Skip to main content
Escrito por

Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

Blogs de autor

Juego de palabras

Si alguien aún tiene dudas sobre las escasísimas posibilidades de que sirva para algo ese plan inventado por el presidente del gobierno llamado “Alianza de civilizaciones”, hará bien en leer la soberbia autobiografía de Ayaan Hirsi Ali, Mi vida, mi libertad (Galaxia Gutenberg).

Aunque nacida en Somalia, antes de cumplir los dieciséis años Ayaan Hirsi Ali ya había vivido en Etiopía, Kenya y Arabia Saudita debido a la condición de activista político de su padre. En sus desplazamientos conoció con exactitud la situación de las mujeres en los países árabes y en aquellos otros en donde iban tomando el poder los Hermanos Musulmanes. Su relato es sobrecogedor.

Sin la menor duda, para los musulmanes las mujeres son como el campesinado para la aristocracia feudal: una masa amorfa, más próxima al animal que al humano, a la que se explota sin piedad. Dado que en esos países sólo hay dos tipos de hombre, el jefe y el súbdito, las mujeres ocupan el lugar de los esclavos.

Para muchas mujeres las humillaciones, ablaciones, violaciones, asesinatos y explotaciones, resultan soportables porque han asumido el papel de animal sucio y lúbrico que les asigna el Corán. Aceptan los castigos y las agresiones del mismo modo que las bestias que lamen la mano que les da de comer. Pero para una mujer inteligente y valiente como Ayaan Hirsi, eso era imposible. En cuanto llegó a la mayoría de edad escapó del infernal campo de concentración islámico y emigró a Europa.

Su historia posterior parece una novela. Tras estudiar Ciencias Políticas la inmigrante semianalfabeta acabó como diputada del Parlamento holandés. Más tarde fue el objeto de la ira xenófoba de los nacionalistas quienes trataron de quitarle la nacionalidad. Finalmente, tras realizar una película con Theo van Gogh sobre las mujeres musulmanas, éste fue asesinado y ella vive desde entonces con guardaespaldas para protegerse de la vesania islámica.

¿Alianza de Civilizaciones? En absoluto: la lucha de la civilización contra la barbarie. O sea, lo de siempre.

Artículo publicado en: El Periódico el día 13 de enero de 2006

Leer más
profile avatar
15 de enero de 2007
Blogs de autor

Con la música a otra parte

No me canso de contarlo. Hace ya varias décadas, un amigo con quien compartía estudios de filosofía estuvo acudiendo a mi casa durante un par de meses para ayudarme con un texto de Descartes. Solíamos comenzar hacia el mediodía y acabábamos a la happy hour, cuando la copa es un puro esplendor. Andaba yo entonces muy colado por Schubert, de quien sonaba siempre en el tocadiscos alguna de sus sonatas para piano, rectamente calificadas por Brendel de "sonámbulas". Mi amigo nunca había oído otra composición que el "¡Ay de mí!" de los sanfermines, ni se había interesado jamás por la música, de modo que no le molestaba tenerla de fondo. Una vez concluido el trabajo seguimos viéndonos asiduamente.

Cierto día íbamos metidos en un taxi y hablando a gritos los dos al mismo tiempo cuando el conductor encendió la radio para que no le molestáramos. Lo que sonó nos sumió en el silencio. Era el cuarteto D.112 de Schubert, uno de los más infrecuentes. Mi amigo, con un gesto de pánico, gritó señalando al chófer: "¡Esto es Schubert!". Horrorizado, un racionalista como él acababa de descubrir que era posible reconocer un estilo sonoro, una grafía invisible, en un fragmento diminuto y sin haberlo oído nunca antes, como si fuera el binomio de Newton. Hoy es uno de los más brillantes filósofos de la universidad española y un auténtico loco de la ópera.

Que podamos reconocer una figura sonora (me permito esta palabra por su fácil comprensión) y relacionarla o distinguirla de otras es un misterio que ha llamado la atención de los filósofos y psicólogos cognitivos. Distinguir una palabra de otra, un idioma de otro, una imagen de otra, es arduo de explicar, pero mucho más difícil es averiguar en qué consiste esa capacidad innata para retener constructos sonoros en la memoria de modo indeleble. Los niños que apenas balbucean ya adoran la música y cualquier octogenario puede cantar sin fallos de tonalidad una canción aprendida en la infancia, aunque quizás no recuerde ya ni el nombre de sus abuelos. El enigma se multiplica si a esa retentiva le añadimos la capacidad de la música para inducir emociones.

Debo a la generosidad de Fernando Peregrín la información del New York Times en la que se resumen los trabajos de Daniel Levitin, psicólogo cognitivo de la Universidad McGill de Montreal. En su laboratorio sobre percepción musical ha llevado a cabo experimentos que ponen de relieve cuáles son las zonas cerebrales afectadas por la música. La neurociencia y los psicoacústicos proponen explicaciones naturalistas al proceso musical que si bien están en fase de esbozo pueden llegar a dar un apoyo científico a la descripción de las emociones musicales y a explicar, por ejemplo, el éxito de la música tonal. De momento, lo más interesante de los experimentos de Levitin me parece la constatación de la sorprendente fortaleza de la memoria musical. Cientos de cobayas han reconocido composiciones o compositores con tan sólo oír dos notas, medio segundo de música.

