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Escrito por

Iván Thays

Iván Thays es escritor peruano (Lima, 1968) autor de las novelas "El viaje interior" y "La disciplina de la vanidad". Premio Principe Claus 2000. Dirigió el programa literario de TV Vano Oficio por 7 años. Ha sido elegido como uno de los esccritores latinoamericanos más importantes menores de 39 años por el Hay Festival, organizador del Bogotá39. Finalista del Premio Herralde del 2008 con la novela "Un lugar llamado Oreja de perro".

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Claudio Magris y los best-sellers

Claudio Magris Alfabeto (Anagrama) es una reunión de textos del escritor italiano Claudio Magris acerca de diversos temas, una muestra de su erudición pero también de su curiosidad dispersa. En Radar Libros de ?Página12? publican algunos de los ensayos del libro. Uno en especial me llama la atención, el titulado ?Torless vs Harry Potter?. Un texto sobre los best-seller, el mercado literario y sobre todo de la aparente muerte de la novela experimental. Así comenta Magris:

?La dictadura del best seller mata la literatura?, escribió en el Corriere Andrew Wylie, describiendo desde su observatorio privilegiado de agente literario mundial el efecto sofocante de la carrera por las grandes tiradas y por los temas de éxito sobre la creatividad artística y sobre el pluralismo de la literatura, condenada a perecer aplastada por un modelo único, poco importa si lo ha impuesto el Partido o el Mercado. Con tono todavía más encendido, Dubravka Ugresic ?la apasionada escritora croata que se rebeló contra el comunismo y después contra el regresivo poscomunismo nacionalista extendido por todas partes de Europa? denunció en La Repubblica la mercantilización literaria, todavía más escandalosa para quien, como ella, se ha formado en la literatura disidente clandestina, ajena a cualquier tipo de lógica comercial. Ni Wylie ni Dubravka Ugresic infravaloraron el beneficio económico, sin el cual no se imprimirían más libros; tampoco se dejan llevar por el vulgar resentimiento envidioso, tan a menudo latente en la crítica de cualquier éxito, o por abstractas recriminaciones espiritualizantes, ineficaces a la hora de entender la realidad. No sólo Robinson Crusoe y Werther, los dos primeros best sellers de la historia, sino también muchos otros libros que encabezan las clasificaciones, incluso recientes y con frecuencia arduos y escarpados, son obras maestras. (?) Ahora, sin embargo, se asiste a una ecuación entre éxito y valor. No es casualidad que otro importante agente literario, Luigi Bernabò, escribiera en el Corriere: ?Este es el tiempo de Dan Brown?. Según este objetivo diagnóstico, esta novela u otras como La profecía de Celestino o los episodios de Harry Potter parecen no sólo envidiables éxitos, sino también expresiones de nuestro tiempo, más verdaderas y profundas, por ejemplo, que Manía de Del Giudice o que Submundo de DeLillo, dos libros también famosos, celebrados y vendidos, pero con algún cero menos. (?) La observación de Bernabò plantea implícitamente un problema fundamental, que trasciende la discusión sobre los best seller. Si éste es el tiempo de los Dan Brown, eso significa que la función de mostrar el yo del mundo no será ya tarea de la gran literatura experimental y de vanguardia ?que desde hace más de un siglo ha cambiado la realidad, recogiendo su esencia con potencia visionaria? que nos hace descubrir en ella, pese a los años y a las décadas, nuestro presente, nuestra verdad. Siempre hemos creído que, sin importar las fechas, los Kafka, Svevo, Strindberg, Beckett eran nuestros contemporáneos, que continuaban hablándonos de un futuro todavía abierto e incierto, de una forma más intensa y más dura que tantos otros libros escritos cien años más tarde, o sea hoy, y que parecen escritos mucho antes. Las fechas en ocasiones mienten: Las tribulaciones del estudiante Törless de Musil es de 1906, pero no es contemporáneo de Carducci, sino de nosotros mismos, a quienes nos parece nuevo e innovador, todavía difícil de abarcar, mientras que son los El Código Da Vinci los que parecen del siglo XIX. Si la novela tradicional, tantas veces dada por muerta, resultase ser la expresión adecuada de nuestra realidad actual, deberíamos pasar página y considerar a Kafka no un arúspice de nuestro presente y de nuestro futuro, sino un noble padre del Panteón del pasado.

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17 de noviembre de 2010
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LECCIONES DE BORGES.- ?Yo no tengo estilo, apenas algunas…

LECCIONES DE BORGES.- ?Yo no tengo estilo, apenas algunas astucias? dice Borges en uno de sus prólogos, y sobre esas astucias enumeradas comenta en esta parte de la entrevista que le hizo Soler Serrano en 1980, luego de que ganara el Premio Cervantes de Literatura. Vale la pena anotar los trucos, simples pero muy efectivos y ejemplificados magistralmente por Borges (en especial el de poner una duda, ejemplificado con la muerte de Quijano en El Quijote).

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16 de noviembre de 2010
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Siri Hustvedt reseñada

carátula del libro Ayer comentamos la entrevista a Siri Hustvedt sobre La mujer temblorosa, publicada en Anagrama. Hoy comento una reseña que apareció sobre el libro en Radar Libros, firmada por Luciana de Mello. Dice la reseña:

La mujer temblorosa es la crónica de esa búsqueda de diagnóstico, esa explicación para sus temblores que no logra encontrar de manera cabal ni en la psiquiatría ni en la neurología ni en el psicoanálisis. Hustvedt ahondará en planteos tan complejos y fundamentales ?y por lo tanto literarios? como son los dispositivos de la memoria, la manera en que el cerebro y la mente se relacionan para dar lugar a esa tan temida división del yo. Y justamente es allí donde reside el hallazgo de estas crónicas del temblor, en su cruce con lo narrado, en sus preguntas irresueltas sobre la naturaleza de la escisión del individuo que sólo logra reunirse con su otra mitad extraviada a través del lenguaje, pero por sobre todo a través de la escritura. Entonces la salida ya no es aniquilar al doble, escapar de él aunque en eso se vaya la propia vida, sino que el sujeto, en un acto de memoria creativa, asume la desgarradora pérdida y la incorpore a su ser narrativo. Y como consecuencia se producen cambios neuronales en su cerebro y en las zonas ejecutivas prefrontales. Hay veces en las que todos nos resistimos a reclamar lo que debería ser nuestro; lo vemos como algo ajeno y no deseamos incorporarlo a la historia que tejemos sobre nosotros mismos. ¿William Wilson y Dr. Jekill & Mr. Hyde fueron entonces una especie de sanación para Poe y Stevenson? Difícil respuesta, ya que ambos terminaron muertos en un estado de salud mental más que deteriorada, pero dejando tal vez una pista de cómo exorcizar la locura del desdoblamiento: escribir, exhibir, purgar al doble. Siri Hustvedt se lanza, intenta juntar todas las partes de ese cuerpo que se rebela para volver a hacerlo propio a través de la palabra. Lo único reprochable en este caso es que no hiciera gala, como es costumbre, de su talento narrativo. Su escritura esta vez se excede obsesionada en los repasos de teorías e historias clínicas. Enfermedad, lenguaje y escritura están constantemente en diálogo en esta crónica científica, así como con sus trabajos anteriores, ya que el tema de la relación entre arte y mente está presente en la mayor parte de su obra. Si bien sus novelas son más cautivantes que este último trabajo, los déficit de un escritor son tan importantes como sus fortalezas más obvias, y en este sentido La mujer temblorosa funciona también como la articulación de su proceso interno de escritura. Como la revelación de esa necesidad de organizar el propio mundo hasta encontrar la llave secreta que nos convierta en sobrevivientes de nosotros mismos.

