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Escrito por

Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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Brutal cambio de identidad

Después de treinta años de gobierno nacionalista, hora es ya de hacer balance sobre la riqueza que tan acendrada ideología ha traído a Cataluña. Basta con repasar algunas calumnias lanzadas tradicionalmente contra este pequeño país. Por ejemplo, la acusación de "tenderos". ¡Ya nadie llama "fenicios" a los catalanes! Otras regiones españolas han demostrado merecer con mayor mérito el apelativo y han hecho negocios excelsos. ¿Y la vieja calumnia de que para ser funcionario había que nacer en Madrid? Tenemos ya sobre los ciento cincuenta mil funcionarios y en una reciente encuesta los niños catalanes declaraban desear, por encima de todo, ejercer de funcionarios. Otro mito que se hunde junto con el odio al enchufe, práctica tenida por mesetaria y que el embajador Carod Rovira reivindica para Cataluña. Se decía, además, con muy mala uva, que aquí no había sentido del humor. Observen las radios y televisiones del Principado. Todas cubren la mayoría de su horario con programas cómicos. Es cierto que no hay quien los distinga porque sólo se ríen del aspecto ridículo, vil y grosero de los españoles, pero eso no quita la novedad inmensa de un humor nacional catalán.

/upload/fotos/blogs_entradas/mer_med.jpgDurante decenios se tuvo a Cataluña por lugar violento. Barcelona era "la capital de la ira", titular del Nouvel Observateur que fue motivo de chirigota en los años setenta. Aquí florecían las bandas de sicarios de la patronal y los eficaces asesinos comunistas y anarquistas. ¡Cómo ha cambiado el país! Ayer manifestaban su espanto algunos jefes catalanes porque unos avioncitos iban a figurar en las Fiestas de la Mercé. Pero lo que más ha cambiado es aquello de que aquí residía la capital de la cultura y el intelecto. Gracias a nuestra elite, por fin hemos conquistado las peores cotas educativas y culturales de España. Ya era hora. Tras un titánico esfuerzo y un océano de millones, los catalanes son ahora unos tipos escasamente educados, poco eficaces, que se ríen sin descanso y desatienden el dinero. En resumen, un lugar más agradable. Similar a la Andalucía de los años sesenta.

Artículo publicado en: El Periódico, 20 de septiembre de 2008.

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22 de septiembre de 2008
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Singularidades de un país raro

Ha causado considerable zozobra y pavor entre los comentaristas de todo pelaje la reciente decisión de Zapatero y Rajoy de nombrar una jefatura de la Justicia integrada por gente del servicio. No entiendo a qué viene tanto recelo. ¿Habría de ser neutra la Justicia en un país que ha politizado hasta el último átomo de la vida pública y privada? Uno de los rasgos más notables de los españoles es que sólo ven el mundo políticamente, es decir, según lo manda el Jefe. Ni en Francia, ni en Gran Bretaña, ni siquiera en Italia, se pasa todo el santo día la gente riñendo de política y tomando partido a gritos.

El deporte está perfectamente politizado y los patriotas de uno u otro equipo acuden a insultarse con sus banderas separatistas o nacionales en ristre. En Cataluña pisaban huevos cada vez que los medios del régimen tenían que nombrar a España en Pekín. La gastronomía está politizada: o eres de unos o de otros, y si no, que se lo digan al pobre Arguiñano de quien corren historias atroces sobre su relación con De Juana Chaos. La religión no puede estar más politizada. Los católicos del país, pastoreados por su sanedrín, no creen en Dios sino en la obstetricia. ¿Y los medios de persuasión, las teles, las radios, los periódicos? ¿No están politizados? Hasta el punto de que la mayoría han sido sencillamente comprados por los poderes públicos. ¿Y la vestimenta? Esta semana, un grupo de fascistas de derechas le clavaba un punzón a un fascista de izquierdas. Lo divisaron por su manera de vestir. ¡No hablemos de la enseñanza! Quizás no haya sector más politizado en España. A los niños sólo se les explica lo que es bueno para las autoridades de la aldea.

