Marcelo Figueras
No sé ustedes, pero yo suelo tener dos tipos de pilas de libros en espera de su oportunidad: la de aquellos libros que ardo en deseos de leer (ubicados, por supuesto, en preciso orden de preferencia) y después aquella de los libros que tan sólo leeré si la primera pila disminuye lo suficiente.
Admito que Sangre joven: matar y morir antes de la adultez fue a parar a la segunda pila apenas llegó a mis manos. Pero su premisa debe haber producido algún destello en mí, porque me puse a leer el prefacio de su autor, Javier Sinay, y ya no pude parar: me lo tragué en muy pocas sentadas.
El libro es, en esencia, una serie de crónicas sobre casos reales en los víctimas y victimarios fueron jóvenes. Algunos hechos los recordaba bien, a partir de la cobertura periodística que obtuvieron en su momento: la historia de Junior, por ejemplo, aquel adolescente de Carmen de Patagones que la emprendió a tiros en su escuela al mejor estilo Columbine; o el caso del Hombre Araña de La Plata, que aterrorizó a las mujeres de la ciudad y resultó ser un chico de 16 años llamado Brian. (A esta crónica Sinay la tituló, con precisión y un eco de Victor Hugo, El niño que ríe, porque Brian no pudo dejar de sonreír ni siquiera cuando lo descubrieron in fraganti el 23 de marzo de 2008. Quizás haya seguido sonriendo hasta el final, que sobrevino minutos después con un disparo en la nuca.) Pero la mayoría de las historias me resultaban desconocidas: el triángulo amoroso que resultó en el asesinato de Federico de 20 años, el arrebato de celos que impulsó a Jaime a asesinar a su prima, la gresca a la salida de una bailanta que impulsó a una chica llamada Andy a matar porque sí, el cruel asesinato del muchacho a quien llamaban Perico a manos de aquellos que envidiaban su dinero.
Lo que me producía desconfianza en un comienzo era la posibilidad de recrear estas historias por puro morbo, explotando la curiosidad que los hechos de violencia (semi) inexplicables producen y producirán en el ser humano. Pero como ya lo dije, Sinay aventó mis temores desde al arranque mismo, al reconfigurar esas historias en el marco del siguiente interrogante: “¿De qué Argentina hablarán los homicidios que se narran en este libro?” Y la segunda pregunta, tácita pero válida por extensión: ¿de qué sociedades hablan los homicidios similares que por supuesto no ocurren tan sólo en la Argentina, sino en cada una de las ciudades en que vivimos?
(Continuará.)