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15 de noviembre de 2010
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Irvine Welsh en negro

Irvine Welsh Irvine Welsh será eternamente el autor de Trainspotting, aunque él no lo quiera. Por eso esta haciendo una precuela de la novela famosa. Jorge Herralde comentó que solo se animó a editar a Welsh cuando encontró a un traductor que pudo trasladar de manera perfecta todos los modismos del autor y aquel slam de Edimburgo tan complejo, pero protagonista verdadero de sus libros. La nueva novela de Welsh, Crimen, ha sido publicada por Anagrama. Y en El Mundo le hace una reseña Laura Fernández:

Ray Lennox, el soldadito roto, demacrado, pálido, bien afeitado, con su característico flequillo trasquilado en John?s, en Broughton Street, el mismo que deja al descubierto una frente estrecha y abombada, no puede creerse que en Miami Beach haya un monumento al Holocausto. Pero, ¿qué hace un detective del Departamento de Policía de Edimburgo en Miami? Está tomándose un descanso, mientras su novia, Trudi, hace planes de boda. De heco, Trudi va de un lado a otro con una revista llamada ?Perfect Bride? (?Novia Perfecta?) y Lennox se está volviendo loco. No puede dejar de pensar en Britney, la niña que subió una furgoneta blanca y jamás regresó. O mejor dicho, regresó (cadáver) en forma de víctima del temible Mr. Confectioner, un pederasta sin escrúpulos. Así arranca ?Crimen? (Anagrama), la nueva novela de Irvine Welsh. Atormentado por todo el trabajo que no tiene más remedio que llevarse a casa e incluso de vacaciones (si Trudi habla de boda, Lennox no puede evitar pensar que habrá al menos una niña que ya nunca podrá casarse porque no pasó de los siete: Britney), el detective saldrá a la calle en busca de algo que alivie su dolor. El calor fuera es insoportable. Los inviernos en Miami superan los 35 grados. Lennox se está asando. Y bebe una copa tras otra hasta que alguien le consigue polvo blanco. Se suponía que eso no debía pasar. Se suponía que lo había dejado. Pero ahí está, y Lennox ha vuelto. Y las chicas que le han puesto la cocaína en el bolsillo amenazan con llevárselo a casa y no dejar que la fiesta acabe. Fiesta que empieza bien (un presumible trío, la ansiada droga) y que acaba de la peor de las maneras (con Lennox encerrado en la habitación de la hija de diez años de una de las chicas, víctima de una red pedófila). El nombre de la niña es Tianna y Lennox hará todo lo posible para que la historia (de Britney) no se repita. De lectura deliciosamente compulsiva, ?Crimen? es mucho más que una novela negra de tintes lisérgicos: es una destartalada y soleada carretera al infierno que conduce a lo más profundo del alma humana.

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15 de noviembre de 2010
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Fuguet despide a Escanlar

Gustavo Escanlar ?Un sicópata y un hermano cósmico menos? ha dicho Alberto Fuguet en su blog Apuntes Autistas a propósito de la muerte de Gustavo Escanlar. ?El primer McOndo en morir? dijo Edmundo Paz Soldán. La muerte de Escanlar ha pasado desapercibida en la mayoría de medios no uruguayos, pero no para aquellos que lo hemos leído. Así se despide Fuguet:

