Ayer una perseguida por el pinochetismo, contaba en El País, que para torturarla la ponían Julio Iglesias. Hace días otro de aquellos famosos cantantes sentimentales recordaba aquellos chistes de Perich en los que la tortura eran canciones de José Luis Perales. Hay sádicos de todos los gustos, de todas las estéticas y de muchas músicas. Cuando a la torturada chilena le ponían canciones de Julio Iglesias- también de Nino Bravo- con la intención de acallar los gritos, ellas contraatacaban con "Palabras para Julia" de Paco Ibáñez. Yo creo que también, gustándome mucho, habiendo seguido desde muy joven sus canciones, conociendo casi todas sus canciones/poemas cantados, para mí sería una tortura estar condenado a escuchar todo el rato a Paco Ibáñez. Quizá no comparable a tener que escuchar a Julio Iglesias, Nino Bravo o Perales. Toda música impuesta acaba siendo un ruido odioso.
Recuerdo aquella película de Polanski, La muerte y la doncella, basada en una obra de Ariel Dorfman, con maravillosa interpretaciones de Ben Kingsley -como el torturador descubierto- y Sigourne Weaver, la chilena torturada. Allí la música de la tortura era mucho más refinada, el personaje de Kingsley escuchaba constantemente la pieza de Schubert del mismo título de la película. Una de las más intensas y hermosas músicas que se recuerden. También puede servir para torturar.
No tengo claro si es más torturador, más perverso, el que tiene los gustos tan populares, o tan poco refinados, como para poner a Julio Iglesias o el refinado que escucha a Shubert. Casi me da más miedo el refinado. Me recuerda a lo perverso del personaje de "Las benévolas" o al propio y muy inquietante, perverso y odioso de la obra de Dorfman.
En cualquier caso, éste fin de semana, volveré a escuchar a Shubert, no estoy preparado para Julio Iglesias.

Muy dotado para los discursos, para los parlamentos, incluso sin hacer uso del punto ni la coma cuando se está expresando verbalmente. Buen poeta, excelente divulgador. En su último libro Biblioteca de clásicos para uso de modernos, nos recuerda ésta emocionante historia de belleza, justicia y debilidades:
Me ha gustado mucho encontrar un libro, inteligente, con buen humor y con varias -muchas- lecciones prácticas de cómo decir no. Es una pena que sólo se refiera a como decir no si eres editor y tienes que contestar a un autor. Por algo se empieza. He leído con mucho interés El arte de rechazar una novela, escrita por un canadiense llamado Camilien Roy. No sé cuántas veces sufrió un rechazo por parte de los editores, pero desde luego se conoce las fórmulas para hacerlo. Varias decenas de maneras de decir no. Clásicas, sentenciosas, altivas, poéticas, sarcásticas, analíticas, pesimistas, demoledoras... Por razones de espacio sólo transcribiré algunas de las más cortas.
Seductora, muy joven, Blanca Luz Brum se escapó de su colegio de monjas y se dejó raptar por un poeta enfermizo.
Uno de esos libros que nos acercan al más interesante y provocador de nuestros intelectuales con compromiso civil. Uno puede discrepar de sus posiciones políticas, incluso puede prescindir de sus novelas, pero siempre nos acompañará el autor de "La infancia recuperada". También de otros libros de gozoso paganismo, de rebeldías felices, de apostasías razonables y ahora ésta reivindicación de la aventura, de la necesidad de la ficción. . La ficción es parte de nuestra realidad. Lo dice con Chesterton: "la literatura es un lujo, la ficción una necesidad". Y recuerda Savater como en una encuesta sobre personajes de ficción favoritos aparecían Ricardo Corazón de León o Winston Churchill. Podía también haber estado Rodrigo Díaz de Vivar. Y triunfó como personaje histórico Sherlock Holmes.
Eso es lo que parece, lo que sabemos de ella. También está el otro lado, el misterioso, el fascinante y peligroso que la hace ser inquietante y extrañamente deseable. Tiene un erotismo, un poder de atracción y eso que llamamos "morbo" que me hace pensar que es una de las razones fundamentales para que millones de personas de todo el mundo estén enganchadas a su historia. Nos quedamos atrapados ya en aquél primer encuentro, cuando nos encontramos entre los seducidos por esa historia llena de intrigas, misterios, abusos, amores, dinero, periodismo, negocio y miserias del mundo más desarrollado. Aquél descubrimiento llamado "Los hombres que no amaban a las mujeres".
Coincidieron en los años más crueles del franquismo, uno nunca se arrepintió, el otro, Ridruejo, pasó más de media vida rectificando los errores de sus años hímnicos, falangistas, fascistas y franquistas.
Ahora, sin olvidar las páginas de Thomas Mann que me acompañaron en un lugar de nieve, entre montañas, estoy en otras lecturas. Dos días en Andorra, y sin esquiar, me sirven para lecturas que me llevan a la nieve, a las montañas, a esa lentitud que acompaña a los lugares de invierno cuando no haces algún deporte que agota, aunque otorgue otros placeres. Me había encantado Mientras nieva sobre los cedros, de ese novelista de Seattle, David Guterson, que tanto sabe de nieves, montañas, bosques y regiones aisladas. Ahora estoy comenzando otra novela que tiene que ver con esa naturaleza potente, fría, nevada o no, del mundo de naturaleza misteriosa de los bosques. Estoy en un lugar muy civilizado, en una calle llena de tentaciones para el amante del deporte del shopping, en el centro de Andorra la Vella, y a la vez estoy al lado del mundo de la montaña, del poderoso silencio de las montañas del Pirineo. Más allá de los turista, de los esquiadores, de los compradores, está el mundo de montaña. Mágico mundo. Extraño como lo inalcanzable.
Es el clásico de Giovanni Verga, La vida en el campo que acaba de rescatar la inevitable editorial, tan abierta y cosmopolita, tan de pueblo y universal, como es "Periférica". Raíces profundas de la vida en el campo. Un mundo rural, muchas veces seductor, otras tan mezquino como para salir corriendo sin mirar atrás.