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Apunte para viajeros adultos

Por 28 de mayo de 2007 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Félix de Azúa

Hay una gloriosa corona en torno a París que el turista suele desconocer. Ninguna de sus augustas gemas está a más de hora y media en tren desde la capital. Es posible acceder, visitar y volver, no solo en el mismo día sino en la mitad de una jornada del Louvre, ese estadio para masas agónicas. El viaje tiene la ventaja, además, de permitir un almuerzo en las múltiples terrazas que todos los centros provinciales franceses han ordenado como zona peatonal, modelos de cultura urbana inteligente que uno imagina del todo imposibles en España.

La corona comienza en Saint Denis, donde nació la idea, y sigue por Laon, Chartres, Reims, Amiens, para acabar en la tragedia de Beauvais. En una semana se hace el anillo. Una vez en la vida, merece la pena intentarlo. Porque la idea que expone esa corona es grandiosa y por ella sola casi se justifica Occidente. No excusa las matanzas del siglo XX, solo invita a pensar cómo era Europa en tiempos más compasivos.

La idea se suele llamar arte gótico, pero con eso se dice poca cosa. En realidad, su inventor, el abate Suger de Saint Denis, puso en movimiento la imagen de la vida urbana y de la política moderna, todo ello expresado con una materia sutil: la luz. La pura luminosidad iba a hacer visible una sociedad que ya no era la masa informe de labradores esclavizados, sino eso que en el futuro se llamaría burguesía y cuya obra maestra fue la Revolución Francesa.

La idea comienza a desarrollarse hacia 1140 a pocos kilómetros de París (se llega en metro) y culmina menos de cien años más tarde, cuando la descomunal Saint Pierre de Beauvais queda inconclusa. Durante ese lapso, la luz entra en la catedral para iluminar, no divinidades arcaicas, sino a los nuevos ciudadanos y su libertad nueva. La pesarosa desnudez románica deja paso a esculturas por fin humanas, a vidrieras enjoyadas, inmensas columnas, cánticos, y el fuego del cielo lo alumbra todo en verde, rojo, azul y amarillo.

Esto requiere más espacio. De momento, que sirva de acicate para quien comience el éxodo y deba decidir si mar o montaña.

Artículo publicado en: El Periódico, 26 de mayo de 2007.

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Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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