Nos vimos poco, cara a cara. Tampoco nos escribimos mucho. Nos conocimos antes del mail, cuando un silencio era sólo eso, no un vacío o un refugio. Apareció por correo, a la editorial planeta: Oda al niño prostituto (The Wrong Way Kid). El autor: Gustavo Escanlar. No lo conocía pero yo estaba entre los que me agradecía. ¿Por qué? En la primer página, una dedicatoria: PARA UN MAC HERMANO ENCONTRADO CASUALMENTE EN EL MALL (EN LA LIBRERIA DEL MALL). Nos intercambiamos un par de cartas; lo publicamos en la Zona; inspiró una famosa columna de Bianchi que, tal como un capítulo de Escanlar (¿era un capítulo, qué era ese libro bendito/maldito?) titulado Yo, también, una suerte de credo de los tropiezos generacionales. Me presentó en Montevideo. O intentó. Ahí lo conocí. El ?chico de prensa? Fernando Estévez pensó que él sería la persona ideal para presentarme en la Feria del Libro de, creo, 1996. Me lo dijo en el aeropuerto de Carrasco. Le dije: genial, Escanlar es mi autor uruguayo favorito. Nos conocimos en un bar, una hora antes de la presentación. A la presentación no llegó nadie. Nos fuimos los tres a una parilla. Luego Fernando se fue antes que uno de los dos, o los dos, bautizaron mi novela Prensa amarilla como Tinta Roja. -Es un tango, pero la literatura es afanar. Luego pase un par de días caminando por la rambla, en librerías, alucinado con este genio loco maldito que se autodestruía con humor, a lo Belushi. Escanlar había visto todo lo incorrecto y no distinguía entre malo o bueno sino aquello que lo había echo sentir y ?escapar, ché?. Adicto al VHS, a la tele, a novelas basuras, a los autores malditos, Escanlar era un poeta y siempre lo admiré. Ya para entonces McOndo estaba por salir y Escanlar fue uno de los primero elegidos (¿acaso el Mac de esa dedicatoria viene de él?) fue uno de sus defensores, quizás el más acérrimo, incluso cuando yo quise huir de ese monstruo. Su cuento ocurría en USA para ser ?aún más Mc? Cuando sacó NO ES FALTA DE CARIÑO, me pidió un blurb. Se lo faxee feliz. Apareció en la contratapa con un Escanlar post rapado, más joven y más delgado, casi sujetándonse de una Coca ColaGustavo cerró el siglo pasado con Estocolmo, publicado por Reservoir Books con una foto de Stranger Than Paradise. Miro todo lo que subrayé y pienso en cómo más que perderse, Escanlar, que lo dio todo, nunca encontró un lugar literario porque era muy arrabalero, muy border, pero que eso también era parte de su poética -era su poética- y que ahora, como mucho malditos (aunque poca veces he consido un maldito tan dulce, bonachón y curioso, lleno de vida) quizás ahora en que el canon se vino abajo, en que la crítica ya no dictamina, en que un gordo que no se afeita puede ser perfectamente un autor que, mirando sus ultimos escritos, veo que celebró el Nobel a Vargas LlosLuego lo vimos -todos lo vimos- en Madrid, cuando Lengua De Trapo y Casa de Américas lanzó la antología Líneas Aéreas y armó un congreso. Lo vi menos porque él quería demoler hoteles y yo ya quería dormir no más en ellos. Su cuento era uno de los mejores del grueso volumen: Una fiesta popular. Y cuando llego gordo, peludo, sin camisa, a la charla magistral de Mario Benedetti, Escanlar lo encaró. ?Cómo se atreve a aconsejar a los jóvenes si usted nunca lo fue. Usted cree que la vida se divide en blanco y negro, usted escribe puras mentiras?. Creo que lo sacaron del recinto y se puso la remera y algunos de nosotros nos fuimos con él a un bar a comer tapas y tomar sangría y creo que después no quedamos solo y me contó mil cosas, cosas en extremo personales porque me dijo, como te conozco y no te conozco, como sos mi hermano cósmico, te las cuento. Después desapareció. Y supe que se volvió el periodista/notero/no-tan-enfant terrible de la tele del Uruguay. Y fue tan amado como odiado. Apareció en mi vida hace menos de un año, por mail, cuando se topó con Missing. El estaba volviendo a escribir: La alemana. Quedó en enviármela y no me llegó. me emocionasteme hiciste pensar que para algo sirve esto de escribirvolvi a pensar en nuestra hermandad cosmica mas alla del tiempo y la distancia (no puede ser que nos gusten los mismos libros!!! quiero darle un abrazo a ellroy por mis rincones oscuros!!!)y, sobre todo, te agradezco porque leyendote me dieron ganas de escribir, de cerrar cuentas, de mirar el pasado familiar luego: llegó el terremoto y uno de los primeros mails era de Escanlar: hey psicopata!!!como estas???te afecto el terremoto??cualquier cosa, si quieres venirte por aqui un tiempito, sos bienvenidoun abrazo Cuando vi esa gran cinta que es Gigante, pensé : está cinta es como de Escanlar o tiene algo de Escanlar pero si los excesos, sólo la parte blanda. No digo que fue el mejor de todos pero tuvo algo que hizo que sin duda era en muchos casos el mejor porque no le importaba nada, porque era tan literaria su vida que se atrevió a casi no tener una carrera literario y sin embargo dejó poco pero lo que dejó está vivo, sangre, humea y está con tanto rencor como de alegría. Hoy lanzo un libro sobre los 90 y los 00 y sólo pienso en Escanlar. Paz Soldán me dice: es el primer McOndo que cae. Leo blogs, notas, del Uruguay. Lo veo en You Tube. Leo notas de él. Leo la última nota de él en Búsqueda y es casi como si lo supiera que la cortina se cerraba, y donde analiza muy a la ?Yo también? los últimos 25 años, los años que donde él no sólo fue testigo sino partícipe. aqui un ?cuento? o algo así llamado EX (todo en Escanlar era al final no-ficción) aparecido en El Malpensate de COL. Gustavo sufrió un ataque al corazón ayer; ya había utilizado sus seis bisagras. Me dan ganas de mandarte un mail; aquí  miro tu dirección. Si te envió uno, ¿ podrás responder?

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14 de noviembre de 2010
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Adiós, Remington

Máquina de escribir Mi primer libro de cuentos lo escribí en una Remington ultra ligera (el modelo Air de las máquinas de escribir) y en resmas de papel color melón que compré en el centro de Lima. Nunca publiqué ese libro, del cual solo recuerdo dos cuentos, uno llamado ?El inicio? y otro de nombre confuso, epígrafe de Yves Navarre y que tenía que ver con fotografías y con un personaje llamado Dalnest. No era fácil darle a esas teclas siempre con la misma fuerza, para que no quedaran letras más claras que otras. Y no era sencillo tampoco que la última línea saliese pegada al fin de la hoja. Las palabras equivocadas o las frases las borraba escribiéndoles xxxx encima. Mi padre luego compró una máquina eléctrica y algunas cosas mejoraron, pero no cambió mucho. Ahí hice mis trabajos de universidad y escribí algunos cuentos como ?No necesariamente rubia?, que apareció en Las fotografías de Frances Farmer. Edwin Chávez en su blog ?Sala de espera? de La Mula escribe sobre la nostalgia de las máquinas de escribir. Dice:

Hubo una época anterior a las laptops e impresoras y procesadores de texto. Una época en que había que escribir con buen pulso y disfrutar del recio y rimbombante push de las teclas qwerty, en que las marcas famosas no simbolizaban manzanas ni ventanas sino apellidos como Remington, Olympia y Olivetti. Era la época de los rodillos y timbres y palancas y armazones. La época en que los escritores del siglo XX se sentaban al escritorio con un vaso de whisky y escribían y se equivocaban y volvían a escribir y se volvían a equivocar. Era la época en que escoger una máquina de escribir era un acontecimiento único y memorable. Sabías que podía acompañarte por 20 ó 30 ó 40 años. Escoger una máquina de escribir podía ser mucho más especial incluso que pedirle matrimonio a una mujer. Era una apuesta segura: no habría traición, permanecería a tu lado en las buenas y en las malas, moriría (si moría) luchando en la batalla contra la página en blanco. Ya no quedan muchos escritores de la vieja guardia. De aquellos que persisten en el casi extinto ritual de colocar un papel y mover un rodillo. Son pocos. Ya no son legión. Hay un Nobel: Gunter Grass. Hay un norteamericano: Cormac McCarthy. Hay un español: Javier Marías. Ningún peruano. Vargas Llosa y Bryce Echenique hace tiempo que cambiaron sus viejas y clásicas  Times-Corona por sus nuevas y modernas Apple. ¿A dónde se han ido sus máquinas de escribir entonces? ¿A dónde se han ido todas las máquinas de escribir? A los museos y las salas de exposición, al olor a papel viejo y desinfectante, a los espacios donde viven los souvenirs de un tiempo lejano y simbólico. Algunas se van a subastas y luego a las manos de algún coleccionista. Algunas están olvidadas en algún puesto de cachinas o en el almacén de una vieja casa de mitad del siglo XX. Pero hay una verdad: los escritores de la vieja guardia ? los leales y los tránsfugas- no soportan la muerte de un viejo amor. Hay dolor en el deceso de una máquina de escribir. Hay dolor en saber que pertenece al mundo de los objetos perdidos. 

