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Lecciones de Ética…sin redacción

Por 3 de mayo de 2018 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Víctor Gómez Pin

He evocado aquí en más de una ocasión al filósofo francés Jean Cavaillès quien, detenido en 1942 en la Francia ocupada y consiguiendo evadirse, tras un encuentro con el general de Gaulle en Londres, retorna a Francia, encargado de importantes misiones de resistencia. En agosto de 1943 es de nuevo arrestado por la Gestapo, torturado, encarcelado en Fresnes y finalmente fusilado el 17de enero de 1944 en la ciudad de Arras. Y he citado sus palabras ante el tribunal alemán que le interroga por los motivos subjetivos que le habían movido a la acción de resistencia: dado su amor a la Alemania de Kant y de Beethoven, con su postura militante "demostraba que realizaba en su vida el pensamiento de sus maestros alemanes". Cavaillès conocía bien Alemania constatando personalmente como la piel de los ciudadanos se había hecho progresivamente porosa al ungüento del nacional socialismo. Cavaillès asistió incluso a un meeting de Hitler en una cervecería de Munich, llegando a la conclusión de que aquella ideología naciente no sólo era contraria principios de universalidad, sino que "anunciaba el fin de la filosofía racional". Su compromiso político se explica pues, en parte, por una exigencia de defender las condiciones de posibilidad de la actividad del pensamiento. Como señala el físico francés Etienne Klein en un artículo en Le Monde Diplomatique de mayo de 2014 "Cavaillès entró en la Resistencia no por fidelidad a un partido o a una línea política, sino por lógica. Pero hay algo más (1).
El propio Etienne Klein enfatiza que la exigencia de subordinación de los intereses de la subjetividad a fin de alzarse contra lo inaceptable, tendría en Cavaillès una raíz spinozista: "Bajo la influencia de Spinoza, considera que el sujeto tiene poca importancia en comparación con la necesidad en la que se encuentra atrapado. La lucha contra lo inaceptable es inevitable, por tanto necesaria y eso es todo (…) Con un personaje de esta envergadura no se puede intentar disociar la profundidad de lo que comprendió como filósofo de la grandeza de lo que hizo como combatiente". Y en otro momento:" filosofar es demostrar, y no hacer confidencias sobre su propia subjetividad; filosofar es una cuestión de conceptos antes que una efusión de estados de ánimo del intelecto. La búsqueda de la verdad implica en suma que uno se olvide un poco de sí mismo"(2).
En cualquier caso fue ciertamente la exigencia de coherencia y no la obediencia a una línea ideológica lo que condujo a Cavaillès a su toma de posición. No se reconocía en ninguna de las dos ramas que alimentaban en Francia la resistencia contra la ocupación y el gobierno de Pétain: por un lado, la de los partidarios del general De Gaulle; por otro lado la de los militantes comunistas.
Laico pero marcado por la tradición de la ética protestante, era universalista frente a los nacionalistas, pero patriota frente al internacionalismo proletario; no lanzaba anatemas sobre la ideología de unos u otros, pero sin embargo… iba a su aire. Ausencia de espíritu doctrinal que no podía sino aumentar la admiración de aquellos de sus compañeros (al menos los que se negaban a ponerse ojerizas) que sí estaban comprometidos con una posición política determinada. Pues en efecto:
 