Y así sucesivamente. Yo no creo que quede ni un rinconcito de nuestras vidas en donde escapemos a la casta sacerdotal. Gregarios, caudillistas y patriotas de nuestro dueño, así somos. No se libra ni el sexo. ¡Tener que ponerle un ministerio a esa función! ¡Nombrar una ministra de las partes! Y encima lo llaman "de la igualdad". Que no de la libertad, o de la fraternidad, evidentemente.

Artículo publicado en: El Periódico, 13 de septiembre de 2008.

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18 de septiembre de 2008
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Inicuo paso primitivo

Son cuatro cabezas equinas fáciles de reconocer ya que todavía hoy se pasean por la estepa mongol unos pocos caballos de Prezewalski, que no son sino sus descendientes. Se trata de animales paticortos, cabezones, de vientre prominente, pero insensibles al hielo y de inagotable fortaleza. Sin embargo, lo que sorprende en estas cuatro cabezas no es tan sólo la exactitud del trazo, la seguridad y elegancia de la curva que define la quijada, la perfecta proporción de orejas y ollares, sino, por encima de todo, los ojos. La mancha ocular es apenas una leve almendra negra protegida por el hueso de la órbita, pero tiene la expresión tan viva como los ojazos forrados de pestañas y reflejos cristalinos de los caballos de Rubens. No obstante, no es la misma mirada. En Rubens, en Velázquez, el ojo del caballo montado por un rey o un condotiero, es un ojo abrumado por la gloria del jinete y se abre desmesuradamente, como espantado por la responsabilidad. Muy al contrario, en estos cuatro caballos los ojos tienen la mirada a medio párpado, tierna, dócil, turbadora, que hace del caballo una bestia inseparable del humano.

El segundo aspecto remarcable del dibujo es la crin, corta, de cerda gruesa, alineada en paralelo al robusto cuello, similar a las crestas de algunos soldados afroamericanos, un cepillo tan duro al tacto como la roca sobre la que están pintados en la cueva de Chauvet. El dibujo se encuentra en la llamada Galería del Megaloceros junto a esquemas que parecen corresponder a los antecesores del rinoceronte y el alce. En estas paredes de roca es posible que los aprendices probaran el uso del carbón de pino y ensayaran sus primeras representaciones bajo la dirección de un maestro. Lo asombroso es que estas imágenes, las primeras que conocemos atribuibles a humanos de hace treinta y dos mil años, son ya perfectas. Las cuatro cabezas equinas de Chauvet no tienen nada que envidiar a la soberbia cuadriga helena que corona la basílica de los Dux venecianos y son muy superiores a los caballos de Meissonier o de Gericault./upload/fotos/blogs_entradas/jeanlouisernest_meissonier_caballos_med.jpg

Prueba concluyente de nuestra frivolidad es que sin saber apenas nada sobre tan inquietantes imágenes, las hemos aceptado con toda normalidad. ¿Normal, la aparición de las imágenes en la vida del universo? ¿Y su perfección súbita, como si hubieran estado esperando detrás de un velo? ¿Su inescrutable función en una sociedad con poca necesidad de adorno y en el límite de la supervivencia? Todas las hipótesis sobre el arte rupestre han ido fracasando una detrás de otra. No son imágenes "religiosas" porque no es posible separar un ámbito específico para lo religioso en aquellas hordas de cazadores nómadas. O bien todo era religioso o bien nada lo era. Posiblemente nuestros abuelos, como nosotros, ni eran religiosos ni creían en dioses, aunque temían a las fuerzas inaprensibles que podían causar daño y les ponían nombre, como hoy se lo damos al cáncer o al cambio climático. Tampoco podemos decir que formaran parte de un ritual venatorio, porque si bien hay representaciones de escenas de caza no por eso se las puede relacionar con ningún ritual, del mismo modo que una pintura ecuestre de Velázquez solo tiene una remota relación con el protocolo de las monarquías absolutas.

