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Filosofía y derechos humanos

Por 6 de diciembre de 2011 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Víctor Gómez Pin

La  Organización de las Naciones Unidas para la Educación invitó el pasado 17 de noviembre  el día mundial de la filosofía. Con tal motivo me pareció útil recordar en un artículo del diario "El Pais",  el artículo 26 de la Declaración Universal de Derechos Humanos en el cual se precisa  que "la educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad"

Lo difícil de todas las proclamas cargadas de buenas intenciones es que se den las condiciones sociales de su cumplimiento. Baste mencionar el articulado de la Constitución Española según el cual todo ciudadano tiene derecho a una vivienda digna. Sin embargo tratándose del evocado derecho universal  se da el problema añadido de que ni siquiera se toma realmente en serio lo que implica una educación integral, una educación que garantice el desarrollo efectivo de la personalidad.

 Pues bien, nada más adecuado al respecto que recordar  la tesis platónica según la cual la educación no ha de sustituirse a las capacidades innatas sino fertilizarlas, ayudar  a que  se desplieguen  las facultades intelectivas y creativas que caracterizan al ser humano entre las demás especies animales. Sin duda no todo ser humano puede consagrar su vida a la investigación científica o a la tarea artística, pero sin embargo todos y cada uno de los humanos se halla concernido por ellas, y tiene derecho a que se le ayude a reconocer que efectivamente es así, que lo que se dirime en estas tareas del espíritu  también es cosa suya.  Entre otras cosas, misión de la filosofía es recordar este derecho.

El motor de la filosofía no es tanto explorar desconocidos rasgos del mundo como restaurar una actitud ante aspectos (del entorno o de nosotros mismos) que eventualmente pueden ser ya conocidos, pero que no por ello dejan de ser sorprendentes.  Para un investigador en física  los principios del formalismo cuántico pueden constituir algo sabido, pero el simple ciudadano al que se ha dicho que en tales principios  se pone  en tela de juicio la idea que nos hacemos del mundo, tiene todo el derecho a exigir una educación general que no los obvie, que le haga partícipe de lo que en ellos se juega.  

Afirmar la universalidad de la disposición filosófica  implica que las interrogaciones fundamentales, que tantos por circunstancias sociales se han  visto forzados a repudiar de sus vidas,  están al alcance de toda persona tensada por lo desconocido e inquieta sobre su ser y su entorno. No se exige de entrada ser una persona culta y menos aun una persona eruditaLa filosofía tiene sus  problemas específicos, archivados en los grandes textos de  su historia, pero tales problemas son el resultado de que el ser humano  ha experimentado siempre una suerte de estupor ante la naturaleza y ante su propia existencia, estupor que le lleva a interrogarse, traduciendo sus vacilaciones y respuestas en conceptos y símbolos. 

Pues,  al igual que Descartes,  Kant,  Heisenberg o Einstein ¿quien no se ha preguntado alguna vez si hay o no hay una realidad física exterior, que seguirá tras su eventual desaparición y la desaparición de todos los demás humanos, los cuales en apariencia  tienen una percepción de tal realidad coincidente con la suya? Los instrumentos para responder en uno u otro sentido a esta pregunta cubren hoy miles y miles de páginas de sesudas revistas filosóficas o científicas  y han sido esgrimidos como armas por algunos de los eruditos más importantes. Pero la pregunta sigue siendo elemental y toda persona  es susceptible de sentirse interpelada por la misma,  hasta el punto quizás de que, si su vida material  se lo permitiera, acuciada por tal interrogación, empezaría a dotarse de los elementos de información precisos para abordarla.  Cosa que  ya ha hecho alguna vez, al menos en una etapa tan ingenua como luminosa en la que la vida no estaba extraviada entre querellas evitables y expectativas ilusorias.

Es un desprecio a los ciudadanos considerar  la vida del espíritu como cosa de minorías exquisitas y designar para el común la alternancia entre un trabajo puramente mecánico (cuando lo hay) y un ocio estéril. Obviamente asunto tiene  implicaciones políticas y por eso el mero hecho de reivindicar una educación que empuje a una actitud filosófica es ya  una cuestión de compromiso. Cuando hace unos meses un importante Consejero de  gobierno autonómico   promulgaba una educación superior pública adaptada al mercado,  explicitando que el propenso al estudio de la cultura griega habría de "pagarse el lujo",  no sólo estaba despreciando a Eurípides y Aristóteles, sino también a Euclides, es decir, la matriz de nuestra cultura. Curioso contraste con la actitud que pude percibir recientemente en Brasil, país en el que  se piensa como comprador potencial de deuda y refugio para diplomados víctimas del desempleo en la Europa meridional, pero en el que un congreso dedicado a la recepción de la cultura helena reunía a 900 universitarios de todo el país. Brasil con  la cuna de la filosofía, cabría decir, en un momento en que Grecia sólo es evocada para repudiar su pretendida falta de rigor en la aplicación de los dictados del poder de las finanzas. 

Por cierto que en un paseo junto   cercano al barrio cariota de Catete, se  despliegan a intervalos,  en paneles fijos, los artículos fundamentales de la declaración de derechos humanos,  incluido el referente a la educación al que arriba aludo. Desgraciadamente en Brasil tampoco se cumpla tal articulado. La misma ciudad de Río no sólo mantiene bolsas gigantescas de indigencia material, y con ello inevitablemente espiritual, sino que se halla amenazada por el espejismo -vinculado a acontecimientos deportivos- que convirtió en su día a Barcelona en uno de los faros mundiales de la especulación,  pero     el mero hecho de que  se recuerde en una vía pública incita quizás a la resistencia, resistencia a un mundo que esclaviza,  empantana en problemas sin sentido (agigantando por ejemplo lo aleatorio de un resultado deportivo) y excluye de nuestras vidas las interrogaciones esenciales.

Lo democrático de la filosofía reside la tesis, enunciada por Aristóteles, de que todos podemos instalarnos en la actitud interrogativa, a poco que nos liberemos de las barreras sociales que lo dificultan y que impiden realizar nuestra naturaleza de seres tallados por la razón y el lenguaje.

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Víctor Gómez Pin

Victor Gómez Pin se trasladó muy joven a París, iniciando en la Sorbona  estudios de Filosofía hasta el grado de  Doctor de Estado, con una tesis sobre el orden aristotélico.  Tras años de docencia en la universidad  de Dijon,  la Universidad del País Vasco (UPV- EHU) le  confió la cátedra de Filosofía.  Desde 1993 es Catedrático de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), actualmente con estatuto de Emérito. Autor de más de treinta  libros y multiplicidad de artículos, intenta desde hace largos años replantear los viejos problemas ontológicos de los pensadores griegos a la luz del pensamiento actual, interrogándose en concreto  sobre las implicaciones que para el concepto heredado de naturaleza tienen ciertas disciplinas científicas contemporáneas. Esta preocupación le llevó a promover la creación del International Ontology Congress, en cuyo comité científico figuran, junto a filósofos, eminentes científicos y cuyas ediciones bienales han venido realizándose, desde hace un cuarto de siglo, bajo el Patrocinio de la UNESCO. Ha sido Visiting Professor, investigador  y conferenciante en diferentes universidades, entre otras la Venice International University, la Universidad Federal de Rio de Janeiro, la ENS de París, la Université Paris-Diderot, el Queen's College de la CUNY o la Universidad de Santiago. Ha recibido los premios Anagrama y Espasa de Ensayo  y  en 2009 el "Premio Internazionale Per Venezia" del Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti. Es miembro numerario de Jakiunde (Academia  de  las Ciencias, de las Artes y de las Letras). En junio de 2015 fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco.

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