Víctor Gómez Pin
Hace un tiempo, me encontré al amanecer rememorando una sencilla canción popular francesa en la que esplendorosas metáforas hablan de caballos del rey saciándose en el cauce profundo que brotaría en el cenit del lecho nupcial.
Pensé entonces que si aquellos versos fueran simplemente evocados por el mismo espíritu que lucha por entender las fórmulas que, en la Relatividad Restringida, sentencian el fin del tiempo absoluto, en ese mismo momento se vería actualizado el ideario humanista. Pues el hecho de que parezca diferirse una y otra vez la puesta en marcha de una sociedad liberadora de las capacidades de sus ciudadanos, no debe de servir de excusa para diferir asimismo el combate por la propia legitimación. En ausencia de esta lucha hay el peligro de caer en la inercia, siempre perezosa y estéril, no sólo respecto al conocimiento, sino también respecto a la exigencia moral.
Es usual que una persona tenga el sentimiento de configurar una imagen ante los demás que en realidad es impostada, y también es usual que esta doblez no perturbe en exceso su grado de autoestima. Mas todo hombre tiene, en un registro más o menos encubierto, una exigencia de veracidad y por ello la impostura acaba provocando una quiebra que puede llegar al nihilismo, al repudio de sí mismo.
El problema, sin embargo, quizás no resida tanto en haber respondido en el pasado como en responder en el futuro, no tanto en la imagen hipostasiada, como en la imagen a configurar, no tanto en la dignidad que no alcanzamos en el pasado, como en la hemos de alcanzar.
Y respeto a este ser que ha de forjarse en un combate continuamente renovado, hay en ocasiones modelos que son propios. Todo depende de si se ha dado o no se ha dado la fortuna de haber encontrado uno de esos seres que, movidos por un instinto afirmativo, han apartado la trama de nuestros encubrimientos para ver en nosotros tan sólo el rescoldo de la humanidad. Quien haya tenido esa fortuna ha de forjar con su vida una historia que esté a la altura de esa mirada, simplemente para no perderse a sí mismo el respeto.