Javier Rioyo
El camino mejor para llegar a Andrés Trapiello es admirar a Ramón Gaya. Estoy en Murcia, naturalmente he visitado el museo dedicado a Ramón Gaya, ¡mucho más que un gran pintor! y he recordado algunos encuentros con este hombre esencial, tímido, casi secreto por su discreción y de una importancia notable en nuestra pintura. Un elegante velazqueño. Además, un excelente escritor, ensayista, poeta y una persona importante desde le ética y la estética. Una vez estuve unas horas en su casa madrileña, al lado de la Plaza Mayor, mantuvimos una conversación grabada que nunca se pudo emitir por fallos técnicos. Una torpeza muy marca de la casa, de la mía, claro.
En Murcia, la ciudad de su infancia, de su adolescencia y a la que siempre volvió, esa ciudad, ese sitio de "solitaria sustancia…una singularidad imprecisa, misteriosa, secreta, fina, inefable, indecible, invisible" Así se refería a su ciudad perdida. Esa ciudad desaparecida de su infancia que siempre llevó consigo.
Y de Gaya he pasado a su amigo- un camino fácil, lógico y sin muchos desvíos- el escritor que no cesa, el poeta, memorialista y editor Andrés Trapiello. Le conozco desde los años del pop y el trotskismo o casi. He seguido, con más o menos fidelidad, sus apuntes diarios, su "salón de pasos perdidos", esa novela de la vida cotidiana contada desde su ironía, su ternura, su sensibilidad y su mala leche. Muchas veces comparto su manera de contarnos la vida y sus intérpretes. Algunas veces son muy reconocibles, muy verdaderos y otras se nos presentan como pasados por las máscaras. Creo que Trapiello es ya el escritor español que más páginas ha publicado. Habrá que cotejar con Menéndez Pelayo, Galdós, Lope y no me acuerdo de ningún "Tostado" más. Seguramente en el futuro lo pasaré al ebook, lo leeré de manera electrónica, pero ahora los "trapiellos" ocupan unos cuantos metros de mis caóticas estanterías. Me gustan esos tomos de memorias, esos pasos agrupados en las ediciones de Pre-Textos- la misma editorial de Ramón Gaya. Editorial de muchas alegrías.
Voy abriendo un poco al azar este tomo último "Troppo vero" y me encuentro con páginas que me atrapan. Por ejemplo unas en las que se habla de las casas de los escritores, de las casas de la gente, de las casas de los amigos. ¿Somos cómo nuestras casas? Yo de vez en cuando me reconozco en algún espacio de mi casa. Otras veces creo que debería ser otro, en otra casa.
Y en mis días de fiebre, también tropiezo con éste espejo de mi mismo, de pensamientos que nunca había escrito contados por Trapiello: "Cuando se está enfermo los pensamientos que tiene uno se parecen mucho a los cachivaches del Rastro, son cada cual de su padre y de su madre, y salen todos desportillados después de haber servido a dos generaciones. Así que se acostumbra uno a verse como uno de esos restos de naufragio con los que juegan las olas de la playa durante horas, sin decidirse nunca ni a dejarlo en la arena ni a llevárselo mar adentro, y tan pronto lo pone en la playa una ola igual que la siguiente, igual que la que la precedió, vuelve a llevárselo"
Me gustan sus pensamientos, me duelen menos que los míos. Y me gusta compartir también con Andrés la admiración por Lichtenberg:"Solo nos duele algo si tenemos un pensamiento propio"
Recuerdo que alguna vez que algo me dolió. Pero no lo recuerdo bien.