cineastas muy diferentes pero con persoanlidad. Eso que se llamaba, y se seguirá llamando, cine de autor.

¿Dónde el cine europeo de autor? No sé si en el mismo sitio que las nieves de antaño, pero muy cálido no parece estar. El número de la revista está dedicado a los últimos y penúltimos representantes de la modernidad en el cine. Dos significados autores europeos, dos de los más importantes que tuvieron la ocurrencia de morir en el mismo día, Ingmar Bergman y Michelangelo Antonioni. Tan difrerentes y tan complementarios. Dos de los creadores que marcan una estética, y más cosas, en nuestro recuerdo cinéfilo. A su lado, un contemporáneo, un superviviente que sigue persiguiendo la libertad desde su lucidez de cineasta, uno de los autores del cine que más cerca está de la literartura, también de la pintura, Eric Rohmer, que con 87 años acaba de filmar una deliciosa película de amores pastoriles en el siglo XVI francés. Sin actores conocidos, partiendo de una novela olvidada, coproducida con España y con costes bajísimos, Rohmer vuelve a dar una lección de libertad y modernidad. Último, o penúltimo porque por ahí sigue resoplando Chabrol, de los cineastas surgidos del mundo de las letras, de los míticos Cahiers du cinema.

Y el número de la revista española afrancesada de cine también dedica páginas a dos de los cineastas más peculiares de las décadas finales del pasado siglo, herederos de los "modernos" directores europeos que antes hemos recordado, un reportaje sobre la correspondencia y los itinerarios de Erice y Kiarostami. Dos cinestas imprescindibles que comenzaron en los 70 pero que llevan -más Erice- demasiado tiempo en silencio. Y para sumar autores, independencia, riesgo y voluntad de búsqueda también dedican bastante espacio al controvertido José Luis Guerín. Maduro, aunque todavía joven cineasta, que no quiere perder la senda de autores como Erice o de Rivette entre otras referencias.

En fin un número que nos devuelve al cine de autor, a esa manera de contar una historia que ya parece pertener a otra época. Una revista para saber que estamos asistiendo al fin de una época. No sé si habrá que decir con Ferlosio, "vendrán más años malos y nos harán más ciegos". O simplemente, estuvo bien mientras duró.

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14 de septiembre de 2007
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Las mujeres y los días

Así se llama la reunida poesía completa de Gabriel Ferrater. Esta mañana la recordé. Algunas veces recuerdo sus poemas. Le recuerdo a él, al que nunca conocí. Siempre me impresionó que alguien como Ferrater cumpliera su palabra. No quiso cumplir los 50 años. No los cumplió. El 27 de abril se suicidó en su apartamento de Sant Cugat. De repente las mujeres, los días, el alcohol, los amigos, el medioevo, algunas verdades, algunos poemas, todo dejó de existir para él. No soportó la repetición. No quería que se le repitieran los jueves. Por eso hoy me volvió su recuerdo. Estaba haciendo los mismos pasos que el día anterior, y a la misma hora. Me ví repitiendo ese camino. Mirando las mismas cosas, cumpliendo el mismo rito, rozando las mismas calles.Pero al menos no pasaban las mismas muchachas. Incluso cuando se repiten algunas muchachas, algunas mujeres que cada día repiten sus ritos, sus horarios y que conmigo se cruzan, me gusta esa repetición. Me da tranquilidad repetir algunas cosas, algunas calles, algunas lecturas, algunas mujeres, algunas bebidas. Además he pasado los 50. Creo que ya estoy salvado de ese "mal de Ferrater". Me gusta, me serena la repetición.

Vuelvo a algunos poemas de Ferrater, él decía que su único tema era "el paso difícil del tiempo y las mujeres que han pasado por mí". De sus poemas mirando a la mujer vuelvo a uno leve, breve y significativo, Chicas: "Podría hacerlo con una chica/ menuda, como de marfil"/ Y brusco metes en el redil a todas las chicas/ menudas, como de marfil,/ junto con  la carne que te molesta, / como la de los hombres enemigos./ ¿Crees que en el mundo hay demasiadas chicas?/ Quién te lo iba a decir."

