Vicente Molina Foix
Las Naves del Matadero, dependientes del Teatro Español, es el espacio escénico más hermoso de la capital, y asocio a su superficie algunos de los momentos memorables de mi identidad de espectador: el ‘Happy Days’ de Beckett en el montaje de Deborah Warner interpretado por la extraordinaria Fiona Shaw (que vi en un día personalmente muy inolvidable), y, el verano pasado, un ‘Troilo y Crésida’ de Shakespeare montado con sencillez deslumbrante por Declan Donnellan. Pero no todo lo que me gusta en las Naves del Español está en inglés. Ahora mismo se interpreta en castellano (el castellano ni más ni menos que de Eduardo Mendoza) una obra griega que fue antes de llegar aquí vertida al francés por un chileno, Daniel Loayza, y pese a ese aparente galimatías, yo diría que es el mejor espectáculo teatral de la temporada que a punto está de acabar. Me refiero a ‘Edipo, una trilogía’, y si usted no la ha visto y tiene acceso a ella (en Madrid hasta el 28 de junio, y después en el Grec de Barcelona) no debería perdérsela.
Este Edipo que recorta de modo drástico pero inteligente la tres obras de Sófocles ‘Edipo rey’, ‘Edipo en Colono’ y ‘Antígona’, está dirigido por Georges Lavaudant, y es un modelo de montaje de una tragedia griega, sobre todo si lo comparo con el que en el mismo escenario vi hace casi un año de ‘Las troyanas’ de Eurípides, horroroso espectáculo del casi siempre buen director Mario Gas, gritado, efectista, grandilocuente y mal dicho, aunque también en esa ocasión la versión castellana (del poeta Ramón Irigoyen) fuese excelente. El ‘Edipo’ del Matadero elimina los coros sin por ello ‘tunear’ a Sófocles, como se ha hecho en otros montajes recientes de grandes clásicos, y Lavaudant cuenta muy elocuentemente, sin eludir sus complejidades, la estremecedora historia que tiene que contar, huyendo de la mera ilustración (aunque sobren a mi entender un par de filminas proyectadas).
Párrafo aparte merecen sus actores, en lo que para mí supone el elenco de más alta y homogénea calidad visto en los últimos tiempos. La mayoría de los nombres que lo forman tienen sobrado prestigio, pero también sabemos, los aficionados a este maravillosamente voluble arte de las tablas, que los grandes actores no en toda ocasión se muestran grandes. Aquí sí. Miguel Palenzuela (vestido, yo diría que deliberadamente por el director, de ‘pepona’) conmueve con su Tiresias, del mismo modo que dan gran densidad Pedro Casablanc a Creonte, Fernando Sansegundo a Teseo (en la segunda parte convertido en un fantoche a lo Thomas Bernhard), Luis Hostalot a sus papeles y Rosa Novell a los suyos, que pasan con admirable versatilidad de la tragedia al vodevil. La obra, como es lógico, se sostiene en la figura doliente de Edipo, y Eusebio Poncela, que prácticamente no sale de escena en la primera hora y cuarto, compone magistralmente un rey a imagen y semejanza de los plebeyos que estamos viéndole, sentados en las gradas del Matadero: curiosos, ambiciosos, equivocados, cargados de culpa, inocentes. A su lado también hay magníficos intérpretes jóvenes, Noelia Benítez, Laia Marull (que destaca poderosamente como Antígona), y alguien que supone para mí una revelación, Críspulo Cabezas. Recordaba su nombre llamativo y su rostro de adolescente de ‘Barrio’, la película de Fernando León, pero desde entonces aquel ‘macarrita’ madrileño ha crecido y -pasando desde la tele y el hip-hop a la tragedia- se ha convertido en un imponente actor.