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Escrito por

Javier Rioyo

Javier Rioyo (Madrid, 1952) es licenciado en Ciencias de la Información. Periodista, escritor, director y guionista de cine, radio, televisión y dramáticos. Dirigió y presentó el programa semanal de libros Estravagario en TVE 2, con el que obtuvo el Premio Fomento a la Lectura 2005, concedido por la Federación del Gremio de Editores de España. También ha sido responsable de cultura y libros en el programa diario Hoy por hoy de la cadena SER. Es colaborador habitual de El País (escribe para el suplemento semanal Domingo) y de la revista Cinemanía. En televisión, Rioyo ha presentado el programa "El Faro" del canal Documanía y ha obtenido dos premios Ondas en Radio y uno en Televisión. Ha sido guionista de numerosos festivales de música para Canal+, así como de los premios Goya, y de diversos programas de radio y televisión. También coordinó los guiones para la serie Severo Ochoa. Ha dirigido y participado en cursos de Comunicación y Cultura en diversas universidades españolas. Formó parte del Comité Asesor de Alfaguara y ha sido jurado de festivales de cine y premios literarios en varias ocasiones. Es autor del libro Madrid: casas de lenocinio, holganza y malvivir (Espasa Calpe, Premio 1992 Libros sobre Madrid); y de La vida golfa (Aguilar, 2003). En 2005, con su productora Storm Comunicación, realizó la producción ejecutiva y el guión de Miracolo Spagnolo, un documental para la RAI sobre la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero al gobierno y su primer año de legislatura. También dirigió y produjo Alivio de luto, un vídeo documental en el que entrevista a Joaquín Sabina; así como Un Quijote cinematográfico. En 1994 fundó la productora Cero en conducta, con José Luis López-Linares, con la que tuvo a su cargo el guión y la dirección de Alberti para caminantes (2003); y la producción ejecutiva y el guión del largometraje Un instante en la vida ajena (2003), que obtuvo el Premio Goya al mejor documental; así como de Tánger, esa vieja dama (2002). También ha codirigido con José Luis López-Linares el cortometraje Los Orvich: Un oficio del Siglo XX (1997), y los largometrajes Extranjeros de sí mismos (2001), nominado al mejor documental en la XVI edición de los Premios Goya; A propósito de Buñuel (2000); Lorca, así que pasen cien años (1998), nominado a los premios Emmy 1998; y Asaltar los cielos (1996), nominado a los premios Goya al Mejor Montaje, y ganador del Premio Especial Cine, de los Premios Ondas 1997.

En 2011 fue nombrado director del centro del Instituto Cervantes de Nueva York en sustitución de Eduardo Lago.​ Ocupó el cargo hasta septiembre de 2013, cuando fue sustituido por Ignacio Olmos.​ En 2014 fue nombrado responsable del centro del Instituto Cervantes en Lisboa.​ En febrero de 2019 deja el cargo y pasa a dirigir el centro de Tánger de la misma institución.

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Premios, ciudades

 

 Uno de los libros más entretenidos, sinceros, irónicos, sin dejar de ser sutiles, del pasado año es "Mis premios" de Thomas Bernhard. Volviendo a bucear en un lugar dónde pocos se atreven. Entre la editorial Alianza- que rescata este inédito autobiográfico sobre lo que pensó y escribió sobre los premios literarios de su vida- y el rescate de Anagrama de algunas de sus esenciales, y también autobiográficas, novelas, nos permiten que uno de los grandes escritores europeos vuelva al visible lugar de las novedades. Y regrese a nosotros con su lúcida y sarcástica manera de mirar el mundo. No fue complaciente, pero podía ser muy divertido. Lo fue en muchas de sus sátiras.

