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Escrito por

Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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Del método histórico aplicado al cinema

Después de ver veinticuatro películas españolas de los últimos dos años, todas ellas dedicadas a aquella guerra civil que tuvo lugar hace setenta y cuatro (74) he llegado a una conclusión que deseo compartir con todos ustedes.

Recordarán posiblemente que, privados de romanticismo artístico, o mejor dicho, no pudiendo avanzar más que un romanticismo mimético del europeo (como los romanos con los griegos), los norteamericanos hubieron de inventar un romanticismo a su medida por pundonor nacional. Este fue el así llamado western, es decir, las películas de indios y vaqueros, coristas, predicadores bíblicos, el general Lee, el general Jackson, bisontes, etc., que todavía hoy se prolonga en el barroco Cormac McCarthy.

Pues bien, del mismo modo, pero a la inversa, los artistas españoles del celuloide, avergonzados con tanta imitación del cine francés, italiano, americano e incluso escandinavo a la que se habían entregado, decidieron en 1982 que era llegada la hora de construir un género genuinamente español e inventaron el de la guerra civil en tanto que western, con sus heroicas milicianas de saloon, sus mulas cargadas de morteros, sus vendedores de catecismos comunistas, los malvados capitanes de la Academia de Zaragoza y una moralina jesuítica.

Lo que al principio pudo tener cierto encanto burgués, a saber, que en estos westerns españolazos siempre ganaban los vaqueros, pero eran los indios quienes se llevaban el premio a la moral elevada ya que siempre los nacionales se imponían a los republicanos, aunque éstos últimos solicitaban el corazón del espectador, ha llegado, digo, esta composición, a convertirse en un peñazo peor que el de las películas de sexo a la española protagonizadas por Alfredo Landa, López Vázquez y Gracita Morales, aunque de similar altura artística.

Eso me hace suponer que no falta mucho para que algún subvencionado a quien le quede algo de agudeza artística decida, como ya hizo John Ford con el western, trastocar el género y darle la vuelta de modo que sorprendentemente sean los indios los que ganen, aunque el corazón del espectador se quede colgado de la desdicha vaquera y norteña. Será muy entretenido ver una película en la que unos honrados falangistas son raptados y torturados por cenetistas paranoicos o por tan estúpidos como malvados miembros (y miembras) del POUM, aunque sólo sea por variar. No creo que superen la calidad de los productos de don Benito Perojo, pero será un alivio.

Lo bueno, no obstante, vendrá luego, cuando ya hastiado el público de tanta guerra civil sentimental y social-conservadora, de nuevo como en la historia del cine norteamericano al western le suceda el cine de gangsters en tanto que género popular. Ahí sí que tenemos donde elegir y la cosa no ha ni siquiera comenzado a despuntar. Valencia a la manera de Chicago años treinta con falleras que ocultan metralletas en el refajo y paellas que estallan en la cara de los espías de Rubalcaba. Barcelona explotada por un ayuntamiento corrupto que utiliza los containers del puerto para entrar mercancía nuclear con destino al País Vasco. Asaltos de alta tecnología al Museo del Prado para robar un Murillo encargado por el jefe de la mafia marbellí para decorar sus prostíbulos. En fin, no quiero dar ideas, pero está todo por hacer, no entiendo cómo no se percatan. Es que ni siquiera Torrente tiene una miaja de imaginación...

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2 de noviembre de 2010
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Monólogo de besugo para presentar a un pintor

El jueves 14 de octubre nos reunimos en la Fundación March el pintor Eduardo Arroyo y quien esto escribe para mantener una charla delante del público. Conociendo al personaje, me cuidé mucho de improvisar y preparé unos asuntos o motivos por si se nos disparaba el diálogo. De lo acertado de mi previsión da idea que sólo llegamos al tercer asunto. Todos los demás quedaron en el tintero. Los traigo aquí como curiosidad, ya que la Fundación suele colgar en su red el vídeo del acto. Arroyo es un formidable retórico y recomiendo a los aficionados que vigilen la aparición del vídeo.

 

MONÓLOGO DE BESUGO PARA PRESENTAR A UN PINTOR

 

     Ayer noche, al llegar a casa, me encontré a Eduardo Arroyo sentado en forma de ele sobre la cama. Me llevé un susto tremendo, pero de inmediato me percaté de que era una falsificación porque llevaba un gorrillo redondo como el de Harpo Marx sujeto con un elástico y además fumaba en pipa, algo que Arroyo nunca se ha permitido.

     Buscando por la casa, al poco descubrí que se había escondido en la ducha y lo saqué de allí medio a rastras porque se resistía y soltaba breves gruñidos. Llamé a su galerista, el señor Taché de Barcelona, el cual me aseguró que pasaba a recogerlo de inmediato, que no comprendía cómo se le había escapado, que lo estaba limpiando para su presentación en la Fundación March y que seguramente había aprovechado un descuido de la restauradora.

Así fue; al cabo de media hora el señor Taché de Barcelona se presentó en mi domicilio. Tras un breve intercambio de cortesías tomó a Eduardo Arroyo bajo el brazo y se dispuso a salir. Le pedí entonces que se llevara también el falso Arroyo para destruirlo. "Claro, dijo, no conviene que circule por ahí, está muy bien imitado, igual es que lo ha hecho el verdadero Arroyo por ver si picábamos y así se ahorraba la presentación de la March", dijo. "Pero el falsario se equivocó en lo de la pipa", aduje. "Y el gorrito. En verdad que es desconcertante que caiga en semejantes errores". Allí nos despedimos.

     Este mediodía el señor Taché, ya en Madrid, me ha devuelto el Eduardo Arroyo auténtico tras una limpieza a fondo y aquí lo tienen ustedes, en exposición.

     ¿Qué tal Eduardo? Buenas tardes.

     Mi propósito es proponerle algunos asuntos de cierta excelencia para la pintura en general y la suya en particular, con el fin de que se extienda. Nos gustaría averiguar algunas cosas que usted sabe de ella.

     He preparado seis asuntos y una conclusión, o sea que salimos a diez minutos por capítulo. El primero es...

 

La biografía

     El pasado mes de marzo escribía Vicente Molina Foix un artículo muy elogioso sobre sus libros y pinturas y decía:

"(Arroyo) es un cultivado voyou que hace el gamberro con exquisito celo artístico. Su magnífica obra pictórica es una sucesión variada de actos de engolfamiento irónico de un cuadro, una figura, un concepto o unas formas preexistentes".

     Yo abundo: su obra produce una impresión esencialmente canalla (en el sentido de voyou, como a veces se dice de un tango), aunque me parece que su vida verdadera, en cambio, es más bien esencialmente caballerosa.

