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La glándula del terror

Por 23 de marzo de 2007 Sin comentarios

Marcelo Figueras

Días atrás revisé las desordenadas bibliotecas de casa, en busca de un libro que mi hija Agustina necesitaba para la universidad: Juan Moreira, el viejo folletín de Eduardo Gutiérrez. Como no lo encontré allí, revisé las cajas que nunca terminé de vaciar. Tampoco estaba, pero como suele ocurrir, encontré durante la búsqueda otras cosas que me interesaban. Entre ellas mi edición de El Eternauta, la célebre historieta de Héctor G. Oesterheld. En realidad debería decir la mitad de mi edición, ya que el libro está partido al medio y su primera parte extraviada; lo que tengo comienza en la página 150. Hoy me puse a releer, y descubrí que el relato in medias res arrancaba cuando Juan Salvo y Franco toman prisionero a uno de los extraterrestres que comandan la invasión sobre la Tierra, esos seres de pelo blanco e infinidad de dedos a quienes llaman “los Manos”. Sabiéndose moribundo, este Mano cuenta que su gente vivía en un planeta bellísimo hasta que un invasor externo los sojuzgó, convirtiéndolos en fuerza de choque para conquistar otros planetas, otras razas. Para esclavizarlos, esos invasores –a quienes el Mano se refiere tan sólo como “Ellos”- les metieron en el cuerpo lo que denomina la glándula del terror: cada vez que un Mano intentaba rebelarse sentía miedo, y el miedo hacía que esa glándula segregase su veneno y acabase con su vida; rebelarse, pues, implicaba morir.

Este sábado 24 de marzo se cumplen treinta y un años de la fecha en que me abrieron el pecho para meterme la glándula del terror. Treinta y un años exactos del día en que perdí mi inocencia, con la concreción del golpe de Estado que partió la historia argentina en dos. Desde entonces he vivido en el miedo, creyendo que enfrentarme a determinados fantasmas iba a granjearme el mismo destino del Mano de El Eternauta.

Treinta y un años después, la mayor parte de los victimarios de entonces (los militares y policías son los Manos, deberíamos identificar además a los “Ellos” que los alentaron a hacer lo que hicieron) siguen impunes. Treinta y un años después, algunas de las causas más importantes en contra de los genocidas siguen frenadas en la instancia judicial de las Cortes de Casación. (Esta semana se realizó una denuncia contra los jueces de Casación, que probablemente –¡que ojalá!- derive en juicio político.) Treinta y un años después hubo sesión en Diputados para tratar la anulación de los indultos que concedió Menem a jerarcas militares, pero la reunión fracasó por falta absoluta de quórum; ver gritar desde las bandejas del recinto a Julio Talavera, un hijo de desaparecidos a quien conocí gracias a la experiencia de Kamchatka, me partió el corazón.

Este será el primer aniversario del inicio de la dictadura que pasamos en la ausencia de Jorge Julio López. Nunca antes lo había pensado, pero López se parece mucho a un dibujo de su casi tocayo Solano López, el artista que dio vida al guión de Oesterheld para El Eternauta. Jorge Julio desapareció hace meses después de declarar en contra de Miguel Etchecolatz, un jefe de policía que fue condenado a prisión perpetua por comisión de crímenes de lesa humanidad. Desde entonces no se sabe nada de él, a quien suele mentarse como el primer desaparecido de la democracia. Lo único que está claro es que Jorge Julio López desapareció para que las glándulas del terror volviesen a activarse en todos nosotros, porque estábamos perdiéndole el miedo a los fantasmas y ellos, nuestros Manos, necesitaban probar que no iban a aceptar su castigo de brazos cruzados; querían convencernos de que caerían tal como vivieron, esto es, matando.

Pero les salió mal. En estos treinta y un años aprendimos que hacerles frente no implica necesariamente temer. Nos asiste la convicción de que no existirá paz verdadera sin justicia, sabemos que el derecho está de nuestro lado. ¿Por qué deberíamos temer, cuando no buscamos otra cosa que la verdad? Aunque la cicatriz en el pecho nos recuerde siempre aquel pasado miserable, la glándula del terror no derramará ya su veneno –porque está seca.

Ya no les temo. Ya no les tememos.

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Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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