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La letra es el espejo del alma

Por 22 de junio de 2009 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Félix de Azúa

Cualquiera que en alguna ocasión se haya visto en la necesidad de corregir trescientos exámenes, habrá reparado en la enorme diversidad de las escrituras. Cada alumno tiene su particular modo de dibujar letras y palabras. Vence, en general, una grafía primitiva, fragmentada y difícil de leer, como si se hubiera escrito deprisa, aun cuando si se observa a los examinandos se constata que escriben con lentitud exasperante. Esta asombrosa diversidad es el resultado de una práctica cada vez más secundaria, frente al tecleo.

    Nuestros abuelos recibían lecciones de caligrafía y todavía en mi infancia mis amigos distinguían perfectamente si una niña era del Sagrado Corazón o del Jesús María sólo con mirarle la letra. Eran modelos de disimulo, de ocultación, porque es ancestral la creencia de que en la escritura nos traicionamos. La caligrafía servía para encubrir nuestra parte siniestra. Todavía hoy el examen grafológico es decisivo para la elección de candidatos a trabajos comprometidos.

    En uno de sus artículos de los años treinta, escrito en Ibiza y quizás alucinado por una insolación germana, Walter Benjamín escribió que el poder de imitación de los mortales es su principal carácter. No sólo imitamos a los animales y a los otros humanos, imitamos también los fenómenos naturales y la esfera celeste, por ejemplo con las danzas rituales o con los signos del zodiaco. Más tarde imitamos el mundo mediante jeroglíficos. Y finalmente con la escritura, la cual representa el cosmos, pero también a quien está escribiendo. En la escritura, dice, aparece el retrato de la parte ciega de nuestra alma. Escribo una carta y desde el papel un rostro maléfico y amenazador me sonríe en forma de escrito: es mi parte opaca y latente. La he imitado disfrazada de alfabeto. 

    Añade Benjamín que precisamente por ir concentrándose nuestras imitaciones del mundo en la escritura, poco a poco ha ido desapareciendo la magia. Si su hipótesis es correcta, la desaparición de la escritura por efecto del tecleo traerá consigo un crecimiento exponencial de la magia.

Artículo publicado el sábado 20 de junio de 2009.

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Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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