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14 de noviembre de 2010
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"No me gustan los escritores que no escriben"

César Aira. IIustración: Loredano Pero la aparición en Babelia de César Aira no se resume a la reseña de Ernesto Ayala-Dip sino que Soledad Gallego-Díaz le ha hecho un extenso cuestionario, respondido obviamente a la manera-Aira.  Algunas preguntas y respuestas:

P. ¿Arranca con la idea de una historia que quiere contar? R. Sí, siempre empiezo con una idea. Tiene que ser una idea sugerente, no muy definida, de modo que me permita aventurarme en algo desconocido, pero siempre hay algo que me lleva a empezar. A veces es una idea más conceptual y a veces un lugar, los gimnasios, por ejemplo, o una ciudad. P. Cuando empezó a escribir El error, ¿existía el bandolero Pepe Dueñas? R. No. La idea con la que empecé fue pequeñísima, la que está en las primeras líneas del libro, alguien que entra a la novela por una puerta que dice ?error? y se justifica diciendo que era la única puerta que había. Esa fue una idea pequeñísima y tonta que se agotó en las tres primeras líneas, pero justamente es la clase de idea que me gusta porque me da completa libertad. P. Tiene sentido de humor. R. Yo nunca hago humor deliberadamente, me parece peligroso. El humor depende demasiado del efecto que produce. Es ponerse a merced del lector, si le va a causar gracia o no; eso no me gusta. Pero me sale naturalmente en el curso de la invención, de la imaginación. P. ¿Cuál es su relación con la pintura? R. Tengo más que nada una relación con el cine. Ha sido una pasión mía desde muy chico. P. ¿Le gusta el cine de Almodóvar? R. Tengo mucha admiración por Almodóvar. La última vez que estuve en Madrid me hospedé en un pequeño hostal. Yo no había visto Volver, y a la noche encendí un pequeño televisor que colgaba de la pared, sin control remoto, para ver si había algún noticiero. Estaba empezando precisamente esa película. Me pareció una obra maestra, de lo mejor que ha hecho Almodóvar. Lo consideré como un regalo del destino y me alegró una noche madrileña. P. Usted hablaba mucho de la fantasía, ¿es la vida una fantasía en la que uno se mueve? R. No. La vida es real, lamentablemente, diría alguien. Quizás me hice escritor por eso, para refugiarme en el mundo de los libros. Desde muy chico, por ser tímido o miope, me refugié en el mundo de los libros, de las aventuras, de la fantasía, de la imaginación. Y después seguí con eso. P. A sus personajes les pasan muchas cosas, pero no dicen nunca lo que sienten. R. Mis personajes, por lo general, no tienen psicología porque no me interesa. No me interesa la persona, me interesa la historia, la trama, los personajes tienen que ser simplemente funcionales a la historia. Creo que no tienen espesor psicológico, pero no lo busco. De hecho, me hacen reír esos escritores que hablan de sus personajes como si fuesen seres reales. Lo mío no va por ese lado. P. ¿Se ríe mucho? R. Sí, quizás es una defensa. Soy risueño. Salvo en gente que sufrió mucho de verdad, me parece que ser trágico es un poco impostar. Me acuerdo de una tira cómica que salía en una revista de alguien que se mostraba todo el tiempo muy torturado y angustiado y después se encerraba en un cuarto a reírse a carcajadas. Lo mío es lo contrario, yo me estoy riendo todo el tiempo y luego tengo mis angustias como todo el mundo, pero a puerta cerrada. P. ¿Tiene más relación con poetas que con novelistas? R. Yo me formé en un círculo de poetas. De ahí puede venir mi amor por los libritos delgaditos, pequeñitos, que hacen los poetas. A esas novelas gruesas, pesadas, enormes, me parece que les falta una cierta elegancia que tienen los libros de los poetas, y yo quise escribir mis propios libros delgaditos, pero, como no soy poeta, naturalmente escribo novelas. P. De los poetas que lee, ¿hay alguno en particular que quiera usted nombrar? R. Ahora estoy releyendo a Jules Laforgue, el poeta uruguayo-francés, que es muy difícil de leer porque tiene frases muy retorcidas. Estoy leyendo siempre buena poesía, clásicos y jóvenes nuevos. Estoy releyendo también la obra de un poeta que fue amigo mío y murió hace varios años, Emeterio Cerro. Era un genio, un genio raro. P. He leído que usted se deja influenciar más por gente joven que por autores de su propia generación. R. Ahora prefiero la compañía de los jóvenes. Es natural en los mayores ir a beber sangre fresca. Me gusta el entusiasmo, el empuje de los jóvenes, que se va apagando con el tiempo. La mayoría de mis amigos de mi generación, mis amigos de juventud, ya han perdido la llama. Yo trato de conservarla con el contacto con los jóvenes. La mayoría de mis amigos tiene hoy menos de 30 años. P. ¿No tiene usted la impresión de que muchos de esos jóvenes son muy convencionales? R. Sí. Algunos sí, pero otros no. Ahora hay un reflujo respecto de lo que fueron mis años juveniles, los sesenta, los setenta, donde era casi obligatorio para un joven ser algo de ruptura, algo nuevo, algo distinto. Hoy día puede ser que haya más convencionalismo, resignación a hacer lo que quieren las editoriales, que tienen la obligación de seguir publicando libros para mantener en marcha su máquina y hay gente que les da ese material. A mí me parece que ya hay suficientes libros buenos en todas las bibliotecas como para seguir escribiendo novelas iguales a las que ya hay, por buenas que sean. Por bien hechas que estén, son más libros. Nuestra misión, para darle un nombre un poco más místico, es hacer algo nuevo, algo distinto, y de eso hay poca gente que se ocupe.