Lo que es indudable es que en algún momento los humanos necesitaron (¿necesitamos? ¿seguimos siendo humanos como ellos o hemos dejado ya atrás esa tan particularmente frágil condición?) y por lo tanto produjeron, imágenes. ¿Por qué, con qué finalidad? Ninguna hipótesis hasta ahora resiste el análisis. Sólo podemos aventurar que las imágenes nacieron (y nacieron perfectas) cuando los humanos sintieron la irresistible necesidad de ver hacia fuera, de manera que se convirtieron en "el punto de vista", el lugar orográfico desde donde "se ve". La aparición de las primeras imágenes inventa la visión (en absoluto lo contrario) como un instrumento ya propiamente técnico para ampliar nuestro cuerpo. La máquina de construir mundos posibles se había puesto en movimiento y gracias a ella el mundo obligatorio, aquel al que habíamos sido condenados (lo que más tarde llamarán El Edén) se convertía en un dominio controlado.

¿Qué sucedió hace treinta y dos mil años para que una necesidad tan insensata se hiciera inevitable? Insisto: ¿qué necesidad era esta que separaba con un hachazo inicuo (y para siempre) el ámbito que poco más tarde se llamará "Madre Tierra" o "Naturaleza" y los humanos capaces de representarla con imágenes desde fuera? ¿Y sucedió sin lucha? ¿Nadie se vio sacudido por el terror de lo que aquella separación ponía en marcha? ¿No hubo entonces humanos sensatos que se negaran a abandonar la tierra común? Nunca lo sabremos, pero podemos sospechar que la perfección de las imágenes rupestres esconden quizás cientos o miles de años de enfrentamiento e iconoclastia./upload/fotos/blogs_entradas/pinturas_rupestres_de_la_cueva_de_chauvet_med.jpg

Representar caballos, bisontes, mamuts o cérvidos era rebajarlos de rango, reducirlos a unidades abstractas e intercambiables. Ya nunca más podríamos hablar de éste caballo o aquel otro, entes tan perspicuos como tú y como yo. A partir de la primera imagen quedaba dominada la totalidad de los caballos y podía llegar Platón (veintinueve mil quinientos años más tarde) para darles la definitiva patada que los elevaría al mundo de las Ideas, allí en donde se puede amar sin dolor.

Los humanos somos aquello que de nosotros dicen nuestras imágenes. La constelación de imágenes que determina nuestra inserción en el mundo es lo que marca inflexiblemente aquello que podemos ver y lo que para siempre será invisible. Tal es el rigor de la pérdida que habremos de concebir un empleo específico, con nombres diversos hasta llegar al de "artista", para que alguien atisbe (o fantasee) más allá de lo que es imposible ver. Entre el niño que pudo ver bisontes y caballos en los muros de su hogar y aquel que nunca los vio, hay una separación inicua.

Para quien nunca conoció imágenes, los caballos y bisontes reales eran esplendores que se cruzaban algún día en su camino, sea galopando o ya muertos y con las entrañas humeantes, arrimados por los cazadores al poblado. Estos caballos y bisontes individuales eran escasos en la vida de cualquier niño y tan cercanos a la muerte como los humanos mismos que les daban caza. Hubo de haber un respeto profundo entre los mortales cazadores y aquellos otros mortales cuya carne les alargaba la vida. Por el contrario, para el niño que ya creció viendo bisontes y caballos en los muros de su hogar, los ejemplares vivos o muertos que se cruzaron en su camino eran sólo copias (o casos) de los verdaderamente únicos y reales caballos y bisontes que presidían el hogar. Las imágenes eran lo permanente. Sus copias vivas en el mundo, tan sólo formas efímeras que como sombras se cruzaban un instante con la luz solar para desaparecer de inmediato.