¿Cuál es la causa de que algo tan sutil quede archivado en el cerebro como si se tratara de una información esencial para la vida? Los animales (y nosotros en tanto que animales) retienen aquello que es útil para su alimentación, reproducción y supervivencia. ¿Cómo puede ayudarnos a sobrevivir una sinfonía? Steven Pinker lo niega: para él se trata tan sólo de un estímulo placentero y nada más. Levitin, en cambio, lo relaciona con la evolución de los rituales reproductivos. No obstante, si fuera tan sólo un "placer" Pinker debería explicar cómo y con qué finalidad se produce ese placer. En la versión de Levitin, y dado que la música y la danza no deben de tener historias evolutivas muy distintas, nos falta una descripción que permita el tránsito de las ceremonias de la fertilidad a la asombrosa arquitectura de la Misa en Si menor de Bach. En todo caso, según los estudios cognitivos, la música se va perfilando como mucho más que un espectáculo ritualizado o un fenómeno cultural local. Quizás sea más bien algo tan profundamente decisivo para nuestra supervivencia como el propio lenguaje.

Que la música determina nuestras vidas incluso cuando creemos no estar oyendo nada, me parece evidente. Voy a permitirme un capricho melómano para celebrar el año nuevo y ya me perdonarán: hay algo arcaico, atávico, heroico, en el modo de hablar entrecortado, agujereado por silencios tensos, entonado perpetuamente en esdrújulas, del presidente del Gobierno. Es una música tan peculiar que ha contagiado a la vicepresidenta, la cual habla cada vez de un modo más sincopado y espástico. El presidente, además, suele dar el compás con la mano derecha: arriba, abajo, arriba, abajo. También con la izquierda o con ambas, según sea la dinámica del discurso.

Ésta es una música que, como la de Wagner, carece de desarrollo lógico y aunque parece un flujo arrebatado es inmóvil. Su unidad no está construida según la armonía clásica sino mediante la técnica del leit motiv: la paz, la lí-bertad, la démo-cracia, la sóli-daridad. A veces el motivo se dobla: el pró-ceso depaz, la á-lianza de cí-vilizaciones. Entonces intervienen ambas manos, plim, plam, plim, plam. Como en los interminables monólogos de Wotan, el público escucha desconcertado tratando de encontrar un hilo racional, la consecuencia, la finalidad, pero no hay acción, no pasa nada, todo está detenido: los leitmotiv se suceden como una serie de carteles publicitarios sin evolución interna, como un conglomerado de imágenes, que era de lo que Adorno acusaba a Wagner.

El reproche es malévolo porque tanto Adorno como Nietzsche como Thomas Mann acusaron a Wagner de disfrazar mediante un discurso heroico de cartón piedra unas píldoras homeostáticas de voluptuosidad que sólo buscaban el escalofrío de las clases acomodadas. Este tipo de música no persigue el placer del entendimiento sino la pura emoción visceral. En consecuencia, los fieles se estremecen de gozo y los infieles se aburren como setas.

Muy distinta era la música de Aznar, como es lógico. Aquel oratorio sacro cantado por un bajo profundo que proponía caminos de salvación en la lucha contra el paganismo y a favor del triunfo de Roma, se desarrollaba en un escenario barroco y levemente tenebroso, sobre telones de oro con calaveras sonrientes y diversos comparsas llamados El Miércoles de Ceniza o La Venganza de Israel. El caso es que respondemos, lo queramos o no, a la música de los estadistas, a la opera buffa de Berlusconi, a la petite chanson de Ségolène, al Yellow submarine de Blair, a la estridente tenora de Carod, o al fastidioso solo de gaita, sin principio ni fin, de Fraga.

Aquellos cuyo cerebro ha desarrollado las zonas más sensibles a la sonoridad ordenada son quienes, creo yo, más gozan y sufren el discurso público y el arte de los solistas parlamentarios, su inconfundible timbre a veces crispante, a veces solazante, en raras ocasiones sublime, casi siempre estupefaciente. Sin embargo, según están demostrando los científicos antes mencionados, ni los sordos se libran de obedecer al escondido poder de la música.

Artículo publicado en: El País, 12 de enero de 2007

Leer más
profile avatar
12 de enero de 2007
Blogs de autor

Historias endemoniadas

El proceso que llevó a las naciones europeas a colonizar el mundo entero, a descolonizarlo luego y a dominarlo nuevamente mediante una colonización que ya no exige su presencia física en tierras colonizadas, es uno de los más enredados y duros de enjuiciar de toda la historia.

Durante trescientos años el mundo se dividió en parcelas que sirvieron a modo de fincas para la aristocracia metropolitana. Las dos Américas, África, Asia y el Pacífico pasaron a ser propiedad de unos caballeros que vivían a miles de kilómetros. Del mismo modo que esos caballeros explotaban a sus servidores nacionales, también explotaban a los coloniales. La distancia, sin embargo, hizo que la explotación colonial pareciera más perversa que la nacional, de modo que las rebeliones anticoloniales fueron recibidas con alborozo, en tanto que las revoluciones proletarias tuvieron peor prensa y éxito menor.