     Aunque sea de un modo muy breve y superficial hemos de tocar el asunto de su vida verdadera porque algunos de los aquí presentes, como los coleccionistas rusos, no saben apenas nada de usted. Quería comentarle que así como hay pintores que se pintan a sí mismos y casi puedes narrar todos sus avatares a través de lo que han ido pintando (los más evidentes son Picasso y Bacon) usted no aparece nunca en su pintura. Alguien que repase su obra será incapaz de poner esta o aquella pieza en orden según la biografía.

     Para completarlo, usted se ha fotografiado mucho, pero casi siempre disfrazado u ornamentado. Hay en Internet una foto deliciosa en la que lleva puesta una falsa corbata que distrae por completo la atención y no permite ver que ha adoptado usted una actitud mayestática. O la muy reciente con Gordillo, en "El País", disfrazados de ministros.

     ¿Debemos respetar esa preferencia por el enmascaramiento, o quiere que hablemos un poco de su vida?

 

 

     El oficio

     Por ejemplo. Es usted un reconocido dibujante, lo que trae consigo algunas peculiaridades:

     1. El dibujo es la idea de la pintura. Eso puede llevar a creer que, en su obra, el contenido lo es todo. Lo cual nos conduce a la relación que mantuvo en sus comienzos con la "Figuración Narrativa" y artistas como Erro, Télémaque o Adami.

     Aspecto asociado: en aquellos años, entre 1958 y 1968, ser un pintor figurativo era como suicidarse, pero un dibujante es casi imposible que no sea figurativo.

     Así que, primer asunto, el dibujo como suicidio.

 

2. El dibujo requiere un talento natural, hay buenos pintores con dificultades para el dibujo (Cezanne y Van Gogh), pero son raros los buenos dibujantes con dificultades para la pintura (ni siquiera Daumier). El dibujo, como la voz de los (buenos) cantantes, no se aprende, es indisociable del cuerpo mismo del artista. Uno reconoce un dibujo de Ingres, de Rembrandt o de Schiele aunque sólo le enseñen un milímetro cuadrado.

Nos gustaría saber cómo fue usted desarrollando un dibujo tan claro, preciso, exacto e inconfundible. Y también si su etapa de caricaturista y dibujante callejero se ha mantenido con cierta pureza en la madurez. Y si dibujar sigue siendo un suicidio.

 

El artesano

Usted ha hecho de todo. Caricatura, dibujo callejero, ilustración de libros, pintura de caballete, carteles, escenografías para ópera, escultura, seguramente logos publicitarios...

Contra la santidad del artista moderno predicada por el mandarinato del siglo XX, a usted no le avergüenza hacer obra popular y adivino que incluso le gustaría hacer obra populachera. Además, sé de buena tinta que le fascinan los encargos y lamenta que no haya más encargos. Como en una botéga renacentista, en su taller se hace de todo y ya sólo le falta diseñar un traje de novia. Una posición como la suya suele calificarse de anti-intelectual, pero usted es, evidentemente, un intelectual, un pintor que no sólo lee sino que escribe como un profesional. ¿Podría clarar tanta confusión?

 

El temario

Me gustaría ahora elegir algunos elementos de lo que podríamos llamar el Museo de Arroyo. Voy a elegir tres figuras que aparecen asiduamente en su obra tanto literaria como pictórica, el boxeador, el torero y el cantante de ópera al que le pone la escenografía. Los tres son tipos solitarios que se juegan la vida en su trabajo, los dos primeros por razones evidentes, pero los cantantes también: no sólo porque un tropiezo puede significar el fin de su carrera si se le quiebra la voz, sino por el peligro de aneurisma. Dicho con mayor precisión: esos trabajos no tendrían gracia si no hubiera una vida en juego.

No sé yo si como pintor y escritor se siente un poco torero, boxeador o barítono, o más bien si se ve como un espectador fascinado por gente que osa algo que un pintor quizás no podría osar. ¿Se puede uno jugar la vida por una pintura, como en el cuento de Balzac, o es ya puro romanticismo?

 

Comparación odiosa

Durante la etapa parisina fue usted hermano de caballete de Antonio Saura. No puede haber dos pintores más diferentes o incluso opuestos, de modo que si traigo esta comparación a la mesa es sólo por una curiosidad, y es la siguiente:

La pintura de Saura pone en movimiento, de un modo sin duda crispado, algunos motivos perfectamente estáticos: crucifijos, retratos, personajes de época, meninas, reyes. De Goya pinta cientos de veces el perro semienterrado, lo más estático de su obra. Y son miles los cristos, generales o actrices cuyos retratos inmóviles él carga con un ovillo de trazos disparatados o quizás desesperados y los convierte en torbellinos eléctricos.

Su caso es el contrario, elige sobre todo motivos de gran vivacidad de movimiento, modelos enérgicos, vigorosos, figuras dinámicas, y los paraliza, detiene y congela. Por ejemplo, los admirables boxeadores que vi en la exposición de Valencia: en lugar de representar la danza, la agilidad corporal, la tensión de la musculatura, la rapidez del ataque, lo que representa es su elevación, su ascetismo, su momento heroico. Parecen santos.

Si apartamos interpretaciones de tipo formal, como la influencia del Pop, de la gestualidad americana o cosas semejantes, parece como si Saura hubiera querido pintar instantes efímeros a la manera de algunos barrocos como Rembrandt o Hals y en cambio usted buscara estampas atemporales como los otros barrocos, Poussin o Zurbarán.

Todo esto que voy diciendo, ¿es una majadería o a veces hablaban de estas cuestiones? ¿Hablan de arte los artistas? ¿Sigue en uso aquella célebre frase de los talleres: "aujour d'hui on va parler métier"?

 

El maldito asunto

El 28 de marzo de este año apareció esta frase suya en un periódico de difusión nacional: "Algunos me consideran un artista viejo e inexistente por la única razón de que sigo pintando al óleo".

¿Quiere que hablemos sobre la muerte del arte, el fin de la pintura y la enfermedad infantil del comunismo? No creo. Quizás la cuestión fúnebre se podría presentar de un modo más atractivo.

Algunos teóricos asocian el fin de la pintura (y del arte) al acabamiento de la religión como control social eficaz. El clásico, Benjamin, lo describía como "fin del arte aurático", es decir, acabamiento de una experiencia del arte de tipo religioso: una obra excepcional, preciosa, única, original y muy cara, se coloca frente a un espectador recogido, silencioso, reflexivo, como el creyente delante del altar, y accede a significados trascendentes.

Según estos teóricos, el arte habría sido siempre una herramienta de la religión (hasta ahí creo que no es difícil seguirles) o mejor aún, el arte sería la religión visible, audible, habitable, etc. A medida que las divinidades van desapareciendo, las artes buscan otros objetivos. Cuando la religión desaparece por completo (es decir, cuando no interviene en las leyes del estado) las artes parten en busca de su propia esencia y se disuelven en la nada.

