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Escrito por

Edmundo Paz Soldán

Edmundo Paz Soldán (Cochacamba, Bolivia, 1967) es escritor, profesor de literatura latinoamericana en la Universidad de Cornell y columnista en medios como El País, The New York Times o Time. Se convirtió en uno de los autores más representativos de la generación latinoamericana de los 90 conocida como McOndo gracias al éxito de Días de papel, su primera novela, con la que ganó el premio Erich Guttentag. Es autor de las novelas Río Fugitivo (1998), La materia del deseo (2001), Palacio quemado (2006), Los vivos y los muertos (2009), Norte (2011), Iris (2014) y Los días de la peste (2017); así como de varios libros de cuentos: Las máscaras de la nada (1990), Desapariciones (1994) y Amores imperfectos (1988).Sus obras han sido traducidas a ocho idiomas y ha recibido galardones tan prestigiosos como el Juan Rulfo de cuento (1997) o el Naciones de Novela de Bolivia (2002).

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Colinas como elefantes rosados

Las colinas al otro lado del valle eran alargadas. A este lado no había sombra ni árboles, y la estación quedaba entre dos líneas férreas, al sol. El hombre y la chica que iba con él estaban en una mesa a la sombra, fuera del edificio, cerca de la puerta abierta que daba al bar.
--¿Qué bebemos? -preguntó la chica. Se había quitado el sombrero y lo había dejado encima de la mesa.
--Otro caso de pensamiento mágico, muchacha punk -dijo el hombre--. A ratos parece que seguimos estando en la misma frecuencia.  
--Pidamos una cerveza.
--Dos cervezas -dijo el hombre, dirigiéndose al bar. Al salir, se quedó contemplando la línea de las colinas. El sol hacía que adquirieran una coloración rosada, y el campo era marrón y árido.
--Parecen elefantes rosados -dijo.
--No he visto ninguno -dijo la chica, y dio un trago de cerveza.
--No, no puedes haberlos visto.
--Podría haberlos visto -dijo ella--. Que tú digas que no puedo haberlos visto no prueba nada.
--Ya no somos 24-hour party people. Ya sólo le hacemos al Clonazepam.
--Oh, basta ya.
--Has empezado tú -dijo el hombre--. Yo me estaba divirtiendo.
--Creo que estamos en nuestro período azul. Quizás sea hora de hacer el recuento de los daños.
--Mejor intentemos pasarlo bien. Yo lo intentaba. He dicho que las montañas parecían elefantes rosados. ¿No ha sido algo brillante?
--Claro que sí. Todo lo que dices es brillante.
--¡Por favor, no empieces nuevamente!
--No puedo evitarlo -dijo la chica--. Tú lo sabes todo. Ésa es la madre del cordero. Y sabes que es verdad.
--Deja de decir tonterías -dijo él--. ¿Qué te pasa, de verdad?
--We are becoming The Living Dead. Esto ya no es divertido.
Le daba miedo mirarlo a él. En aquel momento lo miró. El hombre no dijo nada. Ella siguió hablando.
--No lo sé, chico rolingo. No sé qué decir.
Él se levantó. Miró las colinas, en el lado seco del valle. Ella se quedó sentada con la cabeza entre las manos.
El hombre volvió a sentarse.
--¿Estás bien? -dijo ella.
--Me encuentro bien -dijo él--. No me pasa nada. Me encuentro bien.

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11 de septiembre de 2008
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Tropa de élite

Un amigo, Daniel, me recomendó que no fuera a ver esta película brasileña porque era "fascista"; eso avivó mi curiosidad. Al terminar de verla, coincidí con Daniel, pero no verla hubiera significado aceptar la idea de que el arte tiene que ser políticamente correcto. No lo es, por suerte para nosotros.

Tropa de élite es la historia de un escuadrón de la policía de Río de Janeiro que se especializa en la lucha contra los delincuentes -ladrones, narcotraficantes- de las setecientas (!!) favelas de la ciudad. Parte de la película tiene que ver con el entrenamiento de esta "tropa de élite"; sus personajes tienen algo estereotipado -está el policía inteligente, el noble de gran corazón--, y hay una crítica fácil de los "hijitos de papá" de la clase alta y las ONGs, con su visión idealizada de las favelas, pero la ideología de Tropa de élite es lo perversamente fascinante: los policías ven el enfrentamiento con los delincuentes de la favela como una guerra de baja intensidad, en la que todos los recursos -la tortura, la delación- valen para ganar. En un contexto más global, la película nos hace preguntarnos si, en la "guerra contra el terror", Abu Ghraib y Guantánamo se justifican. Para mí, la respuesta es clara: por supuesto que no. Tropa de élite no tiene dudas: el fin justifica los medios.

