Me pidieron un texto para el catálogo de la exposición FERRER LERÍN. UN EXPERIMENTO que, organizada por la Universidad de Málaga, se instaló en su Vicerrectorado desde el 4 de octubre de 2018 al 4 de enero de 2019. Escribí pues un texto, un poema, en el que jugaba, en la segunda y en la tercera estrofa, con las palabras “Patz” y “Pazt”, creyendo que la segunda era parte del nombre de un personaje real, el niño neoyorquino asesinado Etan Kalil Pazt pero, ahora, dos años más tarde, releyendo el poemario Los muertos y los vivos de la californiana Sharon Olds, encuentro el poema “El chico desaparecido” dedicado a ese niño, que resulta no llamarse “Pazt” sino “Patz”, invalidándose así el sentido del cambio, de la diferencia, que intentaba conseguir. ¿Qué hacer?, no puedo destruir los catálogos que circulan por ahí y, sobre todo, no puedo parar las máquinas de la imprenta que, justo en este instante, imprimen mi nuevo libro Grafo Pez, que contiene el poema.
La Palabra
Sabía que La Palabra estaba cerca
que iba a alcanzar la consecución de La Palabra
La Palabra que todo lo significara
La Palabra compuesta por monemas habituales
pero tan endiabladamente dispuestos
que burlaran cualquier combinación
cualquier resultado conocido
por avanzado que fuera.
Conseguí “Patz” el 24 de noviembre
pero vinieron de Michoacán
para advertirme
que ellos conocían Pátzcuaro
que algunos vivían en Pátzcuaro
que algunos nacieron en Pátzcuaro
comprendí que no cabía demora
que La Palabra se escabullía
se escabulliría si no la completaba
e incluso si no retorcía los fonemas ya dispuestos.
Conseguí “Pazt” el 6 de enero
nadie rechistó entonces
como en silencio de óbito se callaron las alarmas
iba ya por buen camino
pero un judío africano se acordó de algo muy grave
que hubo una vez un Pazt
Etan Kalil Pazt fue el niño neoyorquino muerto
oficialmente desaparecido
pese a que su imagen risueña
nos acosara obstinada
desde los cartones de leche.
Así que apresuré el paso por el mercado de abastos
añadíría partículas perdidas
contenidas en los alaridos de los vendedores de fruta
“Craii” me pareció oportuna
“Suii” aún más necesaria.
En la primavera culminé el trabajo
en una carpeta de asbesto llevaba el folio soñado
La Palabra escrita con tinta de nuez moscada
La Palabra que servía para nombrar a los peces del lago
a todos las especies de peces
a los frutos de los árboles del restaño
a las aves de las charcas del estero
a los sacerdotes y chacineros
al sangrador, al capitán, al intendente
y también al asesino de mis padres
el que luego lo sería de mis hermanos
a mí mismo pues
aunque entonces anduviera preocupado
por saber si los clérigos podrían torear
en aquel verano de protésicos y plagas.
Los gusanos quilométricos
y la mutilación de miembros como homicidio parcial
también se incluyeron en el significado
todo lo valioso residía en La Palabra
la labor
como el trabajo de los agrimensores de Olmedo
fue relativamente fácil
adoraba La Palabra
la compartía en las redes
quizá fuera por eso
o por la costumbre inveterada en mi familia
la costumbre de hablar y no callar
que La Palabra se fue perdiendo
encogía
al final sólo quedó un resto
nada de importancia
una sombra
que nadie ya quería
quedó sólo esa cosa laxa
esa cosa de materia fea
que ustedes pronto adivinan.