Decíamos ayer que nuestra iniciación a la lectura fue normal, a saltos de azar, a improvisados pasos del tebeo a las colecciones de los clásicos juveniles, de Tin Tin a Stevenson. Y eso lo hicimos a las edades habituales en tiempos en que no había vídeo consolas, ni WI ni esas cosas tan divertidas para no tener que leer. Crecimos en los años en que la televisión ya reinaba en las casas pero felizmente la oferta no era mucha, aunque no la recuerdo peor. Así, los libros fueron nuestro mejor juguete para la evasión. Después fueron otras cosas, pero esa es otra historia.
Acabo de leer una deliciosa, inteligente y sagaz novela corta del británico Alan Bennet. Ya nos había divertido con sus anteriores novelas -siempre en Anagrama- y ahora nos instala la esperanza de que todo sea posible, no importa a qué edad. En la lectura no fuimos opsímatas, pero sí en muchas cosas más. Pero siempre hay tiempo. No está mal llegar aunque sea tarde.
La historia de la novela es sobre la transformación de la reina de Inglaterra por el tardío enganche a la lectura. Le llega tarde, pero le llega con la fuerza de una droga altamente adictiva. Y ya su vida, su cargo, sus obligaciones, sus entretenimientos y sus problemas pasan a un segundo plano. Lo primero, lo principal, es la lectura. Ni el poder, el dinero o la familia son tan importantes como sus lecturas.
Y se descubre que es una opsimatis. Que quiere recuperar el tiempo perdido, que lee todo, deprisa pero no sin falta de crítica: "No era una lectora benévola, y muchas veces deseaba haber tenido delante a los autores para cantarles las cuarenta".
"¿Soy la única, escribió, que quería echarle un rapapolvo a Henry James?
Entiendo por qué el doctor Jonson es tan apreciado, pero mucho de lo que dice es pura bazofia dogmática?
Estaba leyendo a Henry James a la hora del té cuando dijo en voz alta. -Oh, termina de una vez."
Me he sentido tan identificado. Muchas veces les grito a escritores que se gustan, que me gustan, que por favor terminen de una vez.
Este libro se lee de dos sentadas. Es un placer inteligente. Y me ha descubierto -entre otras cosas mi opsimatis. O como se llame a los opsímatas: personas que aprenden tarde en la vida.
Curiosa palabra que no encuentro en ningún diccionario. Palabra que nos abre la esperanza de que algunos, como la reina de Inglaterra, todavía puedan cambiar.
Por ejemplo, ¿se imaginan a Hugo Chávez enganchado a las buenas lecturas? ¿Se le imaginan un poco más silencioso y más fascinado por Onetti, Borges o Jorge Edwards? Que supiera que en Cuba -Castro ya no tiene arreglo- hubo escritores como Cabrera Infante, como Lezama o Gaston Baquero.
Y quién dice Chávez, podría decir Sarkozy. ¿Cómo estará Sarkozy de lecturas de Jean Genet o de Julien Green? Claro que ahora con esa intelectual que tiene de esposa, con esa lectora de poesía inglesa y otras literaturas, seguro que se pasa las noches leyendo.
De Zapatero no digo nada porque conozco a sus asesores culturales.
Mientras haya opsímatas hay esperanzas.

Hoy, como la magdalena para Proust, al abrir un paquete de los libros que las editoriales me envían, he vuelto a ser el adolescente que soñó ser tantos otros. Me han enviado los primeros- tebeos y tintines aparte- libros a los que me recuerdo enganchado en años que todavía eran muy en blanco y negro. Con sus portadas y con las caras, como un reparto de cine, de sus personajes en los lomos empezó a entrar el color. Hablo de la colección "Clásicos juveniles" de la editorial Bruguera. Todos unos clásicos de nuestros inicios lectores. Una selección de algunas de las obras maestras de la literatura. No diré juveniles, y tampoco debería decir obras maestras. Algunas sin duda lo eran, lo son, lo serán siempre. Otras, como, "Sissi" se habían colado entre las de Melville, Verne, Twain o Defoe. Eran adaptaciones de las novelas que al cabo de algunos años leímos de distinta manera. Nunca con aquella pasión. Nunca con aquella sorpresa. Y ya sin ilustraciones. Aquellas inolvidables ilustraciones en blanco y negro que eran un señuelo y un alivio para iniciarnos como lectores.
Cada día me interesa más Juan Ramón Jiménez. Ahora otra vez vigente por un libro- que todavía no conozco- en el que se cuentan las zancadillas oficiales, el silencio de muchos y la ayuda de pocos para conseguir su Nobel. Una historia de hace 52 años, de la vida en el franquismo, pero revelador de las cobardías, las maldades, las envidias y, también de los pocos buenos y valientes. Lo leeré, lo comentaremos. Pero hoy el Juan Ramón que me es cercano, querido es de los aforismos. Los tengo cerca, los abro al azar y siempre encuentro "intelijencia" como diría el Nobel. Encuentro reflexiones de vida que son atemporales. Y confesiones sobre su persona que sirven para conocer lo mucho que nos distancia- talento aparte- y lo imposible que hubiera sido ser amigos. No hubiéramos sido admitidos por él.
Tuvimos la suerte de haberle conocido hace ya más de veinte años y nunca se parecía a ese hombre oculto que los otros nos contaban. Fue generoso con su inteligencia y supo repartir su genio entre los amigos. Le gustaba hablar, comer, beber y reír. Le gustaban otras cosas. Le gustaba la vida aunque tantas veces hablara de la muerte. Desde su primera obra: Los muertos no se tocan, nene, que dedicó "a las Pompas Fúnebres, porque sin su concurso la muerte no sería cosa de tanto lucimiento". Gran burlador que nos privó del lucimiento de su entierro. Nos liberó de pompas y de circunstancias. Listo y descreído hasta el final, tierno y rebelde, enemigo de los repelentes y ajeno a los pedantes, Rafael no quería recordarnos llorando. Y menos llorando por su muerte.
No creo en Dios, pero creo en Bach. No creo en la iglesia. Ni en la religión. Ni siquiera en la "verdadera". No me siento cristiano, ni mucho menos católico, ni romano. Y, sin embargo, me emocionan las obras del tan católico Messiaen. No creo en la vida futura, pero creo en su "cuarteto para el fin de los tiempos". No tengo pánico, ni me inquieta que más allá de nosotros no pase nada, pero no puedo ignorar un vértigo al escuchar su cuarteto. Tengo que reconocer que hay tardes en que estoy bastante "messiaen". Creo que debo concederme una dosis doble de Amy Winehouse.