 En "Mis premios" habla, por ejemplo, del desprecio que siente por algunas de esas ciudades europeas que por una inmensa mayoría son consideradas hermosas. Ciudades ideales, llenas de historia, magníficas en la conservación de su pasado y cómodas de tamaño. "Como aborrezco esas ciudades de tamaño medio con sus monumentos arquitectónicos famosos, por los que sus habitantes se dejan desfigurar durante toda la vida. Iglesias y calles estrechas en las que personas que cada vez se vuelven más apáticas vegetan hasta que se mueren. Salzburgo, Augsburgo, Ratisbona, Wurzsburgo, las aborrezco a todas, porque en ellas, durante siglos, se ha mantenido al fuego la apatía"

Cada uno que aporte sus "burgos", sus ciudades tan perfectas, tan controladas de barbaries constructoras, tan cómodas, burguesas, apacibles y vigilantes del que llega de fuera. Ciudades europeas, ciudades de provincias, que han forjado el bienestar y han escondido la barbarie. Ciudades modelo que han conservado los huevos de las serpientes. Ahora hemos oído hablar de los excesos que los daneses, que los habitantes de Copenhague, han permitido contra esos utópicos de distinto pelaje que creían que el mundo, su futuro y su clima se podían cambiar. Quizá, muchos de esos comprometidos luchadores, sean los que piensan en habitar ciudades más históricas y razonables que nuestras grandes urbes. A mi, con esa parte Taif que uno conserva, también me gustan las ciudades que desprecia Bernhard. Pero como vivo en una de las ciudades preferidas por el escritor, la ciudad dónde tantas veces se refugió en los últimos años de su vida, seré indeciso en qué Bernhard me apetece para cada ocasión. Hay que leerlo. Aunque seamos buenos pianistas.

Esto lo escribo el día después del Premio Nadal a Clara Sánchez. Pensando en  ella, en las ciudades de origen de los personajes de su novela ganadora, he recordado esas críticas miradas de Bernhard a esas ciudades, esos ciudadanos, capaces de convivir con el más hermoso de los estilos arquitectónicos y con la más odiosa ideología. Deseando leerte, Clara. Y brindar por escritores como Bernhard, ese descreído de todos los premios. Incluso de los bien dotados. Hasta de los prestigiosos.



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7 de enero de 2010

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Toulouse, capital del exilio

 

 Emociona visitar la exposición sobre ese "cuerno" republicano y español en el sur de Francia. Conmueve viajar a esa Toulouse forjada por rebeldías democráticas y españolas. Una ciudad que se transformó con las ilusiones de muchos derrotados de la España republicana. Vital, quijotesca, amparadora de miles de españoles que, ni cautivos, ni sometidos, armados con la esperanza de cambiar el futuro, supieron hacer de todos una ciudad que empezó siendo ajena y terminó siendo suya.

Toulouse, tan francesa, es también una patria española. Siempre ha sido una ciudad cercana y abierta. Una de esas ciudades que rompían los tópicos de nuestra separación de Europa por los Pirineos. Pero cuando Toulouse se hace más sanguínea y emocionalmente nuestra es a partir de la primavera del año 39. Después de haber pasado la frontera con los fríos del invierno, de haber soportado la vida de refugiados en campos del sur de Francia, miles de aquellos españoles, conscientes de la imposibilidad del regreso, se reparten por pueblos y ciudades cercanas a la frontera. Quizá con la vaga esperanza de un día poder volver al país que los expulsó.

La vida es dura en aquellos años. Derrotados por los fascistas españoles, tienen que volver a luchar contra el nazismo que viene de Alemania. Francia es también un país secuestrado en sus libertades. Otra guerra contra la barbarie emprenden para supervivir muchos republicanos españoles. Después de años de incertidumbre, de muertos, de penurias, los españoles demócratas se han ganado un lugar en la Francia democrática. Los españoles de Toulouse se integran en la vida cotidiana de una ciudad que está normalizando la vida. Tienen que comenzar una nueva vida. Trabajadores, artesanos, campesinos, algunos licenciados, profesores, tenderos, mujeres que cosen, limpian, sirven o enseñan. Un grupo humano que quiere tener una vida mejor en una ciudad que ya empieza a ser también la suya y un idioma que también será el suyo.

