Vicente Verdú
A propósito de la memoria y el olvido he tropezado inesperadamente con una cita de Nietzsche recogida por mi amigo Pablo Nacach en su actualísimo libro El fútbol. La vida en domingo (Lengua de Trapo. Madrid, 2006). El párrafo dice: “ Cerrar de vez en cuando las puertas y ventanas a la conciencia; no ser molestados por el ruido y la lucha con que nuestro mundo subterráneo de órganos serviciales desarrolla su colaboración y oposición; un poco de silencio, un poco de tábula rasa de la conciencia, a fin de que de nuevo haya sitio para lo nuevo (…) este es el beneficio de la activa, como hemos dicho, capacidad de olvido, una guardiana de la puerta, por así decirlo, una mantenedora del orden anímico, de la tranquilidad, de la etiqueta: con lo cual resulta visible en seguida que sin capacidad de olvido no puede haber ninguna felicidad, ninguna esperanza, ningún orgullo, ningún presente. (Genealogía de la moral. Alianza Editorial. Madrid, 1993. p 66).
Efectivamente recojo la cita porque refuerza mi juicio sobre el mal del recuerdo, la terrible enfermedad de la memoria. ¿Capacidad de olvido? Hay quien desdichadamente no podrá sanar nunca del mal nemotécnico. Es cierto también que el colmo de la salud se parece al colmo de la luz, la luminosidad que todo lo anula o vela. Basta, sin embargo, una porción de salud, un detalle de clarividencia, para entender que vale la pena convertir el olvido en ocasión de felicidad y detener, cuando aparece, la amenazante tentación del recuerdo.