Víctor Gómez Pin
A veces, al atardecer, cuando parecía cansada, él me señalaba en voz baja, cómo, sin darse cuenta, ella confería a sus manos pensativas el movimiento desasido, algo atormentado, de la virgen que introduce su pluma en el tintero que le tiende el ángel, antes de escribir sobre el libro santo en el que está ya trazada la palabra magnificat. (I, 607)