Pasan los años, las décadas, el franquismo sigue en el poder, los españoles de Toulouse viven  con las ventajas de la democracia, aunque con el dolor del exilio. Muchos quieren regresar, algunos lo hacen en los años sesenta, no demasiados. España, aquella tierra de la que fueron expulsados, sigue siendo un país sin libertades y sin trabajo. Miles, millones de españoles que tienen que volver a salir al extranjero.

Los españoles del exilio toulesano son un grupo humano que ayuda a la transformación de la ciudad que nunca han dejado de sentir los valores democráticos en los que creyeron. Ya son parte del paisaje humano de una ciudad que no hubiera sido la misma sin la contribución de aquellos derrotados que supieron vencer la batalla del futuro. Toulouse también es española.



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4 de enero de 2010

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Fin y otros principios

 

Ha pasado ya éste año tan claroscuro. Lo comienzo entre nieve, en un pueblo de la Maragatería, Santiago Millas. Un pueblo del camino. Un pueblo maragato que conoció su esplendor en los años en que los arrieros con sus mulos transportaban alimentos, tabaco, mantas y otros productos que venían del oeste. Llegó el progreso, el ferrocarril y los pueblos maragatos se quedaron parados en el tiempo. Hoy, casi por milagro, conserva su belleza. Postal nevada y un tímido sol que aparece tras los montes.

Un grupo de amigos, copas, música, charla intrascendente, encuentros y desencuentros. Leo en el "e-book" un poema de Huidobro: "bajo la nieve resbala la noche..." Me desperté y la nieve caía con esa mansedumbre que conoce tanto Julio Llamazares.

He regalado al grupo un libro reciente, una novela española: "Fin". La primera que publica David Monteagudo. Un escritor gallego, transplantado a Cataluña, trabajador en una fábrica del Penedés. Gran lector. Y toda una feliz sorpresa de novelista. Todavía es posible. La novela es inquietante, eficaz, inteligente, ligera y aguda. Comienza siendo un relato hiperrealista de un grupo de amigos. Termina en un mundo que parece una ficción de Ballard "a la española". Está publicado en "El Acantilado". Una vez más Vallcorba está atento a la caza de la buena literatura. Esta vez no ha tenido que mirar hacia atrás con olfato sino hacia delante con sagacidad.

Creo que los que no tengan claro el regalo de reyes, y que no tengan mucho presupuesto, harán que sus amigos se encuentren un poco más prevenidos con esas reuniones a ciegas, con esos intentos de recuperar el tiempo perdido y volver a la juventud evocando lo bien que lo pasamos cuando entonces.

Empiezo el año. He vuelto a Paul Auster. Apenas llevo cuarenta páginas y ya estoy atrapado entre esas vidas que encuentro paralelas de algo que nunca podré ya vivir.

La literatura, como el cine, tiene subidas y bajadas. Después de algunos libros de Auster que me parecieron más prescindibles, con "Invisible" estoy atrapado. Ha vuelto a su lugar mejor. Menos mal que hay algunas cosas buenas que nos dejó el 2009. También volvió el mejor Woody Allen.

Por cierto si algunos no quieren invertir los euros en Monteagudo, aquí, en esta barra, se puede leer la novela de Monteagudo. Buen año.



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1 de enero de 2010

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Noches de odios

 

 

 

Es más fácil odiar en tiempos de imposición del buenismo navideño. Yo creo que hasta el bueno de Machado sabía odiar  noches y días como éstos. Con la tontería iluminada de un  mundo supuestamente feliz, con los empalagos en forma de villancicos y con los empalagos en general en forma de comida, bebida, compañeros, familia y otros animales. Por eso, y por cosas que no debo decir y no diré, recomiendo alimentar un poco más el odio. Se que algunos lo tienen muy difícil, ya son odiosos, odiadotes y odiados gran parte del año, pero otros quizá con un buen consejo, un libro adecuado o un amigo generoso lo pueda mejorar.

