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Escrito por

Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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Ahora que ya sé decir ‘pennícula’

Las palabras del delegado de Cultura del Ayuntamiento de Barcelona, Jordi Martí, sobre Woody Allen me saltaron al cuello desde las páginas del diario de la burguesía catalana: "Reiteró que el Ayuntamiento ha aportado una subvención de un millón de euros a la productora Mediapro-". Esto ya lo sabíamos porque los directores de cine barceloneses se sentían estafados: jamás se había pagado semejante cantidad, ni siquiera cuando aquel caballero filmaba tremendos petardos históricos sobre los sufrimientos de Catalunya que sólo veían Pujol y sus hijos el día del estreno.

Sin embargo, lo mejor de las declaraciones de Jordi Martí venía luego: "-en términos de inversión". O sea, que no es una subvención sino una inversión "que (se) recuperará en parte o totalmente en función de los beneficios que obtenga la película". Cielo santo. Mi alcalde concede préstamos con mis impuestos. Espero que el porcentaje sea usurario para compensar tanto ridículo.

¿Y por qué invertimos en una película de Woody? ¿Por qué no en una pintura de Frederic Amat o en un libro de Miquel de Palol? Ya que estamos buscando beneficios con eso que pomposamente llaman cultura, ¿no sería más adecuado invertir en talento local? ¿Hemos de ayudar a los norteamericanos a hacerse una cultura? ¿Tan triste es el panorama de inversores yanquis que no pueden ni siquiera financiar a Woody? ¿O será que ya nadie da un duro por él? Pues si perdemos la inversión, ¿quién nos compensa? Casi todos los funcionarios consultados aducen que los beneficios serán de tipo publicitario. La ciudad aparecerá en todas las pantallas donde se proyecte el film. Eso es cierto. Y como buena publicidad, la Barcelona que verán será una gigantesca mentira. Ayer rodaban en las Ramblas, lugar del que huyen los barceloneses y que está tomado por masas de ociosos en calzoncillos, rondados por trileros, carteristas, lateros y gitanas con niño dopado. En la película, sin embargo, Scarlett pasea en soledad por un lugar sosegado, limpio, silencioso, tan estúpidamente onírico como todas las mentiras municipales.

Artículo publicado en: El Periódico, 14 de julio de 2007

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16 de julio de 2007
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Avaros y sin embargo suicidas

Una vez superado el pueblo mundialmente conocido como La Pera, dejarás a tu izquierda el viejo lupanar amarillo tan chulo como un fotograma de Wim Wenders; entonces tomas a la izquierda por el desvío de Serra de Daró procurando que no te aplaste un tráiler polaco. En el momento de superar la cresta previa al cruce de Foixá, verás que se abre un panorama excelente, sobre todo cuando sopla la tramuntanita y todo luce como en un Memling. Hasta ese momento, el turista ha cruzado poblachones crecidos a velocidad vertiginosa en los últimos diez años, enterrados por naves industriales, almacenes ruinosos, alpendres de Uralita, basura industrial, camionetas oxidadas y chalets de infame construcción para munícipes. Es un tramo abrumador con una vía nacional, la que cruza Celrá y Bordils, siempre atestada gracias a los camiones y a los semáforos impuestos por ayuntamientos que se negaron a permitir circunvalaciones. Son vías de línea continua ideales para el conductor local montado en una moto o en un cochecito con tuning. Te parece estar viendo la publicidad de la tele.

Por el contrario, desde la carretera de Serra, tras el desvío y el descrestar, divisarás un panorama casi intacto, respetable. Los campos ordenados y fértiles se extienden hasta el mar en dameros que sugieren trabajo y riqueza. La línea del horizonte la forman el femenino perfil del Mongrí y las peladas islas corsarias del Estartit. Es un paisaje que da idea de cómo pudo ser el Ampurdán de la invasión napoleónica y de cómo ha sido sistemáticamente machacado por todos los gobiernos (fascistas, nacionalistas, socialistas, conservadores o secesionistas) y por todos los ayuntamientos en sus complicados apareamientos, hasta hacerlo desaparecer. La causa de tan portentosa unanimidad en la destrucción es sencilla y rotunda: el dinero, el parné, la pasta. Aquí no hay ideología que valga, sólo codicia.

Un país raquítico, con una incultura secular, sediento de todo lo que se atribuía a "los europeos", desde las gabardinas hasta el bidet, y con una clase dirigente que no haría mal papel en Liberia, no ha dado más de sí en los dos últimos siglos. Las costas valencianas, gallegas, catalanas o andaluzas han sido laminadas sin misericordia. Cierto que hay también una cierta matización en el desastre, según sea la región; sin embargo, ese cromatismo lírico es un considerable misterio. De momento, ningún historiador o sociólogo ha sido asaltado por la curiosidad de investigar la España plural de la codicia. Un asunto tan interesante...