Las nuevas artes, performance, happening, conceptual, instalación, dicen, pertenecerían a un mundo totémico o animista, anterior a las religiones monoteístas y la difusión de los iconos. Participar del arte actual está más cerca de un ritual primitivo (una merienda de negros, se decía antes de la corrección política) que de la contemplación religiosa.

¿Cree usted que la pintura en tanto que pintura, lo que usted llama "pintar al óleo", sigue asociada aunque sea tenuemente a una experiencia trascendente? Lo digo porque todos sabemos que ha terminado un retablo, el de San Bavón de Gante, más concretamente. En plan golfo y a lápiz, claro, pero no por eso menos retablo.

 

Un pintor de historia

Concluyamos: en un reportaje rodado recientemente en el Museo del Prado usted decía (con la sorna habitual) que no le importaría denominarse "pintor de historia". En los últimos años algunos pintores visitan los célebres cuadros de historia (lo que en el romanticismo se llamaba grande machine) para mostrar la distancia que media entre los antiguos y nosotros. Pienso, por ejemplo, en Komar&Melamid rehaciendo "La muchacha corintia", es decir, "El origen de la pintura" de Wright of Derby, con Stalin en el lugar del amante corintio. O en Mark Tansey reinterpretando la "Rendición de Breda" de Velázquez en tanto que "El triunfo de la Escuela de Nueva York", con los pintores parisinos rindiéndose ante Pollock y Rothko. La verdad es que usted comenzó a reinventar pinturas famosas, como la "Ronda nocturna" de Rembrandt, mucho antes que ellos y podría ser el padre de unos pintores a los que, en general, se les considera conceptuales. Lo suyo, sin embargo, me parece que no es conceptual, del mismo modo que Buñuel tampoco era exactamente surrealista sino maño, que es característica emparentada, pero singular.

Lo cierto es que usted es muy difícil de definir y eso es, a mi modo de ver, un signo de vitalidad. En su obra (y observe que no he tocado ni por un momento la obra literaria, para lo cual tendrán que invitar a un pintor) todo está aún abierto. Si alguien cometiera la torpeza de calificarlo, usted produciría algo que lo negaría de inmediato.

Así que, antes de dar la palabra al público, ¿podría usted adelantar algunas de las sorpresas que nos esperan?

 

Audio del acto en la web de la Fundación March

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25 de octubre de 2010
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Prólogo a la nueva edición de «Historia de un idiota contada por él mismo» y «Diario de un hombre humillado»

Este es el prólogo que figura en la nueva edición de dos de mis más queridas novelas, "Historia de un idiota contada por él mismo" y "Diario de un hombre humillado". Ambas las reedita ahora Anagrama juntas en un bello volumen de color rojo. La colección lleva el noble título de "Otra vuelta de tuerca" porque, según me dijo Jordi Herralde, no había osado llamarla "Otra muñida de ubre". La verdad es que me hace ilusión verlas de nuevo por las librerías en tan buena compañía y se lo agradezco a Herralde de todo corazón.

 

 

Hablemos de literatura un poco

Es cierto que ahora pasan los días y los meses sin que apenas nos den la oportunidad de observarlos y tomarles el pulso, pero es porque van cayendo como escombros líquidos en un sumidero opaco. Vemos asomar el año por el horizonte y en menos de un guiño ya ha desaparecido con un gorgoteo siniestro. Para cuando serenamos el aturdimiento hemos llegado al siglo XXI y consumido su primera década. Por el contrario, en aquellos años del siglo XX, durante la década de los ochenta, no es que el tiempo fuera más lento o más rápido o la vida más sencilla y otros tópicos, sino que a diferencia del tiempo actual entonces pasaban cosas y los sucesos son los que marcan el ritmo. No es lo mismo tener dieciocho años el 14 de abril de 1789 que el mismo día en 1814. Para el primero la existencia tendrá un ritmo lento y majestuoso como el redoble que adorna el ascenso a la guillotina, para el segundo el tedio de la Restauración hará que las horas se escurran como arena entre los dedos, es el tiempo del spleen.

Aletargados por cuarenta años de estupidez política moría Franco en 1975 y con redoble de tambores (sin guillotina) se hundía el Régimen, surgía de la nada la democracia, se producía un golpe de estado tabernario y para acabarlo de arreglar los socialistas se hacían con el poder. Todo con la cadencia pausada del alegreto de la Séptima. Ritmo cruzado de marcha fúnebre y ataque de caballería.

En mi caso el Régimen no acabó hasta 1982, el día en que Felipe González ganó las elecciones. Lo anterior no contaba. Ninguno de mis amigos o conocidos de entonces consideraba que Suárez o Calvo Sotelo significaran un verdadero cambio de Régimen. "Los mismos perros con distintos collares" era la frase repetida hasta la nausea por toda la inteligencia del país, siempre tan inteligente. No era cierto que en España se hubiera establecido una democracia y nuestras risas sarcásticas si alguien alababa los gobiernos de UCD estaban cargadas con el alcohol de la superioridad moral. ¿Qué sabrían aquellos derechistas, integrados, corruptos, trepadores, fachas que defendían la transición? Naturalmente nos equivocábamos de un modo grotesco, pero es que al fin y al cabo éramos un producto de la educación franquista y lo veíamos todo según un prisma visceral, sectario y cainita. No han cambiado mucho las cosas entre la gente que aún sigue creyéndose el epicentro de la moralidad. La diferencia es que ahora cobran nómina por creerlo.

El cambio de Régimen nos transformó. De golpe se acababan las excusas y nos quedábamos a solas con nuestros argumentos. Ya no podíamos justificar las mentiras, molicies, ineficacias, infantilismos e irresponsabilidades con el auxilio de la lucha antifranquista, la represión del establishment (una palabra muerta) o el próximo derrumbe del capitalismo. Ante nuestras viejas banderas manchadas de vino ya nadie inclinaba la cerviz, así que había que espabilar. Quien no fuera capaz de inventar su propia vida ya no podría seguir presentándose como el héroe de algún colectivo grandilocuente, Bandera Roja, el Partido del Trabajo, el PSUC, gracias al cual una Teresa bobalicona aún pudiera interesarse por un avispado Pijoaparte. La comedia había terminado y los movimientos colectivos serían, a partir de aquel momento, o bien negocios mafiosos o bien refugios eclesiásticos. La democracia estaba asentada y partidos y sindicatos podían dedicarse a saquear al Estado.