He leído el breve texto de William Hazlitt, casi un desconocido entre nosotros pero muy admirado por algunos tan queridos como Stevenson, Thomas de Quincey o Charles Lamb. Y también rechazado, odiado y negado por muchos de sus contemporáneos. Demasiado libre, demasiado listo, demasiado independiente. El texto breve se llama "El placer de odiar". Publicado en la pequeña editorial barcelonesa "Nortesur" y acompañado por otros textos, también breves y sagaces, de Hazlitt que hablan sobre la moda o sobre el por qué de nuestro gusto por los objetos distantes.

Antes de conocer, de leer a Hazlitt dormí en su casa de Londres. En pleno Soho, al lado de mi lugar de un mítico lugar del jazz londinense, está la casa en que habitó Hazlitt. La casa de sus años de esplendor porque por el prefacio de Jordi Doce nos enteramos de sus caída en desgracia, en olvido y pobreza. No es fácil ser lúcido. Y "odiar, por encima de todo  la pedantería, las jergas abstrusas o herméticas, la pretensión de cualquier índole o lo que él llama con repugnancia obsesiva cant, la afectación, el fingimiento de lo que no se es o no se piensa". Antes de todo eso tenía una hermosa casa burguesa que ahora es hotel. Un precioso pequeño hotel que lleva su nombre y que guarda algo de la atmósfera de éstos ilustrados de los años de esplendor. Por cierto, mucho le gustaba a Hazliit-  y a muchos cinéfilos, rebeldes con o sin causa- ese poema de Wordsworth : "devolvernos la hora / del esplendor en la hierba, de la gloria en las flores"

También odio a los que no nos devuelven esa hora.

Y copio, para los que aman y para los que odian, algunas líneas de Hazliit. ¡Qué pena que "su hotel" sea más bien caro! Odio a los pudientes que no se merecen estar en su casa.

 

"La naturaleza, cuanto más la observamos, hecha de aversiones: sin nada que odiar, perderíamos el auténtico resorte del pensamiento y de la acción. La vida se convertiría en una charca de aguan estancada si no la agitaran los intereses opuestos y las pasiones irrefrenables de los hombres...Lo cierto es que en la mente humana existe una atracción secreta, un ansía de maldad que encuentra un deleite perverso, y a la vez gozoso, en la fechoría pues es una fuente inagotable de satisfacciones. La bondad absoluta no tarda en volverse insípida, carente de variedad y brío. El sufrimiento es agridulce, y no sacia nunca. El amor se convierte, con un poco de indulgencia, en indiferencia o en hastío: únicamente el odio es inmortal"

 

Tengo que hacer llegar el texto completo a mi amigo Lorenzo Díaz que sabe odiar mucho y bien. Hemos tenido años de varios odios compartidos. Los amores eran otra cosa.



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28 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Nuevo texto sagrado

 

Alguna vez habíamos paseados por sus ciudades tan peculiares, tan propias, tan diferentes a muchas de las que habitan nuestros poetas. También conocíamos alguna de sus prosas. Además de seguirle como personaje de Vila Matas pero nunca como ahora se nos había acercado de forma tan transparente. Está Francisco Ferrer Lerín, que de él estoy hablando, en lo que uno imagina como plenitud. En esas cotas de excelencia que deben tener alguna vez el poeta y su voz. Su lengua de arena nos invita a tumbarnos con este libro y ver pasar pájaros, vidas, nubes, cielos y cientos volando. Paisajes urbanos, paisajes desérticos, ejidos o claros del bosque por dónde faunas y floras cercanas y extravagantes se pasean o se quedan.

Como un cuaderno de bitácora, mejor, como un cuaderno de campo de un ciudadano que dibuja el campo y la ciudad se pasea con sus armas cargadas de palabras este poeta, ni fámulo, ni señor. Poeta que acaba de publicar su libro más abierto y amparador. Se llama "Fámulo", en esa colección de paganismos poéticos y otras espiritualidades que se llama "Nuevos textos sagrados".