P. Algunos críticos dicen que sus novelas son ligeras. ¿Cómo lo toma? R. Según como se defina esta cuestión. El que no se ocupa de promover los valores humanos, históricos, sociales, el que se ocupa de la literatura como una pura actividad artística, puede ser tachado de frívolo. A mí me lo han dicho más de una vez. Y me lo tomo bien. P. Ligero o denso, usted le dedica la vida entera. R. Sí, y con mucho gusto y mucho placer. Durante muchos años pensé que me había dedicado a la literatura por descarte, porque no podía hacer lo que realmente había querido: hacer música, pintura, cine; no tenía talento, ni posibilidades de nada de eso. Así que lo más fácil era escribir, algo para lo que no se necesita más que un lápiz y un cuaderno, y saber escribir. Pero, con el tiempo, me di cuenta, muy a la larga, de que la literatura es el arte más difícil de todos; así que si lo elegí por descarte, hice un mal negocio. P. Goza usted de un gran respeto dentro de la crítica argentina. Fue usted invitado a la última Feria de Fráncfort, en la que Argentina fue el país estrella, pero no fue. R. Sí, no quise ir, era algo demasiado oficial. Y sí, la crítica ha sido muy benévola conmigo. Son contadísimas las críticas negativas que recibí. No sé por qué. Quizás no soy tan bueno como yo creí. A un buen escritor, en el sentido de un escritor que inaugure algo nuevo, tendrían que criticarlo más. Siempre es bueno tener un enemigo. Justamente, el arte contemporáneo tiene una figura fundamental que es ?el enemigo del arte contemporáneo?, que vocifera que son todos unos fraudes y unos vagos, que ganan millones con el esnobismo de la gente. Lamentablemente, en la literatura no tenemos este enemigo. P. ¿Es cierto que odia usted a Juan Rulfo porque escribió poco? R. No, pero no me gustan los escritores que no escriben. Hay gente que necesita tener carné de escritor, porque eso les sirve para moverse socialmente, pero lamentablemente para eso necesitan escribir y eso no les gusta. Pero no tengo nada contra Rulfo, salvo considerarlo un escritor bastante mediocre, pero eso son opiniones y gustos personales que no le impongo a nadie. P. ¿Qué escritor, de los que lee últimamente, recomendaría? R. Creo que el único escritor vivo al que sigo con cada libro que publica es Kazuo Ishiguro. Pero tampoco me hago un deber de estar al día con la literatura actual. Estoy en la edad de la relectura, releer es un placer doble. P. En buena parte de la literatura argentina de los últimos 30 años está presente el tema de la dictadura militar y de los desaparecidos. En su literatura eso no existe. R. No, para nada. Siempre he pensado que, al final, todo lo que uno escribe, por más que sean estas cosas que escribo yo, todo se traduce al final en plata y hacer plata con la desgracia ajena me parece una cosa desagradable. Nunca lo haría. P. ¿No es un poco duro con sus colegas? R. Bueno, no, cada cual tiene su modo de hacer las cosas. No me gusta además la temática. En el cine europeo, el equivalente a nuestro cine o novela de desaparecidos es el tema de los inmigrantes. Son igual de deprimentes e igual de tristes? Todas esas películas alemanas sobre los turcos? Además, una novela que tenga un tema, yo ya desconfío. Yo no quiero escribir sobre los desaparecidos o los inmigrantes. El que investigue esos temas, que haga su libro o su película, pero no una novela y no una película de ficción. Me parece un poco deshonesto.

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13 de noviembre de 2010
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Gustavo Nielsen, premio Clarín 2010

Gustavo Nielsen El narrador argentino Gustavo Nielsen, a quien conocí hace décadas en el inolvidable e inesperado Mollina, ha sido ganador del Premio Clarín de Novela 2010 gracias a un jurado compuesto por  Juan Cruz, Rosa Montero y Edgardo Cozarinsky, junto al Editor General de Clarín Ricardo Kirschbaum y el Editor Adjunto de Revista Ñ , Jorge Aulicino. El premio se lo lleva con la novela La otra playa que, según dice la nota, cuenta:

la historia de dos matrimonios amigos que se reúnen para ver las diapositivas del viaje de vacaciones de una pareja en Brasil, que encontraron en unas valijas compradas en el Ejército de Salvación. Les inventan una historia, un pasado y un futuro. A partir de ahí, se abre un relato que combina el realismo con las historias de fantasmas. (?) Rosa Montero habló en nombre del jurado: ?La novela de Gustavo es más original que la media, es arriesgada, es atrevida. Está llena de intrigas y de sorpresas. Es de ungénero fantástico y con un tono sutil. Es una novela de una estructura magnífica, que te mete en un mundo que se va moviendo constantemente, en corrimiento?, dijo. Sólo la interrumpió el teléfono celular del ganador, que una y otra vez volvió a sonar.

Bajo el título ?Me atrae explorar lo siniestro? hoy Jorgelina Núñez lo entrevista para Revista Ñ. Dice:

¿Cuál fue el disparador de ?La otra playa?? Nace de una anécdota muy chiquitita, que me contó una chica, a la que se le había muerto el padre. Ella era nadadora y cuando en la pileta se iban todos, ella se quedaba haciendo la plancha, sintiendo que la tristeza le bajaba ahí y parecía que la iba a hundir. Había decidido dejar de nadar. Cuando me lo contó me dije ?Tengo que hacer algo para que esta chica siga nadando?. Ese fue el detonante, digamos. Pero en esa misma semana, estuve en la fiesta de unos amigos que habían comprado una valija de diapositivas en el Ejército de Salvación. Empezaron a proyectar, contra una medianera, esas fotos. Las imágenes registraban paso a paso un viaje que habían hecho dos personas. Todos nos pusimos a imaginarles una vida y de pronto caímos en la cuenta de que las películas eran de 1974 o 1976, que ellos no podían haber vendido esas fotos, que debían de haber muerto o desaparecido. Lo que era una fiesta se transformó en una depresión. Y yo sentí que recibía un mensaje de alguien que no estaba ahí. Entonces, me dije: ?Esto es un primer capítulo?. ¿Cómo juntó las dos cosas? Empecé a contarlas como historias paralelas, capítulo a capítulo. Pero después me pareció que era un artificio de best-séller. Resolví consolidar una historia, llegar hasta un momento en que el personaje se dijera ?Bueno, voy a ver quién es?, y entonces hacer un truco para enganchar la otra historia. Y hacerlo lo más rápido posible para mantener la atención del lector. Lo que tienen de bueno las novelas es la posibilidad de pulir y perfeccionar, de decidir qué no hay que mostrar. En esta novela los personajes son los que deliberadamente ocultan la historia. Pero, ¿cuál es esa historia? Es difícil referir el argumento de La otra playa sin traicionar su naturaleza: el misterio que la constituye. Baste decir que en esa primera, notable escena, dos matrimonios amigos, Antonio y Marta, Sara y Zopi, se reúnen para comer y ver diapositivas del viaje de vacaciones de una pareja en Brasil. Les inventan un pasado y un futuro, los matices del vínculo. Antonio es fotógrafo y Zopi, periodista. Marta y Antonio tienen una hija adolescente, y como pareja atraviesan una crisis. El cree que no ama a Marta como ella lo ama a él. En su desasosiego, sale por la ciudad de Buenos Aires a sacar fotos. Persigue con la cámara a una chica que le resulta atractiva. Más tarde, se aleja unos días de su hogar para viajar con Zopi a una casa en la playa, donde le cuenta sus problemas. Ahí escucha ruidos, ve bultos que se mueven entre los yuyos mientras preparan el asado. Al día siguiente pasean por la costa y Antonio fotografía con insistencia a una niña. Luego sufre un ataque y balbucea una frase y un nombre: ?Gustavo?. Por otro lado, Gustavo es un escritor de novelas de fantasmas bastante neurótico, que está en la playa, adonde viajó para concentrarse y escribir. Es novio de Lorena, también fotógrafa, que vive con su madre viuda. La historia, a partir de lo que les ocurre a unos y a otros (que se ignoran por completo hasta la primera mitad de la novela), crece en espesor dramático. El resto? hay que leerlo. ¿Percibe una presencia de lo fantástico en lo cotidiano? Soy de los que no creen en nada, un ateo total que a veces cruza los dedos. Me creo hiperracionalista y, sin embargo, no lo soy. Me doy cuenta cuando percibo que me pasa algo que no alcanzo a definir. La escritura es el lugar en el que yo siento que se pueden hacer muchas cosas porque te permite una libertad total y donde el recurso a la fantasía no me parece para nada malo. A la vez, es un espacio casi sagrado, de autoindagación. Me interesa que ocurran sucesos extraordinarios y la literatura siempre te lo permite. La suspensión de la incredulidad, de la que hablaba Borges. Exacto. Desde los doce años, yo tengo algo que contar. Por suerte no sé qué es, porque así lo sigo contando. Tampoco quiero preguntarme demasiado, de ese modo consigo mantener el interés a través del suspenso. Yo soy incapaz de preciosismo literario, no tengo esa virtud; soy arquitecto, no un hombre de letras. Por eso entretener me parece una cosa muy importante en la literatura. Los libros que me marcaron, Madame Bovary , por ejemplo, Pastoral americana de Philip Roth, Desgracia de Coetzee o El entenado de Saer , además de provocarme muchas cosas, también me entretuvieron enormemente. A mí me gustaría ser de ese club, ese tipo de escritor.