En la literatura iba a suceder algo similar. Durante la Guerra Fría fue un principio indudable que debíamos negar todo acceso al placer a la burguesía, principio rigurosamente desarrollado por Theodor W. Adorno en su estética negativa y repetido mecánicamente por todos aquellos que no lo habían leído. Al mismo tiempo era menester liberar al proletariado de su enajenación. El resultado fue la así llamada "literatura experimental" que dejaba perfectamente indiferente a la burguesía, la cual prefería leer a Le Carré, y al proletariado que bastante tenía con la prensa deportiva. Yo había cometido mucha literatura experimental, pero el advenimiento del socialismo me persuadió de que había que echar el telón. La Guerra Fría, aún cuando buena parte de la izquierda española aún lo ignora, había terminado. Poco después Felipe nos metió en la OTAN por si cabía alguna duda. Así se forjó el estilo de la primera novela aquí recogida.

Curarse de la literatura experimental no fue asunto cómodo. Comencé con una novelita histórica, "Mansura", por la que sigo teniendo cariño. Se editó en 1984 y fue mi primer intento figurativo. Me propuse después una glosa de lo que había sido el tránsito de un español de mi edad hacia la decepción, ese proceso que nos había conducido de la dictadura franquista al socialismo democrático, a pesar de habernos pasado décadas y más décadas exigiendo una dictadura estalinista. O maoísta, aunque esto creo que sólo fructificó en Cataluña y algún pueblecito de la provincia de Granada, lugares donde se producen los fenómenos políticos más pintorescos.

La historia de aquel idiota que había creído en todas las mentiras ideológicas con el único fin de no tener que comprometerse con su propia vida y empuñar su responsabilidad, apareció en 1986. Que era un resultado del fin de la Guerra Fría me lo demostró el hecho de que también alcanzara cierta notoriedad fuera de España, en lugares tan alejados de nuestra experiencia política y vital como Holanda o Noruega. Algo compartíamos ya muchos europeos en aquellos años, fuéramos de donde fuéramos. Creo que a mediados de los Ochenta apuntaba ya el anuncio de ese final cuya fiesta se celebraría un poco más tarde, cuando en 1989 cayó el muro de Berlín. Y desde luego "cayó", nadie lo derribó, así como Franco "se murió" y no hubo quien lo matara a pesar de la cantidad de antifranquistas que siguen hoy chuleando por los servicios prestados.

El final del lenguaje político beocio, de las marionetas ideológicas, de los aparatchiks, de la indefinida pero no por ello menos estulta hostilidad contra "la burguesía", suponía un desafío para la Europa que se había acomodado a los dos poderes planetarios y a la inoperancia disfrazada de humanismo. Me pareció, por tanto, un buen momento para dibujar aquel personaje (¡tan europeo!) que había admirado a los locos, los criminales, los marginales, los asociales, los maníacos, los terroristas, gracias a un resto de cristianismo putrefacto salteado con ajo en la sartén de Nietzsche o (lo más común) de Foucault. Un modelo que los italianos habían llevado a sublime diseño en los llamados "años de plomo". De ahí surge el estilo de la segunda novela aquí reunida.

Ese fue el diario de un hombre realmente humillado por los demás y por sí mismo. Un pobre tipo que continuaba creyendo, a la manera de las vanguardias románticas, que sólo "desde el exterior" de la sociedad y en guerra contra ella se puede llevar una vida digna. Excusa banal que se venía abajo cada vez que al tremendo rebelde le ofrecían una beca. Y sin embargo, excusa que sigue siendo la más frecuente en todos los currículos que se envían al ministerio o a la consejería de cultura cada vez que se solicita una subvención: "Soy un luchador inconformista, solidario y sostenible, etcétera". El marginal, el criminal, el asocial, el enemigo feroz de todo lo burgués, vive, en la actualidad, de nuestros impuestos. Ha resultado el producto intelectual más barato y más fácil de integrar de cuantos compra el Estado. Era lo que yo deseaba contar en aquel Diario y podría volverse a contar hoy mismo.

Con estas dos novelas pasé la frontera de la mayoría de edad, la cual no me llegó hasta haber cumplido los treinta. Bien es verdad que nuestros mejores representantes, los Rolling Stones, nos habían aconsejado "no fiarnos de alguien que ya ha cumplido los treinta años". Tenían toda la razón y en estas dos novelas trataba yo de explicarlo.

Hoy, leídas a considerable distancia, me parece que siguen retratando adecuadamente a una generación que no cargó con culpa ninguna a pesar de su inepcia y que todavía controla registros poderosos de aquello que más odiaba: el establishment, esa palabra muerta. Una generación de señoritos, hubieran nacido en cunas o bajo los puentes, que se creyó llamada a dirigir la revolución y acabó dirigiendo un departamento municipal.

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14 de octubre de 2010
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Mi primer premio Nobel

Antes hubo otros (García Márquez, Paz, Aleixandre) con quienes mantuve amistad o conocimiento, pero lo de Mario Vargas Llosa es como si le hubieran dado el premio a un compañero de clase. No uno cualquiera, claro, sino el más sobresaliente del colegio.

Siempre ha sido así. Es una condena que arrastra Vargas Llosa, la de ser el más listo, el más educado, el que mejor habla, el que mejor escribe... Lo asombroso es que no se haya cansado de ese papel, uno de los más duros que te pueda caer en esta vida.

La literatura americana está plagada de triunfadores que no soportan la carga de ser el mejor y se abaten como débiles junquillos, pero para nuestro regocijo a Vargas no sólo no le aplasta el peso de sus virtudes sino que lo vigorizan. Y eso incluso cuando fracasa, porque sabe que triunfar en todo sin conocer el fracaso es una frivolidad. Por eso su único fracaso, no resultar elegido presidente del Perú, incluso como fracaso es un triunfo admirable.

El otro aspecto destacable ha sido la unanimidad en el reconocimiento. A todos y cada uno de los anteriores nóbeles en español les salió un ejército de ángeles hostiarios dispuestos a amargarles la fiesta. Contra Cela, medio país (yo mismo, por ejemplo) indignado por el patinazo del jurado sueco. Contra García Márquez los que le reprochaban su sumisión a la dictadura cubana. Contra Paz los idiotas que le acusaban de ser de la CIA. Al pobre Aleixandre no le atacó nadie, pero porque era un abuelo adorable. En cambio, ¡no ha dado ocasiones ni nada Mario Vargas para que se revuelvan a morderle varias docenas de rencorosos! Encomiasta de la Thatcher, censor del nacionalismo catalán, látigo de sátrapas tipo Castro, conmilitón de Rosa Díez... Pues ni así. De momento, por lo menos, no le ha salido ni un solo reventador. ¿No es muy sorprendente?

(Nota del día siguiente: Le ha salido uno, pero es un honor. El cómico Willy dice que Mario Vargas es un criminal peligroso)

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11 de octubre de 2010
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Música para indigentes

Era a la caída de una tarde otoñal y estábamos en un hayedo no muy apartado de la frontera de Irún, bañados por esa luminosidad bermeja que disuelve las formas y convoca fantasmas, apariciones, brujerías. Llevábamos atornillados los auriculares y cada uno escuchaba lo suyo. Yo veía con toda nitidez saltar por entre los troncos un grupo de gnomos y ninfas silvanos, pero es que lo mío eran unos cuartetos de Mendelsohn pura estampa de märchen. En cambio Ferrán, que llevaba puesto un Beethoven terminal, el Op.130 con su tremenda secuela, parecía enroscarse en el tronco de las hayas como la serpiente del Edén, seguramente siguiendo el desarrollo de la Gran Fuga.

