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Escrito por

Javier Rioyo

Javier Rioyo (Madrid, 1952) es licenciado en Ciencias de la Información. Periodista, escritor, director y guionista de cine, radio, televisión y dramáticos. Dirigió y presentó el programa semanal de libros Estravagario en TVE 2, con el que obtuvo el Premio Fomento a la Lectura 2005, concedido por la Federación del Gremio de Editores de España. También ha sido responsable de cultura y libros en el programa diario Hoy por hoy de la cadena SER. Es colaborador habitual de El País (escribe para el suplemento semanal Domingo) y de la revista Cinemanía. En televisión, Rioyo ha presentado el programa "El Faro" del canal Documanía y ha obtenido dos premios Ondas en Radio y uno en Televisión. Ha sido guionista de numerosos festivales de música para Canal+, así como de los premios Goya, y de diversos programas de radio y televisión. También coordinó los guiones para la serie Severo Ochoa. Ha dirigido y participado en cursos de Comunicación y Cultura en diversas universidades españolas. Formó parte del Comité Asesor de Alfaguara y ha sido jurado de festivales de cine y premios literarios en varias ocasiones. Es autor del libro Madrid: casas de lenocinio, holganza y malvivir (Espasa Calpe, Premio 1992 Libros sobre Madrid); y de La vida golfa (Aguilar, 2003). En 2005, con su productora Storm Comunicación, realizó la producción ejecutiva y el guión de Miracolo Spagnolo, un documental para la RAI sobre la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero al gobierno y su primer año de legislatura. También dirigió y produjo Alivio de luto, un vídeo documental en el que entrevista a Joaquín Sabina; así como Un Quijote cinematográfico. En 1994 fundó la productora Cero en conducta, con José Luis López-Linares, con la que tuvo a su cargo el guión y la dirección de Alberti para caminantes (2003); y la producción ejecutiva y el guión del largometraje Un instante en la vida ajena (2003), que obtuvo el Premio Goya al mejor documental; así como de Tánger, esa vieja dama (2002). También ha codirigido con José Luis López-Linares el cortometraje Los Orvich: Un oficio del Siglo XX (1997), y los largometrajes Extranjeros de sí mismos (2001), nominado al mejor documental en la XVI edición de los Premios Goya; A propósito de Buñuel (2000); Lorca, así que pasen cien años (1998), nominado a los premios Emmy 1998; y Asaltar los cielos (1996), nominado a los premios Goya al Mejor Montaje, y ganador del Premio Especial Cine, de los Premios Ondas 1997.

En 2011 fue nombrado director del centro del Instituto Cervantes de Nueva York en sustitución de Eduardo Lago.​ Ocupó el cargo hasta septiembre de 2013, cuando fue sustituido por Ignacio Olmos.​ En 2014 fue nombrado responsable del centro del Instituto Cervantes en Lisboa.​ En febrero de 2019 deja el cargo y pasa a dirigir el centro de Tánger de la misma institución.

Eder. Óleo de Irene Gracia

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DE GAYA A TRAPIELLO

 

El camino mejor para llegar a Andrés Trapiello es admirar a Ramón Gaya. Estoy en Murcia, naturalmente he visitado el museo dedicado a Ramón Gaya, ¡mucho más que un gran pintor! y he recordado algunos encuentros con este hombre esencial, tímido, casi secreto por su discreción y de una importancia notable en nuestra pintura. Un elegante velazqueño. Además, un excelente escritor, ensayista, poeta y una persona importante desde le ética y la estética. Una vez estuve unas horas en su casa madrileña, al lado de la Plaza Mayor, mantuvimos una conversación grabada que nunca se pudo emitir por fallos técnicos. Una torpeza muy marca de la casa, de la mía, claro.

En Murcia, la ciudad de su infancia, de su adolescencia y a la que siempre volvió, esa ciudad, ese sitio de "solitaria sustancia...una singularidad imprecisa, misteriosa, secreta, fina, inefable, indecible, invisible" Así se refería a su ciudad perdida. Esa ciudad desaparecida de su infancia que siempre llevó consigo.