En la actualidad la explotación capitalista no ha disminuido ni un ápice, las colonias africanas, por ejemplo, siguen siendo tiranizadas por rufianes corruptos y las compañías del primer mundo siguen dominando el mercado del tercero mediante la corrupción. El consuelo de los anticoloniales es que el canalla que ahora asesina y arruina a los nativos es uno de los suyos.

El gran John H. Elliot acaba de publicar una historia monumental de dos de estos imperios coloniales, el anglosajón y el español, la América del Norte y la del Sur, bajo el título de Imperios del Mundo Atlántico (Taurus). La comparación es utilísima. Uno de los imperios dependía de la Corona, todos los indígenas eran súbditos del rey y obedecían a la misma religión. El otro era un imperio comercial y por lo tanto mucho más liberal y heterogéneo. El resultado es que la población indígena pudo sobrevivir y mezclarse en uno de los imperios (el “malo” según la visión romántica), pero fue arrasada o convertida en una curiosidad zoológica en el otro (el “liberal”).

Es difícil decidir quién lo hizo peor, pero Elliot destruye el tópico de la superioridad moral nórdica frente al inhumano verdugo sureño.

Leer más
profile avatar
8 de enero de 2007
Blogs de autor

Sobre dioses y nativos

Hace muchos años los habitantes de la ciudad nigeriana de Ogidi se vieron sorprendidos por una desconcertante petición. Debo decir previamente que Ogidi es una de las múltiples ciudades del pueblo Igbo, un extenso grupo famoso por su espíritu tolerante y levemente escéptico. Los Igbo están siempre dispuestos a llevarse bien con todo el mundo y muy especialmente con sus vecinos. A ese pueblo pertenece uno de los más interesantes escritores africanos, Chinua Achebe, que es quien cuenta la historia.

Y ésta es que un buen día llegaron a la ciudad de Ogidi, donde vivían los padres del escritor, unos emisarios enviados desde otra de las aldeas Igbo. Explicaron que por un cúmulo de desdichas se habían quedado sin asentamiento y pedían permiso a los habitantes de Ogidi para ocupar las tierras circundantes. Como he dicho, los Igbo son acogedores de modo que invitaron a los emigrantes a que ocuparan los terrenos despoblados e incultos que se extendían fuera de Ogidi.

Así lo hicieron los recién llegados, pero al cabo de unos meses, una vez establecidos y acomodados, acudieron de nuevo a los habitantes de Ogidi con una petición desconcertante. Según dijeron, les gustaba mucho estar allí instalados, de manera que ahora preguntaban si no les molestaría enseñarles también a adorar a sus dioses.

Los de Ogidi se reunieron urgentemente en consejo para discutir la propuesta. Los ancianos estaban perplejos. ¿Cómo puede un pueblo perder a sus dioses? ¿Qué les habrá sucedido a estas buenas personas para quedarse sin ellos? Los adultos cavilaban sobre las terribles experiencias que habrían pasado aquellas gentes. Compadecidos, acordaron por unanimidad no preguntarles sobre sus dioses perdidos y concederles dos de sus dioses elegidos entre los mejores, y estos eran Udo y Ogwugwu.

El más viejo de la ciudad, sin embargo, se levantó para reflexionar en voz alta que los dioses, en realidad, no pueden prestarse o regalarse, de modo que lo mejor sería darles a aquellos inmigrantes “el hijo” de Udo y “la hija” de Ogwuwu de quienes nadie había oído hablar hasta aquel momento. Y así se hizo.

Dice Achebe que esta historia muestra el carácter escéptico de su pueblo, incapaz de entender el significado de la palabra “imperialismo”. En lugar de sentirse halagados por la extensión del poder de sus dioses, en lugar de hacer proselitismo, preferían entregarles una descendencia que, por así decirlo, acababa de nacer aquel mismo día.

No es extraño, según Achebe, que fuera justamente el pueblo Igbo el que produjo un mayor número de conversos al cristianismo el día en que se presentó un pastor protestante y con el aplomo que caracteriza a los misioneros anglosajones se plantó en medio de la plaza mayor para asegurar a los Igbo, bajo palabra de honor, que estaban adorando dioses falsos y que él les ofrecía un dios verdadero. Se convirtieron al instante.

Yo diría que el pueblo Igbo es realmente simpático, por lo menos tal y como lo presenta Achebe. No tendría ningún inconveniente en convertirme a su religión. Da la impresión de ser una gente con leves convicciones y muchas ganas de evitarse problemas inútiles. Si tuviera que ser cruel diría que es un pueblo en el que debe de resultar difícil ser un pelmazo. Sencillamente porque nadie les hace caso.

Estos últimos días hay un escándalo tremendo en la prensa barcelonesa, desatado por los profesionales de la lengua catalana en razón de los nuevos ataques que, según dicen, están sufriendo sus dioses. La televisión española quiere suprimir unos programas en catalán que nadie ve y la audacia de los imperialistas es tanta que encima proponen aumentar una hora más de español el bachillerato catalán con lo que llegaría al 10% del total de horas lectivas.