Nada más reconfortante para el rescoldo de rectitud en el alma de una persona, que constatar con admiración la entereza en alguien con quien esa persona difiere, y no precisamente en cuestiones superficiales, sino en asuntos relativos a la organización de la sociedad, e incluso en la forma de dar salida a situaciones de confrontación. Entereza que pone de relieve la fidelidad a principios que están más allá de los presupuestos de una u otra posición ideológica o política. Me atrevo a decir que están incluso más allá de los axiomas que posibilitan el conocimiento y en particular el conocimiento científico o filosófico. Quiero evocar un ejemplo cercano:
En los años en los que Franco agonizaba, tuve una fuerte discrepancia ante el juicio severísimo de un amigo (compañero de aventuras, fiestas, retos, proyectos y fracasos) respecto a lo que entonces se llamaba socialismo real. Pues llegó a señalarme que, a su juicio, salir del franquismo (régimen que le hizo perder su puesto de profesor y le detuvo) podía llegar a resultar un mal negocio, si el precio a pagar era el triunfo del partido comunista. El momento de apuro digamos provenía de que yo mismo estaba afiliado… al partido comunista. No compartíamos entonces la posición política y de hecho seguimos sin compartirla a lo largo de los años, e incluso en el momento actual. Y si evoco ahora (me atrevo a decir con sana envidia moral) a esta persona es en razón de lo siguiente:
Es fácil coincidir en ciertos axiomas éticos generales. No se necesitan formadores de virtud para saber (o sentir si se prefiere) que el que se aprovecha de la situación del débil es intrínsecamente un canalla. Pero tal certeza o sentimiento no consigue siempre paliar la "prudencia" (que tantas veces es coartada para la pusilanimidad) que conduce a no alzarse efectivamente ante la contemplación del abuso del débil. Cabe incluso que la presencia (incluso en el ser más vil) de ese imperativo moral le mueva a disfrazar ante sí mismo su inclinación a infringirlo, buscando en la víctima algún rasgo que parezca dar justificación a su comportamiento objetivamente canallesco.
El amigo que estoy evocando ha sido particularmente perspicaz y riguroso en este aspecto. Ha sabido siempre discernir quien es el débil en una situación concreta: constataba que se puede ser débil, aun amparado en la distancia por amplios poderes. Y no se le ocultaba que la existencia de ese poder a distancia (susceptible ciertamente de mostrarse ferozmente efectivo a medio plazo) podía ser usado como pretexto para la complacencia en el rechazo, el desprecio, la amenaza e incluso el paso al acto violento, contra una persona concreta, que en determinada situación o lugar constituía objetivamente el ser a proteger. De ahí que, en momentos durísimos, tomara parte en favor del señalado por las voces fariseas ("gracias te doy señor por no ser como ese"). No lo hacía por afinidad política con aquel a quien defendía, sino por honestidad intelectual, la cual en ocasiones es la expresión mayor de un imperativo ético. Y lo hacía corriendo un grave peligro, pues sabía que la fidelidad a la verdad exige en ocasiones el prescindir de sí mismo, prescindir al menos de los propios intereses.
Fernando Savater es un gran lector de Spinoza y en sus años de docencia fue un magnífico profesor de ética (reconocido como tal por algunos de sus alumnos de la vieja facultad de Zorroaga en San Sebastián, los cuales en ocasiones eran sus más radicales adversarios políticos). Pero no lo evoco aquí por su condición de catedrático de ética (respecto a algunos autores -y aunque a él no le guste la expresión- me atrevo a decir que es un auténtico erudito), sino por la rectitud de su disposición. Como filósofo supo cambiar de opiniones cuando las que sustentaba no le parecían pasar la criba de la razón, pero en lo que creía ser principio regulador del comportamiento, siempre ha sido el mismo. Utilizando una metáfora que no es muy de uso, diría que en el borde del terreno del toro nunca enmendó. Por eso me atrevo a decir lo que Georges Canguilhem decía de Jean Cavaillès, a saber, que en su reacción en circunstancias concretas a hechos que juzgaba intolerables "nos daba una lección de moral sin tener que redactarla".