También habla de egoísmo, de felicidad, de amigos y de medievales. Fue curioso y bebedor. Ciudadano que terminó cansándose de la ciudad, de sus esquinas y de sus gentes. Hay un poema que se llama, Ciudad: "Llena de calles por donde he doblado/ para no pasar por los lugares que me conocen./ Llena de voces que me han llamado por mi nombre./ Llena de habitaciones donde he cobrado recuerdos./ Llena de ventanas donde he visto crecer/ montones de soles y lluvias que se me han hecho años./ Llena de mujeres que he perseguido con la mirada. /Llena de niños que sólo sabrán/ cosas que yo sé y que no quiero decirles."

Su poesía, si alguien quiere acercarse a uno de los poetas fundamentales de la segunda mitad del pasado siglo, está en la editorial Lumen. Y esta poesía completa tiene una excelente traducción de Mª Angels Cabré. También recordé a Ferrater, no sé bien por qué, al leer a una amiga llamada Alice. Una que aquí escribió que "la vida es tangencial como los campanarios de las iglesias". No estoy seguro de que en el mundo haya demasiadas chicas.

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11 de septiembre de 2007
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LA FIESTA

Me estoy haciendo mayor. Es decir, soy mayor. No vale mirar para otra parte, nada se soluciona. Ayer sufrí la evidencia de las molestias que las fiestas de un pueblo pueden causar a un mayor. No era fácil ser ajeno a  los ruidos tan burdos, a la grasa en venta desde los chiringuitos, a sus tómbolas populares y a esos juegos pensados para intentar que los niños se abran la cabeza. Todo eso mostrado en un pueblo castellano, más pobre que rico, entre el abandono y la despoblación pero, eso sí, engalanado con lucidas y deslucidas banderas españolas -y otras banderas de entidades menores o mayores– amenizado con orquestas, socializando -pero no demasiado- con bailes populares, comidas grupales, romería, procesión, ofrenda a la patrona, fuegos artificiales… y los toros. Nunca pensé que los toros pudieran aburrirme tanto. Y algo peor que aburrirme, entristecerme y molestarme.

Es posible que este síndrome de rechazo a la fiesta nacional sea pasajero, que vuelva a mi afición por la tauromaquia, mi pasión por la emoción sentida algunas tardes, con algunos toreros. Pero no creo que los toros, al menos los que se pueden ver en la mayoría de los pueblos en fiesta, me ayuden en estos momentos de crisis con mis propios gustos.

Vengo de asistir a una corrida de toros en un pueblo segoviano. Una tarde de fiesta que prometía diversión aún en su rudimentaria manera de entender la fiesta de los toros. Y nada. Lo mejor era la curiosa vieja plaza, su popular construcción con piedra negra. El resto era un pequeño drama que pudo ser una tragedia. El drama de unos toros inadecuados, unos toreros ineficaces y una cuadrilla temerosa. Había poco dinero y eso se nota. Me horrorizó una carnicería, una matanza caótica, una tarde llena de desastres, en directo con unos toros grandes mansos y peligrosos frente a unos toreros jóvenes, inexpertos e inconscientes. Lo peor era el voluntarismo, las ganas de triunfar de esos jóvenes desconocidos que deben cobrar muy poco dinero. De esa cuadrilla que todavía se enfrenta a un torpe animal de más de 500 kilos, porque tendrán que hacer frente a la hipoteca o los colegíos de los niños.