Siempre me ha parecido extravagante que unos catalanes les afeen a otros catalanes que no están hablando como es debido y que han de hablar como está mandado. Precisamente una actitud que ya había tenido lugar en tiempos de Franco, cuando unos catalanes vigilaron que otros catalanes no hablaran en la lengua prohibida por los que mandaban entonces. ¿Se pasarán toda la vida, estos catalanes tan desocupados, ordenando a los catalanes cómo deben hablar los catalanes?

A semejanza de la historia que cuenta Achebe, es posible que los inmigrantes deban conformarse con “los hijos de Udo y Ogwugwu”, pero parece que todos vivieron en paz, unos con los padres y otros con los hijos, sin que empezaran a reprocharse los unos a los otros no ser suficientemente Igbos. En todo caso, lo simpático de los Igbo es que ni se les pasó por la cabeza imponer sus dioses a nadie, ni siquiera a quienes se lo pedían.

Por una razón de peso: los dioses verdaderos no mueren nunca y uno ha de ser muy mezquino para presentar a los dioses de su pueblo como unos ancianos enfermos y tullidos que en cualquier momento la palman. Unos dioses que exigen un enorme esfuerzo, incluso de quienes no creen en ellos, para no caer reducidos a cenizas. Este tipo de dioses, la verdad, no auguran nada bueno para el país.

Sería interesante que durante unos años creyentes e incrédulos dejáramos en paz a los dioses. A lo mejor están más vivos de lo que dicen los sacerdotes, siempre tan celosos de sus intereses.

Leer más
profile avatar
5 de enero de 2007
Blogs de autor

Aviso a los amigos y parientes

Las dotes persuasivas de Basilio Baltasar y la permanencia de asiduos en el blog me inclinan a cometer un acto de obscena vanidad. Para celebrar este 2007 que no ha podido comenzar peor, los de la casa vamos a ir colgando los artículos y demás parafernalia que publique por aquí y por allá, de modo que el bar permanezca abierto para los más jaraneros.

Veréis que en ocasiones son cosillas muy locales y en otras, quizás, material de derribo universitario. Uno nunca sabe si esta noche compartirá su copa con un drag queen o con una directiva de Agbar. Esa es la magia de los bares para trasnochadores, sin duda.

Vuestras críticas han sido un bálsamo del que no puedo prescindir.

¡Esplendor o muerte!

 

ENTREVISTA A FÉLIX DE AZÚA:

a) ¿Qué valor ha tenido la libertad en su experiencia como poeta y novelista? ¿Se ha sentido usted libre en todo momento de presiones externas o internas? ¿Qué ha buscado, insertarse en una tradición o intentar apartarse o ir más allá de ésta?

No creo que exista nadie en el mundo que esté libre de presiones externas o internas. Como escritor nunca he pretendido apartarme de una tradición, ya que no sabría cuál elegir, ni tampoco insertarme. Incluso bajo regímenes abyectos como el franquismo o el estalinismo se pueden escribir espléndidos libros. El último que he leído, por ejemplo, Vida y destino, de Grossman, es una obra maestra que tuvo que esperar a publicarse, pero se publicó. El dolor de Grossman por no ver su obra impresa es un asunto anecdótico, como que su autor no viera nunca editados los Cantos de Maldoror.

b) ¿En qué medida la, digamos, “poética” de sus anteriores obras, la coherencia de la totalidad de su obra creativa, le coarta en sus obras futuras aún por escribir o en proceso de escritura? En relación con sus primeras publicaciones, ¿es posible ser más libre que cuando uno aún no se ha publicado nada, cuando aún no se ha empezado a fijar el estilo y a crear unas expectativas (en el editor, en el público, en uno mismo)?

La cuestión de la “libertad” es irrelevante para la redacción de una obra literaria, como acabo de decir. Y las poéticas no pueden coartar a nadie, ya que son la expresión de ese “alguien”. En todo caso mostrarán una evolución, que es lo propio de todo organismo vivo.

c) Usted se ha significado en los últimos tiempos apoyando la creación de un partido político, que, por cierto, en las últimas elecciones al Parlamento de Cataluña, ha conseguido representación. Se ha hablado de este partido como el de los intelectuales, pues fueron escritores y profesores los que lo auspiciaron. ¿Ese apoyo forma parte de su responsabilidad como intelectual?¿Es producto de una vocación por lo político y los dilemas del poder? ¿Qué le sugiere el concepto de intelectual comprometido?

Se dijo que los fundadores éramos intelectuales, pero yo lo dudo mucho. Unos son periodistas, otros profesores, otros economistas, hay incluso alguno que no ha trabajado en su vida. El concepto de intelectual comprometido me parece paleolítico. Si nos reunimos para ese fin fue porque nos parecía que el ambiente político en Cataluña era irrespirable y más próximo al peronismo que a otra cosa. Una reacción normal en cualquier persona, pero que sólo llevan a cabo unos cuantos, seguramente los que tienen más tiempo libre.

d) ¿Cómo interpreta retrospectivamente su evolución política desde Bandera Roja hasta el apoyo a Ciutadans? Es inevitable mencionar a Sartre en este contexto y su concepto de intelectual comprometido. Sastre era un intelectual cuya máxima, y casi se diría que única, preocupación es acabar con la sociedad de clases y con la injusticia social. ¿Qué queda de este intelectual comprometido? ¿Debemos hablar ahora de intelectuales liberales? ¿Comprometidos con la defensa de las libertades individuales?

