Víctor Gómez Pin
Es muy significativo que en el listado de universale antropológicos de E. Brown, en lo referente al lenguaje, no figure ninguno de los siguientes aspectos:
1) El lenguaje como instrumento para que las cosas en nuestro entorno físico (incluidas aquellas que son evidentemente constitutivas o forjadoras de nuestro psiquismo, las neuronas, por ejemplo) se hagan transparentes, hallen reflejo en el conocimiento.
2) El lenguaje como instrumento para el encuentro con otro ser de lenguaje, encuentro que parece la condición de su reconocimiento como algo más que una construcción solipsista; lenguaje, en suma, que busca ese relevo mutuo de la palabra que designamos mediante el término diálogo.
3) El lenguaje tensado al servicio de sí mismo, tal como ocurre en el discurso mítico o poético y, en general, en el discurso narrativo.
Tenemos en la lista de Brown como un indicio de que las modalidades digamos no verídicas del lenguaje constituyen algo más que un accidente. Contrariamente a cierta posición radicalmente afirmativa, según la cual la verdad no sólo a todos concierne sino que de algún modo es inevitable, se diría que lo auténticamente forjador del orden social (y en consecuencia de los individuos que lo constituyen) es algún tipo de ocultación para la cual el lenguaje se revelaría ser arma impagable.
De lo anterior se infiere que difícilmente cabe un sujeto humano que simplemente no engañe de vez en cuando al hablar, mientras que eventualmente podría pasar su entera vida sin haber jamás proferido una locución que apuntara a lo real apartando los velos que lo ocultan.
Y, sin embargo, todos tenemos (al menos en momentos de afirmación vital) la impresión de que los que sostienen la inevitabilidad de la verdad (y concretamente de una verdad para la que el lenguaje sería instrumento) constituyen no sólo héroes y modelos sino también de alguna manera profetas: al afirmar la inevitabilidad de la confrontación estarían de alguna manera previendo un destino que sería el nuestro: más allá de las trampas en las que un uso falaz del lenguaje convertido en regla social nos hace caer.