Estos días, con empacho de televisión en casa, con melancolía por otros mitos y otros ritos no he parado de recordar uno de los poemas de Ferrer Lerín. Lo copio como regalo de pascuas

"Nunca nadie vio ni pudo imaginar que un día

aciago, sin señalamiento

especial, un día que vale ya

por una era, eso que llaman

sistema de valores, la vertebra-

ción de nuestras vidas, ¿para ellos

también fue pues

así?, la cara

extrema, de fealdad

total, horripilante, vulgar-eso es,

vulgar-

ocupara nuestros hogares,

durmiera

en nuestros lechos.

¿Qué oscura trama? Desmedida

ambición

por destronar las reinas: veo

a Ingrid Bergman,

a la princesa Gracia, por no avanzar

más, y a aquellos hombres,

volviendo a Notorious, Louis Calhern, Claude

Rains, e incluso

el algo insípido y envarado

Cary Grant y me estremezco al comprobar la tropa

que invade: un tal Tosar,

tratante sin duda en casquería, Resines

tendero de la esquina, y las féminas

como una Seseña, otra Padilla y otra Baró, jefa,

ésta, de una chabola donde la mugre

del amontonamiento causa furor en las audiencias. Fue Somerset

Maugham quien nunca pudo acostumbrarse a la humana fealdad.

Que suerte haber, amigo, alcanzado ya

la definitiva paz.

 

 

 



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26 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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FELICITACIONES NAVIDEÑAS

 

 

 

 En los días navideños cumplo con los ritos familiares. Al menos con más los paganos. Lo que me cuesta es enviar felicitaciones. Incluso esas que ahora son las habituales, las que ya nada tienen que ver con los tradicionales carteros.

Por eso cuando el  cartero llega con algo que no sea una multa, una publicidad o el correo del bando es un raro regalo. Casi una sorpresa. Desde hace ya bastantes años recibo, colecciono y disfruto con dios celebraciones que llegan por cartero y con pequeño libro incluido. Uno es de ese bar que fue tan nuestro, que seguimos queriendo así que pasan los años,  la felicitación del "Cock". Un pequeño libro sobre el beber, en una curiosa colección que comenzó el recordado Gonzalo Armero. Este año el libro es de Eduardo Arroyo, un pintor, escritor y bebedor de grandes virtudes. Un año más muy buena vista la de Pachi, la insustituible dueña del local.

La otra es de Chus Visor. Siempre un texto sorprendente, curioso, rescatado de escritores y poeta de cualquier tiempo, país y condición. Este año es una muy peculiar parábola, seria e irónica, de un escritor demasiado olvidado, Danilo Kis. El escritor, serbio/judío que conoció de cerca algunos de los horrores del siglo pasado, escribió unos "consejos a un joven escritor". Como el libro es no venal y no será fácil hacerse con él, reproduzco algunos de esos consejos. Es mi manera de felicitar a mis queridos habitantes de esta barra libre en la que nunca bebemos suficiente.

"Cultiva la duda con respecto a las ideologías reinantes y a los príncipes.

Mantente alejado de los príncipes.

Cuida de no manchar tu lenguaje con el habla de las ideologías...

No creas en proyectos utópicos, salvo en aquellos que concibas tú mismo...

No seas profeta, porque la duda es tu arma...

No apuestes por el momento, porque lo lamentarías.

Tampoco apuestes por la eternidad, porque lo lamentarías.

No estés contento con tu destino, porque sólo los imbéciles lo están...

No seas servil porque los príncipes te tomarían por un criado.

No seas presuntuoso, porque te parecerías a los criados de los príncipes...

No escribas para las fiestas y los jubileos...

No seas tolerante por cortesía.

No defiendas la verdad a cualquier precio:"No se discute con un imbécil"

No te dejes persuadir de que todos tenemos igualmente razón

 ni de que los gustos no se discuten...

No discutas con ignorantes sobre cosas de las que, gracias a ti, oyen hablar por primera vez.

No tengas ninguna misión.

Guárdate de los que tienen una misión...

No creas en la intuición.

Guárdate del cinismo, entre otros del tuyo.

Evita los lugares comunes y las citas ideológicas...