La figura de Sartre me es profundamente antipática. No creo que le preocupara en absoluto la sociedad de clases o la justicia social. Si hubiera que poner una etiqueta a lo que hicimos aquellos fundadores sería desde luego algo relacionado con las libertades individuales. Sin embargo, me molesta esa imagen romántica y conservadora de unos “intelectuales” salvando a la especie humana.

e) ¿Revive, por oposición, la noción de compromiso político el actual “relativismo posmoderno”? Según usted, ¿en nombre de qué convicciones fuertes cabe comprometerse hoy?

No sé yo si la palabra “compromiso” tiene ya algún sentido. Cada cual actúa, creo yo, buscando una cierta decencia. Excepto aquellos que hacen profesión de cinismo, claro. El relativismo me parece execrable, pero es tan sólo una corriente académica de algunas facultades americanas dedicadas a la literatura, a las cuales aburre la literatura.

f) Para los literatos esta cuestión puede ser aún más compleja. El mismo caso de Sartre lo es, pues defendía de una parte el compromiso de los escritores, mientras que la otra sostenía que su creación literaria debía ser de algún modo ambigua, no claramente propagandística. Por otra parte, en el libro que Vargas Llosa dedica a José María Arguedas, leemos que la obra de éste pierde en calidad literaria, según VL, a causa de su excesiva implicación política. ¿Cree que es cierto que existe una tensión entre estas dos actividades: la política y la literatura? ¿Puede la literatura hoy –en el pasado quizá los ejemplos sean numerosos- comprometerse con objetivos políticos sin dejar de ser literatura?

Esa función política de los escritores es un asunto circunscrito a la guerra fría. En la actualidad me parece que ya no tiene ningún sentido. Y desde luego, aquellos escritores que más trabajaron al servicio de los partidos políticos, como Bert Brecht, por ejemplo, son los que peor envejecen.

g) Usted ha colaborado en la prensa escrita con artículos de opinión y columnas periódicas, y de un tiempo a esta parte escribe también un blog. ¿Con qué grado de libertad ha ejercido estas tareas? ¿Qué responsabilidad cree que tiene ejerciéndolas? ¿En qué medida esta responsabilidad coarta su libertad a la hora de escribir?

Yo sería partidario de cambiar ese léxico. Lo que hacemos los escritores es trabajar, como cualquier otro ciudadano. Nuestra tarea no tiene mayor importancia que la de un carpintero o un maestro de Instituto. A mi entender, hay que ir vaciando de grandeza y solemnidad un lenguaje que otorgaba grandes responsabilidades (y también mucha vanidad) a unos vulgares trabajadores. Las novelas de Flaubert son corrosivas con la sociedad de su tiempo, pero dudo mucho de que él pensara en un “compromiso”. Las de Malraux son muy mediocres, pero él sí que pensaba en un “compromiso”. Y lo que es peor: Malraux hoy nos parece políticamente reaccionario, por muchas fotos que se hiciera en la guerra de España. En cambio, Flaubert sigue siendo vitriolo.

h) ¿Influyó su experiencia en la Universidad del País Vasco, con Savater, Gómez Pin y otros, en su actitud en relación con la política, de una parte, y con la institución académica, de la otra?

Claro que influyó, pero no más que lavar platos en Londres durante tres años o leer a Hegel durante dos. Sólo me añadió algo que no es fácil de obtener: conocí directamente a los esbirros de ETA de aquella época. Unos auténticos psicóticos. Así pude percatarme de que sólo acabaría el terrorismo cuando estuvieran hartos de matar. Si las actuales negociaciones fracasan será porque hay nuevos patriotas vascos con ganas de asesinar al vecino. Pero eso no puede ser entendido desde la política, sino desde el psicoanálisis.

i) Por lo que se refiere a su actividad docente en la universidad, ¿en qué términos entiende su responsabilidad? ¿Qué uso hace de su libertad de cátedra? ¿No piensa que las críticas que eventualmente pueda hacer al orden establecido, al Estado, por ejemplo, quedan desactivadas siendo usted en cierta medida un representante institucional de este mismo orden?

Pero, ¿hay alguien que critique algo tan abstracto como “el Estado”, o “el orden establecido”?  Me parece que es un lenguaje obsoleto. En mis clases nunca se me ha pasado por la cabeza que podía yo alarmar a nadie, por muchas barbaridades que dijera. A nadie le importa lo que digan los profesores. No es que haya tal cosa como “libertad de cátedra”, es que la universidad es un inmenso aparcamiento de parados, y a nadie le importa lo que se diga en un aparcamiento. Las autoridades universitarias catalanas apenas intervienen, como no sea para premiar a los patriotas. A los demás nos dejan en paz.

j) Hace unos años, usted fue nombrado director del Instituto Cervantes de París. ¿Pudo usted ejercer este cargo con independencia, libre de pleitesías políticas? ¿Cree que un intelectual puede mantener su independencia si acepta cargos oficiales, si trabaja para instituciones del Estado, si es un funcionario, en definitiva?

