Víctor Gómez Pin
Me preguntaba en una columna anterior si una máquina podría captar el sentido de una frase fuera metafórica o no Útil será al respeto recordar el argumento del filósofo americano John Searle en la reflexión conocida como “La cámara china (The Chinese Room)”. Como base, no exclusiva, de discusión al respecto glosaré aquí lo avanzado desde hace ya 40 años por el filósofo John Searle, profesor en la Universidad de California, en trabajos a los que se alude a menudo con la expresión genérica “The Chinese Room”.
John Searle se sitúa a sí mismo en el interior de una habitación en la que se han dispuesto diversos cestos provistos de signos de la lengua china, la cual el pensador desconoce por completo. No obstante, opera con los signos en conformidad a un libro de instrucciones totalmente ajeno al aspecto significante de los mismos. Por ejemplo, siguiendo el libro Searle establece una función que atribuye a cada composición de signos del cesto 1, determinada composición de signos en el cesto 2.
Supongamos también que en el exterior hay personas que entienden chino y que envía un paquete de signos a Searle que, tanto individualmente como colectivamente, están cargados de significación y que constituyen, por ejemplo, una pregunta. Cuando Searle los recibe, obviamente no ve pregunta por lado alguno. No obstante los manipula siguiendo el libro de instrucciones, remitiendo el resultado a sus interlocutores. Aquí interviene la variable más importante, y fuente de grave error: resulta que el libro de instrucciones ha sido concebido de tal forma que la manipulación efectuada por Searle hace coincidir el paquete de signos por él remitido con el que constituiría una respuesta a una pregunta plena de sentido.
Por ejemplo, si los signos que Searle recibe, carentes para él de significación, para los de fuera de la habitación significan: “¿cuál es su color preferido?”, entonces la manipulación de los mismos conforme al libro de instrucciones da un conjunto de signos que dicen en lengua china: “mi color favorito es el azul, pero también me gusta mucho el verde”.
Al recibir el mensaje, los de fuera de la habitación se dirán: “este Searle habla chino”, aunque los que conocemos cual la situación en su complejidad, sabemos que la impresión de lo contrario se debe a la coincidencia entre el paquete de signos (carente de sentido dentro de la habitación) que el operador del libro de instrucciones hace corresponder al paquete “¿cuál es su color favorito?” y el paquete de signos “mi color favorito es el azul, pero también me gusta mucho el verde”. Sabemos, en suma, que todo reposa en la coincidencia sintáctica que, sin embargo, en un caso (fuera de la habitación) tiene correlación semántica, mientras que en otro caso, carece de ella.
Este asunto del adiestramiento en la sintaxis en ausencia de sentido, es una suerte de constante en nuestro tiempo y afecta concretamente a gran parte del arte contemporáneo. Pero por lo que ahora concierne, he de enfatizar el hecho de que el Searle encerrado en la Chinese Room no sólo carece de la menor noción de chino, sino que, como siga en la situación descrita es imposible que llegue a tenerla, por mucho que los de afuera sigan enviándole mensajes en dicha lengua. Pues bien:
Considérese ahora que el libro de instrucciones es el programa de una computadora, el que lo escribió es el programador, los signos depositados en cestos son la base de datos y el propio Searle la computadora. Así tendremos razones para dar una elemental respuesta a la pregunta: ¿puede una computadora hablar?
Obviamente el Searle-computadora manipula símbolos lingüísticos, pero no les otorga significación alguna. Carencia importantísima para el Searle que habla su lengua materna (ingles en este caso) y está por ello en condiciones de reflexionar sobre lo que efectúa; carencia que sin embargo no contaría en absoluto para una auténtica máquina, la cual como máximo hará con los signos de cualquier lengua lo que Searle hace con los signos del chino. ¿Y cómo ven realmente la cosa los que están fuera? Depende de cuál es el presupuesto ideológico con el que interpretan lo que constatan.. Supongamos que en el caso de la Chinese Room, las personas del exterior son fieles a la escuela conductista. Como el calificativo “conductista” indica, sólo juzgan de los contenidos mentales en función de la conducta observable. Dado que la conducta del Searle-computadora coincide con la de alguien que supiera chino, afirmarían que tal es el caso, por mucho que Searle proclamara que no tiene ni idea de tal lengua. Y a la inversa: puesto que se empeñan en decir que el Searle-computadora sabe chino, se comportan como conductistas, es decir, como observadores que se niegan a hacer hipótesis más allá de lo que observan.