
Eder. Óleo de Irene Gracia
Rafael Argullol
Rafael Argullol: La responsabilidad del ser ético llega a los sueños, a los pensamientos íntimos, y a las fantasías más laberínticas que uno pueda trazar.
Delfín Agudelo: Pensaría que sería interesante pensar que ese sería un paso en el concepto del Big Brother: la idea misma de aquella posibilidad distópica de que alguien pudiera acceder a tus sueños.
R.A.: Esto abre dos caminos radicalmente distintos, por lo menos desde el inicio lo menos de la humanidad. El camino de religiones absolutas- por ejemplo lo que comentábamos del dios que acepta los cristianos, que es un dios que llega a la intimidad última de tu entraña., al que de alguna manera tienes que dar cuenta de lo que hace tu propia entraña porque no es suficiente lo exterior. En el camino alternativo esta es la verdad del arte: es aquella que indaga de manera pluridimensional, que no es la verdad de la ciencia ni la verdad de la historia ni del periodismo, ni la verdad de la sociología. Todo eso último indaga con ciertos límites: el sociólogo te va a indagar si vas a votar a la derecha o la izquierda, pero no se va a meter en tus pensamientos sobre qué pensarás hacer; el periodista registra los hechos a corto plazo; el historiador a largo plazo; la ciencia se basa en experimentaciones empíricas. En cambio lo que llamamos arte, esa nebulosa, es que trabaja al mismo tiempo de las múltiples direcciones: la verdad del arte implica tanto la verdad de lo que yo ahora hago moviendo un lápiz con mis manos como aquello que estoy sugiriéndome a mí mismo al mover el lápiz como aquello que yo podría transformar el lápiz, por ejemplo en un cuchillo con el cual apuñalar a alguien o un cincel para esculpir algo. La verdad del arte tiene que avanzar también en la verdad del sueño, en la verdad de los pensamientos secretos, en la verdad de las fantasías retorcidas, en la verdad de los actos discriminados de la memoria, y por eso la verdad del arte es tan sinuosa, tortuosa y contradictoria, porque avanza en esos distintos fuertes.
Pero volviendo al tema del mal el arte afronta el mal desde esta multiplicidad. En cambio el legislador, el historiador, el periodista, el sociólogo, afronta el mal como una pieza que necesariamente distorsiona el engranaje colectivo. El artista no puede hacer eso: tiene que ver hacia dónde conduce eso, qué parte de eso está en nosotros mismos. No puede decir, volviendo al principio, que Hitler era inhumano, como se encargaron de decir políticos, historiadores uy sociólogos. El artista tiene que decir, creo yo, "Hay en mí un Hitler. Y ese Hitler, en la medida en que yo lo conozco, puedo llegar a enfrentarlo, dominarlo y exponerlo para mis contemporáneos y para mis coetáneos". Pero no puedes decir que es inhumano o diabólico porque con eso estás diciendo que es ajeno a la condición humana. Al juez le interesa decir: "Usted es inhumano porque no se comporta según la sociedad humana." Pero el artista no puede decir de nadie que es inhumano sino que tiene que saber que forma parte de la condición humana esa inhumanidad. Es por eso que el abordaje del mal, evidentemente, es muy distinto si se hace desde le punto de vista de la religión, de la historia o del arte. Aquello tan recurrente a Aristóteles sería aplicable también a esto, cunado dijo que al poesía era superior a la historia porque la poesía nos hablaba de lo que podía ser y no solamente de lo que había sido, como la historia. En general podríamos decir que la mayor ambición del arte es que nos habla de todas las potencialidades del ser humano, incluidas aquellas malignas, pero no para llegar a una delectación en esa maldad, sino para mirarla de frente. Y al mirarlo de frente, tener la capacidad de ser mejores: en el momento en que somos capaces de leer, en el sentido que apuntaba Todorov, y enfrentarnos de frente a esas capacidades, tenemos una capacidad catártica respecto a eso.