¿Ha sido el mayor grado de barbarie lo que ha creado en Murcia esos monstruos que sólo encuentran pareja en los secarrales de La Mancha? ¿El gen morisco? ¿Será la venganza del arroz lo que ataca con flatulencias dolorosas todo el Levante y su urbanismo excremencial? ¿Es el metódico destrozo catalán más sensato que el que asuela la costa asturiana, gracias a la herencia noucentista? ¿A la protección de la Moreneta sobre tanto varón célibe y ahorrativo? ¿Y qué decir del espanto de las rías cocainómanas? ¿Ataques de la gaita paranoica? ¿De la empanada alucinógena? Algún día alguien estudiará el episodio de salvajismo más interesante de la Europa de posguerra, sólo igualado por la Sicilia del cemento y la heroína (inyectable). ¿Cómo fue posible que el franquismo se prolongara tantos decenios hasta dejar el país convertido en una sartén donde hierven de sed los rascacielos vacíos? ¿Quién lo sustentó, a quién enriqueció el caos y el expolio?

Que los ciudadanos apenas cuentan en la política española es bien sabido y explicable dada la peculiar herencia eclesiástico-castrense del país, así como la no menos curiosa biografía de sus dirigentes jamás editada. A pesar de todo, que no se haya producido alguna corrección democrática en nuestro tradicional despotismo, sino quizás todo lo contrario, desconcierta. El equipo que gobierna en el Ayuntamiento de Barcelona, por poner un ejemplo, ha sido elegido por un veintitantos por ciento de la ciudadanía, pero, viendo actuar a los ediles, se diría que lo respalda el ochenta por ciento, como a Sarkozy. Una mayoría de ayuntamientos que han logrado componerse son el hijo putativo de negocios y pactos perfectamente opacos y por completo ajenos a los programas de los partidos. La ciudadanía sabe que tales bastardías son consecuencia de la más cruda codicia, pero no puede oponerse a ella, no tiene medios y sabe que en las próximas elecciones volverán a las andadas. Por eso va dejando de votar. También es cierto que, aunque pudiera oponerse, quizás tampoco lo haría, como han demostrado los protectores de la mafia del ladrillo en las últimas municipales. En España, la ideología política, como la fe religiosa de hace unos años, es el disfraz que dignifica la más cruda explotación económica y el exterminio del insumiso. En este punto, la España plural es una.

La zona geográfica que nos sirvió de entrada y sobre la que Pla escribió algunas de sus mejores páginas ha sido para mí como el hijo de un matrimonio amigo al que has ido viendo crecer sin participar seriamente en su vida. Le has visto pasar del potito de zanahoria al cochinillo asado como en una secuencia de diapositivas. Así que, aunque sus padres lo tengan por un cráneo privilegiado y la flor de Olmedo, uno sabe la verdad y no le ciega ni el sentimiento, ni el interés, ni el orgullo. Cuando lo conocí de niño aún guardaba un aire de criatura rústica, algo bruto, pero de buena madera, un muchacho con ilusión por no morir tan idiota como sus padres y abuelos. En la actualidad es un anciano que no sabe despojarse de la ropa infantil y simula bailar el twist, como en los viejos tiempos, cuando ya le conviene la danza macabra de Saint-Saëns. Dio el primer estirón con la masificación del turismo y las segundas residencias que brotaron como hongos venenosos en los años setenta. Los servicios y la pequeña industria consecuentes lo pusieron en la edad adulta, pero luego ya no hizo nada más y se dispuso a gozar de lo conquistado con aire de galán verbenero, se acomodó a la haraganería nacional. En la actualidad, unas carreteras que construyó Primo de Rivera para las diligencias soportan el paso de millones de vehículos entre los que se cuentan miles de camiones de hasta ocho ejes, pero también ciclistas y tractores, una belleza argelina. Al nene del Ampurdán todo se le ha quedado pequeño, pero persiste en el gesto de estar esperando a que las suecas se sienten a comer una ensalada por ver si liga y les saca unos duros para Varón Dandy.

El viajero que ha constatado cómo las zonas turísticas de Francia, de Inglaterra, ¡incluso de Italia!, mejoraban con el tiempo, eliminaban los restos de barbarie, añadían silencio y verdura a las zonas residenciales, se civilizaban y organizaban racionalmente separando lo industrial de lo turístico, lo agrícola de lo urbano, aunque se perdiera la pátina arcaica y romántica, se pregunta por qué en España el desarrollo y la riqueza han de dar siempre como resultado la hecatombe, el triunfo de lo cafre y de lo cutre. ¿Será por un atávico temor a la miseria acumulada durante siglos de bocio y malaria? ¿Por la inexistencia de una educación sensata, la cual, por cierto, ha ido empeorando de legislatura en legislatura? ¿Será el catolicismo, su desprecio de la vida terrena y su respeto por los depósitos bancarios? ¿O el nacionalismo y el hábito de esconder los billetes de quinientos bajo la bandera? ¿Qué componente de todas las regiones españolas es el que nos condena a vivir peor cuanto más ricos somos?