Sí, lo creo. Es más, la mayor parte de las voces radicales, pertenecen a funcionarios. Incluso podría decirse que ser funcionario conlleva convertirse en un peligroso propagandista de ideas radicales. En el Instituto Cervantes hice lo que pude teniendo en cuenta que trabajaba para la Administración. Lo de la independencia y otras zarandajas es perfectamente secundario cuando de lo que se trata es de establecer contratos de trabajo dignos, conseguir presupuesto para instalar electricidad en un edificio caótico, o lograr que se ponga al teléfono un imbécil gubernamental.

k) ¿Qué importancia le concede usted a la “fuerza” del argumento y de las buenas razones en el debate público en el que participa o puede participar el intelectual? ¿Piensa que, en ocasiones o tal vez siempre, la provocación o la ironía pueden ser más efectivas?

Depende de con quién se hable. Si el interlocutor es razonable, puede argumentarse. Si el interlocutor es un irracional o un sentimental, es inútil razonar, como sucede con los nacionalistas. La provocación y la ironía sólo están justificadas como fórmulas literarias, nunca en una conversación. Es de pésima educación burlarse de alguien que está tratando de hablar contigo.

l) ¿Cree usted que hay alguna diferencia entre la responsabilidad que cabe atribuir a los intelectuales y la que tienen (y deberían ejercer) los ciudadanos en general en las democracias, esto es, la responsabilidad de debatir públicamente sus opiniones y de colaborar a favor del bien común?

No hay ninguna diferencia, por eso el partido que ayudamos a fundar (y que hoy es absolutamente independiente) se llama así: Partido de los Ciudadanos. Por esta razón he insistido a lo largo de la entrevista que es un error idealista considerar que los escritores, artistas o intelectuales tienen mayores responsabilidades que los zapateros o los dueños de una agencia de turismo. Por fortuna, la gente lo va entendiendo y cada vez hace menos caso de los periodistas.

 

Entrevista realizada por Mario Campaña para la revista Guaraguao (nº 23).
Centro de Estudios y Cooperación para América Latina.

Leer más
profile avatar
3 de enero de 2007
Blogs de autor

Artistas invitados

Abate Marchena
Afrodita A
Alba
Albert Pla
Aleppo
Alto Standing
Alvaro q.
Antonio Larrosa
Aramar
Asier
Basilio
Bartleby
Carbasus
Capitán Silver
Chiqui
Coco
Conde-duque
Consignatario
Cristóbal
Ctrl+C
Curioso
Dalmacio Cejador
Dante
Delfin
Diego
Don antiguo
Eduardo Gil Bera
El Pozo y el Numa
(Em) prendedor de coches
Enea
Everyman
(Ex) vendedor de coches
Fedra
Ferrancab
Forastero
Francesca
Gabriel Feraud
Gengis Kant
Giselle
Grifo
Gsus
Giulius
Grifo
Harpa
Isis
IvanR
Javi
Javier
Javier Krahe
Javier Ozón
Jo tia
Jsvillasol
Juan Díez del Corral
Kali
Kam
Klemperer
Knudsen
La simpática bloguera
La verdadera Eva
Lillo
Lopatov
Lou reed
Louise Conte
Lucio
Maleas
Mandarin Goose
Manu Ciao
Margarida
Mazinger Z
MinombrenoesFlanagan
Mireia Xirau
Montefeltro
Mr.Beecher
Nedra
Nico
No lo pinchas de gas el mechero
Nosoyruso, señor
Okupaplazas
Onagro
Ortega
Ossa
Otto Katz
Paco
Pacoba
Patricia Ambriz
Paulita
Pedro
Pelayo
Pérez
Pinazas
Plati
Popa
Popaul
Post-damm
Post-post
Protactínio
Provoqueen
Quim
Rafa
Raúl González
Roberto
Samosatra
Seven Svenson
Tiburcio Salasate
Timonel de fortuna
Tipo de incognito
Tipo Material
Tomas
Toni soprano
Una gallega en Mexico
Velarde
VernonS
Vic
(Viz) condesa
Ximena
Zenon de Elea

Y tantos otros que ahora mismo no recuerdo, ya me perdonarán, a todos: el abrazo de los conjurados.

Leer más
profile avatar
28 de noviembre de 2006
Blogs de autor

És l’hora de l’adéu-siau

Un agudo refrán francés que suelo repetir una y otra vez por su alta graduación metafísica dice: Partir c’est mourir un peu. Mourir c’est partir un peu trop. Lo que traducido de mala manera sería:  «Partir es morir un poco; morir es partir demasiado».

De momento no voy a morir que yo sepa, en fin, si puedo evitarlo, pero sí que voy a partir. O sea, me voy un poco. Será una temporada. Digo yo que estaré ausente cosa de medio año, unos seis meses. Ya me agobia la nostalgia.