Una vez traspasada esa frontera, una vez admitida la impiedad original (obsérvese que esa impiedad no tiene lugar en el choque de un torero con la bestia singular que le ha tocado en suerte, la cual siempre tendrá la misma individuación y nombre propio que su matador, a diferencia de la res de matadero), una vez dado el paso fatal de dominar el mundo mediante representaciones y signos, ¿no era lo obligado, o por lo menos lo esperable, proceder a la siguiente ambición de dominio mediante el invento de los dioses, los cuales aparecieron (y se ocultaron) en el acto mismo de ser representados en imagen? Quienes convivieron desde la infancia con imágenes de los dioses, ¿cómo iban a creer en ellos y reconocerlos si alguna vez se cruzaban con una figura asombrosa y espléndida?

Para los niños educados ya entre imágenes de dioses, el mundo sólo estaba poblado por humanos y fantasmas. Nosotros, que ya sólo tenemos imágenes, ¿con quién compartimos el mundo? 

Artículo publicado en: El País, 13 de septiembre de 2008.

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15 de septiembre de 2008
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Sobre el buen uso de la lengua

Acababa yo de superar el Síndrome Post Vacacional, enfermedad que con el nombre de "vagancia" o "haraganería" ha afectando a la humanidad desde que Adán tomó la azada (aunque sólo ahora nos percatamos de su tremendo peligro), cuando me asaltó el Síndrome de los Trescientos Euros, que me llega siempre con el recibo de Telefónica. Caí muy abatido y hube de llamar al jefe para decirle lo que me pasaba. "No temas; a mi me suplicia el Síndrome de Alaptcalle", dijo compasivo. Acomodado a un psicólogo (son los que no tienen síndromes sino que los reparten), pude remontar un poquico hasta que me cayó de golpe el Síndrome de Microcefalia del Munícipe, cuando constaté cuán agradable, limpia y civilizada ha quedado la ciudad de Barcelona.

Pero el peor es el Síndrome de Novedad Lingüística. Soy de los que defiende que haya miembras en el Parlamento y axilos peludos en el universo del orgullo gay, a ver si no van a tener derecho. Estamos ahora en un momento de violenta corrección verbal y eso quiere decir que pronto llegará la ola contraria y será muy graciosa. Ya imagino yo a los políticos correctos poniéndose como tomates cuando suene la palabra "tetilla" y desmayados como vírgenes si le sigue "gallega".

/upload/fotos/blogs_entradas/mother_tongue_de_bill_bryson_med.jpgLo mismo sucedió en la Gran Bretaña. Hoy no se puede repetir la palabra "negro" más de una vez en un guión de la BBC, pero Shakespeare no tenía el menor problema con palabras que entonces eran de uso común como cunt (vagina de las miembras) o fuck (intercambio de fluidos entre entes de igual, distinto o variable sexo). En cambio, hacia 1830 un doctor no podía hablar de la "pierna" (leg) de una enferma, sino de su limb, que era lo virtuoso. Más datos en el ineludible The Mother Tongue de Bill Bryson.

Imagino dentro de unos años a esos guionistas que ganan subvenciones a base de introducir en escena a un comisario que aúlla: "¡Coño, pedo, el forro de los cojones, que soy fascista, joder de la mierda fina!", comiéndose la cabeza para sacarle subvenciones a "córcholis", "canastos" y "sapristi". Quiero vivir para verlo. 

Artículo publicado en: El Periódico, 6 de septiembre de 2008.

