
Eder. Óleo de Irene Gracia
Rafael Argullol

Delfín Agudelo: Estoy pensando en Deconstruyendo a Harry de Woody Allen: cuando el personaje empieza a vivir su propia creación. ¿Ves en El resplandor que la única manera de soportar el vacío es mediante la recreación total de aquello que se crea, en la medida en que el momento en el que él empieza a ver los personajes y habitar los espacios ya habitados está inmerso ya en el su más profundo vacío?
R.A.: Kubrick, que es un cineasta genuinamente artista, lo que hace en esta película de una manera muy especial es situar al artista ante su propia nada, y esto tiene sus riesgos. Cuando hablamos de la creación artística, si vamos a fondo en la palabra creación, se trata de eso: es un juego del todo o de nada. En el momento en que asumes la posibilidad de crear un mundo a través de la literatura o del cine, también asumes la posibilidad de que ese mundo no vea la luz; y al no ver la luz tú mismo te vez imbuido por la misma tiniebla a la que te has expuesto, y eso es lo que le pasa al protagonista de la película. Queda finalmente encerrado en la propia tiniebla creada por él ante su propia impotencia en el momento de la creación, y ahí se nos expone de una manera bastante espectacular los riesgos mismos de la creación, que ya no solo son la soledad, sino el vacío u lo que podíamos decir claramente, la locura: el protagonista va cayendo en una especie de esquizofrenia de un doble mundo y en ese doble mundo él se hunde en ese vacío. La diferencia con la película de Woody Allen es que él va asumiendo el propio mundo que va creando; por decirlo con palabras más clásicas, es el Homero que hace de Ulises y que generalmente es desbordado por el propio Ulises; en el caso de El resplandor es Dios quedándose encallado en el inicio del Génesis, y por tanto una situación terrorífica.