No todos, por supuesto, no estoy loco. Quienes vivieron en la más completa desesperación durante generaciones ahora gozan de una situación confortable. Las aldeanas ya no visten sayas y tocas negras como en los chistes de Forges, sino que exhiben estupendos piercings ombiliculares y se depilan los artejos pedestres. Los aldeanos ya no arrean la mula, sino que ponen a doscientos por hora el Golf. No obstante, eso también sucedió en la Francia, la Alemania y la Italia de posguerra, el paso de la miseria a la comodidad, pero con resultados opuestos a los nuestros. También allí se produjo un rápido enriquecimiento, pero no dio lugar al desbarajuste del territorio y al desierto de cemento.

El lugar infernal de la carne de cañón lo ocupan en España, ahora, los inmigrantes llegados por millones en los últimos diez años, justo en el momento de la explosión cementera. ¿Será esa la explicación? ¿La mano invisible del Zeitgeist está diseñando nuestro país para acercarlo a Quito, Turquía, el Magreb o Rumania, porque estamos creando un hábitat digamos que "mediterráneo" de igualados caracteres físicos y espirituales? ¿Está la Providencia diseñando un bloque urbano del sur, con un paisaje homogéneo, sin sobresaltos ni transiciones bruscas, desde Ankara hasta Algeciras, lo que explicaría, de paso, las quejas identitarias de los vascongados? ¿Sube Oriente y baja Occidente? En todo caso, me parece que nos ha tocado la china.

¡Qué extravagante, qué inexplicada condena la de los nacidos en el Mediterráneo, y que me perdone Serrat, que es un santo y no tiene la culpa de nada de todo esto!

Artículo publicado en: El País, 10 de julio de 2007

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11 de julio de 2007
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Juan Martínez bailó en el infierno

Al principio, cuando todavía se exhibía delante de la emperatriz María Fedorovna, ya tuvo un anticipo de lo que se le vendría encima. El gran chambelán le prohibió salir a escena con aquel pantalón tan ajustado y abotinado porque le pareció una indecencia. Juan Martínez hubo de bailar con un pantalón de frac. "¡Quién ha visto bailar el bolero con fondillos en los pantalones, señor!", se lamenta. Seis años más tarde bailaría cubierto de harapos y por un mendrugo de pan: tuvo la mala fortuna de coincidir con la revolución y desaprovechar cuantas ocasiones se le presentaron para escapar del infierno. "A mí la toma del poder por los bolcheviques, los famosos 10 días que conmovieron al mundo, me cogieron en Moscú vestido de corto, bailando en el tablado de un cabaret y bebiendo champaña a todo pasto".

Las peripecias de aquel hombre y su mujer por tierras de Rusia y Ucrania, con las monstruosas matanzas de Kíev como centro de la desventura, son uno de los más espeluznantes relatos que se han escrito sobre la Revolución rusa. El bailarín dictó sus recuerdos a Manuel Chaves Nogales, un hombre nacido con el siglo y muerto en el exilio a los 47 años. Excepcional periodista, pero detestado por fascistas y comunistas españoles y, en consecuencia, casi desconocido en España. Solo su magnífica biogra- fía de Belmonte ha tenido alguna notoriedad.

La razón por la que Chaves Nogales no se estudia junto a Bergamín, Pla, Baroja, Ruano y otros cronistas del momento republicano, es que nunca mintió. No se sometió a la castración española de ser sumiso de los unos o de los otros. Como dice Trapiello en su agudo prólogo, "encontramos en las crónicas y opiniones de Chaves Nogales la desinteresada e inteligente reflexión de quien supo que el mayor pecado que un hombre podía cometer en aquellos años era mantenerse libre". En aquellos años y también en estos.

El libro, que se editó en 1934 y forma parte de la narrativa completa publicada por la Diputación de Sevilla, ha sido rescatado por la editorial Libros del Asteroide. Muchas gracias, Asteroide.

Artículo publicado en: El Periódico, 7 de junio de 2007

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9 de julio de 2007
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La pereza viaja en diligencia

A Zapatero le ha perdido su falta de fe en el esfuerzo, el tesón, la autoridad y el trabajo: es un vago

Los siniestros comunicados del diario Gara ponen de manifiesto cuántas facilidades se daba José Luis Rodríguez Zapatero. Tras el asesinato de los ecuatorianos en el aeropuerto de Madrid, aún andaban los funcionarios del Gobierno regateando con los terroristas sobre Navarra. Ahora ya no importa. Toda esa basura moral no es sino la constatación de que Zapatero no sabe trabajar con seriedad. Se guía por la ley del menor esfuerzo: creyó poder negociar contra la oposición, es decir, contra diez millones de españoles, y con una mano a la espalda.

La ingenuidad de Zapatero, o su frivolidad, tanto en este asunto como en la Alianza de Civilizaciones, la Memoria Histórica o el Estatuto catalán, obedece a una escasa preparación para el sacrificio, unida a la pereza intelectual que le impide analizar asuntos que exigen esfuerzo, trabajo, tesón, unidad y sacrificio. Zapatero comparte un peculiar defecto con muchos de sus coetáneos: no admite que haya problemas irresolubles, o que solo los resuelven el tiempo, el estudio, la fatiga, la obstinación.

