Javier Rioyo
Adiós montes, adiós ribazos pequeños, adiós chiringuitos, adiós atardeceres mirando a las Cíes, adiós noches de jazz en Cangas, adiós bichos de las rías, adiós vinos de blancos varios, adiós suavidades del clima, adiós tantas suavidades del clima, de los sentidos que uno tiene en este hermoso, caótico e imprevisible lugar del mundo que es Galicia. Confeso amor de todos los veranos, y de otros tiempos del año que yo me sé.
Me voy para soñar con volver cuanto antes. Y me voy con una polémica de fin de verano. Las opiniones de Rajoy sobre el himno gallego de Eduardo Pondal. La verdad es que hace tiempo no hago mucho caso a lo que diga Rajoy. Tampoco voy a cambiar a estas alturas del partido. No le gusta el himno. Al menos no le gusta mucho.
A mí tampoco me gustan los himnos. No tengo himno. Se encargaron de ello algunos políticos que todavía sobreviven, qué casualidad, en las cercanías del partido de Rajoy.
Solo me emociona la Marsellesa cuando la cantan en Casablanca. Y el himno de Riego por razones de nostalgia de lo no vivido. Pero puedo vivir sin himnos. Ahora los niños gallegos desde los ¿tres meses? aprenderán el himno en sus “galescolas”. Bueno, eso será un poco exagerado. Lo de “galescolas” suena un poco pasado de nacionalismo. Y tampoco somos nacionalistas. Ni siquiera españolistas.
Me parece que los himnos, cuando de verdad tienen sentido, es cuando son expresión poética de un sentir común. Seguro que el de Pondal está muy bien, pero no creo que sea muy importante que todos los niños gallegos vengan al mundo con un himno bajo el brazo. A mí también me gustan las canciones de Siniestro Total, de Julián Hernández, como modelos de otra manera de ser gallego. Quiero decir que tenemos muchos himnos en la vida. Conozco cantantes de Úbeda que han sido capaces de hacer himnos para varias generaciones y para varios pueblos. Los himnos no se deberían imponer. Deberían ser como Negra sombra o como Asturias patria querida, los hacemos nuestros porque nos emocionan. A mí me gusta Suspiros de España, es casi un himno. Quizá sea el himno español, muy español, que más me gusta. ¡Y yo que pensaba que no tenía himno! Y, además, no me pensaba tan español. En fin. Que cantaré, sin imposiciones, el himno de Condal si dentro de unos años ya está en las emociones de las fiestas y en las versiones libres de las noches de jazz y vino blanco. Cualquier cosa para volver a Galicia.
Soy gallego de Tirso de Molina, como Valle Inclán, con perdón y sin permiso. Gallego del callejón del Gato. Y gallego de las invenciones de Cunqueiro, con más perdón. Hasta gallego de la capacidad escéptica de Camba, con mucho perdón de estos tres gallegos que no están en las prioridades de los mandatarios nacionalistas. Que recuerden que grandes gallegos pudieron ser, fueron, personalidades tan poco nacionalistas como Maruja Mallo o José María Castroviejo. Pero éstas son otras músicas y ahora no tengo la gaita adecuada. Pues eso, que me voy pero ya estoy pensando en la vuelta.