Félix de Azúa
Leo en un TLS de julio que Beckett está siendo nacionalizado por las fuerzas vivas irlandesas como si fuera una empresa ferroviaria. Durante un siglo los nacionalistas de la Verde Erin ni siquiera se dieron por enterados de que Beckett era tan irlandés como el IRA y arrugaban la nariz si se le mencionaba en público. Ahora esos mismos patriotas consideran que es una pena dejar de cobrar entrada por las visitas. Las ruinas de Joyce no dan más de sí. Ya muy pocos turistas compran ceniceros Dedalus, jarras de cerveza Ulises o camisetas Bloom. Con un poco de suerte los próximos se lanzarán sobre los paraguas Godot.
Antes le odiaban. Ahora creen que es un fiambre con posibilidades. La política tiene estas veleidades. No importa que Beckett detestara "la estrechez mental de la Irlanda independiente", que tuviera "una total aversión a cualquier discurso nacionalista", que fuera "incapaz de entender el concepto de El Pueblo Irlandés" (Mark Nixon), que jamás mostrara la menor simpatía por el gaélico, que lo principal de su obra hubiera sido escrito en francés o que mostrara sin recato el tedio que le causaba cuanto le recordaba a Irlanda. Nada puede detener a un nacionalista dispuesto a hacer negocio: en 2006 acuñaron un euro con su persona y en 2009 le dedicaron un puente en Dublín. Total, ya nadie lo lee…
La infección, como es lógico, comienza siempre en las esferas ilustradas. He aquí los cinco estudios que han aparecido en los últimos meses sobre tan relevante cuestión:
–Beckett and Ireland (S.Kennedy)
–Beckett and contemporary Irish writing (S.Watt)
–Samuel Beckett and the postcolonial novel (P.Bizby)
–Samuel Beckett and the problem of irishness (E.Morin)
–Samuel Beckett (A.Gibson)
Es como el chiste aquel de nuestra infancia que terminaba la lista de libros científicos sobre los paquidermos con "El elefante y el problema catalán".
Los irlandeses, sin embargo, siempre llevan encima más copas que nadie: me parece extraordinario lo de Beckett y la novela poscolonial. Irlanda es a Zimbabue lo que Beckett es a Mugabe. ¿O a Isabel II?
En el proceso poscolonial las antiguas colonias sufren una irresistible pulsión imperial y reclaman todo lo que es suyo, o sea, todo. El pobre Beckett metido en el agujero de "Fin de partida" no puede defenderse, está condenado: acabará convertido en otro valor de la bolsa cultural nacionalista.
Tumbado en la oscuridad que tanto amó, como desde el cubo de basura que en su teatro era el mundo, seguro que se ríe y luego tose y se atraganta y se sujeta las costillas muy dolorido y blasfema y acaba bostezando.