"Segui il carro e lascia dir a le genti " (Dante)

 

Si la lotería pasa de nosotros, siempre nos quedarán algunos libros. Y algunos consejos.



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21 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Bailando con Borbones

 

 

Nunca imaginé hacer algunas cosas que he terminado haciendo. No confesaré en público algunas de las cosas que por azar, necesidad o gusto he tenido que hacer. Que hago. O que seguiré haciendo. Siempre hay que ir derrocando las certezas. La tiranía de lo previsible es una guerra que nunca termina. Sigo intentando que la sorpresa me tome por asalto en las ocasiones que sea necesario.

Y nunca me imaginé bailando con Borbones. No por convicciones republicanas, que las mantengo pero sin fanatismos- tomar el palacio sí, pero dejar libres a sus ocupantes- sino porque no estoy en la lista de los candidatos cortesanos. Y además no me gusta demasiado bailar. Algunos hombres que nos somos tan duros tampoco bailamos. Pues la otra noche bailé al lado de Borbones. Y no era la hermosa Leticia, querida ex compañera de algunos cercanos pupitres profesionales, sino una hermana del rey. No estoy seguro si era una u otra, una de las dos ¿infantas?, ¿princesas? o lo que sean, pero una de ellas estuvo en esa comunión de bailes, estribillos, coros y danzas que son los conciertos de Joaquín Sabina. Ahí estaba la Borbón, la hermanísima del rey, al lado de los piratas cojos con pata de palo, al lado de las banderas negras, rojas y moradas, al lado de los de nombres impropios o de nombres tan peleones como Carmela, ay!. Allí estaba coreando con Benjamín Prado, saltando con Almudena Grandes y cerca del silencio cómplice de Caballero Bonald. Allí estaba de manera real esa señora de nuestra real familia. Bailando entre lobos republicanos. Cantando entre paganos. Participando en esa ceremonia al lado de treinta mil maneras de encontrarse con el mejor comunicador de nuestro cante poético. Después de Serrat, de Miguel Ríos, llegó sabina y no mandó parar. Quiso ser continuador de esos, de otros y dejar camino a los que sean capaces.

El concierto de Madrid fue un emocionante éxito para Sabina. Y un regalo inesperado para los que no bailamos con Borbones. Está claro que en este insólito ruedo ibérico ya hemos enterrado en guerra civilismo, aunque algunos se empeñen en poner puertas al campo. Sabina, lo diga Agamenón o su porquero, es el mejor retratista musical de nuestro tiempo. Con nuestras contradicciones republicanas o monárquicas incluidas. El que lo bailó lo sabe.



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18 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Paco Ibañez

Paco Ibáñez es la mejor de nuestras leyendas roncas, cercanas, profundas, irónicas, cargadas de futuro y con un pasado que nos hace viajar a los tiempos en que contra Franco no vivíamos mejor. El cantante que llegó vestido de negro, comprometido como Celaya, descreído como Brassens, cercano como Miguel Hernández, pícaro como Quevedo, se hizo necesario como el aire que respiramos. Desde su primer disco en directo grabado en el Olimpia parisino, Paco fue nuestro mentiroso poético más necesario. Aprendimos de la verdad de sus mentiras y nos hicimos seguidores de un tipo hermosamente contradictorio como un lobo bueno, altivo como un aceitunero, solitario como Góngora y cachondo como el Arcipreste de Hita.

Llegó con sus canciones desde París, con los pintores del exilio y las voces de nuestras quejas, con la poesía profunda y la poesía necesaria, con Valente y con Alberti. Con los unos, contra los otros. Y nos aprendimos los himnos y los poemas puros, las coplas a la muerte y los cantos a la vida. Paco era, es, nuestro cantante esencial para intentar entender este país de todos los demonios. Desde París o en nuestras barricadas, en Barcelona o en el País Vasco, desde las arboledas perdidas o en algún Finisterre. Paco, el exiliado Ibáñez, el vasco que trabajaba la madera y jugaba a las cartas, el hombre de la voz que se rompe para emocionar a golpe de guitarra y palabras de la tribu, ese joven que lleva cincuenta años cantándonos como si nos invitara a seguir resistiendo las noches y sus días, canta una noche de éstas y nos hace encontrarnos con una esquina que conocemos desde hace varias décadas. Volveremos a nuestras galas de antaño: negros por fuera, rojos por dentro. Volveremos al color de la vida que se carga de futuro. Al que canta porque le duele y  porque le gusta. Volver al gozo de sentir que la canción tiene sentido, que el cantante sabe de dónde es aunque no sepamos, no nos guste,  saber a dónde vamos.