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13 de noviembre de 2010
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SECRETOS INUTILES de Mirko Lauer

RESEÑAS SIN PLUMAS Por Luis Hernán Castañeda HUMILLAR Y SER HUMILLADO El quehacer intelectual de Mirko Lauer, polifacético escritor peruano nacido en Checoslovaquia en 1947, abarca disciplinas y medios diversos: el periodismo, la docencia universitaria, los estudios literarios, las ciencias políticas y la crítica de arte son algunos escenarios de esta labor. En el campo de la creación literaria su perfil ha sido, desde la aparición en 1966 de su primer poemario, el perfil del poeta. Sin embargo, Lauer cuenta con un puñado de interesantes textos narrativos. En 1991 apareció la nouvelle Secretos inútiles, inaugurando una trilogía que prosiguió, catorce años después, con Orbitas.Tertulias, galardonada con el Premio Juan Rulfo en el 2006, y se cerró en el 2010 con Tapen la tumba. A pesar de la calidad literaria de estas obras breves, varios factores han concurrido para que la recepción del público y la  respuesta de la crítica hayan sido, hasta el momento, minoritaria y parca respectivamente. No son los menos desdeñables de ellos el alto nivel de exigencia que los textos imponen al lector, así como su deliberada vocación discreta y excéntrica. Por deseo expreso del autor, la suerte de ambos libros ha discurrido por los márgenes del circuito editorial comercial. Secretos inútiles, Orbitas.Tertulias y Tapen la tumba conforman un proyecto literario de gran coherencia interna. Los tres textos participan de un mismo universo ficcional, habitado por personajes que aparecen y reaparecen en constante gravitación alrededor del puerto y balneario peruano de Cerro Azul. Esta localidad sureña aparece dotada de un espesor histórico que abarca la totalidad del siglo XX, y que incluso alberga la memoria de un pasado precolombino. En este espacio denso, al que todos los miembros del elenco ficcional están inextricablemente vinculados, se dramatiza una compleja exploración de los significados del origen y de las modalidades del arraigo. En  Secretos inútiles, la exploración asume la clave del espectáculo; la novela investiga el sentido de la peruanidad a finales del siglo pasado. Secretos inútiles se presenta como la transcripción de una larga conversación nocturna que mantienen, en la ciudad de San Francisco, dos personajes: Mirko Lauer, un periodista y crítico literario; y Clayton Archimbaud, un anciano magnate anglo-peruano radicado en California, heredero de una familia de propietarios, que fue dueña de grandes extensiones de tierra agrícola en el valle de Cañete durante las primeras tres décadas del siglo XX. Como informa Lauer en Orbitas.Tertulias, este diálogo ocurre en 1988. Lauer, irónico y agudo narrador de la historia, está interesado en la vida y obra de la escritora Miranda Archimbaud, sobre la cual está realizando una investigación académica. Clayton es primo de Miranda, pero también ha sido su amante: existe entre ellos una relación turbia y compleja. Inicialmente, Lauer decide entrevistar a Clayton para obtener información biográfica que ilumine la pesquisa crítica. Pese a la formalidad de la situación, Lauer nunca deja de desconfiar de su informante -que le provoca desagrado y fascinación simultáneos-, pues los datos que este podría brindarle amenazan con insertarse en la esfera del chisme y la revelación escabrosa. En efecto, a medida que va avanzando la noche, la entrevista va derivando hacia la confidencia personal, exasperada por el alcohol. La dicción íntima, confesional y procaz de Archimbaud señala un deslizamiento hacia un modelo discursivo que no es el académico, un registro popular en el cual la curiosidad malsana alimenta el deseo de infiltrarse en la vida privada de los personajes públicos -de las ?estrellas?, podríamos decir-, para destapar sus secretos perversos. No cabe duda de que estamos en el universo de la prensa sensacionalista: ?Usted ha venido hasta aquí buscando datos fuertes, revelaciones impúdicas, confesiones malditas, primicias, verdades y mentiras?, le dice Clayton a Lauer. Esta forma de voyeurismo pertenece al periodismo de espectáculo y, específicamente, al subgénero de la confesión. Por ser Clayton el descendiente de una familia adinerada, lo que algunos llamarían un ?gran señor?, su confesión remite a las páginas sociales, y, cuando se descubre su condición de asesino, también a la crónica roja. Progresivamente, Lauer se va dejando arrastrar por el morbo. Afirma el mismo narrador: ?Por eso decidí escribir sobre el gringo mismo que era, como ya dije, flor de borracho malediciente y tenía su propia historia, llena de interesantes y descaradas mentiras que contar?. Así, el foco de interés inicial -la vida de Miranda Archimbaud- se ve desplazado por los recuerdos del propio Clayton, quien utiliza la entrevista como una excusa para prorrumpir en insultos, maldiciones y groserías, pero también para reconstruir el mundo de su infancia y pubertad en Cerro Azul en la década de 1920. A esta reconstrucción de la propia biografía subyace un motivo recurrente: Clayton es un hijo de ingleses nacido en el Perú, y su relación con la peruanidad no es asunto casual y superficial, sino más bien complejo y turbulento. A pesar de haberle manifestado a Lauer que ?todo el tema de lo peruano le era indiferente?, el crítico queda intrigado por la devoción que Archimbaud profesa por Cerro Azul, sentimiento que supera en intensidad y en extrañeza las formas convencionales de la nostalgia. Es evidente que no estamos frente a un extranjero cuya relación con el país que lo acogió haya sido epidérmica y azarosa; antes bien, nos encontramos frente un hombre que fue marcado traumáticamente, en los primeros años de su vida, por cierta experiencia particular de lo peruano. A pesar también de los intentos frustrados de sus padres por reproducir un estilo de vida británico en la casa familiar, impermeable a toda influencia del medio, Clayton establece conexiones duraderas con los moradores de Cerro Azul. Su relato explora una forma de relacionarse con el entorno social y de existir en la comunidad nacional que se despliega entre las coordenadas trazadas por el crimen, el erotismo y el espectáculo.  El vínculo más duradero que Clayton establecerá en Cerro Azul -más allá del que tendrá, durante toda su vida, con Miranda- no se dará con personajes peruanos. Se dará con los trabajadores chinos traídos a las haciendas de su padre en calidad de peones. Entre ellos, el personaje más destacable es Jack Wu, mayordomo, con quien los primos establecen una amistad íntima y clandestina, que empieza en la infancia y termina en la adolescencia. Con Jack Wu, la pareja de primos se recluye en una covacha donde, lejos de la autoridad paterna, se dedican a escuchar los intrincados relatos del mayordomo, cuyos argumentos son reformulaciones de novelas chinas clásicas. A medida que transcurren los años, y conforme los chicos van adentrándose en la adolescencia, el vínculo con Jack Wu incorpora un nuevo componente: el erótico. Es entonces cuando acontece un siniestro hecho de sangre. Existen versiones contrapuestas de lo ocurrido: la primera de ellas es que Jack Wu seduce a Miranda, lo cual despierta los celos de Clayton; de acuerdo con la segunda versión, son Clayton y Jack Wu los que se involucran eróticamente, generando la ira y el rencor de Miranda. Lo cierto es que se conforma un trío amoroso, en el cual uno de los integrantes se ve despreciado. Este móvil pasional empuja al excluido, cuya identidad el lector ignora, a perpetrar una venganza indirecta: le revela, al padre, la existencia de la relación prohibida entre amo y criado. El terrateniente, aprovechándose del poder casi absoluto que su posición social le confiere sobre sus sirvientes, manda ejecutar a Jack Wu. En la escena más memorable de la nouvelle, Clayton y Mirando se lanzan en una excursión nocturna a través del desierto bañado por la luna, hasta descubrir el cadáver de Jack Wu en un arenal, convertido en un banquete para los gallinazos. Este evento marcará para siempre la vida de Clayton. Pese a que resulta imposible determinar con certeza que haya sido él el culpable indirecto de la muerte de Jack Wu, por soplón y delator, Clayton se comporta como tal, y asume el pago de una deuda vitalicia. Cuando sus padres lo envían a vivir a Lima, el muchacho empieza a incursionar en los fumaderos de opio, ambientes sórdidos donde, inesperadamente, decide ofrecer un espectáculo peculiar: transvestido como una doncella oriental, Clayton danza y actúa, siguiendo los libretos de óperas chinas. El nombre artístico que asume es Mei You Ai, cortesana asiática descrita como ?una