Cuando amainó el torbellino y nos quitamos los cascos comentó que el siglo XX iba a quedar como el más bárbaro y criminal de todos los siglos, pero también como el que inventó un aparatito para llevar la música metida en el cerebro y que sólo por eso ya le debíamos agradecimiento perenne. Es cierto. Eso de que puedas pasear entre el ruido y la furia mientras por tus sesos fluyen los dorados ríos de Debussy o las añagazas nocturnas de Bartók, es supremo.

Leo ahora, en el Diapason de este mes, que el CD corre serio peligro porque se ha inventado un sistema que mejora ampliamente la audición. La cada vez más liviana desmaterialización del sonido en conserva ahora ya no precisa de ningún soporte físico. El nuevo sistema es un interfaz audionumérico y el modelo con el que se hizo la prueba es un AirStream de HD Audio-Micromega.

En pocas palabras el sistema transmite vía WiFi los ficheros sonoros desde el ordenador hasta la cadena de alta fidelidad. Al parecer la calidad del sonido es cinco veces superior a la del mejor Compacto (de 44'1 a 192 kHz, para quienes lo entiendan). Si a esto le añadimos que muchas de las mejores orquestas del mundo ya no graban discos sino que cuelgan sus conciertos en red para que te los bajes previo pago (menor al de un disco), el sistema tiene posibilidades de ofrecer un sonido de máxima calidad a un precio más barato. Y esto es imbatible.

El director de la revista, Emmanuel Dupuy, comenta que a pesar de todo muchos aficionados no podrán jamás prescindir de algo tan arqueológico como el libreto, la letra, el texto, e incluso las fotos que vienen con el compacto. De ser cierto, estoy persuadido de que los ficheros de AirStream añadirán un cuadernillo imprimible.

Comparado con el vinilo, el compacto parece aún sujeto a la nostalgia: sus libretos recuerdan vagamente a aquellos preciosos sobres de cartón de espléndido diseño con los textos impresos en contraportada o en hojas internas. El compacto no se ha arrancado a la memoria del vinilo. Es algo así como los pabellones de hierro y cristal que durante unos años marcaron el medio camino entre los pasajes comerciales del siglo XIX y las futuras grandes superficies translúcidas del siglo XX. ¿Llegan ya los Mies van der Rohe del sonido?

Estamos en tránsito, como siempre, pero ahora es tan rápido que nos da tiempo para ser nuestros propios sucesores. O supervivientes.

 

***

 

PS/ Me dicen que hay entre quienes escriben en este blog un par de anglófilos, seguramente irlandeses y posiblemente el mismo. Tengo una duda que no logro despejar: ¿alguien sabe el significado del calificativo "gugga" en el Londres de 1940? Les quedaría muy agradecido si me lo aclararan.

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5 de octubre de 2010
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Mesa de Félix de Azúa con Beat Wyss en Santiago de Compostela

El 19 de octubre tengo una mesa en Santiago de Compostela sobre el tema general de los "caminos". Comparto mesa con un filósofo notable, Beat Wyss, lo que me da mucha alegría. Este es el texto que se difunde en la publicidad del acto organizado por el Xacobeo.

Ante la perspectiva de los infinitos caminos se encuentra uno como la araña centrada en una tela sin límites. ¿Qué pieza ha de caer? Si la extensión puede ampliarse hasta el infinito la pieza no puede ser de este mundo.

Por esta razón he elegido un camino muy celebrado en la literatura europea: el que define la arquitectura entera de la Recherche du Temps Perdu, de Proust. En ésta, una de las tres más grandes novelas jamás escritas, se define el tiempo perdido y encontrado mediante una metáfora que aparece en el comienzo mismo del texto. También allí hay un centro en el que se sitúa Marcel, protagonista y narrador, del que parten dos caminos. A simple vista parecen sendas opuestas que conducen a lugares distintos. El lector comprende, al poco de avanzar la lectura, que en realidad esos caminos definen dos mundos incompatibles, el de la vida privada y el de la vida pública, el del amor y el de la gloria, el de los sentimientos y el de la historia.

Las tres mil páginas de la narración proustiana se encierran en ese contendor colosal formado por dos caminos. La sorpresa del lector (y del narrador) es que ambos caminos son el mismo. Esta aparente paradoja sitúa la Recherche en su más alta ambición porque la coincidencia de los caminos nos enfrenta con la meta final de todo camino: la aniquilación y la igualación que fundamentan nuestra existencia como mortales. No importa el camino que elijas, al final siempre nos espera la Amarilla. Las tres mil páginas de Proust, sin embargo, son un intento desesperado y glorioso de engañar a Madame.

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30 de septiembre de 2010
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No hay quien se escape

Leo en un TLS de julio que Beckett está siendo nacionalizado por las fuerzas vivas irlandesas como si fuera una empresa ferroviaria. Durante un siglo los nacionalistas de la Verde Erin ni siquiera se dieron por enterados de que Beckett era tan irlandés como el IRA y arrugaban la nariz si se le mencionaba en público. Ahora esos mismos patriotas consideran que es una pena dejar de cobrar entrada por las visitas. Las ruinas de Joyce no dan más de sí. Ya muy pocos turistas compran ceniceros Dedalus, jarras de cerveza Ulises o camisetas Bloom. Con un poco de suerte los próximos se lanzarán sobre los paraguas Godot.

Antes le odiaban. Ahora creen que es un fiambre con posibilidades. La política tiene estas veleidades. No importa que Beckett detestara "la estrechez mental de la Irlanda independiente", que tuviera "una total aversión a cualquier discurso nacionalista", que fuera "incapaz de entender el concepto de El Pueblo Irlandés" (Mark Nixon), que jamás mostrara la menor simpatía por el gaélico, que lo principal de su obra hubiera sido escrito en francés o que mostrara sin recato el tedio que le causaba cuanto le recordaba a Irlanda. Nada puede detener a un nacionalista dispuesto a hacer negocio: en 2006 acuñaron un euro con su persona y en 2009 le dedicaron un puente en Dublín. Total, ya nadie lo lee...

La infección, como es lógico, comienza siempre en las esferas ilustradas. He aquí los cinco estudios que han aparecido en los últimos meses sobre tan relevante cuestión:

 

-Beckett and Ireland (S.Kennedy)

-Beckett and contemporary Irish writing (S.Watt)

-Samuel Beckett and the postcolonial novel (P.Bizby)

-Samuel Beckett and the problem of irishness (E.Morin)

-Samuel Beckett (A.Gibson)

 

Es como el chiste aquel de nuestra infancia que terminaba la lista de libros científicos sobre los paquidermos con "El elefante y el problema catalán".