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10 de septiembre de 2008
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Auster en Hispanoamérica

En América Latina y España, lo más cercano que tenemos a un Dios de la literatura se llama Paul Auster. En Estados Unidos, ese mismo Dios tiene su propio Paul Auster Day en Brooklyn, pero hay un límite para la veneración. Ni James Wood ni Harold Bloom, los críticos literarios más influyentes hoy, lo mencionan como un escritor importante. La gente lo lee, pero el respeto se reserva para Philip Roth, Updike, Toni Morrison, DeLillo y compañía. Quizás en el futuro se intente recuperar a Auster; hay obra para ello, sobre todo la trilogía de New York y Leviatán. Por lo pronto, sin embargo, Auster es apenas un asteroide en una galaxia de planetas inmensos.

Es curioso ver cómo la obra de un autor viaja tan bien a otros países que termina siendo más importante allí que en su propio país. Ahora, ¿por qué es tan grande Auster en América Latina y España? Si bien uno de los temas centrales de la narrativa de Auster es la importancia del azar en la vida cotidiana, lo que ha ocurrido con su obra en Hispanoamérica es cualquier cosa menos fruto del azar. De hecho, Auster funciona en nuestros países porque nos es muy familiar: para la fácil recepción de su obra, hemos sido entrenados por la lectura de Borges, Cortázar, Cervantes y Unamuno.

"No hay una realidad única", dice un personaje de su última novela, Hombre en la oscuridad (Anagrama), "Hay múltiples realidades... Hay muchos, mundos paralelos, mundos y antimundos... y cada uno de ellos lo sueña o imagina alguien en otros mundo. Cada mundo es la creación mental de un individuo". El narrador, el crítico literario August Brill, menciona que estas ideas son del filósofo italiano Giordano Bruno. Sin embargo, para nosotros, esto suena peligrosamente parecido al Borges de "El jardín de senderos que se bifurcan" y muchos otros cuentos.

Brill se evade del presente contándose historias en la noche. La más fascinante, tiene ecos de la paranoia de Philip Dick y del Cormac McCarthy apocalíptico de El camino: un mago, Brick, se encuentra en un Estados Unidos paralelo en el siglo XXI, un lugar asolado por una guerra civil y en el que no hubo guerra en Irak ni tampoco un 11 de septiembre. En esta historia, unos militares que lo rescatan le encomiendan la misión de matar a un hombre. Brick se pregunta por qué. La respuesta: "Porque él es dueño de la guerra. Él la inventó, y todo lo que ocurre o vaya a ocurrir está en su cabeza. Elimina la cabeza, y la guerra se detiene. Así de simple... No es un Dios, es sólo un hombre. Se sienta en su escritorio todo el día, escribiendo, y todo lo que escribe termina ocurriendo de verdad".

El hombre que debe ser asesinado, quizás sea obvio decirlo, es August Brill, creador de Brick. Se trata, claro, de meta-literatura, algo que ha producido la peor novela de Auster (Viajes por el Scriptorium) y algunas de sus mejores páginas (La ciudad de cristal). Y se trata también de algo muy familiar para los lectores de los cuentos de Cortázar. En Hombre en la oscuridad los caminos que parecen más productivos para Auster -Dick y McCarthy-son abandonados para elegir otros caminos -Borges y Cortázar--, al final también explorados a medias porque Auster ha elegido terminar con algo más doméstico, más prosaico.  

La gran deidad que preside la obra de Auster es el Cervantes meta-literario que crea personajes que luego se leen a sí mismos en una novela (las deudas con el Quijote son explícitas en la Trilogía de New York). Cervantes está flanqueado por Borges y Cortázar, y tiene por ahí, de edecán, al Unamuno que reflexionaba sobre la relación entre el creador y sus personajes. El gran mérito de Auster es hecho suyos a algunos de nuestros escritores más importantes, para devolvernoslos como si fueran otra cosa. Lo leemos como si fuera literatura norteamericana de primer nivel, pero en el fondo nos gusta porque sus juegos extraños nos parecen muy conocidos. De hecho, lo son.