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8 de septiembre de 2008
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La primera vez es sagrada

Caían a escasa velocidad los últimos años sesenta, aquella década que daría fin al siglo XIX en 1968 y lo digo en serio porque fue durante los años setenta cuando se le dio el hachazo final al romanticismo que se había prolongado mediante las vanguardias del siglo XX. La posvanguardia  arrasó lo que quedaba de modernidad, pero el enemigo mortal de los minimal y de los conceptuales eran Pollock y Rothko, no Siqueiros. En España llevábamos retraso. Aquí la vanguardia apenas contaba y lo dominante era, por el lado del poder un clasicismo de opereta que cantaba a la dulce Galicia, a Montserrat o a los rudos vascones, como ahora,  y por el lado de la oposición el realismo socialista. Cuando en 1968 se publicó mi primer libro, cayó dentro de aquel saco de poetas que un despistadísimo Castellet bautizaría como los "nueve novísimos", mero plagio de la edición italiana del mismo nombre y que no era sino la posmodernidad del tercer mundo. Algunas cosas prohibidas, como el cine de Hollywood (plataforma de la propaganda imperialista yanqui)  o el rock and roll (medio de alienación que financiaba la CIA para debilitar a las masas revolucionarias) entraron en la poesía española gracias a aquellos desaprensivos de los que yo formé parte casi inadvertidamente.

Todo había comenzado pocos años atrás, cuando estudiaba Ciencias Políticas en Madrid con profesores de fuste como Antonio Elorza o José Antonio Maravall. Eran tiempos heroicos en los que, por ejemplo, expulsamos de las aulas a Fraga Iribarne. El grupo de amigos de Políticas, entre quienes figuraban sin saberlo los futuros gobernadores civiles de Felipe González, estaba relacionado con otro de Filosofía en el que (¡cuán asombroso es todo!) nadie haría carrera administrativa, pero sí personal. Los jefes eran Fernando Savater y Antonio Escohotado, gente que ha tenido que trabajar para abrirse camino gracias a su talento. /upload/fotos/blogs_entradas/vicente_molina_foix_med.jpgTras las clases, solíamos reunirnos para comer, cenar o tomar copas en las tascas del barrio de Salamanca que era entonces un lugar cutre, de estudiantes, funcionarios y horterillas. Había gente allí de mucho escribir y beber, como Antonio Martínez Sarrión, aficionados al cine americano como Vicente Molina Foix, y de vez en cuando aparecía y se mezclaba a la concurrencia un argentino delicioso, Marcos Ricardo Barnatán. Lo de "Marcos Ricardo", tan apretadamente bonaerense, nos tenía encantados, pero es que además tanto él como su mujer, chiquita, vivaracha, traían consigo algo que por entonces comenzaba a desencajar la paleolítica literatura nacional, a saber, el poderoso aliento de Borges, de Sabato, de Onetti, de Cortázar, de Girondo, desconocidos escritores en lengua española. Bien es cierto que a Barnatán no sólo le respetábamos por ser la voz de América, sino, sobre todo, por la célebre anécdota de Borges titulada "Muchos años más tarde, consultando un manual especializado", historia que duraba entre media hora o tres cuartos según el público, cumbre del anecdotario universal. A veces, oyéndola por cuarta o quinta vez, creí morir asfixiado de la risa. Eso sí, sólo Barnatán puede contarla, nadie más. Deberíamos grabarla en DVD antes de que sea tarde.

Un día, este Marcos Ricardo nuestro se me aproximó con característica timidez y susurró educadamente que deseaba iniciar una colección de poesía y que si me importaba abrirla con un libro inédito. Todos mis libros eran entonces inéditos, pero le aseguré que buscaría algo que aún no se hubiera editado. Reuní a toda velocidad cuanto había pergeñado hasta entonces, evitando los poemas no sólo muy malos sino incluso los pésimos, y así fue como se editó mi primer libro. En la sinagoga de mi corazón siempre arderá una vela por Marcos Ricardo, de quien hace décadas que no sé nada y a quien saludo desde aquí efusivamente. Hola Marcos, sos un as, besos para tu chica.

