Vicente Verdú
Si las agencias internacionales de noticias no fueran norteamericanas hace tiempo que habríamos dejado de saber nada de Irak. Como en tantas otras guerras de esta escala los medios de comunicación no soportan la repetición de la repetición e Irak es el foco de contenidos idénticos día tras día, semana tras semana y mes tras mes. Se conoce de antemano qué pasará mañana, porque las jornadas se copian a sí mismas en una matanza garantizada y regular. Ningún relato de este tipo mantendría la atención de los lectores, de los telespectadores o de los radioescuchas pero, en este caso, continua la tremenda tabarra narrativa, la dosis similar de muertos tras el mismo coche bomba de la entrega anterior y como seguro anticipo de un mismo atentado suicida que hace volar a otras varias decenas de civiles igualmente inocentes.
Ningún escenario de estas características, falto de novedades, enfermo de irresolución, justificaría el gasto de cámaras, corresponsales y servicios de transmisión. Sólo el culto a los miles de ciudadanos norteamericanos que se juegan la vida allí mantiene el despliegue informativo. Los soldados nacionales constituyen la noticia que da sentido a los informadores nacionales. Todo lo demás se convierte en ritual. No hay propiamente guerra o paz que contar sino alguna baja norteamericana acaso “cuando menos se espera” y un gasto presupuestario que junto a la suma de muertos importa al contribuyente en tiempo preelectoral. Más allá sobre todo de estas víctimas que son incomparablemente menos que los del tráfico o los accidentes laborales entre la población estadounidense, la masa de noticias prosigue indefinidamente sin bien ni mal, sin intriga, sin misterio, sin decisión. El fin de la guerra no es fácil de vislumbrar y la retirada de las tropas desvanece la fecha en una inconcreción tras otra. Si los receptores del mundo no nos olvidamos de Irak se debe al persistente envío que realizan los periodistas convertidos en una suerte de funcionarios o cronistas sociales que no tratan tanto de atender a la dura actualidad de Basora o Bagdad como a la de la Oklahoma City, Filadelfia o San Diego, de donde procede el soldado que ese día ha sido fatalmente alcanzado por la explosión. El resto es relleno.