Una mañana en Jaén, nuestro Jaén, el de Miguel Hernández, el de los aceituneros, se encontraron Paco Ibáñez y Raphael. Después de que cada uno mirase para otro lado, de que intentaran disimular sus evidentes presencias, esos dos cantantes, dos mitos tan diferentes, tan nuestros, esas dos Españas, se dieron la mano. Me brotó una sonrisa, un resto de mi ingenuidad y me retiré sin escuchar lo poco que se dijeron esas dos barricadas que se rindieron por unos minutos La timidez de vasco, la condición de exiliado, el mundo radical y profundo de Paco hacían muy difícil el encuentro con la amable y un tanto impostada manera de ser y estar de ese ídolo de la canción sentimental, divertidamente amanerada, eficazmente popular. Dos que estaban en las antípodas. El chicharrón crecido en las profundidades de la queja, en la mejor desnudez de la poesía forjada desde la edad media hasta nuestros poetas de la generación del alcohol y la experiencia. Y el niño de Linares, el chico del coro de la iglesia, de las fiestas con aristócratas venidos a menos y militares idos a más. Y sin embargo los dos chicos del pueblo. Los dos "carne de escenario". Gente que dice cosas cantando. Cada uno con lo suyo. Con sus voces, con sus ámbitos. Soy de los que creció cantando a Paco Ibáñez. Pero no dejo de saberme muchas canciones de Raphael. No me hacen falta las canciones, las músicas y las letras de Raphael. Y no me imagino nuestras músicas sin las canciones de Paco Ibáñez. Me gustó verlos juntos, no revueltos, por unos minutos. Me gustaría estar al lado de Paco en ese concierto de Barcelona. O de Carabanchel, bajo.



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15 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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MIRANDO A ESCRITORES

 

 

 

Hace unos días recibí un libro de ediciones Siruela escrito por Jesús Marchamalo: "44 Escritores de la literatura universal", unos curiosos textos biográficos sobre imprescindibles de la literatura universal que continúa otro que ya había dedicado a los escritores en español. Como aquél está acompañado de los retratos, cariñosas y certeras caricaturas, del pintor Damián Flores.

Hace tiempo, varias décadas, que nos conozco a Marchamalo. Y desde entonces conozco su pasión libresca. Era un joven con gafas y sonrisa, con prisas y tranquilidad, pulcro y curioso representante de esa tribu que conocíamos como "letraheridos". Habíamos coincidido en esquinas de Radio Nacional, ese mastodonte comunicativo que sigue sin conseguir lo que esperábamos, lo que nos merecíamos, nos seguimos mereciendo. Seguimos cada uno por su sitio, por nuestro sitio, en vidas paralelas y nos hemos ido encontrando en cosas de letras, de escritores y de escritos seguido sus colaboraciones en el cultural de ABC, una isla tan nuestra, tan visitada, tan necesaria.

Y abrí su libro, sus paseos por algunos de los imprescindibles de la literatura universal. Lo recomiendo vivamente. No hay nada nuevo en este acercamiento, pero todo en su mirada es nuevo, subjetivo, interesante y notable por sus formas y su curiosidad.

Un ejemplo, así comienza su "retrato" de Thomas Mann:

"Tuvo una predilección, obsesiva, por los números redondos. Una vocación secreta de contable, de brujo o cabalista, que le hacía cuadrar fechas y efemérides. Nacido en 1875, veinticinco años- exactos- más tarde publicó "Los Buddenbrook" y veinticinco años después "La montaña mágica". Así que en 1950, según sus cuentas le tocaba morirse. Se equivocó.