de las hadas que baja a la tierra para pagar con lágrimas una deuda de lágrimas?. Despúes de afincarse en San Francisco, adonde emigra forzado por amenazas de su familia, Clayton continúa con la costumbre de disfrazarse para actuar. Su deseo más ferviente, el que orienta su dedicación a la danza, es el de encontrar un público que aprecie su arte; sin embargo, se anima a confesarle a Lauer que jamás logró ganar este añorado aplauso. En San Francisco, se ve obligado a pagar con su propio dinero para presentarse en un teatro de variedades del barrio chino, el Doble Dragón, como un espectáculo cómico-grotesco que es recibido con burlas, insultos y rechiflas. Confiesa Archimbaud que, con el paso de los años, empezó a comprender que el rechazo y el desprecio le provocaban una íntima satisfacción: ?Cuando comencé, en el barrio chino de Lima, yo estaba estúpidamente convencido de que era el aplauso del público lo que perseguía, y eso me produjo innumerables frustraciones. Aquí en San Francisco descubrí que lo que yo buscaba realmente de ese público era la incomprensión, la distancia, la burla. ¿Se le ocurre una relación más distante, más cruel, que la del humor involuntario? Comencé aprendiendo a identificar el desprecio sin malicia que había detrás de las carcajadas del público, y de allí pasé a reconocer que mi personaje comenzaba su vida allí donde terminaba mi amor propio?. En determinado punto de la madrugada, cuando está lo suficientemente ebrio, Clayton se disfraza de Mei You Ai para enseñarle a Lauer su danza. Clayton realiza sus confesiones mientras baila y evoluciona, con torpeza, por la sala de su casa, donde monta un espectáculo privado para un perplejo y burlón Lauer. Al describir esta escena, la entonación de Lauer es de un sarcasmo feroz, un desprecio que mezcla la carcajada y la repugnancia. La atmósfera reinante es la de una fiesta esperpéntica. A pesar del clima cómico, resulta innegable que esta performance es una irradiación de un núcleo traumático profundamente alojado en su memoria: la muerte de Jack Wu. El disfraz, el baile y la culpa están ligados en un ritual de expiación, bastante estrambótico, a decir verdad. La persecución de la ignominia y de la sordidez como ideales del arte, se halla reproducida y dramatizada en el vínculo que se establece entre el actor que danza, mientras va contando su historia, y el periodista que, incrédulo, lo contempla y describe. El objetivo de Clayton es exponerse deliberadamente al ridículo, a costa de su amor propio: ser agredido, en un vínculo masoquista, por su espectador. De forma complementaria, también busca sorprender y perturbar a quienes lo observan, es decir, agredir a su auditorio. De esta suerte, la relación entre el actor y el público es representada como un lazo violento, perverso y maldito, que implica agredir y ser agredido, ser humillado y humillar; un lazo que no entraña una conexión empática, un intercambio y una comunicación, puesto que rompe todo sentido de comunidad y abre una brecha insalvable que daña y menoscaba a los participantes. Ahora bien, resulta difícil no vincular esta descripción con la observación que hace el mismo Archimbaud sobre la naturaleza de la sociedad peruana, a la que define como un conjunto de ?personas mansas e involuntariamente crueles, maltratándose unas a las otras?. Al disfrazarse de doncella oriental para cantar y bailar, Archimbaud produce, a través del discurso y del espectáculo, una imagen poderosa y visceral sobre una particular experiencia traumática de la peruanidad, definida por la violencia y la humillación. A pesar de que el personaje afirma sentir indiferencia por el Perú, lo cierto es que experimenta un frío desprecio que entraña una atracción perversa por lo bajo y lo degradado. Reveladoramente, existe una afinidad perturbadora entre la muerte del sirviente Jack Wu, que fue decretada ç por el padre de Clayton, y la historia de Mei You Ai, heroína esclavizada por su señor. Podría decirse que, cuando se disfraza de Mei You Ai, Clayton asume, ritualmente, la posición humillada de su viejo amante, al mismo tiempo que dramatiza su propia pertenencia a una colectividad fracturada, sacudida por un humor perverso y destructivo. El estilo de filiación y afiliación de esta colectividad puede ser representado como una cadena de abusos y vejaciones, perpetrados sin cesar y sin sentido, contra el otro y contra uno mismo. En virtud de lo dicho hasta aquí, la obra de Lauer se inserta, excéntricamente, en la gran tradición narrativa peruana, en la cual la humillación suele aparecer representada como una forma de socialización: basta pensar en el cuento Paco Yunque de César Vallejo, un ejemplo fundacional, pero también en Los ríos profundos de José María Arguedas, El mundo es ancho y ajeno de Ciro Alegría y La violencia del tiempo de Miguel Gutiérrez. El tratamiento de la humillación es peculiar en Lauer, ya que en los textos citados la posición del humillado está ocupada por un personaje popular, sea indio o mestizo. También para Archimbaud, hijo de un terrateniente, experimentar el arraigo es una forma de hacer el ridículo. Lo que este corpus parece sugerir es que para ser peruano, en cualquier clase social, el requisito básico es vejar, y ser vejado. En mi opinión, el valor de Secretos inútiles reside, precisamente, en la postulación imaginaria de un vínculo entre el individuo y la colectividad, que, como vimos, consiste en la humillación cómica modulada en clave espectacular.  En la articulación de lo privado y lo público que nos presenta Secretos inútiles, la condición de ?evento?, marcada por la fugacidad y la singularidad, tiñe por completo la asociación que se establece entre compatriotas. Dicho de otro modo, antes que producir un sistema eslabonado y coherente de relaciones sociales, lo que la novela recrea es un conjunto destrabado y desarticulado de eventos singulares, que se configuran a través de un lenguaje quebrado. Antes que un orden de nexos y ligaduras, lo que vemos es una intensificación radical de la descomposición y la fragmentación como únicos modos de pensar lo colectivo. Esto ocurre porque la singularidad del evento impide traducir la calidad única, la textura específica de cada experiencia, al lenguaje terso y coherente de las abstracciones alegóricas. Vale decir que el significado del vínculo entre sujeto y colectividad se consume en cada representación, en cada escena concreta y plástica. Consecuentemente, el rito espectacular del vejamen, el cual, dentro de una alegoría nacional, vendría a suministrar el plano literal, satura la semántica del texto y niega la posibilidad misma de albergar un plano figurado. En el universo ficcional de Lauer, la alegoría se ha tornado inimaginable por efecto de dos fenómenos conjuntos: la hipertrofia, por diseminación, del plano literal, y la consiguiente cancelación del plano figurado. Existe una escena de Órbitas.Tertulias que cifra la reflexión sobre la peruanidad presente en la primera novela corta del Ciclo de Cerro Azul. En Órbitas, descubrimos que Clayton Archimbaud tiene la costumbre de comprar objetos relacionados con el Perú y de archivarlos en el ?rincón peruano? de su residencia en San Francisco: ?antiguos mates burilados ayacuchanos, un retablo, un huaco nazca, un rey mago montado sobre un elefante, en piedra de Huamanga?. Más que una colección de souvenirs, se trata de una acumulación desordenada, con la cual Clayton no mantiene esa relación íntima y vital que es propia del coleccionista genuino: sus objetos no constituyen un patrimonio, son fragmentos vacíos y degradados de una coherencia ausente. Dentro de esta acumulación de objetos olvidados y polvorientos, ninguna pieza particular encaja ni tiene lugar, ninguna se integra a una armonía declaradamente imposible; tampoco existe una pieza central, un objeto valioso que pueda singularizarse como la clave para descifrar el conjunto. Sin embargo, tal vez sea posible identificar, en esta colección de vestigios, residuos y despojos, el síntoma revelador de la mirada que congregó estos fragmentos sin concierto. Finalmente, se trata de la misma mirada sarcástica que fragua espectáculos perversos en Secretos inútiles. En un momento de lucidez, Alejandro Chumpitaz, personaje que se gana la vida como curandero y como traficante de cerámicas precolombinas, explica el carácter sintomático de esta mirada especial. En un español peruano muy particular, que metaboliza ecos de la sintaxis quechua, Alejandro Chumpitaz afirma, refiriéndose a Lauer, y también por extensión a todos sus compatriotas: ?La migrantez está en su mirada, que se detiene más de lo que se usa, una mirada que siempre está extrañando, aunque no lo sepa, siempre está pidiendo lugar?.