Los irlandeses, sin embargo, siempre llevan encima más copas que nadie: me parece extraordinario lo de Beckett y la novela poscolonial. Irlanda es a Zimbabue lo que Beckett es a Mugabe. ¿O a Isabel II?

En el proceso poscolonial las antiguas colonias sufren una irresistible pulsión imperial y reclaman todo lo que es suyo, o sea, todo. El pobre Beckett metido en el agujero de "Fin de partida" no puede defenderse, está condenado: acabará convertido en otro valor de la bolsa cultural nacionalista.

Tumbado en la oscuridad que tanto amó, como desde el cubo de basura que en su teatro era el mundo, seguro que se ríe y luego tose y se atraganta y se sujeta las costillas muy dolorido y blasfema y acaba bostezando.

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27 de septiembre de 2010
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Entrevista en la revista ‘Milenio’

Esta es la entrevista que apareció hace unos días en la publicación mejicana "Milenio" (formato digital). La entrevistadora es Nieves Martín.

"Las iglesias no son religión, son espectáculos y negocios"

Autobiografía sin vida es el libro más reciente del escritor barcelonés, quien aborda la historia del hombre a través del arte, de las imágenes que lo han acompañado en el transcurso del tiempo.

El autor de El aprendizaje de la decepción habla de su nuevo libro, una memoria visual llena de imágenes poderosas, como la del crucifijo: "enigmática, terrible, daba mucho miedo", dice el filósofo que en esta charla, entre otras cuestiones, también alude a las imágenes que ven los jóvenes ahora y al futuro de la prensa impresa, "que tarde o temprano será sustituida por periódicos digitales".

Autobiografía sin vida parece una contradicción.

Es una autobiografía que trata de explicarme a mí mismo a través de una serie de signos, de representaciones que me han marcado.

¿Es una memoria más visual que literaria?

Sí, en ella lo que domina son las artes visuales y sigue una cronología: empieza en las cuevas paleolíticas -las de Chauvet-Pont d'Arc con sus caballos bellísimos-, luego vienen Grecia, el cristianismo, el gótico... es como una historia del arte que termina en la Documenta de Kassel en 1972.

¿Desde que nacemos estamos poseídos por un escenario de signos visibles?

Pienso que sí. En el inicio del libro están las cabezas de caballos de Chauvet, cuando las vi inmediatamente pensé: las debieron ver los niños que nacían y crecían en el interior de aquellas cuevas; me imaginaba aquellas oscuridades iluminadas por el fuego, los resplandores, y me preguntaba: cuando aquellos niños salían de las cuevas y se cruzaban con los caballos, ¿cuáles consideraban que eran los verdaderos, los que estaban viendo en ese momento o los pintados en las cuevas? ¿Cuáles fueron las imágenes que yo vi y me determinaron sin que yo lo supiera? ¿Qué imágenes fueron aquellas que luego me hicieron comprender la vida tal y como la he comprendido?

Algunas de esas imágenes son especialmente poderosas, como el crucifijo en la España del siglo XX.

Claro. Esa es una experiencia de mi generación y de casi todas las generaciones anteriores a la mía, pero ya no es la de los jóvenes. En aquel momento, desde muy pequeñitos, veíamos esa cruz, esa cosa misteriosa, enigmática, terrible, daba mucho miedo, la teníamos siempre presente y estaba unida a todo lo que era -en el caso de mi generación- la España de Franco. Para nosotros era imposible ver la cruz de otra manera. Y toda nuestra vida está vista a través del crucifijo, una vida crucificada. Los chavales ahora no, es difícil que vean un crucifijo, sobre todo en la España contemporánea, se han eliminado por la laicidad. Pero, en cambio, tienen cuatro años y ya están jugando con el play station, y toda su vida estará determinada por una pantalla; no lo saben pero se les nota, están constantemente fotografiando las cosas, si no las tienen fotografiadas no saben que han tenido esta experiencia.

¿Nos damos cuenta de un determinismo visual que antes no habíamos advertido?

La intención del libro es ésa. Para mí fue un descubrimiento -a lo mejor he descubierto el Misisipi. Hasta que empecé esta introspección, yo no sabía hasta qué punto tengo que interpretar el mundo a través del español, de mi lengua, de la misma manera que lo interpreto a través de una serie de imágenes que componen mi lengua visual. La hipótesis es que a todos nos pasa lo mismo, que todo el mundo puede hacer un ejercicio de introspección, y metiéndose en sí mismo decir: bueno, vamos a ver cuáles son las imágenes que a mí me han marcado, de qué manera veo yo el mundo.

En su libro, después de hablar del último dios, el cristiano, de la derrota de todos los dioses, habla del nuevo Templo, el de Lo inevitable, el Ananké de los griegos.

Nuestro mundo empieza en la Revolución francesa. La nuestra es la sociedad de los burgueses revolucionarios, ahora ya quedan muy pocos y sobre todo en los países del tercer mundo; los países más civilizados son masa pura, proletariado puro, democracia total, no hay diferenciación de clases. En España, por ejemplo, todavía hay una burguesía ilustrada que tiene el poder, que lo controla todo, y que impone su ideología. A partir de Hiroshima, de la bomba atómica y de la posibilidad de destrucción total que nosotros vivimos muy directamente -yo recuerdo el día de la crisis de los misiles de Cuba-, interiorizamos lo inevitable, en ese momento todo cambió. Por decirlo de una forma rápida: nosotros estamos viviendo una nueva era, no una nueva época. Es una diferencia muy grande, es la diferencia entre el paleolítico y el neolítico.

 

En Autobiografía sin vida también habla de la transparencia religiosa, de la claridad de los templos góticos frente a la oscuridad románica. Hoy se sigue pidiendo transparencia, digamos a la Iglesia católica en los casos de pederastia.

Pero eso ya no es religión. La religión se terminó con la Revolución francesa, lo que queda son iglesias instituidas, un poco de la misma manera que los partidos no son organizaciones políticas, sino empresas económicas, y no se puede decir que la política es lo que hacen los partidos, la política la hacemos usted y yo, los ciudadanos, los partidos no hacen política, hacen negocio. Con la religión es lo mismo. Hay quien cree en la religión pero las iglesias ya no son religión, son espectáculos religiosos, económicos, que a veces son muy poderosos, pero no son religión. Religiones quedan todavía, pero en lugares poco recomendables, como los países islámicos donde la legislación todavía obedece la ley de Dios. En Israel también, las leyes del estado ultra moderno están naturalmente ordenadas según la teología hebrea, no pueden saltarse la ley religiosa. En nuestras sociedades no, afortunadamente la ley de carreteras o de sanidad no depende de Dios. Es en ese sentido que digo que la religión ha desaparecido. Entonces quedan sólo el arte y la ciencia. La ciencia no explica pero describe. El arte sí que explica. Y lo que está sucediendo, a mi entender, es que la ciencia está sustituyendo a la religión, como única verdad verdadera y el arte está robándole herramientas y mecanismos a la ciencia. Cada vez el arte actual es más técnico, en el sentido de que utiliza más técnicas, los que lo practican tienen que tener saberes técnicos. Hay muchísimos artistas actuales que vienen de la ciencia, se está produciendo una transformación que a mí me apasiona, que es típica de un principio de era. Se están trastocando los pilares de nuestra civilización, todo se mueve, la sensación es de caos, de desorden, a todos nos da miedo, pero es excitante.