Y de Gaya he pasado a su amigo- un camino fácil, lógico y sin muchos desvíos- el escritor que no cesa, el poeta, memorialista y editor Andrés Trapiello. Le conozco desde los años del pop y el trotskismo o casi. He seguido, con más o menos fidelidad, sus apuntes diarios, su "salón de pasos perdidos", esa novela de la vida cotidiana contada desde su ironía, su ternura, su sensibilidad y su mala leche. Muchas veces comparto su manera de contarnos la vida y sus intérpretes. Algunas veces son muy reconocibles, muy verdaderos y otras se nos presentan como pasados por las máscaras. Creo que Trapiello es ya el escritor español que más páginas ha publicado. Habrá que cotejar con Menéndez Pelayo, Galdós, Lope y no me acuerdo de ningún "Tostado" más. Seguramente en el futuro lo pasaré al ebook, lo leeré de manera electrónica, pero ahora los "trapiellos" ocupan unos cuantos metros de mis caóticas estanterías. Me gustan esos tomos de memorias, esos pasos agrupados en las ediciones de Pre-Textos- la misma editorial de Ramón Gaya. Editorial de muchas alegrías.

Voy abriendo un poco al azar este tomo último "Troppo vero" y me encuentro con páginas que me atrapan. Por ejemplo unas en las que se habla de las casas de los escritores, de las casas de la gente, de las casas de los amigos. ¿Somos cómo nuestras casas? Yo de vez en cuando me reconozco en algún espacio de mi casa. Otras veces creo que debería ser otro, en otra casa.

Y en mis días de fiebre, también tropiezo con éste espejo de mi mismo, de pensamientos que nunca había escrito contados por Trapiello: "Cuando se está enfermo los pensamientos que tiene uno se parecen mucho a los cachivaches del Rastro, son cada cual de su padre y de su madre, y salen todos desportillados después de haber servido a dos generaciones. Así que se acostumbra uno a verse como uno de esos restos de naufragio con los que juegan las olas de la playa durante horas, sin decidirse nunca ni a dejarlo en la arena ni a llevárselo mar adentro, y tan pronto lo pone en la playa una ola igual que la siguiente, igual que la que la precedió, vuelve a llevárselo"

Me gustan sus pensamientos, me duelen menos que los míos. Y me gusta compartir también con Andrés la admiración por Lichtenberg:"Solo nos duele algo si tenemos un pensamiento propio"

Recuerdo que alguna vez que algo me dolió. Pero no lo recuerdo bien.

 



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4 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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José Emilio Pacheco

 

Días de fiebre. Creo que tienen demasiado prestigio. Se añora esa sensación de parar el tiempo, de quedarse vagueando con la excusa del malestar y terminas por estar mal, incómodo y con ganas de terminar el encierro. A pesar de todo he tenido dos o tres alegrías lectoras. La principal es estar con el último libro de poemas de José Emilio Pacheco en el mismo momento que el jurado hacía justicia poética. ¡Queremos tanto a José Emilio! Es fácil. Lo que no quiere decir que sea unánime. Conozco más de uno de esos poetas cerrados en su jardín- incluso aunque el jardín apenas tenga algo más que un tiesto- que no habrá recibido bien el premio para un poeta tan claro. Siempre les quedarán sus Venecias.

Cuando piensas en José Emilio, también piensas que es un fingidor, sobre todo ahora con tantos premios, tantos reconocimientos. Ahora sí, como todos nosotros, quizá se sienta identificado a ese poema suyo "Antiguos compañeros se reúnen: Ya somos todo aquello / contra lo que luchamos a los veinte años"

José Emilio, como algunos poetas y algunos cantantes, hay un poema que no puede evitar así que hayan pasado cincuenta años. Todos los mexicanos que leen poesía lo conocen pero aquí lo recuerdo para los demás:

"ALTA TRAICION

 

No amo mi patria.

Su fulgor abstracto

es inasible.

Pero (aunque suene mal)

daría la vida

por diez lugares suyos,

cierta gente,

puertos, bosques, desiertos, fortalezas,

una ciudad desecha, gris, monstruosa,

varias figuras de su historia,

montañas

-y tres o cuatro ríos"

 

Y le seguimos queriendo laureado, millonario, discreto y queriendo ver a Sabina un veinte de Noviembre en Salamanca.

Le seguimos queriendo- entre otros muchos poemas de su libro último: "Como la lluvia"- porque nos deja poemas como el que nos deja una de esas canciones mexicanas que nos acompañan cuando estamos bien. Y cuando estamos peor.