Cuando de niños leemos cuentos y novelas, o vemos películas y series televisivas, construimos nuestra capacidad de intelección con las herramientas que nos ponen a mano. Hasta mucho más tarde no accederemos a otros útiles más críticos que nos permitan calificar todo lo anterior de fantasía. Muchos niños ya no vuelven a leer ni a estudiar en su vida, su intelecto permanece anclado en un mundo donde lo más difícil parece posible. Los niños antiguos escuchaban las hazañas de los héroes y sus sacrificios, los modernos nos educamos con relatos de esfuerzo y tenacidad como los de Dickens o los de Julio Verne, pero a partir del dominio del espectáculo sobre la realidad, los relatos para inmaduros detestan el esfuerzo y el sacrificio. Incluso las mejores lecturas, como las del joven Potter, dan por sentado que los problemas se arreglan mágicamente. Es un delirio que los psiquiatras infantiles diagnostican cada vez con mayor frecuencia en niños y muchachos que se creen omnipotentes, superhéroes.

El paso de la pereza de vicio a virtud tiene una historia corta. El valor de la pereza es un invento posterior a Marx: fue su yerno el primero en escribir un tratado sobre El derecho a la pereza, pero todavía no se apartaba de la sensatez de la clase media europea. La conquista de las vacaciones y finalmente la imposición de una inactividad muy rentable para el sistema económico, han hecho de aquel derecho a la pereza una verdadera caricatura. Desaparecida la pereza que podía reivindicar un marxista del ochocientos, convertida en una obligación anual llamada ocio que casi arruina a las familias y da beneficios gigantescos a las empresas, la pereza que se reinventa en los años setenta es de otro calado. Los movimientos libertarios odiaban el trabajo, y basta repasar los cómics de la época para constatar hasta qué punto se insultaba, se humillaba y se hacía befa de cualquier trabajador, físico o intelectual. Los okupas siguen en esa estela de ridiculización del trabajo.

No es extraño que tanto Tony Blair como Nicolas Sarkozy, (los primeros políticos europeos en asumir que la guerra fría ha terminado) se esfuercen por dignificar el trabajo y, naturalmente, remunerarlo. Para los okupas, para los hippies de los setenta, para los mafiosos de barrio, para algunos grupos libertarios, los que trabajan son idiotas. La figura del pobre hombre que va al trabajo con su cartera o su maletín, o el empollón de la clase, son figuras grotescas en casi todas las series de la televisión española. En nuestro país, al descrédito del trabajo se le une un señoritismo ancestral: la vagancia del hidalgo muerto de hambre.

La recuperación del trabajo como actividad moralmente encomiable es una novedad. También lo es el intento de restaurar la autoridad, otra víctima de Mayo del 68, sobre todo en colegios e institutos, aunque en ese terreno ultraconservador va a ser mucho más difícil avanzar. A la nefasta influencia televisiva se une la envilecedora y machacona presión de la publicidad, la peor de las manipulaciones a la que están sometidos los niños. Proponer la recuperación del trabajo como un derecho a la dignidad y de la autoridad de los maestros como un valor moral es una tarea casi suicida. A los beocios les parecerá una propuesta de derechas, pero lo triste es que desde el siglo XIX había sido una reivindicación de la izquierda. Se la dejó arrebatar por los aristócratas del 68, como tantos otros valores que han ido desapareciendo por el sumidero relativista de la posmodernidad.

Ahora podemos volver al comienzo, al delirio del superhéroe como síntoma de pereza. Algunos problemas, como el del fascismo en el País Vasco, no tienen más solución que la resistencia colectiva. Sus antecedentes, las guerras carlistas, nos persuaden de que es algo endémico, como los conflictos cainitas de los árabes o de las tribus balcánicas. Eso no quiere decir que no deba intentarse encontrar una salida, pero quien lo intente ha de saber que solo mediante el esfuerzo, el tesón, la autoridad, el trabajo, muchísimos años y otros valores detestados por la progresía se podrá vencer a los terroristas. A Zapatero le ha perdido su falta de fe en tales valores: cree ser omnipotente, pero es un vago.

Artículo publicado en: El Periódico, 2 de julio de 2007.

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4 de julio de 2007
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¿Cuál es la vida perfecta?

Había ya escrito mi columna cuando ayer el país se vio conmovido por una noticia inesperada. Esta mañana todas las radios (en el breve tiempo que les deja la publicidad), las televisiones (que no estaban ocupadas con anuncios para niños), las portadas de todos los diarios, eran unánimes: el regreso de Rodrigo Rato es un suceso histórico.

Primero pensé que lo más chocante y quizás lo que llamaba la atención de los profesionales era que, por retirarse antes de hora, Rato renunciaba a un sueldo monumental, una de esas facturas que pagamos los contribuyentes la mar de contentos para que los empleados de purpurina puedan vivir como potentados. A mi me alegra que vivan bien, la verdad, pero no niego que verles renunciar a sus privilegios me conmueve.

