Sergio Ramírez
El terremoto de Haití no ha hecho más que alzar ese lienzo de olvido y desinterés tendido sobre el cuerpo lacerado del país, para enseñarnos sus heridas multiplicadas por la nueva tragedia causante de miles de muertos y millones de víctimas que se vienen a sumar a las muertes y damnificados que ya habían dejado los últimos huracanes en serie tras los cuales quedaron viviendo en campamentos más de trescientas mil personas en el área rural, destruidos sus hogares.
Los problemas políticos crónicos, las contradicciones entre líderes de facciones, las penurias y las carencias, la falta de recursos, habían hecho que el estado no pudiera enfrentar los graves problemas de seguridad nacional, y dejara los asuntos de orden público en manos de una policía internacional al mando de la Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización de Haití (MINUSTAH), a cargo de lidiar con el narcotráfico, con las pandillas juveniles violentas y con los secuestros, tres grandes males del país. Ahora el jefe de esa misión, el diplomático tunecino Hédi Annabi, con el que me entrevisté largamente en su despacho del quinto piso del Hotel Christopher, su cuartel general, ha muerto al derrumbarse el edificio entre cuyas ruinas quedaron atrapados decenas más de miembros de la MINUSTAH. Sus palabras, al terminar la entrevista cuando le pregunto por el fin de la misión que encabeza, fueron, como consigno en mi reportaje: "habrá que irse, pero irse para no regresar".
Es decir, irse cuando el gobierno del presidente René Préval hubiera conseguido los elementos de estabilidad suficientes, cuando existiese un nivel aceptable de consolidación de las instituciones, del funcionamiento pacífico del parlamento, cuando el sistema judicial dejara de ser el remedo que es, cuando el estado pudiera asumir las funciones policíacas, aún el control de las cárceles. Todo esto estaba previsto a ser revisado en el año 2011. ¿Y ahora?