 

"FOLLETINES Y MELODRAMAS

 

En realidad mis obras predilectas

Son las confesiones que distinguen

Entre buenos y malos sin matices.

 

Reconforta pensar: Estoy del lado

Del bien y la justicia y al final

Encontrarán castigo los villanos

 

Ya que en el mundo nada de esto ocurre

Me acojo a la ilusión por un instante:

La verdad es dolorosa y no la acepto"

 

 



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1 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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SABINA, EL REGRESO

 

"Huir hacia una región conquistada, y pronto descubrir que es intolerable, porque uno no puede huir a ninguna otra parte"                        

                                                                "Diarios", Franz Kafka

Sabina, con su aspecto de "casual kafkiano", nos recibe en su casa de Tirso con vistas a Lavapiés. Un conocido territorio de quinientas noches que nos sorprende con una otoñal luz del mediodía. El amigo está acicalado de la cabeza a los pies como un reconstruido y pulcro cantamañanas en promoción.

Se despereza como uno de esos gatos suyos que saben canciones de Brassens. Desayuna cerveza como un chusvisor cualquiera que no quiere perder su toque heterodoxo. Tiene más libros que Menéndez Pelayo. Habla con pocas pausas, con prisas roncas, con muchas risas y sin dejar de velar por su salud con sus cigarrillos de verita y sus boquillas de mentiré.

Se está bien en la casa/museo de Joaquín Sabina. Entre adornos de traje de Luces- con sangre derramada en las Ventas- entre sombras como sombreros de Joyce y letras de primera edición del Ulises. Rodeados por libros que  nos hacen caer en la tentación de todo lo que nos queda por robar, desde Góngora a Cernuda. Nos sentimos cómodos entre vírgenes cachondas, angelotes salidos, fotos, cuadros de vida y amables, despiertas, jimenas. Algunas de las hermosas compañías que ordenan su laberinto.

El canalla bondadoso Sabina habla, grita, se mueve como un noble sin ruinas, sin títulos y conservando una viva inteligencia unida a un peculiar estilo de ser cariñoso. Algo situado entre una puta que no cobra y un burgués con una bomba en el bolsillo. Chico de barrio que con los años, y las letras, ha sabido depurar su aspecto de terrorista domesticando por las maneras del letraherido. Tierno duro, andaluz en un andén de Atocha, uno de Úbeda, madrileño hasta la muerte, pero ni un paso más.

Joaquín el versificador y Sabina, el roquero cantautor, llevan días de paseo por los ruedos ibéricos. Sin rosas, sin vinos ni vinagres, con los nervios de un nuevo disco y pleno viaje de músicas por montera.

La gira empezó en 20 de noviembre en Salamanca y sin franquistas. Con Sabinistas de varias generaciones, montones volando que ya tienen bula para recorrer cien caminos que no llevan a Roma. Dispuestos a fugarse por un cul de sac y amanecer en algún pueblo de tierra adentro y mar de fondo.

Sabina, como Kafka, es capaz de irse a nadar mientras la tercera guerra mundial estalla en su barrio...

Y seguimos bebiendo, riendo y contando algunas mentiras. Sabina miente con estilo. Miente hasta en su epitafio: "Aquí yace Joaquín Sabina: jamás dio la cara"

(Introducción y cierre de una entrevista que realicé a Sabina y que aparece completa en el suplemento "Dominical" del 29/ 11/ 09. Y que reproduzco pensando el sabinista gallego Ramón Rozas. Y sin olvidar a alguna filóloga de Vigo a la que no le importaría hacer noche en un lugar llamado Sabina.

Los del Atlético estamos preparados para derrotas. Y para alguna vez, para sorpresa de casi todos meter algún gol)   

                  



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30 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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vivir en el pueblo

 

 

 

 

 Ser de pueblo. Quedarse en el lugar dónde uno nació. Crecer con sus recuerdos siempre a la vuelta de la esquina, en el prado cercano, entre alimoches y cerdos, cerca de la vía del Calatraveño, en un mundo rural que sabe de lo hermoso del paisaje y lo duro del paisanaje. Tierras andaluzas, que miran a Castilla y Extremadura, comarca de los Pedroches, en la sierra de Córdoba, entre el suelo y el cielo, en el lugar dónde habita el poeta, novelista y memorialista Alejandro López Andrada. Nació en Villanueva del Duque, allí sigue viviendo y escribiendo. Iluminado por su propia memoria, luchando por hacer que no desaparezca un mundo, el mundo que conoció en su infancia feliz e injusta de un niño de pueblo, de una familia que, como tantas, perdió la guerra. Mundo que sabe contar López Andrada en todos sus libros. Físicamente me recuerda a un César Vallejo que no ha necesitado vivir los aguaceros de París, que ha sabido contarnos las dehesas y los pájaros, las brumas y los vientos.