Sin embargo, tras leer las informaciones me percaté de que ese asunto no importaba a nadie. El nerviosismo universal obedecía a dos sospechas. La primera, que el buen hombre volvía para casarse, que estaba harto de que le pasearan como a un Santo Padre por el globo, y que más le apetecía jugar al parchís con sus hijos. Pronto entendí que esta hipótesis solo se respetaba porque la había adelantado el propio Rato, pero se descartaba de inmediato: ¿Quién puede creer que casarse a los sesenta años y pasar más tiempo con tus hijos sea comparable a ganar una pasta cósmica y viajar en primera con Iberia? Eso no podía ser.

No obstante, me desconcertó que la segunda hipótesis, la verdadera, fuera que Rato abandonaba el oro y el moro y volvía a España para incrustarse en las filas de la oposición. Me desconcertó porque, aunque yo sigo creyendo a Rato cuando dijo que volvía para casarse y estar con sus hijos y le admiro por haber renunciado a un espejismo bien pagado, a lo mejor mentía, a lo mejor tienen razón los profesionales y Rato nos engaña y lo que quiere es ser el segundo del PP, o candidato a las Cortes o cualquiera de esas trivialidades que a toda persona sensata le parecen un consuelo, un placebo, lo que se hace en esta vida cuando te ha fallado lo más importante. Pero anda que como sea verdad...

Artículo publicado en: El Periódico, 30 de junio de 2007.

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2 de julio de 2007
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Cuando ya todo es historia

Hasta hace pocos años los labriegos, terminada la jornada, regresaban al hogar y pasaban horas ensimismados ante el fuego viendo saltar las chispas de algún recuerdo. Era su televisión. Hasta bien entrado el siglo XX la población campesina era mucho más numerosa que la urbana, así que para la mayoría de los humanos no había otra diversión. Se le podía añadir el rosario y entonces la televisión conectaba directamente con Dios jugando solitarios. En aquellos hogares el tiempo era eterno y carecía de historia.

Nosotros, sin embargo, hemos nacido con un horizonte que nos cruza los ojos y al que llamamos “historia”, modo disimulado de admitir que ya ningún tiempo es eterno y somos personajes de una tragedia o comedia cuyas sucesivas escenas son tan efímeras como nosotros mismos. Paradójicamente, la historia nos ha permitido perder la memoria.

En la monumental pero de todo punto imprescindible Postguerra de Tony Judt (Taurus, 2006), se expone la historia de Europa a partir de 1945. Mientras uno lo va leyendo, ve convertirse en cuadros históricos sus recuerdos, las experiencias íntimas, incluso los olvidos: la sintonía de la BBC en tiempos de Franco, el inverosímil tañido de la guitarra eléctrica, el vuelo de las faldas acampanadas, la desaparición de los caballos por las calles de la ciudad, el aroma de las motocicletas. Los adultos nacidos después de 1950 ven su retrato colgado del museo y deben renunciar a muchas fantasías. No éramos como suponíamos, sino como la historia nos ha congelado para siempre. Los nacidos después de 1960 hallan aquí la explicación de su herencia: cómo se hizo obscenamente rico el tío Manuel y por qué nadie habla de tía Celia, aquella belleza frágil y perfumada.

Leyendo este libro admirable, el pasado se convierte en destino. Lo que creímos una vida libre y caótica se muestra como algo fatal y ordenado. Nuestras exaltadas decisiones eran mera obediencia. Las pasiones, hilos de marioneta. Creíamos vivir una vida irrepetible, pero lo cierto es que ya estaba escrita en las chispas del hogar, en los solitarios de Dios.

Artículo publicado en: El Periódico, 23 de junio de 2007.

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25 de junio de 2007
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Pero volver, volver, volver

De nuevo zambullido en un país que se supone es el mío, recuento cosas que voy a echar de menos. La biblioteca municipal del barrio: hay una en cada quartier con todo lo que un ser humano puede desear. El silencio urbano: ni siquiera en parques repletos de niños se oyen gritos. Muros sin arte callejero o guay. El respeto mutuo, invento supremo de la República: el vecino se excusa al cruzarse contigo por la escalera. El pan: en un radio de 200 metros hay ocho panaderías, y cada una ofrece hasta 20 ingenios. Tanto en la prensa como en la tele muchos periodistas se toman en serio su trabajo y si deben incomodar a un ministro, lo hacen también en la cadena del ministro. La presencia de la literatura en la vida cotidiana, en la política, en las preguntas de los concursos. Los camareros con mandilón. Una arquitectura que no despelleja al paseante. Tampoco la circulación de autos y motos le agrede de muerte. Los benditos castaños. El río y sus puentes. Las librerías abiertas en domingo. Los informativos que no dan deportes. La ausencia de pornochismorreo. La igualdad robusta. Las piedras que han soportado diez revoluciones y cien guerras.