Mañana 28 de noviembre se cumplirá un año desde que comencé este blog. Mi propósito era mantener la voz como un tenor wagneriano durante doce meses, o lo que es igual, comprobar que podía escribir todos los días una cantidad apreciable de páginas no del todo triviales, o si triviales por lo menos entretenidas. Un desafío imitado por vía osmótica de los que suele plantearse Clint Eastwood en sus últimas películas, aunque en un terreno infinitamente más fácil. Ya me gustaría a mí poder correr cien metros, incluso tres, como el anciano actor cuando trata de salvar la vida de su presidente.

De mero desafío pronto pasó a obsesión, luego a tertulia insoslayable y finalmente a club de la fraternidad universal. Somos animales sentimentales y como le decía la abuela a mi hermana, el amor nace con el roce, lo que en el caso de mi hermana se ha demostrado rotundamente verdadero para pasmo del orbe y yo lo he comprobado gracias al blog.

Como es lógico, en este momento un tanto embarazoso de la separación vuelve a tomar sentido aquel viejo blog del primero de julio en el que citaba a los periodistas de TVE repitiendo cada vez que abandonaban un marco incomparable: “No es un adiós, es un hasta pronto”. Decía yo entonces que nunca se sabe quién va a regresar, si es que hay regreso, porque no podemos volver a ser lo que hemos sido.

El fluido que nos constituye (un poco de tiempo batido con dos partes de agua) no viene de ningún lugar ni va hacia nada remarcable, pero indudablemente fluye y cambia de aspecto y residencia. Decía Beckett que vivimos en un espacio lo suficientemente amplio como para poder movernos, pero no lo suficiente como para ir a algún sitio. Tan es así que de todos los sitios a los que no podemos ir, el más prohibido es aquel del que partimos. Cuando regrese, si regreso, este lugar no será el mismo lugar. Nuestra orientación, paradójicamente, nos lleva hacia occidente que es donde se pone el sol. Es la dirección equivocada.

En cierta ocasión un sabio dijo que si realmente nos hubiera creado un Dios bondadoso habría planeado la vida del humano totalmente del revés. Habríamos nacido muy viejos y deteriorados. Poco a poco, año tras año, habríamos ido rejuveneciendo hasta llegar a la infancia. Y nuestra muerte no sería sino un plácido regreso al mar eterno de las grandes madres donde dormiríamos mecidos en el líquido amniótico durante toda la eternidad. De haber sido así, en lugar de hacerlo en hospitales y manicomios nos despediríamos de este mundo tumbados en una cunita con sonajeros de colores y esa sonrisa de las criaturas, tan inquietante, tan inesperada, tan imprevisible.

Como nuestro tiempo no es el que imaginaba aquel sabio sino todo lo contrario, ojalá os encuentre por aquí cuando regrese si me toca regresar. Ojalá. Mientras tanto, levanto mi copa por todos los presentes y brindo a la manera de los anarquistas patavinos cuando bebían en homenaje a cuanto hay en el mundo de augusto y temible: Splendore!

Leer más
profile avatar
27 de noviembre de 2006
Blogs de autor

Lo siento, no estoy, ¡pum!

¿Cuántas veces no habremos visto a un viandante caminando por la ciudad con el portátil pegado a la oreja, la mirada perdida en el infinito y a punto de pisar a un perro? El móvil nos abstrae en un doble sentido; por una parte nos introduce en una burbuja y acabamos dándonos de narices contra una señora, por otra nos aísla de tal modo que peleamos a gritos con la nuestra ante el jolgorio general. Esta invisibilidad ficticia es un fenómeno interesante.

Con frecuencia, lo primero que preguntamos cuando recibimos una llamada de móvil es: “¿Dónde estás?”. Sin una localización parece difícil imaginar a la persona con la que hablamos, un impulso atávico nos obliga a ponerla en un espacio, en un cuadro, en una composición. Si no, parece una voz sin cuerpo, un fantasma.

A diferencia del teléfono fijo, el portátil nos deslocaliza, lo que ha dado lugar a infinidad de chistes y a la reciente película de Scorsese Infiltrados, seguramente financiada por un pool de telefónicas porque los protagonistas no son los humanos sino los teléfonos móviles. Sirva de pista que unos doce humanos mueren asesinados, pero sólo un móvil sufre daños, no irreparables.

Para acabar de completar su red espacio temporal, los portátiles han incorporado una cámara de fotos de manera que podamos demostrar haber estado en un lugar concreto, en el caso de que se nos exija. El móvil/cámara, tal y como se encuentra en este momento, es una de las máquinas más poderosas que ha inventado la democracia para dominar y controlar a sus masas. Es casi imposible escapar a su hechizo.

Desde el comienzo de la sociedad burguesa, revolucionaria o moderna, como se la quiera llamar, estaba presente una finalidad metafísica novedosa: suprimir la hasta entonces inevitable tiranía del espacio y del tiempo, dos constricciones divinas que al mundo feudal le traían sin cuidado. Y para destruir la constricción no había otro remedio que convertir el espacio y el tiempo en mercancías manipulables. Desde el reloj de pulsera hasta los vuelos espaciales, el tiempo se ha ido convirtiendo en una mercancía cada vez más barata y masiva, bien regulada, mejor troceada y espléndidamente empaquetada.