Estoy leyendo su último libro, un ensayo que, como dice Luis Mateo Díez, nos llama la atención sobre "la desaparición del mundo rural, de una cultura y unos modos de vida". El libro se llama "El óxido del cielo" y me emocionan muchas cosas, muchas de sus historias de gentes que han vivido en un mundo que ahora parece producto de la imaginación, del recuerdo de alguien de otro tiempo. Y no es así. Alejandro, las gentes de esos pueblos, de tantos pueblos españoles, están viviendo nuestro mismo tiempo, nuestras mismas crisis, nuestras mismas miserias y nuestras mismas mentiras. La diferencia es que ellos son capaces de vivir con su memoria de cosas cercanas y extraordinarias. Por ejemplo, el silencio de unos tomillares en el crepúsculo de una tarde.

Estoy viajando hacia allí. Se que me espera un olor a vida real, a lentitud de paisaje que hace pensar que la vida debería ser más amable. Después de la calma necesitaré la tempestad de mi ciudad. No supimos quedarnos en los pueblos.



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27 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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POR LAS MUJERES, CONTRA ALGUNOS HOMBRES

 

Hoy es un día para recordar que todavía hay cobardes, despreciables y miserables hombres que no aman a las mujeres. Contra ellos se han dicho, escrito, pensado y grabado muchas cosas. Todavía actúan en la impunidad de los espacios cerrados, en las casas como cárceles y en lugares que no saben que podrían ser propicios para el amor. Hoy me encuentro con un poema de Eva Vaz, un poema de los muchos que Juan José Téllez selecciona en su libro "Poemas a toda plana". Una inteligente manera de llevar canciones y poemas al áspero mundo- a veces menos áspero- de las noticias de un periódico.

Copio el poema, como un poema de amor a las mujeres maltratadas. Como desprecio a los maltratadotes.

 

"64 MUJERES FUERON ASESINADAS POR SU PAREJA EL AÑO PASADO EN ESPAÑA"

                                             LEGÍTIMA DEFENSA

 

 

Cuando el juez le preguntó

Por qué tuvo que matar, Mona, seria, respondió:

-Fue el calor y la humedad-.

Nacho Vegas.

Lo hice porque tenía que hacerlo.

Me lo pedían

las varices.

Me lo dijo el

Espejo.

Lo hice sin más motivos

que mi tristeza.

Lo hice porque me dolía

la conciencia.

Porque me dolía la espalda.

Porque me dolía la fregona.

Porque me dolía su carne.

Asfixiándome el útero cuando

tenía que descargar.

Lo hice porque me dolía

la artrosis

que me dejó en las últimas

vértebras rotas.

Lo hice porque aún

me quedaba sangre

en los pechos

de su último

mordisco.

Lo hice porque había que hacerlo

Lo hice porque a los niños

les hubiera gustado

que fuera él...

Y no yo.



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25 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La ultima estatua

 

 

 

El irónico Lech decía que lo mejor era conservar los pedestales después de haber derribado las estatuas. Era mejor ser precavidos para el ahorro de la comunidad. Vendría otro dictador, otro prócer, otro militar con el que se podría aprovechar el viejo pedestal. A los irónicos nunca les hacen caso. Y hemos perdido muchos pedestales. También, felizmente, muchas estatuas. Me gustan algunas, incluso muchas estatuas. Incluidas las de algunos dictadores. Siempre que no fueran los nuestros cercanos, esos que hicieron que durante muchos años viviéramos peor.

Hoy es 20-N, el día de la muerte de Franco, también el día de la muerte de José Antonio Primo de Rivera y de Buenaventura Durruti. Al anarquista lo sigo mirando con curiosidad, con cierta cercanía y con una muy matizada admiración. A Primo de Rivera con curiosidad y poca simpatía. A Franco con desprecio ético, estético, vital y visceral. Algo que se parece al odio que apenas conocemos.