Entre los hitos artístico-visuales, hay un lugar destacado para Goya.

En Goya se da ese primer paso interesantísimo hacia la representación inmediata del horror. El arte anterior no lo representaba. Delacroix, por ejemplo, tiene un cuadro que es la representación de una matanza, se llama La masacre de Quíos, una ciudad en la que entraron los turcos y mataron a todo el mundo: veinte mil cadáveres, pero la representación de Delacroix no produce ningún horror, es muy hermosa. Goya es el primero que introduce el horror dentro de la representación, pero ojo que esto es arte y en el arte el horror puede estar presente, pero ha de estar siempre en forma afirmativa, que no deprima, que no sea una foto de Auschwitz, que te hace odiar al género humano. Me refiero a las fotografías documentales, que no son nada artísticas, que hicieron los ejércitos norteamericano y soviético cuando entraron en aquellos campos y se encontraron aquella barbaridad.

José Antonio Fortes, en su libro Intelectuales de consumo, denuncia el uso de los intelectuales, los poetas incluidos, por parte del poder, desde 1982 hasta nuestros días, recordando el arte y Estado franquista.

Sí, pero dese usted cuenta que la mayor parte de los poetas utilizados por el poder no son poetas, son simulacros, imitaciones. Un poeta no se deja utilizar. Mejor dicho, a lo mejor querría ser utilizado el pobre, aunque sólo fuera para comer caliente, pero es imposible utilizar un poeta. Los poetas te meten en unos líos horrorosos. Tú llevas a un poeta a ponerle una condecoración y te puede llegar hecho un asco, ponerse a gritar, querer pellizcarle el culo a la ministra, los poetas son imposibles.

En el último capítulo de su libro, "Un final de novela", dice que la literatura es "una mercancía de fluctuante valor que se puede luego monetarizar en los múltiples canales religiosos de la democracia popular: radio, tele, cine". No menciona la prensa.

No la he mencionado porque tiendo a pensar que la prensa es algo así como el arte en mayúsculas, una cosa del pasado, un residuo del siglo XIX. Y tiene los años contados, desgraciadamente, porque yo adoro los periódicos. Todas las empresas que fabrican diarios sufren pérdidas enormes y los periódicos están siendo utilizados de la manera más desvergonzada por el poder político, justamente aprovechándose de la crisis económica.

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23 de septiembre de 2010
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Un recuerdo que he olvidado

No recuerdo dónde leí hace poco, seguramente en una antología con el lomo pelado, una de esas que hace veinte años compré en la estación ferroviaria de Oxford, pero que nunca leí porque en el trayecto me encontré con otro profesor del departamento, Eric Leery-Stout, un hombre resabiado, de malévolo ingenio, y ya no dejamos de hablar sobre la escasa sutileza de los colegas hasta llegar a Victoria Station, pero era un cuento americano (que era americano lo recuerdo perfectamente) en el que alguien recordaba a aquella chica con carita de muñeca, muy atenta con todo el mundo en la ventanilla de la universidad, pero con una pierna más corta que la otra, a la que su padre acompañaba cada año al baile de Primavera o de Fin de Curso (eso no lo recuerdo) y se sentaban ambos en un banco, junto a la pared, y allí estaban toda la noche mirando con una expresión de atenta curiosidad a la gente y a las parejas que bailaban, e intercambiaban a veces comentarios sobre alguna de las preciosas muchachas vestidas con ligeros trajes azules y amarillos, o los movimientos tan torpes como encantadores de los chicos más deportivos de las clases superiores, y así transcurría la velada hasta que poco a poco la sala iba quedando vacía de modo que se levantaban sonrientes, el padre estiraba un poco los brazos como a veces hacen los perros, y aunque jamás, en siete años que viví allí, nunca nadie, jamás, jamás, la invitó a bailar, salían comentando jovialmente lo bien que lo habían pasado y lo bonitas que eran estas fiestas y lo amables y guapos que eran los jóvenes del instituto y qué buena noche hace, qué te parece, ¿vamos caminando hasta casa?, ¿te ves con ánimo?, ¡qué dices, papá!, pero ¿acaso me tomas por una inválida?, ¡cariño, si yo soy el tullido...!, y oía sus risas tan bien entonadas como los dúos de la radio alejándose hacia la oscuridad, mientras la noche se cerraba sobre el pueblo como un enorme manto de olvido y caía luego sobre mi de repente.

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20 de septiembre de 2010
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El crepúsculo de una casta

No sé yo lo que tiene el verano que inclina a leer memorias, biografías, diarios y epistolarios, como si fuera aquel un tiempo suspendido, semanas sin transcurso real, exentas, edénicas, y que por tanto pueden dedicarse a explorar el tiempo perdido. Las vidas escritas en primera persona tienen una fuerza dramática superior a las novelas, si bien carecen de su grandeza. Y aunque sabemos que están infectadas de mentiras y dobleces, creemos poder desvelarlas como quien mira por el ojo de la cerradura y aunque solo ve una falda por el suelo y una jeringa rota no le hace falta más para imaginar la escena.

    Este verano me tocaron los años 1953/1974 de la vida del diarista más famosos de la Gran Bretaña y casi desconocido fuera de ella, James Lees-Milne (1908/1997). Creo que la totalidad suma ya ocho o nueve volúmenes, he perdido la cuenta, pero a mi entender estos dos, A Mingled Measure y Ancient as the Hills, son muy sobresalientes.

Comenzaré por curarme en salud y afirmar que no recomiendo a nadie su lectura. Lees-Milne es un personaje desagradable, de una inmoralidad abyecta; mejor dicho, de una moralidad repugnante. Un tipo altanero, cobarde, racista, fatuo, reptilmente monárquico y vaticanista. Y sin embargo es la voz mejor cualificada para mostrarnos la decadencia y desaparición de una clase social que había dominado el mundo desde el siglo XVII y convertido las Islas en fincas de recreo para su uso exclusivo.

