Víctor Gómez Pin
La sociedad humana es sin duda fruto del lenguaje, mas se diría que llega a independizarse de su matriz y puede entonces responder a valores que nada tienen que ver con las exigencias de veracidad que cabe atribuir al lenguaje. Es más: el lenguaje, que había presentado como código natural de señales que un día se insubordinó respecto a las exigencias meramente naturales… se muestra subordinado a algunas de sus menos fértiles construcciones. Esta inversión de jerarquía tiene diferentes expresiones En el miserable caso de Marmeladov el lenguaje es recurso -de hecho impotente- para intentar velar la indigencia objetiva, una modalidad entre otras de la utilización del lenguaje como tapadera de lo real. Mas ésta no es quizás la mayor distorsión de la función del lenguaje, ni su forma más grave de ser matriz de la mentira.
Sócrates utilizaba los recursos del lenguaje para desmantelar prejuicios, y en ello veía el paradigma mismo de la tarea del filósofo. He enfatizado incluso el hecho de que la condena de Sócrates era socialmente legítima, puesto que tales prejuicios eran los pilares en los que reposaba el orden ciudadano, por lo que apartar a los jóvenes de los mismos era objetiva tarea de corrupción y representaba una real amenaza.
Pues la filosofía, en tanto es guerra contra la estulticia, apunta a oscurecer las voces de agitadores de falsos problemas y de satisfacciones ilusorias (que llevan por ejemplo a estar literalmente suspendido a lo aleatorio de un resultado deportivo).
La perseverancia de Sócrates parece testimoniar de un optimismo respecto a la posibilidad de alcanzar un orden ciudadano, donde no se instrumentalizara la estulticia, y los discursos -en el comercio público y privado- y donde no estuvieran repletos de falacias. Mas constatamos una realidad social muy diferente. He indicado ya en alguna ocasión que si la filosofía tiene poca cabida en nuestras sociedades, quizás no sea en razón de causas no contingentes. El repudio de la razón (y de la valentía que supone ir con ella por delante) aparece, a veces, no ya como trivial ingrediente del cuerpo social sino como auténtica condición del mismo. Mas en tal medida no habrá espacio público para la erección de una palabra verídica. Y como no hay palabra verídica que no sea susceptible de hacerse colectiva, es la potencia misma de la condición humana lo que queda sí reducida a las catacumbas.
Y aunque en la catacumba quede un rescoldo de luz, aunque la exigencia de verdad no pueda nunca ser totalmente extirpada, aunque en cualquier circunstancia perdure una nostalgia del binomio libertad-lucidez… no es menos cierto que la oscuridad es la regla. La mentira engrasa los rieles de la máquina social. De ahí que en una reflexión filosófica, en una apuesta por los aspectos verídicos del lenguaje, no pueden ser dejadas de lado las epifanías de la mentira.