Se me calló la fiesta de los toros en una feria de un pueblo de Castilla. Intentaré recuperarla en el otoño madrileño. En la “seriedad” de la plaza de las Ventas. O con toreros que sean o quieran parecerse a José Tomás. Con toros que sean, o se parezcan, a esos que algunas tardes pudimos ver. Es decir, prefiero la irrealidad de la fiesta de unos pocos. De pocos momentos, pocas tardes, pocos toreros y pocos toros que la realidad de la fiesta tal y cómo suele ser en los pueblos españoles. Me borro de esas fiestas populares.

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10 de septiembre de 2007
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Los suicidas y Stevenson

Hay una película española reciente que se llama El club de los suicidas. Gustándome algunos de los actores y esperando mejores cosas del novel director, tengo que confesar que lo mejor de la película es el título.

Un buen y llamativo título que nos llevaba a pensar en uno de esos escritores que nos acompañó desde la infancia y que lo hará hasta la vejez. Naturalmente estoy hablando de Robert Louis Stevenson. La fascinación por su obra, por su vida, no decrece en mi cariño. Es posible que ya no lo vuelva a leer con aquella pasión entregada del joven que soñaba aventuras pero siempre vuelvo con placer a sus textos.

Y la regular, tirando a nadería de la comedia española, me llevó al deseo de volver a algunos de sus textos. Volví al relato, los relatos, que componen El club de los suicidas y, siendo una lectura placentera de una larga tarde, no me dejó tan satisfecho como recordaba. Así abrí otros libros de Stevenson sin saber bien que buscaba. Me quedé, después de otros buceos, con Virginibus puerisque. Y esa colección de ensayos, de pensamientos, ese acercamiento a pequeños y grandes temas es una auténtica delicia. Solo por ese reencuentro ya estoy agradecido a la película que me devolvió el deseo de volver a Stevenson.

Habla Stevenson del amor, el matrimonio, el disfrute del no hacer nada, la defensa de los ociosos, la fe en “El Dorado”, la infancia, la vejez. Una delicia inteligente de ese escritor que ya nos avisó que no todo en la vida es beber cerveza y jugar a los bolos. También nos quedan los paseos. Era un gran viajero y también un viajero tranquilo y solitario. No en vano se pasó muchos años viendo de cerca la vida de los fareros de Escocia.

Y recomienda que la excursión, el verdadero viaje a pie, se haga a solas. No en grupo, ni siquiera en pareja. Dice que “debe hacerse a solas porque para la excursión es esencial la libertad, porque aquí seremos libres de pararnos o seguir, de ir por este o por otro camino, a nuestro capricho, y porque debemos andar a nuestro paso: ni trotando a la rastra de un campeón ni pisando menudito para acompasar a una damisela. Y además, debemos tener abierto el ánimo para toda clase de impresiones y dejar que nuestros pensamientos tomen el tono de lo que vamos viendo. Debemos ser como el humo de la pipa al juego del viento.”No le veo la gracia- decía Hazlitt- al ir paseando y hablando a un tiempo. Cuando estoy en el campo, me gusta vegetar como el campo.”

Caminar solos. Pensar. Vagar. Seguir pensando, ver como hemos cambiado, como seguimos cambiando en intentar liberarnos de eso tan inútil que es la estupidez. Para eso vienen bien los paseos y las lecturas de Stevenson. Y así nos gusta seguir, convencidos de que es mejor ser tontos que estar muertos… Ah, si además tienen pensado escaparse a Londres, si no están muy justos para un hotel peculiar, nada de lujo, ni excesivamente caro, no barato, busquen la casa de Hazlitt en el Soho. Ese autor que citaba Stevenson supo vivir en un sitio adecuado. Ahora se alquilan sus habitaciones.