Hay muchas singularidades benéficas. Las hay también maléficas. Los bancos son arcaicos, en algunos ni te cambian si no eres cliente. Los trenes llevan la mitad de los asientos en dirección contraria a la marcha. Los lunes se dedican a la desolación. La autocomplacencia chovinista. El tonillo maullante de ciertas hembras sin embargo adultas. La inexistente separación entre las mesas del restaurante. L'amour. El fariseísmo melifluo a veces baboso. Johnny Hallyday.

Y lo peor es la puerilidad con la que infectan el francés. Copio unas frases de la prensa: "Les socialistes sont en crise de 'leadership'". "Je prends cette candidature comme un 'challenge' ". "Le 'turnover' dans les écoles est tel que...". "Un souffle de vent dérange son 'brushing'". Todas ellas han sido dichas o escritas por gente con carrera universitaria y editadas en los diarios más distinguidos de París.

Artículo publicado en: El Periódico, 16 de junio de 2207.

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18 de junio de 2007
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Única y verdadera esperanza

Hasta que hace poco más de un año la muerte lo convirtió en alguien extraño para nosotros aunque seguramente muy próximo a él mismo, apenas cambió. Tenía la serenidad de un buda barbudo a pesar de que sonreía con parsimonia. Lo suyo era más bien una risa íntima, casi siempre burlona, que afloraba como un surtidor, a borbotones, y se apagaba casi de inmediato entre los pelos de su barba canosa. Más gordo o menos flaco, más calvo o por completo, Joaquín Jordá no se ocupó nunca de las cosas insignificantes, de modo que tampoco le daba importancia a su aspecto. En todo caso, a mí siempre me pareció el suyo un porte senatorial, impecable, óptimo. Un gran tipo.

Por ser uno de los hombres más inteligentes que he conocido, viví con él una escena que se grabó a punta seca en mi mala memoria y de vez en cuando regresa para darme esperanza en periodos inciertos o francamente asquerosos. Recibo el recuerdo de Joaquín Jordá con los brazos abiertos en cada ocasión. Como ésta.

Yo diría que su momento de esplendor lo tuvo durante el exilio italiano. Joaquín, un comunista de los años sesenta, había huido de la mediocridad y el asco moral barcelonés, aunque también (pero él nunca lo dijo) de sus colegas del partido, la sección más soporífera del comunismo mundial, para instalarse en una covachuela del Trastévere romano, bien iluminada, cómoda, chiquita, ascética y magnífica. Acompañado por la adorable Carmen Artal, trataba de hacer cine con el apoyo de algunos comunistas italianos muy bien vestidos. No se engañaba. Sabía perfectamente que eran tan cerrados de mollera e incapaces como los españoles, pero Joaquín quería hacer algo, lo que fuera, cualquier cosa que pusiera de manifiesto cómo se disimula y trafica la desgracia de los débiles. No le interesaba exponer el dolor de los humanos en crudo, sino cómo se vende y mercantiliza el dolor bajo el disfraz de la bondad. Para hacerlo estaba dispuesto a aliarse con Satanás. Establecido cerca del Vaticano, tenía alguna posibilidad.

Algo llegó a rodar con los italianos, en efecto, tras aguantar miles de horas de charlatanería (el comunista italiano había heredado la locuacidad oceánica de su clero), como un documental de 1970 titulado Lenin vivo, que no he conseguido ver aunque el título promete. Sin embargo, cuando le visité en su pisito romano estaba preparando, si no recuerdo mal, algo sobre los horrores de Angola en colaboración con los comunistas portugueses, que eran un poco menos sensatos que los italianos, si cabe.

Sin embargo, a Jordá, grande y bonachón, sí, pero moralmente inflexible, no le excitaba el simple documento sobre la explotación o el crimen. No quería hacer un "cine de denuncia" que la mayor parte de las veces acaba siendo un producto mercantil para tranquilizar a la clientela de la bondad. Lo que deseaba era filmar las trampas que hacen de la maldad un producto comerciable. Por esta razón, muchos años más tarde, cuando un periodista le preguntó (típico de becario) si le gustaban los documentales de Michael Moore, le contestó con tono glacial: "No me interesa. Me parece un cine maniqueo y grosero". La mera exposición de la maldad suele ser, en muchas ocasiones, una excusa de la hipocresía para nadar y guardar la ropa, para comerciar y sin embargo "denunciar", es una enfermedad típica de cantantes y actores. A Jordá le interesaban, por el contrario, los procesos de mixtificación, de camuflaje, de ornamentación, que tranquilizan a las conciencias flaqueantes y que permiten ganar dinero con la desgracia ajena.

Consecuente con ello, uno de sus últimos trabajos documentales, titulado De Niños, desmontaba el disparate que periodistas, policía, psicólogos oficiales y parte de la judicatura habían montado en Barcelona con una pretendida "trama depederastia del Raval". En línea con el libro de Arcadi Espada, el documental ponía de manifiesto la suma de intereses políticos y económicos que se escondía tras una denuncia aparentemente justa, benéfica y progresista. No gustó ni un pelo en los despachos del socialismo municipal catalán.

