Vicente Verdú
Pensaba que no volvería a tener que ocuparme de la nevera pero pese a las erráticas manipulaciones de la asistenta sigue desprendiendo raciones de agua y, lo que es peor, componiendo sobre el suelo unas figuras encharcadas que tienden a expresar desconsuelo o máxima desilusión.
No es, sin embargo, lo único que me aflige. Irresponsablemente la impresora estuvo trabajando dos horas seguidas y se le ha fundido un interior principal. No alcanzo a vislumbrar algo más concreto pero es patente que se trata de una fusión en su centro capaz de determinar el destrozo en la totalidad de los circuitos. El resultado es que la impresora ha quedado sobre la mesa como un bulto o un túmulo; más oscuro que como lo recordaba y formando un abultamiento mudo e imputador.
Se parece mucho al caso que ha dejado sin habla ni imagen alguna a mi Canal Satélite Digital con motivo de la tormenta del domingo pasado. Curiosamente soy el único vecino de la finca que ha sufrido esta avería pero creo interpretar que mi problema no se debe completamente a la tormenta sino a la interrelación con los demás artefactos muertos o agonizando que pueblan la casa.
Como en las tribus, estos electrodomésticos crean un conjunto de conexiones internas que los seres humanos, en cuanto elementos de otro orden, no llegamos a percibir en la normalidad. Es, sin embargo, en ocasiones accidentadas como ésta que se trasluce el mundo propio que constituyen y de cuya comunicación procede la actual desarmonía comunitaria. Cualquiera podría dar testimonio de una experiencia doméstica semejante puesto que raramente se estropea un elemento a solas y frecuentemente la rotura cunde en cadena, del televisor al lavaplatos, de la tostadora al aspirador.
Estos individuos han nacido para obedecer, cumplir su función subordinada y apechar con ella a través de los plazos de garantía. Sin embargo, el límite de su docilidad lo marca, al cabo de un tiempo, no su conspicua voluntad de servicio sino su incontrolable estado de salud puesto que todos ellos nacen, actúan y mueren. Por periodos, además, son víctimas de enfermedades de cuyas dolencias sanan completamente unas veces y otras guardan consigo ciertos síntomas hasta el final de sus días. La impresora y el televisor muertos o con el conocimiento perdido se alzan como piezas patéticas pero más sobrecogedora es todavía la delicada circunstancia de la nevera cuyo misterioso diagnóstico induce a contemplarla con la aprehensión de no saber si asistimos a su parcial licuefacción mecánica o el trastorno se responde a un mal absoluto, un proceso terminal que terminará abatiéndola.