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11 de noviembre de 2010
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Michel Houellebecq, premio Goncourt

Houellebecq entrando a la ceremonia Y otra buena noticia para Anagrama: luego de años y años de espera, Michel Houellebecq al fin gana el Premio Goncourt con la novela La carte et le terrotoire (El mapa y el territorio), tan polémica para muchos, acusada de plagio incluso, y que fue adquirida en Fránkfurt por Anagrama en el ?regreso del hijo pródigo? (pues todas sus novelas fueron editada en ese sello, salvo la penúltima, que salió en Alfaguara) La nota en El País dice:

La novela, la quinta del escritor, que se ha impuesto por siete votos contra dos, es un retrato despiadado de ciertas posturas contemporáneas en la que el escritor, además de arremeter contra el arte o la vida en el campo, se parodia también a sí mismo. Partía como favorito. En un artículo aparecido ayer en Le journal du dimanche, varios críticos de distintos medios franceses apuntaban a la novela de Houellebecq como a la obra con más posibilidades de hacerse con el premio por su calidad. Por ejemplo, Raphaëlle Rérolle, de Le Monde aseguraba: ?La Carte et le territoire es una novela apasionante sobre la Francia contemporánea. Continuamente leído y comentado, este hombre no puede ser excluido de los premios literarios sin que se haga el ridículo?. Hasta ahora lo había sido: ya fue finalista del Goncourt en dos ocasiones: con Las partículas elementales en 1994 y con La posibilidad de una isla. El escritor, nacido en 1958, ha sido protagonista de varias polémicas a lo largo de su carrera por sus irreverentes declaraciones, entre otras cosas, contra el Mayo del 68 o contra el Islam (?la religión más idiota del mundo?, dijo en 2001) Tampoco en esta ocasión se ha librado del escándalo. A pocos días del lanzamiento editorial de esta novela, algunos críticos le acusaron de haber copiado algunos pasajes, directamente, de la Wikipedia. Esto, no obstante, parece no desmerecer del conjunto de la novela, considerada por la mayoría de la crítica especializada como la mejor narración de este escritor francés y colocada ya desde hace semanas en los puestos de libros más leídos en Francia.

Por otra parte, el blog de Pierre Assouline da más detalles sobre la premiación y su teje y maneje, que incluye a un Houellebec amansado para convencer al jurado en contra:

L?auteur ensuite, Michel Houellebecq, soudainement sympathique et souriant durant sa tournée de promotion médiatique, serein et assagi, pas un mot plus haut que l?autre, pas la moindre insulte scatologique ad hominem comme il en a généralement le goût, évitant soigneusement les dérapages, déjouant les pièges, posant en photo avec son chien dans les bras, poussant même jusqu?à souhaiter une bonne journée aux auditeurs d?Europe

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8 de noviembre de 2010
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