Sergio Ramírez
Madrid. He recorrido las salas aún vacías de la ampliación del Museo del Prado realizada por Moneo, donde en el futuro próximo se colgarán los cuadros de las exhibiciones especiales, y lo he hecho en una doble compañía: la de las fotografías del artista alemán Thomas Struth (1954) de su serie Making time, y las del proceloso público del que formo parte, que recorre las nuevas galerías con ruido de tropel, y que su vez está retratado en las fotos de Struth. Porque las fotos son de visitantes del antiguo edificio del museo, gente que ve viéndose, que mira los cuadros desde las fotografías, y de esta parte nosotros podemos verlos a ellos viendo, es decir, podemos vernos en el acto de ver.
La multitud congelada, que al quedar estática frente a la cámara nos da la oportunidad de admirarla, rostro por rostro, actitud por actitud, congregada frente a las pinturas, y fotografiada de manera que el ojo de la cámara parece ser, a veces, el de cualquiera de los personajes de los cuadros. Nos ven desde la pared las Meninas, nos ven los enanos de Velásquez. Nos devuelven la mirada.
Es el todo desarticulado en sus partes, el todo de los individuos que miran, se asombran, enseñan deleite, o indiferencia, o cansancio o confusión, y que al aparecer en las fotos de Struth son transferidos a los cuadros, y nos miran a nosotros desde las fotografías como imágenes de otros cuadros, porque son ya parte del museo que han llegado a visitar, y parte de los cuadros que han llegado a ver.
Eso es lo que se llama ver y ser visto desde las paredes.