
Eder. Óleo de Irene Gracia
Vicente Verdú
Siempre que empleo la pintura naranja siento que estoy cometiendo alguna trasgresión. No llega a ser pecado mortal completo pero roza el territorio de la lujuria, la insolencia o la incorrección. Por todo ello se percibe una carga dañina o casi explosiva dentro del naranja que acaso sólo se desactiva en cuanto bomba al quedar comprimida entre sus demás acompañantes cromáticos. Entonces queda convertida, al exhibirse, en u na veta de color vivo, como el sabor de algunas especies exóticas. Desde ese punto de sabor se experimenta claramente que los cuadros contienen algo de la cocina domestica, que reúnen el color y el sabor de los platos y, a menudo, de manera explícita o secreta nos saben bien o mal. El sabor, de otra parte, es el (sentido del) saber y si un color sabe licenciosamente será, con la mayor probabilidad, algún naranja.