He escrito "clase social", pero sería mejor hablar de casta porque es un conglomerado de vieja y nueva aristocracia, nobleza burocrática, ricos con relaciones (nunca nuevos ricos), algunos intelectuales y artistas bien conectados, en fin, aquella gente que aún en 1974 se distinguía del resto de la población por su manera de pronunciar Hartfordsheer. La plebe dice Hart-ford-sheer, pero la casta lo pronuncia con un compacto jadeo esdrújulo, según le explica Lees-Milne a una periodista curiosa.

Por estos diarios desfila la totalidad de la excentricidad británica (buena y mala) que tanto fascina a los anglófilos, desde las apabullantes hermanas Mitford hasta Cyril Connolly, de la reina Isabel a Cecil Beaton, de los Sitwell a los Strachey, de Francis Haskell a Oswald Mosley, de Lucien Freud a Vaugham Williams, los Huxley, los Nicolson, los Churchill, los Pope-Henesy, los Sackville-West, en fin la suma de un mundo que era entonces todavía el Primero y que se ha esfumado para dejar todo el escenario a los Beckham.

Junto a ellos, aunque sin mezclarse, los últimos realmente grandes: los terratenientes, los lores de sangre, los Hanover, los Estuardo, la aristocracia más densa y poderosa que aún quedaba en el planeta. Así como el joven Marcel de La Recherche admira a las rancias familias del "lado Guermantes", así Lees-Milne admiraba perversamente aquel residuo del Medievo europeo, seguramente porque él mismo, hijo de un fabricante, no pertenecía a ninguna familia de la nobleza, aunque las imitaba muy bien.

Lo sugestivo de estos diarios son, claro está, no tanto las abundantísimas anécdotas y chismes (a veces macabros, casi siempre sexuales), cuanto la imagen general de un espeso bosque que va quedando sin hojas, luego sin ramas y finalmente sólo con el tronco quemado por los rayos, el sol, la lluvia, los parásitos y el viento. Es el bosque de la upper-upper class británica, talada en veinte años y reducida a un cementerio de madera podrida. Lo que los franceses lograron en un solo año con la ayuda de la guillotina hubo de hacerlo mucho más lentamente Gran Bretaña con la ayuda del alcohol, el sexo, la ruina económica, las drogas, la desesperación, los gobiernos socialistas, la debilidad mental y la esterilidad.

Es evidente que aquel fragmento social inglés, a diferencia, por ejemplo, de su correspondiente italiano, no pudo adaptarse a la sociedad de masas y procedió a autodestruirse como un armiño amenazado por la suciedad. Aunque hoy nos parezca ridículo, vivían espantados ante la posibilidad de una guerra civil y el triunfo del estalinismo. En una entrada (7 febrero 1974) escribe Lees-Milne: "Norah Smallwood descubrió que habían contratado un Comunista en la sección de paquetería de su editorial (Chatto & Windus) (...) Para librarse de él se vieron obligados a cerrar la sección entera y despedirlos a todos. Dijo que no había más posibilidad si querían evitar conflictos con los sindicatos". Muchos de ellos, empezando por las niñas Mitford, habían sido simpatizantes de Hitler, cuando no directamente nazis como los duques de Windsor. Y todavía en estos años Setenta el paradigma político de Lees-Milne era un dictador portugués: "De hecho Salazar es el modelo de cómo debe ser un autócrata: religioso, libre de todo exhibicionismo, tradicional, intelectual, y sin embargo, duro". Aterrorizados e incapaces de aceptar lo que ellos llamaban "la vulgaridad", es decir, la sociedad de masas, se encerraron en sus mansiones y dedicaron sus últimos años a morir indecentemente.

La muerte es el personaje más importante de estos libros. La casta que había comandado las dos guerras mundiales y dado sobradas muestras de coraje (el porcentaje de bajas entre alumnos de Colleges elitistas fue superior a cualquier otro corte social), había llegado al agotamiento. La generación de Lees-Milne, nacida con el siglo XX, tenía entre los setenta y los ochenta años de edad cuando llegan las fechas de estos diarios. Y mueren por racimos. Hay entradas, como la del 1º de enero de 1974, que dan escalofríos: "Uno de los años más triste de mi vida", dice, y sigue luego la lista de los muertos: Maisie Cox, Henry Yorke, Hamish Erskine, Angus Menzies, Nancy Mitford, Joanie Harford, Ralph Jarvis, William Plomer, Bob Gathorne-Hardy, Don Nicolas. Fueron más: en su lista sólo figuran quienes podían ser reconocidos por los happy few. Y acaba el párrafo con un gesto típico de su casta: "Y mis amados Chuff y Pop". Sus lebreles. Como él mismo cuenta, tras la muerte de la madre de Martin Charteris, éste recibió una carta de pésame de la Reina: un folio escrito a máquina, pero cuando murió su perro labrador la Reina le escribió tres páginas a mano.

Lo chocante no es sólo la altísima mortalidad, sino que casi todos mueren destrozados física y anímicamente. Unos hinchados como pellejos que apenas pueden moverse, destruido el cerebro, sucios, cubiertos de harapos, en su mayoría alcohólicos, hombres y mujeres, en algún caso, viviendo entre sus propia heces. A todos visita Lees-Milne y de todos da una imagen despiadada, pero certera. Con razón estos diarios sólo se han publicado treinta años después de escritos, cuando no quedaba ya ni un heredero capaz de protestar.

Baste un solo ejemplo entre mil: "También estaba allí Stephen Spender. Ha perdido por completo su antigua apostura (...) y ahora parece un flan que se derrumba. Es obtuso, desaseado, viste fatal, es desgarbado de cuerpo y comportamiento (...) Hablamos sobre los Mitford y califica a Decca (Jessica) de puta comunista. Debería yo haberle dicho que también él era un perro comunista hace unos años". Es difícil a veces no reconocer el lúgubre tono de voz de Proust en Le Temps retrouvé, cuando en el baile de la princesa Guermantes reencuentra a sus viejos amigos convertidos en grotescos monigotes cadavéricos.

La razón por la que Lees-Milne pudo conocer a tal cantidad de gente normalmente inaccesible era su profesión: apasionado por la arquitectura tradicional de las Islas, fue el mayor experto en los palacios y mansiones rurales que salpican la campiña inglesa con una riqueza que sólo puede ostentar un país que no ha sido invadido desde la Edad Media. Él fue uno de los pilares de esa institución admirable que es el National Trust, refugio de las enormes casas solariegas imposibles de mantener privadamente, incorporadas al patrimonio estatal y abiertas al público. Sus diarios están atestados de información sobre el inmenso dominio arquitectónico británico.

Es instructivo advertir que aquel Estado tan odiado por Lees-Milne y su casta logró salvar las mansiones y los parques, pero a ellos, a sus propietarios, no los pudo salvar nadie.

Artículo publicado el 13 de septiembre de 2010.

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13 de septiembre de 2010
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