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5 de septiembre de 2007
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LAUTRÉAMONT

Dos buenas noticias en forma de libro llegan a casa esta mañana, casi tarde, en la que, después de leer algunos blogueros, no he dejado de sorprenderme sobre lo que piensan de mi sexualidad. ¿Me están descubriendo otro, desconocido, diferente a ese heterosexual convicto y confeso que he sido durante una ya no corta vida? En fin, no perderé las esperanzas. De ese otro que se irrita, insulta y amenaza, intentaremos conocer su verdadera identidad y actuar como se merece. Otro día hablaré de Quevedo, de Valle o, incluso, de Cela, que nada, poco, tienen que ver entre sí, y nada con alguno que pretende ser de su estirpe, ¿literaria?, ¿humana? Hoy no toca. Hoy toca recibir con poca pompa, ninguna circunstancia, pero mucha alegría de lector dos libros que llegan como dos soles, como dos lunas.

Editados los dos por Vertical, ese relativamente nuevo sello editorial de Norma, que ya nos ha dado unas cuántas alegrías literarias. Ahora llega con un doble acercamiento a uno de los más misteriosos y fascinantes escritores del pasado siglo. A uno de esos raros que parecen haberse inventado su biografía. A un escritor en que el misterio de su vida ayudó al misterio y fascinación de su obra. Una obra que apenas pudo ver publicada en vida. Una de las obras “escándalo” del pasado siglo y que sigue manteniendo su aroma a flor del mal.

Se vuelven a publicar Los cantos de Maldoror del conde de Lautremont, llamado Isidoro Duchase, nacido en Montevideo en 1846. Aristócrata, viajero, misterioso escritor que terminó en una fosa común en un cementerio parisino en 1870, después de haber muerto en la soledad de una habitación de hotel. Son Los cantos de Maldoror uno de esos libros que nos conmovieron en nuestra juventud. En esa edad de descreídos preuniversitarios que perseguíamos lo prohibido, lo maldito en tantas cosas. Todavía conservo la edición de 1970 editada por Barral, con la traducción de Aldo Pelegrini. Volveré a leerlo en esta nueva traducción.

Y la segunda o primera alegría que tiene que ver con el misterioso conde es la novela de Ruy Cámara, Cantos de otoño. Una biografía novelada de nuestro admirado Isidore Ducasse. Una novela sobre el tenebroso Conde que viene precedida de buenas críticas, de premios y lectores. Y además una traducción de Basilio Losada, una garantía. En fin, un buen doble refugio, lleno de emociones para huir de miserias y miserables.

Abro el primer “canto” que en traducción de Pelegrini así comenzaba:

“Quiera el cielo que el lector, animoso y momentáneamente tan feroz como lo que lee, encuentre sin desorientarse su camino abrupto y salvaje a través de las ciénagas desoladas de estas páginas sombrías y rebosantes de veneno; pues, a no ser que aplique a su lectura una lógica rigurosa y una tensión espiritual equivalente por lo menos a su desconfianza, las emanaciones mortíferas de este libro impregnarán su alma, igual que el agua impregna el azúcar. No es aconsejable para todos leer las páginas que seguirán…”

Quedan avisadas las almas tímidas… y los sin alma.

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4 de septiembre de 2007
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EL MÁS ELEGANTE

“No quiero poseer nada hasta que encuentre un lugar en donde yo esté en mi lugar y las cosas estén en el suyo. Todavía no estoy segura dónde está ese lugar. Pero sé qué aspecto tiene. Es como Tiffany’s.”

Eso lo decía Holly Golightly en Desayuno en Tiffany´s, esa obra maestra de Truman Capote. Y todos recordamos inmediatamente que en el cine Holly fue una de  los seres más elegantes y hermosos de los que uno ha estado enamorado, Audrey Hepburn. Elegante y delgada que no se le ocurriría ponerse diamantes hasta haber cumplido los 40 porque era una horterada: incluso a esa edad resulta peligroso…Había que ser como una vieja elegante, es decir tener, arrugas y huesos, que sí van bien con las canas y los diamantes.

