
Eder. Óleo de Irene Gracia
Vicente Verdú
Uno de los artefactos más interesantes de las viviendas es son las escaleras. Van vienen, suben y bajan. Representan la suma ambigüedad del ascenso y del descenso, del la prosperidad hasta la Gloria y de la aniquilación hasta la sepultura. Son vertiginosas cuando nos incorporamos a ellas para descender y son sacrificiales, especies del monte Carmelo, cuando se las solicita emplea para subir. No son propiamente humanas. Al bajar nos azóranos, al subir nos vemos jadeando. Son las mismas escaleras pero desempeñan una función doble y opuesta como criaturas ambivalentes del más allá.
Los ascensores las descalificaron hace más de un siglo, ridiculizando su personalidad diabólica. Porque los ascensores actúan al manera de un elemento neutral y mudo que nos sirve sin decir nada más. Se comportan como servicios sin habla ni opinión. Se someten al pulso de un piso u otro sin manifestar grados de esfuerzo, ni protesta, ni exultación ni calamidad. Loa ascensores son entre las aportaciones del mecanicismo a la casa los elementos con menos discursos que pronunciar Hacen y deshacen como autómatas de una época que los concibió y les dio existencia racionalista sin procurarles ninguna oportunidad de manifestarse entre el sí el y el no humanista.
Sólo cuando aparece el cartel que los rubrica como "fuera de servico" "out of order" reaparecen como criaturas s que poseen vida independiente de nuestra pulsación en sus alienados botones del obediente corazón. De otras manera su centro impulsor quedaría borrado por la secuencia de los pisos a los que se les puede enviar sin diferencias de trabajo. Se mostrarían, en efecto, como seres nacidos para ser manipulados sin ninguna resistencia, sometidos a la voluntad de un ser humano extralo y exterior. Serían exactamente el servicio que prestan y ni un paso más. Sin servicio son un "ou of order" queriendo decir que faltos del poder del amo, desvalidos, han perdido toda identidad. Son pues tan sólo autómatas y se vivifican, se manifiestan y nos acompañan imaginariamente en tanto se subordinan a nuestra voluntad.
Las escaleras en cambio, son tan duras como las más duras maneras de la feminineidad. Es imposible ascender hasta ellas si no es con un esfuerzo constante y, en ocasiones, descomunal. Y no se puede dejar esta esalera sin sentir el vértigo de su descenso que puede acabar con nuestros sesos aplastados o sumidos en su diseñada voluntad.
Cualquier arquitecto se sentiría de acuerdo -dese Moneo que diseñó con estrechez las escaleras del Kuursal hasta los orondos diseños del medievo- en que no podrían solayar el detalle de la escalera sin jugarse la reputación.
La condición humana puede subrayar una y otra función de la escalera. Ella se asocia velozmente, alocadamente, cuando traza la bajada de sus escalones o se somete a su dominio semejante al el mito de Sísifo con la cúspide inalcanzable una y otra vez. El freno que requiere la bajada y el esfuerzo que exige el ascenso componen un sí y un no de la supervivencia, entre el logro de lo más alto a la entrega del maltratado corazón. Ellas son masters del conocimiento. Maestras de la vida en el edificio puro puesto que estamos al antojo de su capricho, al ojo de su personalidad.