Francisco Ferrer Lerín
El mejor regalo que he recibido estas Navidades ha sido un televisor de plasma, de no sé cuantas pulgadas, con un dispositivo incorporado que permite sintonizar no menos de 476 canales. Era algo que llevaba tiempo esperando y que según parece es el objeto de deseo del 89,4% de los varones españoles mayores de 67 años. O sea que, por fin, puedo ver un partido de fútbol ya que nunca, por ser friolero, he acudido a un campo y en el antiguo televisor apenas se distinguían los jugadores, solo daban un encuentro a la semana, que nunca coincidía con el que podía interesarme, uno en el que jugara el equipo del que soy hincha. Ahora todo ha cambiado y, embutido en un sillón orejero que dispone de una mesita auxiliar abatible, en la que coloco latas de cerveza y platitos con encurtidos y surtido variado de frutos secos y kikos, presencio, sin parar, partidos y partidos aunque, en este momento, en que ya llevo unas semanas, he de decir que hay algunas cosas que me están sorprendiendo. La primera son los escupitajos. Cada vez que la cámara ofrece un primer plano de un jugador, este escupe; dice mi yerno que es para abonar de modo natural, no químico, el césped. Tampoco entiendo la cantidad de futbolistas negros que juegan en las competiciones españolas, incluso llegué a pensar, pero también fue mi yerno quien lo desmintió, que se podría tratar de una competición entre equipos del Protectorado, pero dice que esa figura jurídica ya no existe. Sin embargo, y sin ninguna duda, lo que me resulta más chocante es la presencia continuada, diría que permanente, de un individuo que acostumbra a permanecer de pie en el borde del campo cuando juegan los maños, que son los míos, y que es el meteorólogo de apellido Maldonado, uno de los hombres del tiempo más simpáticos, y al que en estas retransmisiones llaman Míster; le habrán cambiado el nombre por cuestiones políticas ya que, y ahora lo recuerdo, se llamaba José Antonio.