He venido de Melilla, ciudad que disfruto por muchas cosas, algunos amigos, de curiosa e interesante arquitectura y de una ubicación que hacen de ella la más insólita ciudad española. Una rareza en el norte de Afrecha. Una plaza militar que se convirtió en ciudad civil y que conoce convivencias que en otros lugares son muy complicadas. Algún día hablaré de ella, de su curiosa historia y de algunos de sus personajes.

En compañía del historiador Vicente Moga Romero recorrí algunos de los últimos lugares públicos que en la ciudad recuerdan a Franco y a su ignominiosa victoria de guerra. Aquí se fraguaron muchas cosas. Hoy nadie- al menos no la mayoría- quiere ser la ciudad española que conserva la última estatua de Franco. Ahí sigue, en compañía de otros monumentos que hablan de "una, grande y libre patria". Eso para referirse a la pobre y secuestrada patria que nos arrebataron por la fuerza.

La estatua es tan prescindible como su representado comandante Franco. Disimula con la apariencia de militar tranquilo, casi parece un cazador, un ornitólogo. La cara es de ese estilo pánfilo que siempre tuvo y el gesto es el del asustado que convivía con el taimado. Es una birria escultórica que debería estar en el feo museo de algunos nostálgicos y no a la entrada portuaria de Melilla. Al menos está bastante solo. Deberían quitarlo un día de éstos y no aprovechar ni el pedestal porque sigue la representación en bronce de las "gestas" de  la historia del militar de la estatua. No esperemos a que sea un noble hierro herrumbroso. Mejor que termine como esas estatuas de piedra del poema de Ángel González:

"....Hacia la piedra regresaréis piedra,

indiferente mineral, hundido

escombro,

después de haber vivido el duro, ilustre,

solemne, victorioso, ecuestre sueño

de una gloria erigida a la memoria

de algo también disperso en el olvido"

 

Que se vaya al olvido. Y en compañía de otros.

 

 

 

 

 



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20 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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SIMPATIA POR LOS MALOS

 

Una de las felicidades que la literatura nos procura es poder admirar a los malos. O, al menos, mirar con muchas simpatías. He leído una corta y excelente novela con la misma simpatía que los Rolling Stones sienten/sentimos por el diablo. Se llama "El caballo amarillo", es una ficción del diario de un terrorista ruso. Está escrito por Boris Savinkov, del que casi nada sabía pero ya tiene un admirador más en mí.

La vida de este escritor y peculiar artista ruso, tiene muchos paralelismos con el personaje de su obra. Formó parte de aquello pioneros del socialismo, de aquellos anarquistas rusos exaltados que lanzaban bombas contra la corrupta aristocracia zarista.

Los anarquistas rusos son casi un género literario. Y ahora entiendo mejor, después de leer a Savinkov, la admiración y deuda que con él tuvo Albert Camus para escribir personajes tan sin sentimientos ante el crimen, ante el asesinato. "El extranjero" y "Los justos" son deudores del libro de exaltación anarquista, del asesinato como una bella arte literaria.

Escritor rescatado por la editorial "Impedimenta", hombre de vida apasionante y contradictoria. Procedente de familia acomodada que sintió simpatías por los revolucionarios. Como tantos otros de la historia de las ideas izquierdistas y anarquistas. De él dijo Lenin que era "un burgués con una bomba en el bolsillo". Un hombre de acción que tuvo que marcharse al exilio, que conoció los mejores años bohemios parisinos, que se hizo amigo de Picasso, Cendras o Apollinaire. Regresa para luchar por la Revolución, es ministro con Kerenski, entra en contradicción con los bolcheviques, es condenado a muerte y termina cayendo por una ventana- suicidio o asesinato- en una de las cárceles de la Lubianka en Moscú.

Exaltado, genial, arbitrario, todo un personaje que nos cae bien a nosotros que apenas nos atrevemos a ser en la imaginación uno de esos vengadores contra los injustos, los canallas, los dictadores y los verdaderos malos de la historia. Los anarquistas de la historia rusa, algunos otros, aquellos místicos de la revolución, esos perdedores de la historia nos siguen provocando todas nuestras simpatías.