 

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 (1)Una pequeña digresión en relación al trabajo intelectual de Cavaillès:
Uno de los problemas que había estudiado con radical pasión era el del infinito. Cavaillès se ocupaba concretamente de la teoría de los números tras-finitos de Georg Cantor y de las paradojas que encierra desde la perspectiva del sentido común (no de la consistencia matemática), por ejemplo en relación al hecho de que el todo (el conjunto de los números enteros) no tenga mayor número de elementos que una parte (por ejemplo el conjunto de los números impares).
Asunto filosófico dónde los haya, este del infinito, precisamente por su inutilidad: no venía a resolver ningún problema acuciante relativo a la subsistencia de los seres humanos, ni al adecentamiento del marco en el que transcurren sus vidas, sino que afectaba a la "dignidad misma del espíritu humano". Palabras de David Hilbert que pueden ser completadas con las del también matemático alemán Karl Gustav Jacobi, quien al tener noticia del trágico fallecimiento (a la edad de veinte años y en un duelo posiblemente amañado) del matemático francés Galois se queja de un colega que analizaba la obra de este último sin apercibirse de que "la finalidad única de la ciencia es el honor del espíritu humano".

(2)Al releer estos párrafos sobre la actitud de Cavaillès me vino a la mente una frase de un texto contemporáneo: "Lo importante es la supervivencia de las personas que se hallan adecuadamente vinculadas a mí, no mi propia supervivencia" (It is the survival of people who are appropriately related to me that is important, not my survival per se)"
¿Proclama, más o menos sincera, de un guerrero o activista que reitera ante los suyos su espíritu de sacrificio? En absoluto. Se trata de una frase extraída de un escrito de 2007 que lleva el ascético título de "Probabilidad cuántica desde la verosimilitud subjetiva" ("Quantum Probability from Subjective Likelihood" Studies in History and Philosophy of Modern Physics. 38 (2007 pp.311-332) . Su autor David Wallace es uno de los físicos y filósofos de la física que mayormente ha hurgado en una de las interpretaciones más singulares de la mecánica cuántica, la de H. Everett, quien en 1957 ("Relative State formulation of Quantum Mechanics", Reviews of Modern Physics, 29) intentó una salida a las aporías de la disciplina abriendo la perspectiva de los múltiples "mundos", múltiples "mentes" o múltiples "historias" (de las tres maneras ha sido considerada), perspectiva que dejaría abierta un estado cuántico en superposición. Este es un ejemplo de que, al igual que en la cuestión del infinito, también en las controversias relativas a la física cuántica se pone de relieve este compromiso de la subjetividad, la "potencia emocional de controversias teóricas" a la que aquí me he referido en varias ocasiones.

 
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Víctor Gómez Pin

Victor Gómez Pin se trasladó muy joven a París, iniciando en la Sorbona  estudios de Filosofía hasta el grado de  Doctor de Estado, con una tesis sobre el orden aristotélico.  Tras años de docencia en la universidad  de Dijon,  la Universidad del País Vasco (UPV- EHU) le  confió la cátedra de Filosofía.  Desde 1993 es Catedrático de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), actualmente con estatuto de Emérito. Autor de más de treinta  libros y multiplicidad de artículos, intenta desde hace largos años replantear los viejos problemas ontológicos de los pensadores griegos a la luz del pensamiento actual, interrogándose en concreto  sobre las implicaciones que para el concepto heredado de naturaleza tienen ciertas disciplinas científicas contemporáneas. Esta preocupación le llevó a promover la creación del International Ontology Congress, en cuyo comité científico figuran, junto a filósofos, eminentes científicos y cuyas ediciones bienales han venido realizándose, desde hace un cuarto de siglo, bajo el Patrocinio de la UNESCO. Ha sido Visiting Professor, investigador  y conferenciante en diferentes universidades, entre otras la Venice International University, la Universidad Federal de Rio de Janeiro, la ENS de París, la Université Paris-Diderot, el Queen's College de la CUNY o la Universidad de Santiago. Ha recibido los premios Anagrama y Espasa de Ensayo  y  en 2009 el "Premio Internazionale Per Venezia" del Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti. Es miembro numerario de Jakiunde (Academia  de  las Ciencias, de las Artes y de las Letras). En junio de 2015 fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco.

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