La Tercera, 8 de septiembre 2008

 

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8 de septiembre de 2008
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The National

 

Debo al gran Santiago Vaquera el descubrimiento de The National, el grupo que más he escuchado estos meses. The National suena como un grupo inglés más, con ese tono melancólico tan bien perfeccionado por Editors y Keane, con la diferencia de que sus integrantes en realidad son de Brooklyn. La voz de crooner de Matt Berninger hace pensar en cómo sonaría Coldplay si el cantante fuera Bryan Ferry o Richard Hawley. Boxer es el mejor de sus discos, y casi todas las canciones son recomendables, pero si hay que elegir, me quedo con "Apartment Story", "Start a War" y "Brainy", tres que llegaron para quedarse. "Apartment Story", en particular, me pone inmediatamente en un estado melancólico. Y recuerdo mis días en Madrid, en un departamento soleado en Chamberí, y los sábados por la mañana en que bajaba al café de la esquina a leer Babelia en El País, y el ABCD, donde siempre me encontraba con algo fascinante en las columnas de Félix o las reseñas de Fresán. Y luego pienso en mi viaje a las misiones, en lo que escuchaba en la carretera. Recuerdo muchas cosas más, pero mejor no sigo: este post es sobre The National, no sobre Madrid o las misiones...

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5 de septiembre de 2008
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Julián Rodríguez, el "anti-mutante"

La narrativa española tiene una nueva generación muy interesante. Buena parte de esos escritores, los "mutantes" -Jordi Carrión, Manuel Vilas-, juegan con los elementos formales de las nuevas tecnologías y dialogan, a la manera de McOndo en la década pasada, con la cultura popular norteamericana. En ese panorama, Julián Rodríguez es el "antimutante". El editor de la maravillosa Periférica es también un escritor con un mundo narrativo propio. Por un lado, están las novelas minimalistas -entre las que destaca Lo improbable--, y por otro lado está su proyecto "Piezas de resistencia", en el que combina ficción con memoria y ensayo. Rodrigo Hasbún, un amigo escritor cuyas opiniones respeto mucho, jura que Unas vacaciones baratas en la miseria de los demás es de lo mejor que ha leído últimamente.

Cultivos, recién publicada por Mondadori, también pertenece a este último proyecto. Rodríguez habla poco de nuevas tecnologías; de hecho, el mundo que aparece retratado en sus páginas es el rural, a punto de desaparecer, y sus protagonistas suelen ser hijos de campesinos, buscando otra forma de "cultivo" -el intelectual--, e incapaces de comprender del todo a sus padres. De todos los textos que componen este libro algo irregular -grandes ensayos al lado de piezas más bien ocasionales--, "Hacia atrás" es el que llega más lejos, en su intento de dar cuenta de una novela que no terminó de cuajar; Rodríguez, aquí, se hace preguntas clave para su desarrollo como escritor: "¿Cómo se consigue el misterio en una novela que no es de misterio? ¿Cómo evitar lo afectado, los adjetivos imponentes, los giros verbales que luego no se pueden corregir porque nos fascinan?" Así nos muestra que una novela que no va a ninguna parte no tiene por qué ser un fracaso.

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3 de septiembre de 2008
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Morvern Callar

 

Llegué tarde a esta novela de Alan Warner, que cuenta la historia de una chica amoral en la Gran Bretaña de los años noventa y al hacerlo captura el hedonismo de ese fin de siglo. Warner no ha escrito nada más memorable, pero tampoco es fácil superar la creación de un personaje emblemático, capaz de representar a una generación despreocupada -la del Winterbottom de 24-Hour Party People-- a la que los años terminarán pasándole la factura. ¿Novela, o la adaptación cinematográfca de Lynne Ramsay? La respuesta es fácil: la novela. La prosa de Warner tiene textura, narra sin intrusiones y permite que el lector llegue a sus propias conclusiones acerca de Morvern Callar, la chica de clase media baja que trabaja en un supermercado, le gusta pintarse las uñas con el color Dusky Cherry, y un día llega a su departamento para encontrarse con que su pareja, un promisorio novelista, acaba de suicidarse; el disparador narrativo tiene que ver, claro, con el qué hacer con el cadáver. El mérito de la película es que Ramsay no ha intentado ser fiel a la novela; lo suyo es más una interpretación que una adaptación. Ramsay se equivoca al mostrarnos una España facilista y pintoresca -parte de la novela transcurre en las islas españolas favoritas de los turistas europeos jóvenes en busca de raves y Ecstasy--, pero, por lo demás, logra crear su propia y convincente Morvern.

