
Eder. Óleo de Irene Gracia
Vicente Verdú
Nunca la medicina, la enfermedad, los males orgánicos de cuerpos vivos, los infartos, la obturación de arterias o las distintas formas de anemia se emplearon tanto para explicar el errático comportamiento del sistema económico. Pero, de todas las analogías, el recurso a los virus o la patología vírica ha resultado ser el más feraz.
La evocación de un virus que estropea el sistema como el virus mismo del ordenador que avería el software, ha ofrecido metáforas de todos los tipos. Metáforas multíparas, promiscuas, incestuosa, omnicomprensiva del mundo, en paralelo a la obstinada vida especular de los elementos nocivos que se multiplican y replican.
Porque, ahora, en febrero, no sólo se trata ya de que la extensión de la crisis (su "virulencia") haya asumido el aspecto de una terrible enfermedad contagiosa sino también de que, siendo "vírica", los remedios mediante los conocidos antibióticos e inyecciones de liquidez (¿de suero?), de fuertes bajas en el tipo de interés (antipiréticos) o sumas ingentes de dinero nuevo, recién impreso (qantitative easing o alivio cuantitativo ) no han servido para nada.
Más bien al contrario de este "virus crítico" ha empezado a decirse (El País. 6-3-2009) que se hallaba mutando velozmente de forma que si los intentos para detenerlo habían sido antes inútiles, el reposo insuficiente y la desintoxicación vanos, ahora habrá que tratar, además, con una evolución del mal que podría variar en composiciones más extravagantes y a convertirse, al modo de las llamadas "enfermedades raras", en una dolencia solución más que difícil y a través de un plazo tan largo como indeterminable. Así, como tantas veces ha repetido el premio Nobel Paul Krugman "ni siquiera esos chicos listos que trabajan en la Fed saben qué sucederá a continuación". No saben con tino lo que está sucediendo ahora -y de ahí el fracaso de las medicinas- ni mucho menos el misterioso racimo de gérmenes nuevos que contaminará y contaminará el sistema para contribuir, sin duda a su deterioro, y con el tiempo a volverlo acaso del revés. Metamorfosearlo en una entidad que será difícil llamar "capitalista". Y en eso estamos.