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16 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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¿Kafka en Sevilla?

 

Estoy en Sevilla. ¿Podría vivir aquí? Tengo mis dudas. Es una de las ciudades más interesantes del mundo. En estos días, por ejemplo, se está viendo el mejor cine europeo. Hay un teatro de la ópera notable. La mejor plaza de toros- después de la de Madrid-, algunos de los bares, de las barras, más tentadoras para uno que sabe bastante de barras. La ciudad con sus fiestas, sus santos en procesión, sus risas, sus llantos de diseño, sus calles enrevesadas, sus parques es una joya. Ciudad monumental, divertida, buena para el paseo, está cerca de Cádiz...y sin embargo no me veo viviendo en Sevilla.

Mi amigo el escritor, Juan Antonio Maesso, imaginó una  Sevilla con vampiros Y el genial Kiko Veneno, canta eso de "cuando nieva en Sevilla me gusta verte". Y Silvio, ese genio que se mató a chupitos de coñac, cantaba a sus vírgenes. Pues ni así me imagino viviendo en Sevilla. Es demasiado fácil vivir sin hacer nada, contemplando, tomando una tapitas, dándole a la manzanilla y dejando que la vida transcurra sin trabajar. "Menos mal que aquí en Sevilla la vida tengo ganada pues con tanto calor sudo aunque nada haga". Es eso, tal como lo cantaba Silvio. En Sevilla atacan unas enormes ganas de no hacer nada. Nada que tenga que ver con el trabajo. Preferiría no hacerlo podría ser el mejor eslogan de Sevilla. Aunque creo que ya nada es cómo antes. Ahora la gente que trabaja, madruga, se altera y ganan el pan con el sudor de su frente.

La Sevilla que me gusta es esa que enganchó a alguien tan vital vividor y tan poco trabajador como Pepín Bello. Pues bien, yo que siempre he pensado que quería ser eso,  un maestro de la contemplación y el "dolce far niente" me encuentro agotado después de tres días de practicar la buena vida. Tengo que huir. Volver al tedio del trabajo y las obligaciones.

Esa tentación de no hacer nada debe ser un mal que afecta a los visitantes de la ciudad. Que no se enfaden los trabajadores que viven en su ciudad, ellos se salvan de esa peculiar enfermedad del espíritu. Es una enfermedad poco contagiosa pero yo la pillé. Así que no me puedo quedar en Sevilla porque sería demasiado fácil buscar excusas para no hacer nada.

 

¿Hubiera sido posible ser Kafka  y sevillano?



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13 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Berlin, después de tantos muros

 

 

 

Nunca olvidaré mi primer Berlín. Tan joven y sin embargo enamorado. No me olvido de aquella casa de la Bahaus, de aquellos cafés casi inalcanzables- ¡éramos tan pobres!- y de aquellas noches de jazz, cervezas y resistencia para no seguir bebiendo porque teníamos que luchar contra el poderoso marco.

No olvidar el viaje, un verdadero viaje en el tiempo, en metro hasta el otro mundo. El otro lado del muro. El viaje al socialismo real, al telón de acero. Yo ya había conocido dos o tres ciudades del control soviético, de sus mentiras y sus miedos. También de sus trampas y su deseo de supervivir, de no dejarse someter por la dictadura. Algo que los que veníamos del franquismo reconocíamos muy bien. Pero Berlín del este, con toda su mitomanía literaria, musical, fílmica; con su historia y su realidad, era más impresionante, más irreal en su belleza deteriorada que Sofía, que Budapest que Praga.

Berlín al otro lado del muro se parecía al peor de los decorados realistas de una novela de Le Carré. Ya nada quedaba del Berlín años veinte, ni de la arrogancia nazi, ni del mundo oculto del cabaret. No, Berlín era un decorado de la tristeza. Gentes vigiladas que no podían dar ningún salto. Y sin embargo, hermosa y pobremente conservada.

Paseamos bajo los tilos, respiramos su tristeza y volvimos a dormir al otro lado del muro.