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2 de septiembre de 2008
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El show de Obama

 

 

Nadie duda de la capacidad de los estadounidenses para convertir la política en un espectáculo mediático, pero este año lo están llevando a un extremo fascinante. Ayuda la candidatura histórica de Obama, y las enconadas rivalidades entre algunos políticos; en Madrid me pasé más de una madrugada, despierto con amigos, enganchado a CNN y esperando los resultados de algunas primarias, para ver en qué terminaba el duelo entre Obama y Hillary.

El jueves por la noche me quedé dormido y no pude presenciar en vivo el discurso de Obama aceptando su candidatura presidencial. A las dos de la mañana, CNN repitió el discurso. Quedé impresionado: no hay político, hoy, con el carisma de Obama, con su capacidad oratoria y el talento para hablarles a los votantes como si estos fueran personas maduras. Cuando dijo basta a los años infames de Bush, cuando se presentó como un estadounidense con una familia muy normal en su disfuncionalidad, echó por tierra los argumentos de que Obama no tiene la fuerza necesaria para enfrentarse a McCain, o de que es un hombre célebre alejado de la normalidad que proclaman los republicanos como la condición necesaria para ser presidente.

Obama pronunció su discurso en un estadio de fútbol americano en Denver, para dar cabida a las 80.000 personas que lo querían escuchar. Hubo muchas banderas, fuegos artificiales, serpentinas y luces. Cualquiera que vio eso al pasar pudo confundirse y creer que se trataba de un concierto de rock; no, toda esa gente, toda esa parafernalia mediática, estaba ahí, por una vez, gracias al poder de convocatoria de un político. Era un día extraordinario, histórico: por primera vez, cuarenta y cinco años después de un célebre discurso de Martin Luther King, un negro era candidato a la presidencia de los Estados Unidos.

Un día después, McCain seleccionó a una mujer, Sarah Palin, gobernadora del estado de Alaska, como su candidata a la vicepresidencia. Ahora sí, la batalla comienza en serio. Serán nueve semanas apasionantes.

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1 de septiembre de 2008
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Puente aéreo

/upload/fotos/blogs_entradas/ithaca_med.jpgHace unos días Gustavo Faverón estuvo por Ithaca. Su esposa, Carolyne Wolfenzon, tenía que defender su excelente tesis doctoral sobre la novela histórica en América Latina (esta tesis hará mucho por, entre otras cosas, consolidar el prestigio creciente de di Benedetto, un autor conocido sobre todo por Zama). Durante un par de noches, Gustavo, Carolyne y yo nos pusimos al día y hablamos de todo y de nada, como tiene que ser.

Gustavo tenía una sorpresa para mí. El manuscrito de El anticuario, su primera novela. Acabo de leerlo. Es una excelente novela, que echa por tierra ese lugar común de que en todo crítico anida un novelista fracasado. El anticuario comienza con ecos intencionales a Borges y Paul Auster, para luego desmarcarse y crear su propio mundo narrativo. Esta es la historia de Daniel, un hombre encerrado en un sanatorio mental, y de los intentos del narrador por comprender por qué Daniel, un día tres años atrás, en un acceso de locura, mató a su pareja, Juliana. La atmósfera es la de un cuento de terror, pero los sustos no tienen mucho que ver con fantasmas góticos sino con las intermitencias del corazón, con los extraños lazos fraternales y sentimentales que nos unen y también desunen.

Tengo mucho más que decir sobre esta novela, pero es un poco raro reseñar un libro que por ahora sólo existe como manuscrito. En todo caso, me alegra saber que, una a una, todas las promesas de lo que podía llegar a ser Gustavo están siendo cumplidas.