El empaquetado del espacio ha tardado un poco más, pero desde los primeros teléfonos y las radios de galena ya se adivinaba que la situación de cada quisque (estar aquí o allí) iba rápidamente a transformarse en una mercancía al alcance de todo el mundo. La longitud ya lo era gracias a los medios de transporte por carreteras, ríos, mares y vías férreas. El abaratamiento del kilómetro convirtió a las máquinas en mercancía de masa, algo que nunca habían logrado los tiros de sangre. Como complemento, el teléfono hacía desaparecer la dimensión espacial a un precio razonable.

El teléfono/cámara cumple una aspiración nuclear de la nueva sociedad: tener en la mano la llave del tiempo y del espacio sin que nada nos delate. Sólo si lo deseas serás localizado; tú, en cambio, lo oyes todo y lo ves todo esté donde esté lo que quieres ver y oír, al otro lado del mundo, oculto en un subterráneo, entre las nubes. Y lo oyes y lo ves en el mismo instante en que sucede. Además, puedes almacenar documentos que lo prueben.

Sólo queda por resolver ese pequeño inconveniente incomprensible: la posibilidad de asesinar a los señores de la guerra mediante misiles orientados por el móvil puede también democratizarse si se abaratan un par de elementos perfunctorios. Sería una verdadera molestia no saber si vas a saltar por los aires cada vez que abres el móvil. No da tiempo de fotografiarse volando.

Leer más
profile avatar
24 de noviembre de 2006
Blogs de autor

Reflejo en dos espejos

Durante el año 2004 se publicaron dos novelas sucesivas que tenían por protagonista a Henry James. La primera en ocupar las librerías fue la de Colm Toíbín titulada The Master. La segunda, Author, author, de David Lodge, se editó algo más tarde. Yo las leí según fueron apareciendo y tuve por superior, quizás por muy superior, a la de Toíbín. Luego constaté que así lo juzgaba también el club de críticos anglosajones a los que leo asiduamente.

Toíbín había elegido como asunto, es decir, como excusa para pintar su retrato, las oscuras relaciones de James con algunas mujeres, así como las casi translúcidas que mantuvo con ciertos hombres. El escritor irlandés no reclamaba la homosexualidad para James (habría sido demagógico reivindicar desde la ficción algo que no ha sido probado documentalmente), pero sí alegaba una cierta homofilia muy característica de la era victoriana, acompañada por una frialdad sexual no menos típica.

Lodge, en cambio, había visto a James en otro espejo: cuando el escritor trataba de obtener un éxito de público mediante el teatro. Sin embargo, su pieza Guy Domville fue un fracaso que le hundió en una severa depresión. Durante el tiempo de redacción de su drama, James tuvo como íntimo amigo y confidente a George Du Maurier cuya novela Trilby se convertiría en el mayor éxito de ventas del siglo. A James se le vino el mundo abajo. Una ficción mediocre aparecía a juicio del público y gracias a una crítica totalmente beocia como una obra maestra.

Para acabarlo de arreglar, el éxito teatral de aquella temporada lo obtuvo Oscar Wilde, un personaje que para James era la encarnación viva del mal gusto, la pereza, la ausencia de recursos artísticos y la trivialidad. Dada su alta estima del arte de escribir, Wilde debía de ser a los ojos de James lo que en la actualidad un guionista de series televisivas. James estaba descubriendo, sin saberlo, la democratización de la literatura.

Es muy bello ver dos figuras de James en sendas deformaciones especulares, una sexual y angustiosa (Toíbín es autor de novelas sexualmente angustiosas), otra inquieta por las relaciones entre éxito y calidad (Lodge escribe novelas sobre el éxito y el mundo universitario). Es como si a la actual The Queen de Frears le pudiéramos añadir otra The Queen firmada por Scorsese. Como era de suponer, Frears es partidario de la reina de Inglaterra y desprecia a la insoportable Lady Di. Seguro que Scorsese no lo vería del mismo modo y dedicaría más tiempo a la trama mafiosa de Buckingham.

Me parece indudable que si se exhiben dos retratos de una persona por la que sentimos respeto, amor o curiosidad, querremos verlos ambos. Nos interesan ambas deformaciones. Porque sin deformación no hay arte. Pues bien, Lodge ha publicado hace unos meses The year of Henry James con el exclusivo propósito de mostrar su disgusto por la duplicación. Cree que la aparición del James de Toíbín golpeó el mercado de tal manera que cuando asomó la portada del segundo James ya nadie leyó la solapa. De haber sabido que iba a editarse otra novela sobre el victoriano, confiesa, quizás habría abandonado la suya.

En esta confesión se encuentra la causa del éxito de la novela de Toíbín, y no en haber llegado antes a las librerías. Estoy persuadido de que Toíbín nunca la habría abandonado, aun sabiendo que alguien trabajaba sobre el mismo personaje. La convicción es la razón primera de un buen trabajo artístico y se nota de inmediato. Si puedes abandonar algo que estás escribiendo, no lo dudes, abandónalo. Si no lo haces, será él quien te abandone.

Leer más
profile avatar
23 de noviembre de 2006
Close Menu
El Boomeran(g)
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.