Esa chica de pueblo tan elegante, y mezclen la novela, la película, a Holly con Audrey, fue capaz de seducir a lo más moderno y elegante de la sociedad neoyorkina. Esos relajados y elegantes que se mezclaban con chicos como Truman Capote. O con chicos que también vinieron de pueblo como Warhol. La aristocracia americana, y más los elegantes neoyorkinos, pueden ser como de la tribu de Philadelphia, tan hermosa de pinta y de huesos como la otra Hepburn, Katherine, pero les encanta mezclarse con los elegantes que salieron de mundos humildes. En ese mundo de las noches de “El Morocco” de New York. Y también en las noches elegantes y un poco canallas de París. O en esas otras tan decadentes y locas como las romanas de la Dolce Vita, estaba con normalidad un español alto, aristócrata, culto, guapo, cosmopolita y sin el mal gusto ético y estético del franquismo, José Luis de Vilallonga.

Los primeros recuerdos que tengo de él vienen del cine.

Creo que fue en su papel de aristócrata brasileño en Nueva York, en ese maduro elegante capaz de enamorar a Audrey/Hepburn, ¿ese tipo tan elegante es un español? No podía ser mayor la admiración. Después de besar a Audrey , besó a la joven Jeanne Moreau en Les amants de Louis Malle. Y sigue apareciendo en películas de Fellini, Agnes Vardá, Bolognini, Siodmak o Fred Zinneman... Además nos vamos enterando de que escribe. Que está cercano a las organizaciones antifranquistas del exilio y que además, de cerca, dicen que es simpático, relajado, gran contador de historias y generoso. Tantas cualidades ya me comenzaban a parecer demasiadas. Me empezaba a cargar el elegante aristócrata. Y llegó aquella película documental de Jaime Camino, La vieja memoria donde cuenta su paso obligado por un pelotón de fusilamiento franquista porque su padre, elegante y duro marqués barcelonés, quiso que así se forjara como un hombre “duro”. Aquello me conmovió. Me hizo ver al jovial Vilallonga como una figura trágica.

No fue trágica su vida, aunque su muerte haya sido demasiado solitaria. Fue una vida con mujeres, caballos, juego de polo, famosos, hermosas, ricos y excéntricos del gran mundo… Y, también, en los años finales llena de problemas económicos. Vivió de su elegancia. Fue un mal actor pero nadie como él daba ese tono de nobleza decadente. Pertenecía a un mundo en extinción. Lo sabía y nunca dejó que la nostalgia le atacara. “la nostalgia fue un error”, así se llamaba uno de sus libros.

Tuve la suerte de conocerlo. Lo frecuenté poco pero hay unos cuántos encuentros, algunas comidas- muchas veces en compañía del escritor Manuel de Lope- estaban llenas de un mundo tan fascinante como elegantemente desmitificado. La elegancia, esa rareza que poco tiene que ver con el dinero

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3 de septiembre de 2007
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GLEZ Y LOS VÓMITOS

Me está pareciendo que Rosa Regás tiene más razón de la razonable. La quiero, aunque muchas cosas que dice, que hace, o que dicen que dice y hace, no las comparta. Aprendí a leer con el ABC. Tengo toda la estima, también muchas distancias, con ese periódico que también sigue siendo el mío. Cambié de periódico, de creencias, de algunos gustos culinarios y de otras cosas, pero nunca cambié mi vieja estima por el diario conservador, sus contradicciones y muchos de sus columnistas. También tengo aprecio por García Calero, poeta y responsable de cultura y de muchas de las informaciones por las que Rosa Regás se ha sentido perseguida. Creo que las dos partes han exagerado, el periódico y la ex directora de la Biblioteca Nacional. No soy prudente. Ni calmado. Ni tranquilo, pero al lado de Rosa me veo sereno en mis juicios y mis actuaciones. Me veo otro. Me sorprendo siendo tan prudente. Tan correcto. Incluso muchas veces he creído que Rosa exageraba casi paranoicamente sus persecuciones.