Nunca fuimos comunistas, menos aún estalinistas, pero era imposible seguir disimulando, creyendo, mirando para otro lado, cuando desde el mundo injusto del Berlín capitalista y democrático, desde esa ciudad reconstruida después de tanta guerra, recordabas quién y porqué se había construido el muro mientras tomábamos nuestra cerveza en un garito con música. Menos mal que podíamos sentirnos izquierdistas no comunistas, seguir pagando alguna cerveza y ver, en libertad, la primera exposición de Eduardo Arroyo. El destino nos convertiría en amigos. Tengo que hablar con él de Berlín. Ahora que aquella ciudad tan muerta, el Berlín Oriental, esa nevera impenetrable, se haya convertido en la ciudad más dinámica de occidente.

Vuelvo a mis lecturas, tengo que hacer una lista de mis alemanes imprescindibles. Mañana si tengo tiempo. Ahora estoy terminando un libro de Berlín, con sus espías y sus mentiras, con sus miedos y sus cambios. Se llama "El muro de Berlín", es de un inglés llamado Frederick Taylor. Está en RBA. Me devuelve a ese Berlín de cuando fuimos jóvenes. He vuelto unas cuántas veces a esa ciudad. Me iría a vivir mañana si no fuera porque Madrid también es un poco Berlín y se habla mejor mi idioma.

Me sonrío con una cita del libro, después de inquietarme con otra de Sebald y Robert Lowell. La cita es de un cliente anónimo de un bar de Berlín Oriental el mismo día de la caída del muro. "Así que construyeron el muro para impedir que la gente se marchara, y ahora lo derriban para impedir que la gente se marche. Ya me dirás si es lógico"

La vida, la política y las ciudades casi nunca son lógicas. Ni la lógica.



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9 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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¿LIBERAL, ORTEGUIANO Y DE DERECHAS?

 

 

 

 

Sin ningún afán de polemizar diré algo sobre Ayala como un español de "derechas", tal como lo define un paseante por éstas páginas. Somos dueños de nuestros errores. También de nuestras convicciones. Los unos y las otras, los errores y las convicciones, son producto de nuestras ideas que muchas veces se forjan tan libres como osadas.

Nunca diría muy convencido que Francisco Ayala es un hombre de izquierdas. Al menos no de la manera "ortodoxa" en que entendíamos el ser de izquierdas. Quizá, siendo un tanto heterodoxos y generosos a la hora de entender que fueron las izquierdas, sí podríamos situar a Ayala en las izquierdas. En una izquierda no marxista. Que también podría ser tachada de liberal, burguesa, ilustrada, republicana y atea. Una izquierda culta, de café y preocupaciones sociales, que se agrupó en torno a Manuel Azaña. Se que tuvo muchos encuentros, y bastantes distancias, con el pensamiento de Ortega. Fue unos de sus maestros,  pero un maestro cuestionado. Como cuestionado fue el escritor Azaña. Tanto como el político. Pero en esas cercanías, entre esos pensamientos políticos y culturales se movía el siempre independiente Ayala.

Lo se de primera mano, por haberle escuchado muchas horas hablar de esos españoles, de sus ideas y de sus obras. De segunda mano por leer a Ayala. Y de tercera por leer y escuchar a los mejores conocedores de su obra y su vida.

 El joven Ayala, que nunca dejó de tener algo de joven maduro, irónico y muy serio, se mostró feliz, pero también independiente y sin euforias exteriores, con la llegada de la república. Aunque no quisiera pasear eufórico ondeando su bandera. Siempre fue de una independencia más allá de toda algarabía. Colaboró en sus intentos modernizadores, trabajó para ella en tiempos de paz y lo siguió haciendo en tiempos de guerra. Voluntariamente regresa del tranquilo Chile para ponerse al servicio de la República en guerra. Ya hemos contado las muertes de la familia. Después vendrían los exilios.

Se mantuvo a distancia física y moral del franquismo y de la derecha española. De la de entonces y de la de ahora. Vivió de sus escritos y de sus clases. Quizá como un pequeño burgués ilustrado. Nunca se arrodilló ni ética, ni estéticamente. Quizá se le puede considerar de la derecha si el beber uno o dos whiskies al día son rituales de derechas. O si el placer por algún buen vino, alguna comida tradicional, una formal elegancia en el vestir y la admiración por hermosas mujeres fueran patrimonio de la derecha. Como no lo creemos así, tampoco creeremos que Ayala fuera de "derechas". Ni lo fue ni se le esperó.



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4 de noviembre de 2009
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