A la gente hay que conocerla en la adversidad. Todos los humanos felices son iguales, pero cada infortunado tiene una historia irrepetible. Jordá mantuvo intacta su lucidez a pesar del mazazo que le cayó encima cuando un infarto cerebral lo dejó mudo, sin memoria para la lectura o la escritura, y sin colores en la visión. En lugar de lamentarse o acobardarse, reaccionó como una fiera y se dispuso a estudiar los tráficos, disimulos y trampas de nuestro propio cerebro y los tratamientos quirúrgicos que ponen en marcha. El resultado fue la escalofriante Monos como Becky, de 1999, sobre las lobotomías que se practicaban en los enfermos mentales más desvalidos y pobres, un asunto que ya había llamado la atención al Kubrick de La naranja mecánica.

Por esas fechas, David Fernández de Castro decidió escribir un libro sobre Jordá y el documental lobotómico y me confiaba, emocionado, su admiración por aquel hombre corpulento, torpe, disminuido, con una visión en grises, dificultades para hablar y escribir, pero con la inteligencia y la pasión intactas. ¡Irreductible esperanza! Su cerebro había sufrido un expolio como el que sufrieron los obreros de Númax presenta, su película más sesentayochista, y él tenía que explicar las causas ocultas del expolio. Las evidentes no era necesario exponerlas, a la vista estaban, pero siempre hay algo que traficar incluso en el interior de nuestro cerebro y nunca falta un traficante dispuesto a comprarle perfume caro a su novia aunque sea exprimiendo nuestro seso. Se puso a buscarlo, y lo encontró.

Como es lógico, aquel hombre que tanta esperanza había puesto en la rebelión de los oprimidos, era demasiado inteligente como para engañarse acerca del fracaso de una ideología que había sido incapaz de prever la colosal transformación del fin de siglo. Y si no había podido predecir el desarrollo mundial del capitalismo, ¿para qué demonios servía una ideología dedicada al análisis del capitalismo y a profetizar su inexorable final? Las viejas herramientas de la tradición comunista eran completamente inútiles en el siglo XXI. Otro becario le preguntó en los últimos años sobre sus esperanzas revolucionarias: "El mundo laboral del obrero industrial ha terminado. Lo colectivo ha perdido importancia". Su pudor le impidió hablar con mayor contundencia del sueño muerto. No por eso, sin embargo, buscó refugio, como tantos comunistas al borde del ataque de nervios, en el nacionalismo periférico. En 2005, al ser inquirido (más becarios) por el Estatuto catalán, respondió con un contundente: "Es un asunto que no me interesa en absoluto".

Ya llego. La escena que me viene a la mala memoria es muy anterior. Quizás fuera en 1973 o 1975. Creo que él estaba por entonces traduciendo algún maravilloso Manganelli de los que publicó Herralde, medalla al mérito. Era en Roma, sin duda, y hablamos muchas horas, caminamos bastante, apenas comimos, bebimos con moderación y también sin moderación, a veces dormíamos pero creo que seguíamos hablando dormidos. Yo le preguntaba (estaba perdiendo la fe) una y otra vez cómo podía mantenerse la esperanza cuando los partidos comunistas europeos eran ruinas habitadas por el poeta Aragon y otros nostálgicos de las polainas y el totalitarismo, cuando la fuerza obrera se había convertido en un gang de sindicatos corruptos, cuando masas de proletarios votaban a Le Pen, cuando en España nadie movía un dedo contra Franco, en fin, la paliza habitual que todos los estudiantes de aquellos años le pegaban a sus maestros.

Acosado por mis preguntas y supongo que sumamente aburrido, Joaquín dio uno de sus famosos resoplidos (no tenía órgano para suspirar) y se quedó mirando al suelo, quieto, inmóvil, en medio del populoso Trastévere. Yo no sabía qué hacer. La gente nos sorteaba como el río las rocas, pero siendo italianos no dejaban de llamarnos cosas feas y hacer misteriosos y temibles signos con los dedos. Al cabo de unos minutos comenzó a hablar en voz muy baja.

"Sí, eso parece, que no hay nada que hacer, que son quimeras, sin embargo, ¿ves esa grieta de ahí, entre las dos baldosas? Un día esa grieta crecerá. Al día siguiente aún crecerá más. Pasarán meses y la grieta se hará enorme. Al principio la gente no prestará atención, luego saltarán por encima, pero llegará un momento en que será tan grande, tan honda, tan terrible, que no tendrán más remedio que hacer algo". Levantó su augusta cabeza y me miró desafiante, los escasos cabellos desordenados y larguísimos formaban una orla sobre su cráneo. "¡No tendrán más remedio que hacer algo o se precipitarán todos ellos en la grieta!". Tuve la sensación de ser un israelita, incluso varios israelitas, delante del profeta Elías minutos antes de ser arrebatado por el carro de fuego. Sus ojos lanzaban hermosos destellos. Luego siguió caminando y yo corrí tras él como un perrillo.