Artículo publicado en: "El Cultural", El Mundo, 4 de septiembre de 2008, (este artículo corresponde a una serie sobre el primer libro publicado por algunos escritores españoles).          

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4 de septiembre de 2008
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Dificultades para contar cuentos

Como sus fanáticos lectores saben de sobra, Henry James fue un novelista de aristócratas perversos e ingenuas millonarias. Figuraban, cada cual, a la vieja Europa y los juveniles EEUU como dos órdenes morales adversos. Las cándidas millonarias de Boston ignoraban las fosas de corrupción que daban lustre a un conde italiano o a un lord inglés y caían en sus simas como corderillas. Esto explica el éxito de películas como La copa de oro o Las alas de la paloma, adaptadas de sus novelas más herméticas.

/upload/fotos/blogs_entradas/la_princesa_casamassima_med.jpgSin embargo, James también escribió un novelón, titulado La princesa Casamassima, sobre un asunto entonces tempestivo: el terrorismo nihilista. Dada la escasa familiaridad de James con el socialismo asesino, los terroristas de su novela son estupendos: una bellísima princesa siciliana y el hijo bastardo del mayor título de la cámara de los Lores. Algo así como escribir una novela de toreros con protagonista japonés.

Me maravilla la desvergüenza de los grandes clásicos, su seguridad, su aplomo. Hay novelas de Baroja en las que un grupo de haraganes que se reúne todos los días en una tasca madrileña decide irse a Rusia para cambiar de aires. El siguiente capítulo comienza con los mismos discutiendo de política en un café de Moscú. Baroja le da un toque realista poniéndolos a todos en camiseta de felpa, jersey de nudos y gorrilla de lana.

Ese desparpajo sería hoy imposible. Sin un conocimiento de primera mano de los escenarios y los personajes, no hay quien coloque una línea. La gente se sabe el íntegro registro psicológico y hasta los más recónditos rincones del globo, de Mogadiscio a Ulan Bator, gracias a la tele y a los seriales de enfermeras. Ya no se puede dar gato por liebre.

De ahí que para narrar algo imaginativo y turbador haya que recurrir a los tiranosaurios, el código de la Magdala, los brujos impúberes, las pitonisas caldeas, o las momias. El espacio está ya tan domesticado como un colosal Benidorm. Sólo en el tiempo, esa jungla inacabable, quedan pozas salvajes en donde la fantasía puede retozar y darse un chombo.

Artículo publicado en: El Periódico, 30 de agosto de 2008.

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1 de septiembre de 2008
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La cámara de los loros: la crisis

Cuando llegaron al pueblo todo el mundo lo vio con simpatía, menos las palomas. Los recién llegados ponían una nota de color con aquella cabeza suya de color rojo sangre que en ocasiones alzaba una cresta agresiva y el cuerpo verde esmeralda tan brillante. Fueron divisados por vez primera en un muro de la vieja iglesia, una ermita del siglo XIII que es lo más notable del lugar. Allí, en los huecos de la devastada piedra, hicieron su guarida o algo semejante, el caso es que estaban siempre colgados al exterior, chillando y armando bulla, pero era una estampa alegre y daba excusa para pegar la hebra cuando lo del clima ya aburría.

No todos estaban conformes con la instalación de las cotorras, las cacatúas, los loros, o lo que fuera aquella animalia tropical, en el pueblo. Algunos vernáculos se quejaban de que tras la invasión de veraneantes capitalinos ahora irrumpían también las cotorras, esas aves que hace una decena de años tomaron por asalto las palmeras de la Plaza Real y hoy se las oye por todo Barcelona. Allí donde se instalan expulsan a las palomas y dominan el territorio con su griterío y sus vuelos vertiginosos. Los nidos de palmera son grandes bolsas finamente trenzadas que cuelgan sobre el vacío y hacen muy bonito. En el pueblo, sin embargo, los nativos maldecían la reproducción de las bestias y establecían contactos discretos con el palomar, el cual andaba revuelto. Las palomas del país ocupan los campanarios, nunca los muros, pero ahora se las veía muy irritadas por la presencia de las vistosas cotorras, como si les fastidiara su misma existencia, o temieran la llegada de tantos hijos y parientes que acabaran por quedarse con toda la iglesia. Sin embargo, ni las palomas ni los nativos se atrevían a mover un dedo, disciplinados por la corrección política.