Viendo el linchamiento por tierra, mar y aire que se está haciendo con Rosa Regás, estoy empezando a dudar de mí, de los otros y hasta de los míos(¿?). Sin hablar con ella y sin creer que es razonable cómo, cuándo y para qué está contando algunas cosas, me pienso limitar para demostrar que hay intolerables formas de expresar la opinión. Hay columnistas extraordinarios, estos días nos toca hablar mucho del mejor, y también uno de los más arbitrarios. Pero nunca, ni con su peor fe, su peor escritura, podría llegar a lo que un tal Montero Glez hace en una columna del ABC, del pasado martes 28. Se llama “Papel mojado”, naturalmente no se me había ocurrido leerla. Alguien me señalo la cantidad de infamia y vómitos que contenía. Casi no doy crédito. Un poco más haciendo memoria de algunas servidumbres percibí ese valiente que se esconde con un pañuelo. Por sus escritos lo conoceréis. No creo. Pero en fin, hay quién confunde el champán con un vino peleón.

Me da pereza y otras cosas, pero reproduciré algo de esa columna vómito de Glez:

“Llegadas las vacaciones, los abuelos, al igual que los perros y los niños, se convierten en un incordio….las familias de hoy en día deberían tomar ejemplo de lo que hace nuestro gobierno con respecto a los ancianos que, lejos de orillarlos, los da cargos públicos, de responsabilidad, vaya. Y aquí viene al dedo citar a la Regás pues, además de abuela de verano, hasta ayer mismo fue baranda encargada de la Biblioteca Nacional. Todo un acierto, lo de colocar a esta anciana dirigiendo un sitio donde abunda tanto el papel. Hay que hacerse cargo, la mujer, debido a lo avanzado de la edad, tiene el muelle flojo y, por lo mismo, los periódicos los utiliza para esas gotas de incontinencia que vienen sin avisar cuando el climaterio anda ya que salpica… Que nadie se lleve a engaño pues aquí todos son excremento del mismo saco. Por éstas toca hundir tecla para señalar a toda la mancha de socialeros que, en nombre de la justicia social, se dedican a deshonrar la verdadera revolución. La misma revolución que abortó la II República con la matanza de Casas Viejas, convirtiendo al Azaña en un genocida sólo superado en nuestros días por el Javier Solana, otro de la cuerda. A ver si cuentan el episodio en la nueva asignatura y se dejan de sandeces. De momento, sólo queda celebrar que este verano haya sido el último de la abuela como directora de la Biblioteca Nacional. Y pedir que no la dejen en la cuneta, por favor, y que el verano próximo tenga su puesto de responsabilidad como taquillera en la playa de Parla. Sería lo suyo.”

Perdón por la cita tan larga…Les he ahorrado algunos insultos a la novelista, a sus opiniones y algunas escatologías. Aunque lo fundamental, el espíritu refinado, la fundamentada crítica, el estilo y el hombre quedan reflejados en lo entrecomillado. Como lector de ABC me siento insultado. Y cómo amigo de algunas mujeres de Parla, también.
 

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31 de agosto de 2007
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SER ESCRITOR

Algún amigo del blog se queja por mis juicios favorables sobre el escritor Umbral. Protesta por las actuaciones del personaje público. También por la retórica del escritor. Vuelvo a expresar mis admiraciones por su manera de escribir en los periódicos, en algunos libros autobiográficos y en algunos acercamientos que el escritor Umbral hace a su vida, su tiempo o a sus gustos literarios. Escribió mucho, escribió todos los días durante más de cincuenta años. Hay muchas páginas prescindibles. Otras deslumbrantes. Libres, certeras, dolientes, hirientes, profundas, leves, inteligentes y emocionantes como el mejor dominador de esa compleja herramienta que es el lenguaje.

Apenas he leído al Umbral de este siglo. Un libro tan diferente a su imagen tantas veces frívola o banal que podía dar su ser personaje tan público, Un ser de lejanías, ése es un libro para reconciliarse con el escritor.

