Estoy con el último ejemplar de la versión española de Cahiers du cinema. Es el cuarto número e ignoro cómo irán las ventas y cuáles serán las posibilidades de subsistir en el extraño mercado de revistas de cine. Cahiers fue una revista fundamental para el cine europeo, para el cine, en unas cuantas décadas. Aunque su importancia a partir de los 70 fuera menor, su espíritu, el cine que defendía, el tipo crítica y de críticos, su lucha contra el cine comercial, contra los productos de la banalización universal, eran todo un gesto que marcó el cine francés. Y que consiguió forjar una inmensa minoría de cinéfilos seguidores de una manera de entender el cine. Con cineastas muy diferentes pero con persoanlidad. Eso que se llamaba, y se seguirá llamando, cine de autor.
¿Dónde el cine europeo de autor? No sé si en el mismo sitio que las nieves de antaño, pero muy cálido no parece estar. El número de la revista está dedicado a los últimos y penúltimos representantes de la modernidad en el cine. Dos significados autores europeos, dos de los más importantes que tuvieron la ocurrencia de morir en el mismo día, Ingmar Bergman y Michelangelo Antonioni. Tan difrerentes y tan complementarios. Dos de los creadores que marcan una estética, y más cosas, en nuestro recuerdo cinéfilo. A su lado, un contemporáneo, un superviviente que sigue persiguiendo la libertad desde su lucidez de cineasta, uno de los autores del cine que más cerca está de la literartura, también de la pintura, Eric Rohmer, que con 87 años acaba de filmar una deliciosa película de amores pastoriles en el siglo XVI francés. Sin actores conocidos, partiendo de una novela olvidada, coproducida con España y con costes bajísimos, Rohmer vuelve a dar una lección de libertad y modernidad. Último, o penúltimo porque por ahí sigue resoplando Chabrol, de los cineastas surgidos del mundo de las letras, de los míticos Cahiers du cinema.
Y el número de la revista española afrancesada de cine también dedica páginas a dos de los cineastas más peculiares de las décadas finales del pasado siglo, herederos de los "modernos" directores europeos que antes hemos recordado, un reportaje sobre la correspondencia y los itinerarios de Erice y Kiarostami. Dos cinestas imprescindibles que comenzaron en los 70 pero que llevan -más Erice- demasiado tiempo en silencio. Y para sumar autores, independencia, riesgo y voluntad de búsqueda también dedican bastante espacio al controvertido José Luis Guerín. Maduro, aunque todavía joven cineasta, que no quiere perder la senda de autores como Erice o de Rivette entre otras referencias.
En fin un número que nos devuelve al cine de autor, a esa manera de contar una historia que ya parece pertener a otra época. Una revista para saber que estamos asistiendo al fin de una época. No sé si habrá que decir con Ferlosio, "vendrán más años malos y nos harán más ciegos". O simplemente, estuvo bien mientras duró.