Hasta que el otro día las cotorras tomaron posesión de un muro en la masía del turismo rural y al apuntar el sol despertaron a la cada vez más escasa clientela con sus gritos y sus bailes. Desde entonces nadie las ha vuelto a ver. Las palomas zurean ufanas.

Artículo publicado en: El Periódico, 23 de agosto de 2008.

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25 de agosto de 2008
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Antojos de jerarca chiflado

Aunque los años y la experiencia deberían hacernos más comprensible el mundo y más pasaderos a los humanos, la verdad suele ser la contraria. Cuanto más años vivimos más extraña se nos hace la vida de esos animales dotados de lenguaje. En particular, los animales dotados de lenguaje que ocupan cargos públicos.

El presidente de Georgia se levanta un día muy amostazado con su provincia de Osetia del Sur, paraje que se empeña en amargarle los desayunos berreando canciones de encendido amor hacia Rusia. El presidente odia a Rusia, de modo que, harto de tanta chirigota, no se le ocurre mejor cosa que bombardear a los camorristas. De inmediato la Rusia de los sicarios, los gángsteres y las mafias más desalmadas del planeta, le devuelve la castaña y lo deja para el arrastre. Era bonito de ver por TV cómo las homéricas tropas del formidable presidente de Georgia huían espantadas al grito de: "¡Qué vienen los rusos!" Pero, ¿a quién creía ese señor que estaba desafiando con su espada de palo? ¿Tan estúpido es el presidente de Georgia? ¿Ni siquiera ha visto películas del Oeste? Si uno encañona a ciento diez pistoleros cuando está solo en el Salón tiene muchas posibilidades de no leer el periódico que informará sobre el tiroteo.

Que un país como Georgia goce de un presidente notablemente lelo puede parecer algo que sucede en zonas del planeta alejadas de la civilización y de los precios de Telefónica, pero no es así. Pareja estupidez desató la guerra de Irak, aunque fuera a la inversa. En aquella notable ocasión vimos cómo ciento diez pistoleros armados con misiles se cargaron a un cuatrero que sólo contaba con un rebaño de camellos. Aquellos cerebros ignoraban que los camellos eran suicidas cargados de dinamita hasta la joroba.

Los presidentes son cada vez más beocios e ignoran asuntos elementales que los bachilleres de hace cincuenta años se sabían de memoria. Bien es verdad que aquellos niños habían leído libros, ni que fuera por obligación. Los presidentes actuales, o no han leído ninguno, o el que han leído es de Suso de Toro.

Artículo publicado en: El Periódico, 16 de agosto de 2008.

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18 de agosto de 2008
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Con vistas desde el exterior

/upload/fotos/blogs_entradas/medio_sol_amarillo_med.jpgAyer volví a pecar y leí un cuento escrito por una joven tan lejana como su nombre, Chimamanda Ngozi Adichie, la historia de quien pudo ser su abuela en algún lugar del sur de Nigeria.

Me asombra que la literatura pueda infiltrarnos en almas por completo ajenas y nos deje vivir allí dentro. Es como si tomáramos el domicilio de unos nativos de otro espacio. No hay baños, ni cocinas, ni alcobas, sino la sala de las fiestas y la sala de los llantos, el cuarto de la tierra y el del agua, el lugar de la soledad y el de la reunión. Entonces constatas que nuestra alma es un invento de artífice desconocido. El célebre demiurgo, el gran arquitecto, no es sino el océano de signos y palabras que nos da forma, o mejor, en el que nadamos sin saber que estamos sumergidos. Yo me he visto a mí mismo desde el alma de una abuela subnigeriana y he constatado que soy raro.

