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El león herido y el cazador sensato

Por 15 de octubre de 2012 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Jorge Volpi

De un lado, el león herido. A lo largo de los últimos meses hemos sido involuntarios testigos de su singular batalla contra el tiempo: fatigado y ojeroso, a veces más delgado y pálido que nunca, a veces más obeso y abotagado que de costumbre, calvo o con el cráneo apenas cubierto con incipientes brotes de cabello, con el gesto adusto o extraviado -a causa, tal vez, de los calmantes- y la voz chillona o insólitamente amortiguada, no ha dejado de comparecer ante las pantallas, decidido a compartir su calvario con sus admiradores y enemigos. La imagen que proyecta es la del héroe injustamente vapuleado que, superando sus trances y dolores, se apresta a dar su última batalla. Un Cid no muerto sino moribundo, provisto con el coraje necesario para derrotar, una vez más, a sus odiados detractores del imperio.

 

            Del otro lado, el cazador sensato. El muchacho digno y arriesgado elegido para capturar de una vez por todas a la bestia a fin de devolverle la tranquilidad y la concordia a los hombres y mujeres de su aldea. Aprovechando su juventud y su vigor, a él en cambio lo hemos visto prodigarse en todas las regiones, en las montañas y en la selva, en los terrosos barrios de los pobres y en las traslúcidos mansiones de los ricos, decidido a encontrar aliados para su empresa, compañeros de ruta dispuestos a desterrar a su rival luego de trece años de recelos y amenazas. La imagen que cultiva es, por supuesto, la de David armado con una honda: su energía y su templanza.

            El combate no puede ser más desigual. Aun lastimado, el león mantiene intactas sus garras y sus fauces: no sólo los instrumentos del Estado que le permiten difundir su narrativa día y noche, sin tregua, en todos los hogares, sino los lustros en que ha maquillado la historia, en que ha retocado o reconstruido el discurso bolivariano, en que ha sometido a una generación entera a su discurso de igualdad y de recelo. Frente a este apabullante chantaje emocional, el cazador no cuenta más que con su presencia serena, su discurso de reconciliación y de esperanza. Y sus promesas razonables.

            Durante la campaña -la cacería-, el león continúa escurriéndose, elude llamar a su adversario por su nombre, incapaz de concederle siquiera un lugar en sus palabras. Todos constatamos que los saltos y añagazas del felino no son ya los de otros tiempos, que ha perdido reflejos y agudeza, que sus colmillos se han desafilado y que sus uñas mondas y achatadas son las de quien apenas puede defenderse. Aun así, aún ruge con fuerza: grita, aúlla, descalifica -una de sus especialidades-, y vuelve a utilizar el arma que mejores resultados le dio en el pasado: su simpatía y el pánico hacia los otros. Sólo él puede contener una invasión extranjera, sólo él, el dios totémico, puede proteger a los desprotegidos, sólo él puede contener a los oscuros enemigos de la revolución bolivariana, sólo él es capaz de vencer a los demonios.

            El dicho se confirma: la bestia acorralada se vuelve aún más peligrosa. El cazador lo sabe y emplea la estrategia que considera más prudente: no lo provoca ni lo azuza, prefiere hablarle a sus compatriotas del futuro, del cambio tranquilo que llegará en caso de que triunfe. Ante lo que considera indiferencia, el león responde con más furia y el diálogo se torna imposible. Los fanáticos del león no cambiarán de bando hasta su muerte; mientras tanto, los otros miembros de la manada aún resguardan a su líder, usando todos los recursos a su alcance, a fin de conservar sus privilegios (mientras, en secreto, pelean ya para decidir quién lo sucederá cuando al fin desaparezca).

            Las elecciones se celebran sin violencia y sin acusaciones de fraude de ninguna de las partes -algo insólito visto, ay, desde México. Al final, Hugo Chávez, el león herido, vence holgadamente con más del 54 por ciento de los votos. Y el cazador sensato, Henrique Capriles, haciendo prueba de esa sensatez envidiable -aún más sorprendente desde México- de inmediato reconoce su derrota. ¿Qué ha sucedido? ¿Por qué han vuelto a triunfar los gruñidos del león por encima de la sensatez del cazador?

            Las respuestas son múltiples -de su compromiso con los desfavorecidos a la lenta erosión del consenso democrático-, pero sin duda la narrativa del corazón aplastó a la narrativa del cerebro. Chávez, el caudillo democrático, entrevió que para ganar esta elección necesitaba apelar a las empatía emocional de sus votantes -su lucha personal convertida en metáfora de su lucha política- y, de manera tácita, el cáncer se convirtió en un elemento crucial de su victoria. Capriles, apelando a la razón, hizo todo lo que debía: una campaña inmejorable y un comportamiento cívico ejemplar que, insisto, a los mexicanos nos deslumbra. Y aun así, perdió rotundamente. A veces son los ruidosos, los que aúllan y vociferan, quienes ganan. Y, aun así, hay que confiar en que a la larga triunfarán quienes, como Capriles, invocan a la sensatez y al diálogo.

           

twitter: @jvolpi

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Jorge Volpi

Jorge Volpi (México, 1968) es autor de las novelas La paz de los sepulcrosEl temperamento melancólicoEl jardín devastadoOscuro bosque oscuro, y Memorial del engaño; así como de la «Trilogía del siglo XX», formada por En busca de Klingsor (Premio Biblioteca Breve y Deux-Océans-Grinzane Cavour), El fin de la locura y No será la Tierra, y de las novelas breves reunidas bajo el título de Días de ira. Tres narraciones en tierra de nadie. También ha escrito los ensayos La imaginación y el poder. Una historia intelectual de 1968La guerra y las palabras. Una historia intelectual de 1994 y Leer la mente. El cerebro y el arte de la ficción. Con Mentiras contagiosas obtuvo el Premio Mazatlán de Literatura 2008 al mejor libro del año. En 2009 le fueron concedidos el II Premio de Ensayo Debate-Casamérica por su libro El insomnio de Bolívar. Consideraciones intempestivas sobre América Latina a principios del siglo XXI, y el Premio Iberoamericano José Donoso, de Chile, por el conjunto de su obra. Y en enero de 2018 fue galardonado con el XXI Premio Alfaguara de novela por Una novela criminal. Ha sido becario de la Fundación J. S. Guggenheim, fue nombrado Caballero de la Orden de Artes y Letras de Francia y en 2011 recibió la Orden de Isabel la Católica en grado de Cruz Oficial. Sus libros han sido traducidos a más de veinticinco lenguas. Sus últimas obras, publicadas en 2017, son Examen de mi padre, Contra Trump y en 2022 Partes de guerra.

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