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29 de agosto de 2008
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Cuando Calvino se convirtió en Calvino

¿En qué momento Virginia Woolf se convierte en Virginia Woolf, Cortázar llega a ser el Cortázar que conocemos todos, García Márquez se vuelve García Márquez? La respuesta suele ser elusiva, y pertenece al dominio de la crítica literaria, la psicología, la adivinanza en las tardes y noches de los cafés y bares donde se reunen escritores. En algunos casos, la respuesta es fácil.

Italo Calvino, el escritor italiano nacido en Cuba en 1923 (y fallecido en Siena en 1985) publicó su primera novela, El sendero del nido de arañas, en 1947. Si bien esta novela fue un éxito comercial en la postguerra italiana, Calvino no se sentía satisfecho por su neorealismo. Pese a ello, siguió con este tono durante siete años más, tiempo en el que escribió tres novelas que hoy no son parte reconocida de su bibliografía (sólo una de ellas llegó a ser publicada). Entre 1950 y 1951, mientras escribía la segunda de esas tres novelas, Calvino descubrió que estaba escribiendo los libros que se esperaban de él, no los que quería escribir de verdad. Así fue que surgió El vizconde demediado (1952), su primera novela fantástica; así nació el Calvino que todos conocemos, el que se ganó un lugar de privilegio en la literatura universal del siglo XX. Después, en ese tono, vinieron El barón rampante (1957) y El caballero inexistente (1959), trilogía luego reunida bajo el título Nuestros antepasados.

De estas novelas, leídas medio siglo después, El barón rampante es la mejor, la que muestra ya a un Calvino maduro, dueño de una prosa de admirable textura y de una imaginación desbordante, rara en la literatura italiana del período. El vizconde demediado no se lee como una novela sino más bien como un cuento largo, y muestra algunos signos de envejecimiento; la historia de un noble italiano que, gracias al impacto de una bala de cañón en la guerra contra los turcos, termina con el cuerpo dividido, es una alegoría muy obvia acerca de nuestra escindida condición humana: en el interior de todos nosotros anida la capacidad tanto para el bien como para el mal. El problema es que Calvino utiliza una metáfora maniquea; no somos dos, somos muchos, dicen novelas contemporáneas como Las vidas perpendiculares (2008), del mexicano Álvaro Enrigue. Aun así, hay imágenes rescatables, que muestran el sentido lúdico de la vida que tenía Calvino: por ejemplo, cuando aparecen en los campos frutales las manzanas divididas en dos y todavía colgadas de los árboles.

En cuanto a El barón rampante, impresiona cómo Calvino pudo convertir una imagen que daba para una de sus típicas fábulas, en una novela larga. Cósimo Piovasco, allá por el siglo XVIII, decide, a los doce años, rebelarse contra sus padres y subirse a una encina del jardín de la casa y no bajar de ahí nunca más. Si bien Calvino se unió al grupo Oulipo en la década del setenta, ya con El barón rampante muestra una cierta adherencia a los principios de Perec y Queneau: por ejemplo, que un personaje, dentro de una novela, se fije una regla de manera voluntaria, y la siga "hasta las últimas consecuencias". Eso es lo que hace Cósimo, el adolescente de "obstinación sobrehumana".  

Calvino calificó esta novela de "divertimento", pero lo es más: se trata de una clásico que no palidece ante la compañía de Alicia o Peter Pan. Si la literatura es, también, la búsqueda de algún aspecto de la condición humana con el que podamos identificarnos, entonces estamos en buenas manos: casi todos, alguna vez, hemos querido ser como Cósimo, rebelarnos ante la prosa del mundo y dejarnos llevar con ligereza por una vida más libre y envidiable, aunque ésta se encuentre en los árboles, allá donde Cósimo pasa las noches "escuchando cómo la madera almacena sus células en los círculos que marcan los años en el interior de los troncos, cómo los mohos aumentan su mancha con la tramontana, y con un estremecimiento los pájaros dormidos dentro del nido esconden la cabeza donde es más blanda la pluma del ala y se despierta la oruga, y se abre el huevo del alcaudón".

