Víctor Gómez Pin
El humano es un animal que llega a cuestionar la polaridad biológica que ha permitido el relevo de las generaciones. La simple constatación de este hecho es una muestra inequívoca de la singularidad de ese raro animal que los humanos constituimos, “animal enfermo, (das kranke Ter)” al decir de Nietzsche, pero en todo caso animal que, por su condición de ser de lenguaje, no es reductible al determinismo meramente natural. Sin embargo, irreductibilidad no quiere decir ausencia de peso.
Pues el hombre se haya “desterrado en la tierra” (en las palabras de Octavio Paz, aquí ya citadas) precisamente “siendo tierra”, es decir hallándose inextricablemente anclado en el universo descrito por la biología y aún por la zoología. Esta polaridad es incluso la esencia de lo trágico de la condición humana. El animal humano no se explica en términos estrictamente biológicos y ni siquiera se haya exhaustivamente subordinado a las leyes de la física (pues las ideas que pueblan su pensamiento y marcan su actitud ante el mundo tienen aun teniendo soporte en el cerebro, no son en sí mismas cosas físicas, pues carecen de cantidad de movimiento) y en consecuencia su sexualidad es irreductible a cualquier tipo de polaridad meramente biológica, pero ello no significa que este aspecto no sea una variable de peso, variable ciertamente contra la cual en ocasiones su dignidad se alza.
Por ello, separada de la reflexión científico-filosófica y erigida a priori en postulado, la idea de la identidad de género como mero constructo social, puede llegar a constituir una denegación de la dimensión natural y erigirse en construcción meramente ideológica, en el sentido peyorativo que, en los textos de Marx, se otorga en ocasiones al término “ideología”.
Lo más curioso es que, a veces, esta abstracción de lo biológico en el caso de la distinción sexual de los humanos es generalmente algo en lo que incurren ciertos defensores. a ultranza de la homologación de la especie humana con otras especies animales. Por un lado, se cita a Simone de Beauvoir y se rechaza la idea reaccionaria de la mujer como garantía del ciclo de las generaciones, pero a la vez se hace abstracción de que esa singularidad de la mujer entre los animales hembra se debe a su condición lingüística y se considera que la capacidad de sufrir de un ser meramente dotado de facultades sensoriales es equivalente a la capacidad de sufrir del ser al que el lenguaje hace consciente, por ejemplo, de la significación simbólica de la tortura.