Desde siempre el escritor llevaba un ser dentro que contradecía a su personaje: “el hombre de letras se resiente siempre de su injustificabilidad, y también en este aspecto es un letraherido. Los más banales buscan el éxito en el teatro, “fabrican” un acontecimiento social, ven a su público, se sienten justificados. Pero no lo están mucho más que el domador del circo.

Ser escritor iba a ser condenarse a la injustificación de por vida…Paradójicamente, el escritor, que es el hombre más roborado y autocorroborado, el que firma todos los días debajo de sí mismo, resulta en el fondo un ser inexistente, sin justificación alguna, el que da al lenguaje, esa preciosa herramienta, un uso inútil…

Al que ha hecho una catedral le basta con decir: “He ahí la catedral”. O la fábrica. El que sólo ha jugado un poco con las palabras no puede sino mostrarse a sí mismo. Por eso el escritor se deja ver tanto, más que nadie, casi como los toreros, en España.

…no he resuelto el caso. Lo que pasa es que ya no me importa. Y no es que haya llegado uno a un mayor cinismo, sino que efectivamente los problemas dejan de ser problemas, en la edad tardía, como las dichas dejan de ser dichas…

Trabajaba en mi estilo. Trabajaba en mí”

Esas son reflexiones de Umbral en un libro Los cuadernos de Luis Vives de hace más de diez años. Ha reflexionado y mucho sobre su condición histriónica. Quizá se le fue la mano en lo de dejarse ver. También así ocultaba otro. El otro. El escritor, el que nos importa. Yo nunca pensé en él como feminista. Ni como muy moral. Sí como mortal. Y rosa.

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29 de agosto de 2007
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ADIÓS RÍAS

Adiós montes, adiós ribazos pequeños, adiós chiringuitos, adiós atardeceres mirando a las Cíes, adiós noches de jazz en Cangas, adiós bichos de las rías, adiós vinos de blancos varios, adiós suavidades del clima, adiós tantas suavidades del clima, de los sentidos que uno tiene en este hermoso, caótico e imprevisible lugar del mundo que es Galicia. Confeso amor de todos los veranos, y de otros tiempos del año que yo me sé.

Me voy para soñar con volver cuanto antes. Y me voy con una polémica de fin de verano. Las opiniones de Rajoy sobre el himno gallego de Eduardo Pondal. La verdad es que hace tiempo no hago mucho caso a lo que diga Rajoy. Tampoco voy a cambiar a estas alturas del partido. No le gusta el himno. Al menos no le gusta mucho.

A mí tampoco me gustan los himnos. No tengo himno. Se encargaron de ello algunos políticos que todavía sobreviven, qué casualidad, en las cercanías del partido de Rajoy.

Solo me emociona la Marsellesa cuando la cantan en Casablanca. Y el himno de Riego por razones de nostalgia de lo no vivido. Pero puedo vivir sin himnos. Ahora los niños gallegos desde los ¿tres meses? aprenderán el himno en sus “galescolas”. Bueno, eso será un poco exagerado. Lo de “galescolas” suena un poco pasado de nacionalismo. Y tampoco somos nacionalistas. Ni siquiera españolistas.

Me parece que los himnos, cuando de verdad tienen sentido, es cuando son expresión poética de un sentir común. Seguro que el de Pondal está muy bien, pero no creo que sea muy importante que todos los niños gallegos vengan al mundo con un himno bajo el brazo. A mí también me gustan las canciones de Siniestro Total, de Julián Hernández, como modelos de otra manera de ser gallego. Quiero decir que tenemos muchos himnos en la vida. Conozco cantantes de Úbeda que han sido capaces de hacer himnos para varias generaciones y para varios pueblos. Los himnos no se deberían imponer. Deberían ser como Negra sombra o como Asturias patria querida, los hacemos nuestros porque nos emocionan. A mí me gusta Suspiros de España, es casi un himno. Quizá sea el himno español, muy español, que más me gusta. ¡Y yo que pensaba que no tenía himno! Y, además, no me pensaba tan español. En fin. Que cantaré, sin imposiciones, el himno de Condal si dentro de unos años ya está en las emociones de las fiestas y en las versiones libres de las noches de jazz y vino blanco. Cualquier cosa para volver a Galicia.