La reacción usual es tratar de adaptarse al otro, digerirlo y asimilarlo. Lo tengo por un ideal propio de sociedades satisfechas de sí mismas. Me temo que oculta la exigencia de que todos seamos iguales. A pesar de ello, se entiende la disposición: es terrible que haya gente diferente a uno mismo, sobre todo en países tan gregarios como los nuestros. Los europeos hemos impuesto un alma cristiana, científica y técnica a todos los pueblos del planeta. Y también un modelo de libertad basado en el número, la proporción, el cálculo estadístico al que llamamos democracia. Los pueblos del África subnigeriana no participaban de esta concepción matemática de la libertad, lo cual no impide que vivieran con la misma emoción que nosotros el momento de tomar decisiones libres. En este cuento, el madurado día en que la viuda Nwambgba decide entregar a su hijo a los misioneros católicos para que le enseñen inglés, lengua que da poder. Decisión libre que trae consigo, al cabo de muchos años, el regreso de su nieta desde una universidad británica al poblado, con la intención de cambiar su nombre, Grace, por el de Afamefuna y de ese modo recuperar un alma momificada en los libros de antropología.

Artículo publicado en: El Periódico, 9 de agosto de 2008

Enlace de interés: Lista de diez libros que cambiaron la vida a 100 escritores en español (El País Semanal, 10 de agosto de 2008)

 

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11 de agosto de 2008
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Ventajas de estar fuera de circulación

Como es de rigor cuando comienza la canícula, hay que tratar de subrayar su singularidad. En todo momento la atención que requiere el clima es asunto primordial si uno vive un poco alerta. Ha bastado un siglo para que, de sangrienta batalla sindical, las vacaciones pagadas pasaran a ser un eficaz modo de seguir trabajando y de contribuir al producto nacional bruto. Eso que solemos llamar "capitalismo", pero que seguramente es algo así como el mítico "estado de naturaleza", resulta incompatible con el ocio.

El ocio verdadero es no hacer absolutamente nada excepto aquello que es inconciliable con la actividad laboral habitual. De modo que, por ejemplo, a mí y a los cientos de miles de profesores universitarios o de instituto, deberían prohibirnos la lectura durante las vacaciones. Tendríamos que dedicarnos a conducir un tractor, desmontar un motor de explosión, practicar el tiro olímpico o apuntarnos a un grupo de buzos. Los periodistas no deberían leer periódicos, los deportistas habrían de estudiar a Kant, los ministros tomar el metro o un tren de cercanías, los policías podrían intentar algún hurto sencillo, los curas sin duda practicar nudismo, y así sucesivamente.

Pura retórica. Estoy persuadido de que las vacaciones sirven para todo lo contrario, o sea, para redoblar la actividad laboral. /upload/fotos/blogs_entradas/sombrero_de_tres_picos_de_alarcn_med.jpgEl profesor se lleva de vacaciones un montón de libros, el periodista aprovecha para destripar la prensa nacional y provincial, los deportistas no pueden abandonar su entrenamiento sino que aún lo suben de grado y los ejecutivos analizan enormes dosieres sobre los costes de despido. Los únicos que no hacen nada son los que ya normalmente no hacen nada.

Ayer, sin ir más lejos, volví a caer en el célebre Sombrero de Tres Picos de Alarcón y hoy tengo mucho remordimiento. Sobre todo porque lo seguí con la pieza homónima de Falla, una preciosa suite de danzas dirigida por el insuperable Argenta, y así se me fue el día. ¡Cuando pienso que en el tiempo de leer y escuchar esa joya habría podido yo segar cien metros cuadrados de centeno! 

Artículo publicado en: El Periódico,  2 de agosto de 2008

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4 de agosto de 2008
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