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26 de agosto de 2008
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El canon de los escritores en español

Hace un par de semanas (10 de agosto), el suplemento dominical del periódico El País publicó un reportaje acerca de los cien libros elegidos por cien escritores en español. Cada escritor debía hacer una lista de diez libros, en orden de importancia; si bien la pregunta no pedía necesariamente hablar de los libros que considerábamos mejores, sino de los que nos habían marcado, los resultados, igual, pueden leerse como una suerte de canon, un corpus de textos fundamentales para los escritores hispanoamericanos. El reportaje es revelador en más de un aspecto:

Dos tercios de los escritores encuestados son españoles; el resto, latinoamericanos. Los resultados hubieran sido muy diferentes si el reportaje lo habrían hecho Clarín, La Tercera o algún periódico de El Salvador. Por ejemplo, en el lugar 98 de la lista se encuentra "Harri eta Herri" ("Piedra y Pueblo"), de Gabriel Aresti. ¿Quién en América Latina conoce a este escritor? A favor de los españoles: ningún libro de Camilo José Cela aparece en la lista.

Un amigo catalán me comentó que la lista mostraba no tanto lo que había marcado a los escritores, sino la forma en que ellos querían verse: como seres sofisticados que pueden tener un lugar en su corazón para Verne, Salgari y Dumas, pero que, a la hora de la verdad, preferirán mencionar a Cervantes, Proust, Homero, Kafka (los cuatro autores cuyos títulos ocupan los primeros cinco lugares de la lista). Siguiendo esta lectura, habría que preguntarse cuánto de embuste y falsa apariencia es parte fundamental de la confección de un canon.

De los primeros veinte títulos, sólo cuatro son de escritores en español: Cervantes, Borges, García Lorca y Rulfo. Nos gusta leer traducciones, somos muy receptivos a lo que se escribe en otras latitudes, lo cual suele ser saludable, aunque a veces va incluso en desmedro de lo nuestro. Los que han visto estas listas en periódicos de los Estados Unidos e Inglaterra saben que allí los veinte primeros títulos incluirían al menos quince escritos en inglés.

¿Qué queda del Boom? Mucho Vargas Llosa. Cuatro títulos suyos aparecen en la lista: La ciudad y los perros (44), Conversación en la Catedral (70), La guerra del fin del mundo (79) y La tía Julia y el escribidor (88). Aparte de él, hay lugar para Rayuela (41) y Cien años de soledad (59). Carlos Fuentes no existe.

El canon, hoy, responde también a lo que el mundo editorial dice que importa: la novela. Entre los primeros veinte libros sólo aparece uno de poesía (Poeta en Nueva York), tres de cuentos y relatos (Ficciones, los cuentos de Chejov, Las mil y una noches), y uno de narrativa que entrecruza la parábola con los aforismos y la novela-río: la Biblia. El primer libro de ensayos en la lista es el de Montaigne (23). Por lo demás, reinan los novelones: Don Quijote (1), En busca del tiempo perdido (2), Ana Karenina (6), Moby Dick (7), Guerra y Paz (9), Los hermanos Karamazov (12)... Hablamos mucho de nuestra predilección por la novela corta, pero a la hora de votar sólo nos acordamos de La metamorfosis (5).

Se trata de una lista muy estática: este reportaje podría haber sido publicado treinta años atrás sin muchos cambios. Para sorprenderse hay que llegar al lugar 28 (El corazón es un cazador solitario), no tanto porque la McCullers no lo merezca, sino porque ¿podía sospecharse que estuviera tan arriba, que su novela fuera para tantos escritores superior a Cien años de soledad?; seguir hasta el 54 y vérselas con El largo adiós, encontrar los Aforismos de Lichtemberg en el 81. Del Dream Team inglés sólo está Ishiguro, y podemos haber leído mucha ficción norteamericana de los últimos veinte años, pero a la hora de elegir nos quedamos con Salinger. Y a pesar de que todos los títulos de la lista de Alejandro Zambra sean de libros de Perec, no es suficiente: el autor de La vida instrucciones de uso tampoco está entre los cien.

¿Qué es el canon? Fernando Iwasaki dice que lo único concreto es que se trata de una marca de impresoras. Todo lo demás debería ser discutible, a pesar de que listas como ésta tiendan a una sospechosa inmovilidad.

La Tercera, 25 de agosto 2008

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25 de agosto de 2008
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