Sergio Ramírez
Al ojo infalible de la hermandad de Big Brothers que reina en Irán, no se ha escapado que las nalgas de una mujer asentadas sobre el sillín de una bicicleta, viene a ser una refinada provocación del demonio, aún más que la contemplación de un bello rostro, que por eso debe ser ocultado de las miradas pecaminosas tras las espesuras de la burqa o el litam.
De allí que las autoridades religiosas que determinan las reglas de la sanidad moral, han ordenado que se fabrique en serie una bicicleta dotada por atrás de una especie de jaula, o cajón, destinado a ocultar desde el trasero hasta la media espalda de la mujer, una especie de blindaje contra los ojos, que será de metal o será de plástico, pero en todo caso no tendrá ventanas.
Elaheh Sofali, la vocera de la institución ayatólica, dueña de la brillante iniciativa, ha declarado que el proyecto de las “bicicletas islámicas”, “permitirá alentar el deporte femenino”, lo que me creó la sospecha de que, hasta ahora, a las mujeres les estaba prohibido andar en bicicleta en Irán. He buscado averiguarlo, y en efecto, hubo quienes en los años 90 quisieron obtener permisos para montar en bicicleta, y fomentar así la formación de un equipo de ciclismo olímpico femenino. Pero los ayatolas se opusieron terminantemente, con lo que la bicicleta siguió maldita. Hasta ahora, que tendrá su versión púdica.