Soy gallego de Tirso de Molina, como Valle Inclán, con perdón y sin permiso. Gallego del callejón del Gato. Y gallego de las invenciones de Cunqueiro, con más perdón. Hasta gallego de la capacidad escéptica de Camba, con mucho perdón de estos tres gallegos que no están en las prioridades de los mandatarios nacionalistas. Que recuerden que grandes gallegos pudieron ser, fueron, personalidades tan poco nacionalistas como Maruja Mallo o José María Castroviejo. Pero éstas son otras músicas y ahora no tengo la gaita adecuada. Pues eso, que me voy pero ya estoy pensando en la vuelta.

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24 de agosto de 2007
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TIEMPO PROUST

“Mis cualidades favoritas en un hombre: Encanto femenino.

Mis cualidades favoritas en una mujer: Virtud masculina y generosidad en la amistad”.

Estas son dos respuestas de Marcel Proust a su famoso cuestionario. No es raro que en verano nos reaparezca Proust, tampoco es extraño en invierno.

Muchas veces, casi siempre, estamos deseando buscar el tiempo perdido. Una común manera de perder el tiempo. Lo raro, lo imposible si no es con la ficción, es recuperar el tiempo. Este verano yo también estuve muy “proustiano”. Creo que eso suena un poco cursi, un poco vago… Vagar un poco, mucho, ser capaces de quedarnos más tiempo en la cama. No hacer nada. Al menos nada productivo. Vagar y divagar en la cama. Un gran  lugar para los proustianos y para algunos que no saben, ni falta que les hace, de ese complicado novelista que supo contar como nadie un mundo en extinción. Un mundo que nunca morirá. Por su gracia, por su culpa, sabemos mucho más del comportamiento de algunos seres humanos que nunca conoceremos, que son nuestros contrarios y que, sin embargo se nos parecen.

Me dio envidia mi admirado Verdú cuando contaba que su lectura de verano sería En busca del tiempo perdido. Me gustaría haber empezado otra vez ese mundo. Lo hice una vez hace muchos años. En un tiempo y en un país, en este puñetero país de todos los demonios, que en nada se parecía al mundo de hoy, al país de hoy, a los veranos o los inviernos de nuestro tiempo. Leí a Proust en la mili y en la cárcel. Muchas veces he pensado que fue una de las mejores lecturas que un condenado, humillado, secuestrado y miserabilizado puede hacer para huir de su condición. Leer a Proust es ser alguien menos preso. Más libre. No he vuelto a leer a Proust. Tengo ganas. Y creo que buscaré el tiempo. Es decir, no importa cómo, ni cuándo.

Una vez me preguntó una princesa, la única que conozco, que si yo había leído a Proust. Le conté cómo y cuándo. Se sorprendió. Creo que esa lectora llamada Letizia- así de rara me sigue sonado esa zeta en ese nombre- sabría mucho más de sí misma, de su entorno, de su improbable pasado y de su indefinido futuro si leyera a ese escritor que tantas veces estuvo enamorado, pero que supo encontrar el tiempo para escribir tal y como lo hizo.

Otro día, quizá mañana, volveré a escribir sobre los Proust que sí me han acompañado este verano. Uno, el regreso a esos “pastiches proustianos” de Llorenç Villalonga de los que hace meses escribí. Y otro, la biografía de William C. Carter sobre el Proust enamorado. Una manera de llamar a eso del amor y otras soledades.

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23 de agosto de 2007
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El Boomeran(g)
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