Los días de mayor abatimiento pienso en Joaquín y me digo que tenía toda la razón y que la esperanza es un soberbio animal, da gusto verlo. También es verdad que la grieta ha seguido creciendo y es cada vez más grande. Que la gente se percate y haga algo, es sólo ya cuestión de tiempo. De momento, sin embargo, me parece que el único que se va a caer en ella soy yo.

Artículo publicado en: El País, 11 de junio de 2007.

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13 de junio de 2007
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El regreso del nazi vascongado

Algunos de los más ásperos calumniadores de aquellos que desde el principio rechazamos el "diálogo" con ETA y Batasuna deben de estar, en este momento, reciclando sus bolígrafos. Quienes nos oponíamos a una política de apaciguamiento del ultranacionalismo violento no lo ha- cíamos por dureza de corazón o intolerancia, sino por el convencimiento de que cualquier indulgencia con los movimientos totalitarios se acaba volviendo en contra del que tiende la mano. Los nazis muerden todo lo que se les acerca.

Empleo la palabra nazi sin ánimo deprecativo, solo descriptivo. La ideología del ultranacionalismo violento es la de un partido neonazi, aunque se disfrace de izquierda. También decían ser de izquierda Mussolini y la Falange. El nazismo de ETA y Batasuna ha sido extensamente analizado, pero merece la pena insistir: la exaltación de la sangre, la mitificación del territorio, la hipóstasis de la lengua como alma de la nación, la mitologización del Ejército nacional, la asunción del racismo de Sabino Arana como texto sagrado, en fin, todo el folclore étnico con que adornan sus actos públicos, los colocan indudablemente en el campo de la ultraderecha.

Es evidente que en ETA y Batasuna tenemos la peor herencia franquista y que solo han sobrevivido por las atenciones que reciben de los nacionalistas menos extremos. Personajes como Arzalluz han sido esenciales para que ETA y Batasuna medren.
Y recuerde el lector que Otegi ha hablado en las universidades catalanas con el aplauso de las autoridades, mientras a los amenazados de muerte por ETA se les impedía la entrada. Los estudiantes ultranacionalistas y los rectores oportunistas han contribuido a la creación de fascistas universitarios.

Lo más desolador es que quienes rechazamos el diálogo con ETA somos los que creemos en su posible derrota. Nunca una democracia ha sido derrotada, si es una democracia verdadera. Y son los dialogantes los que no creen o no desean la derrota de los nazis. En eso ha consistido el "diálogo": en la renuncia a los fundamentos de la democracia.

Artículo publicado en: El Periódico, 9 de junio de 2007.

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11 de junio de 2007
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El candidato no tiene quien le vote

Estuve en Barcelona el pasado domingo para ejercer mi derecho a la abstención. Por la noche celebré la victoria por mayoría absoluta con antiguos votantes del Partido Socialista. Ya no se votan ni a ellos mismos.

Ningún candidato al Ayuntamiento de Barcelona se ha tomado en serio la abstención. Los más cínicos acusan al consejero Joan Saura, director de un área llamada de Participación Ciudadana que nadie sabe para qué sirve. Aunque es evidente que el director del área poca participación ha conseguido, es coherente consigo mismo: dijo que él prefería que los votantes de derechas se quedaran en casa. Cosas de una educación cívica deficiente.

Los más sarcásticos aseguran que la abstención se debe a la colosal satisfacción de los barceloneses. Una befa que no se oía desde los tiempos de Franco. Mis amigos socialistas dicen lo que todo el mundo: que por estos candidatos nadie da un duro. Imma Mayol lo confesó poco antes: son políticos antisistema. Traduzco: contrarios al sistema democrático, porque si no, ya me dirá a qué sistema se refiere.

Puede parecer exagerado que acuse a los políticos barceloneses de poco demócratas, pero lo digo en serio. Es poco democrático el gobierno de un grupo que vive por encima de la ciudadanía y solo se ocupa de ella cada cuatro años. ¿Exageración? Lo sería si les hubiéramos oído reconocer que no tienen ni idea de lo que la gente necesita. Sin embargo, ni uno solo reconoce la menor responsabilidad en el desastre, o sea, en el descrédito de la democracia.

Descrédito supino: las cifras de participación en Catalunya son las más bajas de España, pero las de Barcelona son las más bajas de Catalunya. Y aunque deberían haber figurado en lugar destacado de diarios, televisiones o radios, apenas se han divulgado. Las cifras son estas: se ha abstenido más gente (50,42%) de la que ha votado (49,58%). Y además ha habido un 4% de votos en blanco, es decir, de rechazo frontal a todos los candidatos. Estas cifras son una barbaridad en cualquier ciudad europea. No así en Barcelona, ciudad quizás poco europea.

Artículo publicado en: El Periódico, 2 de junio de 2007.

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4 de junio de 2007
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El Boomeran(g)
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