Quiso ser, de pequeño, pastelero o revisor de tranvías, aunque no le habría ido mal de actor: no había cosa que más le divirtiera que salir de su casa fingiendo ser un príncipe, un banquero, un explorador de lejanas aventuras: el paso decidido, el juego acompasado del bastón, la mirada altiva..."

Dan muchas ganas de seguir sus vidas. Y, sobre todo, sus obras. Un libro lúcido e inteligente para hacer lectores.

Otro día tengo que hablar de otro escrito sobre escritores. También con retratos pintados, caricaturizados. Es del maestro Manuel Vicent, tan cercano, tan lúcido y poco profesoral. Raras virtudes por estos pagos.



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11 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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John Lennon

 

La biografía es un género anglosajón. Aquí, salvo rarezas contadas, hemos pasado de las vidas de santos a los inciensos civiles de algunos de nuestra galería de famosos. Los que quieran trabajar el género tienen todo el campo abierto, el terreno abonado y a los protagonistas deseantes. Hay en nuestra historia reciente y lejana toda clase de ilustres que siguen esperando un biógrafo paciente. No necesariamente complaciente.

 Estoy leyendo estos días una biografía ejemplar. Lo digo con esperanza y con envidia. Es la vida de poca santidad de John Lennon. Escrita por Philip Norman y publicada por Anagrama. No es nuevo en estos pagos el biógrafo Norman. Pertenece a  la generación del pop y autor de un libro imprescindible sobre los Beatles, "¡Gritad!", además de otras sobre los Rolling, Elton John o Buddy Holly. Solo conozco su trabajo sobre los de Liverpool que es, sencillamente, imprescindible. Mucho más si te gustan los Beatles.

Ahora ochocientas páginas sobre Lennon, el más fascinante del grupo. El más genial y uno de los personajes que cambiaron los gustos del pasado siglo. Sin duda me importó mucho más que el Che, que Cristo- o sus seguidores- o que Kennedy. Lennon fue el ídolo, el héroe que necesitábamos una generación que ya estábamos muy dispuestos para seguir a los descreídos,  los contradictorios y los arbitrarios. Después de la alegre inocencia juvenil, nos llegaron sus pacifismos, su vida entre camas blancas, la exótica Yoko- ¡la mala!- los caprichos de un famoso que parecía indomesticable. Después llegó esa muerte, tan injusta, tan cruel pero con la edad de hacer un presentable cadáver. Lennon siempre fue uno de esos creadores que salvaríamos de los infiernos, o purgatorios, y que nos llevaríamos como acompañante de músicas, y algunas letras, para construirnos paraísos falsos, sí, pero más apetecibles que la habitual oferta del menú de las falsas religiones.

La primera parte de la biografía de Norman me recuerda a la vida posible de un nieto sacado del mundo de Dikens, pasado por la música rock, la televisión y las chicas de la rebelión sexual. Un chico de barrio, una familia complicada, unas vidas de perdedores que se salvan por el talento, la música y las ganas de salir de las viejas moralidades. Una biografía que nos hace entender con sus músicas, sus letras, sus caprichos, sus manías, cinismos, amores, disparates y arbitrariedades a un ser fascinante. Y también al otro, al mismo, al que tantas veces resultó un tipo insoportable. Lennon fue el hermano mayor que muchos hubiéramos deseado. Sobre todo después de haber triunfado en compañía de unos chicos como él, como nosotros. Todos quisimos ser los Beatles. Ninguno lo consiguió.

Una vez dijo que "no creía que hubiera alguna causa que merezca que te peguen un tiro por ella". Yo tampoco. Un día como hoy de hace veintinueve años un cretino, y mal lector de "El guardián entre el centeno", quitó la vida de un tiro de John Lennon, acababa de cumplir los cuarenta años y ya era un hombre para la eternidad.  



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8 de diciembre de 2009
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El Boomeran(g)
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